Archivos para noviembre, 2017

La estrella fugaz

sábado, 25 noviembre, 2017

Andrés era un apasionado del cosmos.  Cada noche se quedaba mirando fijamente al firmamento, intentando percibir los cambios que habían ocurrido en las últimas veinticuatro horas, buscando esas pequeñas diferencias inapreciables para el ojo poco entrenado.

Una noche de verano, Andrés había subido a una colina cercana a su casa para evitar en la medida de lo posible la contaminación lumínica provocada por las luces de la pequeña ciudad donde residía.  Después de unas cuantas horas sentado pacientemente en la colina observó que un cometa surcaba los cielos, dejando tras de sí una cola que lo hacía visible a sus ojos.  Rápidamente cogió el telescopio y lo alineó en la dirección del cometa.  ¡Qué maravilla!  ¿Qué majestuosidad!  Aquel cometa era lo más bonito que había visto en su vida.

De repente, vio cómo aquel cometa cambiaba su trayectoria y venía hacia él.  Dejó de mirar por el telescopio y miró hacia aquella bola de fuego anaranjado que venía hacia él a toda velocidad.  ¿Sería aquello el fin de su existencia?  Corrió a refugiarse detrás de unas piedras para evitar la explosión que aquel meteorito produciría allá donde impactara.

Escondido detrás de aquellas rocas contaba los segundos hasta el impacto.  Aunque después de varios minutos, aquel meteorito parecía no llegar a impactar.  Con algo de miedo y recelo, levanto la mirada por encima de la roca que protegía su cuerpo.  ¡El meteorito había desaparecido del firmamento!  ¿Cómo era aquello posible?  ¡Si venía directo hacia él!

Una extraña luz proveniente de detrás de un matorral hizo que girara la cabeza.  ¿Qué era aquella luz?  ¿Sería un pequeño resto del meteorito?  Sin pensárselo dos veces saltó por encima de aquella roca y se dirigió hacia aquel arbusto para ver qué se escondía detrás de él.

según se acercaba, la luz se hizo algo más intensa, para luego apagarse gradualmente.  Corríó para llegar antes de que se desvaneciera aquella luz celestial y… ¡allí estaba ella!  Una mujer que irradiaba belleza por todas partes, una mujer que lo miró y le sonrió, como si le conociera de toda la vida.  La luz se apagó y ella se acercó hacia él.  Hola Andrés – dijo ella – ¿me estabas esperando?

Andrés no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo en ese momento.   Miró a diestro y siniestro, en busca de algún equipo de televisión que le estuviera gastando una broma.  Pero nada, estaba solo, junto a aquella mujer que lo miraba fijamente al tiempo que sonreía.  Sin más preámbulos, la mujer comenzó a hablar con Andrés, como si lo conociera de toda la vida.  Andrés, ya pasado el susto inicial, respondía de manera natural y espontánea a las preguntas que aquella mujer hacía.

Pasaron las horas, y la conversación se hizo más fluida.  Ya no sólo preguntaba ella, sino que Andrés también se atrevía a hacer alguna que otra pregunta para satisfacer su curiosidad.  Andrés veía en aquella mujer su alma gemela.  La quería llevar a su casa y vivir con ella el resto de sus días, pero las primeras luces del día comenzaron a hacerse paso entre la oscuridad y, como quien no quiere la cosa, aquella mujer dió un salto y se estremeció mientras le agarraba fuertemente del brazo.  ¿Qué le ocurría?  ¿Por qué ese repentino salto?

Aquella radiante mujer palideció mientras comenzó a contarle lo que le iba a ocurrir en unos minutos, cuando el sol saliera por encima de los montes que tenían a su izquierda.  Ella le dijo que los dioses que la habían transformado en humana le dieron de plazo hasta el alba, momento en el que volvería a convertirse en estrella y volvería al firmamento junto con el resto de sus hermanas.

Andrés no podía creer lo que estaba escuchando.  ¿Aquella mujer con la que había compartido toda la noche iba a desaparecer de nuevo?  ¡Con lo que había disfrutado de su compañía!  ¿Cuándo volvería a verla de nuevo?  ¿Se iría para no volver?  Demasiadas preguntas sin respuesta y muy poco tiempo antes de que saliera por completo el sol y ella desapareciese.

Mientras Andrés se afanaba en responder las preguntas que pasaban por su cabeza, aquella mujer, que poco a poco se iba desvaneciendo a medida que los rayos de sol se hacían más intensos, se acercó a él y, suavemente, le besó.  Andrés dejó de pensar y se dio cuenta de que aquel sería el último beso que le daría a aquella mujer, por lo que intentó retener aquel momento en su memoria.

Desde aquel día, Andrés sube todas las noches a aquella colina para ver desde allí el firmamento, con la ilusión de que algún día, aquella estrella que una vez pasó por su vida, vuelva a aparecer.

Durante nuestra vida podemos encontrarnos personas que pueden llegar a ser la pareja que necesitamos en ese momento.  Pero lo que parece que puede ser para siempre, puede ser una mera ilusión pasajera que se desvanecerá entre nuestras manos.  Por ello, porque la vida es pasajera, debemos aprovechar cualquier momento que tengamos de felicidad, de gozar con los eventos grandes y con los pequeños, porque la vida es un lujo y las personas que llegan a nosotros, también; ya que nos aportan nuevas perspectivas y nos pueden hacer salir de nuestra zona de confort para crecer.

De igual manera, si vemos que esa persona se está desvaneciendo de nuestras vidas, puede ser importante hablar con algún profesional que nos pueda ayudar a minimizar esa degradación y recuperar de nuevo a esa persona que queremos.  Aunque no siempre tiene que ser así, y de ahí la importancia de quedarse con esos buenos momentos, pero sin quedarnos enganchados en lo que pudo ser sino con la esperanza de que otra estrella fugaz podrá surcar nuestros cielos en cualquier momento.

Etiquetas: , , ,
Publicado en coaching personal | Comentarios desactivados en La estrella fugaz