El extraterrestre

20 enero, 2018 por mycoach

Sandra era una chica a la que le gustaba dar grandes paseos por el campo, observando la naturaleza mientras sus perros corrían de un lado a otro persiguiendo mariposas, ratones o cualquier animalito que se cruzara en su camino.

Un día, mientras el sol se ponía tras las montañas y sus perros seguían la senda uno detrás de otro, uno de ellos se paró en seco, haciendo que el resto hundieran sus hocicos en el trasero de su compañero de delante.  Sandra, que iba la última, también redujo el ritmo al tiempo que miraba en la dirección que lo hacían sus perros.

De pronto, uno de sus perros salió corriendo hacia unos matorrales que se habían movido.  Sandra, y el resto de la manada, salió detrás intentando parar a la bestia en la que se había convertido su mascota peluda de no más de diez kilos.

Al llegar a los matorrales, Sandra apartó a su jauría que no dejaba de ladrar a aquel arbusto.  Una vez los acalló y los separó unos metros, se acercó cuidadosamente para ver qué es lo que se escondía detrás de aquel arbusto.

Con sus manos fue apartando las ramas, poco a poco, mientras con sus ojos no dejaba de mirar a las bestias peludas que ahora estaban sentadas esperando con nerviosismo lo que su ama estaba a punto de sacar de detrás del arbusto. ¡Qué será, qué será! – expresaban con sus caritas alegres y juguetonas.  ¿Nos lo podremos comer? – seguro que pensaba alguno de ellos mientras Sandra hundía su cuerpo entre las ramas y, de repente, desaparecía entre las hojas verdes.

Sandra se quedó atónita al ver a aquel ser de ojos saltones, orejas puntiagudas y piel arrugada.  Aunque tenía dos piernas y dos brazos no parecía ser humano.  Sus ojos mostraban terror, posiblemente debido al alboroto causado por sus perros; y su cuerpo, en posición casi fetal, parecía protegerse de aquella mujer que había aparecido de pronto y de la que no tenía forma de escapar.

Sandra se arrodilló junto a ese pequeño ser.  Se quitó la sudadera que llevaba puesta y se la acercó al pequeño ser mientras lo intentaba tranquilizar son sus palabras y su dulce voz.  Aquel pequeño ser no entendía lo que Sandra le estaba transmitiendo, pero su voz le transmitía tranquilidad y calor, tanto calor como aquel tejido tan suave que comenzaba a rodear su cuerpo.

De vuelta en su casa encerró a sus perros en una habitación antes de liberar a aquel extraño ser de entre sus brazos.  Al sentirse liberado de aquella segunda piel, el pequeño ser corrió a refugiarse entre los dos sofás del salón.  Sandra se acercó a él lentamente, para no asustarlo y que volviera a huir, y comenzó a hablar.

Aquel ser no entendía lo que Sandra le estaba intentando transmitir, pero durante horas se quedó escuchando aquellos sonidos que salían por su boca.  El pequeño ser, cuando veía que Sandra no decía nada, comenzaba a lanzar unos sonidos que, aunque ininteligibles para Sandra, parecían intentar comunicar algo.

Los días fueron pasando, y aquel pequeño ser comenzó a sentirse parte de la familia.  Los perros, que en su día lo habían estado acosando contra un arbusto, parecían haberlo aceptado como parte de su manada.  Sí, era cierto que aquel ser hablaba un idioma diferente al del resto de los habitantes de la casa, pero era capaz de, en cierta medida, haberse adaptado a aquel entorno que podría haber sido hostil para cualquier otro ser.

Sin embargo, Sandra no se sentía del todo cómoda con aquel pequeño ser.  No sólo no parecía adaptarse porque creía que era su responsabilidad hacerse cargo de él, sino porque después de varias semanas, la comunicación entre ambos parecía no mejorar.  Ella esperaba que las palabras que salían de su boca fueran comprendidas por aquel «bicho» y, aunque ahora era capaz de entender y reproducir algunas de ellas, todavía no era capaz de mantener una conversación con ella.  De hecho, en alguna ocasión, el pequeño ser había entendido algo completamente diferente a lo que ella había indicado, haciendo que se cayeran algunos platos, se rompieran algunos vasos, se escaparan los perros o saltaran los plomos de la casa para evitar males mayores.

Sandra estaba desesperada.  Había hecho todo lo que estaba en sus manos para mostrarle a aquel ser su lengua.  Sólo quería comunicarse con él para que por lo menos alguien que parecía tener más inteligencia que los perros, pudiera conversar con ella y comprenderla.  Sin embargo, aquel ser, parecía no entender nada de lo que ella decía.  Y no sólo eso, sino que, además, parecía que nunca iba a aprender a hablar su idioma.

Un día, Sandra salió a pasear a los perros y se dejó la puerta abierta.  Aquel pequeño ser se acercó a la puerta y salió en busca de la persona que lo había acogido en su casa.  Corrió y corrió por aquel camino de tierra que salía de la casa, con intención de alcanzar a esa mujer con la que había compartido sus últimas semanas.  De vez en cuando se paraba para intentar escuchar a la manada de perros que lo habían acompañado durante todo este tiempo, pero no era capaz de escuchar nada, ni siquiera con esas orejas puntiagudas que parecían permitirle escuchar a kilómetros de distancia.  Pasaron los minutos y las horas, y aquel pequeño ser no encontró a nadie ¿Estaría perdido otra vez?

Al llegar a casa, Sandra vio que la puerta estaba abierta.  Entró corriendo en busca de su pequeño ser que la había acompañado durante estas semanas.  Corrió de habitación en habitación, buscando debajo de las camas y dentro de los armarios.  ¡De un lado a otro de la casa gritaba “¡Bicho, bicho!  ¿Dónde estás?».  No había respuesta.  Parecía que, su bicho, se había escapado de la casa, que no había entendido todo lo que le dijo antes de salir por aquella puerta esa misma mañana: «Dejo la puerta abierta para que puedan volver los perros, pero tú no salgas, y mucho menos te adentres en el bosque porque es como un laberinto donde te puedes perder fácilmente».  No le había escuchado y, ahora, estaba perdido.

La comunicación es fundamental en todos los aspectos de nuestras vidas.  Poder emitir un mensaje claro y que la otra persona lo entienda es fundamental para evitar malentendidos.  Pero si hablamos de la pareja, entonces la comunicación es esencial para la subsistencia de la misma.  Es un arte que hay que desarrollar cuanto antes.

Inicialmente es posible que hablemos idiomas distintos, pero si queremos que la relación siga adelante debemos buscar esa convergencia en el lenguaje.  Debemos ser capaces de saber qué quiere decir el otro cuando dice una cosa o cuando dice otra.  Lo que para una persona tiene un significado puede tener otro totalmente diferente para la otra parte.  Pero esto sólo lo sabremos si hablamos e intentamos comprendernos el uno al otro.

Si hablamos idiomas diferentes, pero una de las partes no tiene interés en hablar el otro idioma o averiguar qué significan ciertas palabras, entonces no existirá nunca la comunicación entre ambas partes y, por ende, la relación fracasará.

Si nos damos cuenta de que no hablamos el mismo idioma, es decir, que nos cuesta entender a nuestra pareja, es posible que sea el momento de hablar con un profesional que nos ayude a interpretar lo que la otra persona quiere decirnos, lo que nos quiere transmitir, y todo desde un entorno de confianza y seguridad que nos permitirá comenzar a entender a nuestra pareja y desarrollar nuestra relación.

Etiquetas: , , ,

Esta entrada fue publicada el sábado, 20 enero, 2018 a las 12:53 por mycoach y está en la categoría coaching personal. Puedes seguir cualquier respuesta a esta entrada a través del feed RSS 2.0. Tanto comentarios como pings están actualmente cerrados.

No se permiten más comentarios.