Archivos para febrero, 2018

La semilla

sábado, 24 febrero, 2018

Margot era una mujer a quien le gustaba su trabajo en el despacho que regentaba.  Una mujer que se tomaba las cosas muy en serio.  Una mujer responsable.  Pero también era una mujer a quien le gustaba descansar, tomarse sus ratos libres para desconectar del día a día y disfrutar de las pequeñas cosas que nos ofrece la vida.

Y dentro de esas pequeñas cosas estaban las semillas que iba recogiendo en sus largos paseos por el campo, por la playa o por cualquier sitio donde se encontrara.  Semillas que luego plantaba en los tiestos de su casa para ver cómo crecían, para ver en qué se convertía aquella semilla no más grande que su uña.

Un día, caminando por la playa, Margot vio una botella de cristal flotando en el agua.  Su instinto ecologista hizo que sus pasos se desviaran ligeramente de su recorrido y entrara en el agua para coger aquella botella y llevarla al punto de reciclaje más cercano.

El agua le llegaba un poco por encima de sus rodillas cuando llegó a alcanzar la botella, la cual se hacía un poco difícil de coger debido al oleaje de aquel día.  Al sacarla del agua, lo primero que le llamó la atención fue que la botella estaba cerrada con un corcho y en su interior había una especie de pergamino y una bolita que, al golpear las paredes de cristal, hacía que la botella pareciese un sonajero.

A Margot le quemaba la curiosidad ¿Qué pondría en aquel papel?  ¿Qué sería aquella bolita que se movía en el interior de aquella botella?  No podía esperar más, tenía que abrir la botella como fuera.  Miró a uno y otro lado para ver si había algún bañista que tuviera una nevera de playa, o que estuviera bebiendo.  A unos cuantos metros parecía haber una familia que estaba tomando algún refresco.  Corrió hacia ellos para pedirles un sacacorchos con el que poder abrir la botella.

Aunque aquella familia se sorprendió de que una mujer se paseara con una botella vacía por la playa, le dejaron el sacacorchos que tenían y con el que habían abierto las botellas de vino rosado que se estaban bebiendo.  Una vez abierta la botella, Margot les dio las gracias y salió hacia una zona de la playa algo más tranquila donde poder leer aquella nota.

Margot se sentó en una pequeña duna que había en la playa.  Puso la botella boca abajo para sacar aquella bolita y agitó la botella para hacer que saliera aquel pergamino, el cual venía atado con un bonito lazo.

Quitó el lazo al pergamino y comenzó a leer.  La persona que había escrito aquel pergamino decía que la semilla que iba dentro de la botella era una semilla especial.  Una semilla que crecía con el amor, que crecía con las cosas que se le decía.  Si aquella semilla se enterraba y se le daba agua, calor y amor, crecería y se convertiría en algo digno de ver.

Margot se quedó mirando aquella semilla.  No parecía nada del otro mundo, pero le había entrado la curiosidad.  Tenía que volver a su casa y plantarla lo antes posible para ver si realmente germinaba, para ver en qué planta se convertiría aquella semilla.

Al llegar a su casa Margot cogió un tiesto con tierra y metió aquella semilla a unos dos centímetros de la superficie.  Regó ligeramente la tierra para que estuviera húmeda y puso el tiesto en la zona más soleada de la casa para que recibiera el calor del sol.

Los días pasaron y, aunque Margot no veía que nada saliera de la tierra salvo alguna que otra mala hierba, siguió cuidando de aquel tiesto, regándolo ligeramente todos los días y poniéndolo al sol para que tuviera calor y pudiera germinar aquella planta.  De vez en cuando Margot se ponía frente a él y le comenzaba a narrar su día, qué le había pasado, qué había hecho o quién la había molestado y hecho perder el tiempo en la oficina, como en un intento por empatizar con aquella planta.

Aunque Margot comenzara a frustrarse porque no veía qué es lo que estaba pasando a unos centímetros de la superficie de aquella tierra, la semilla había comenzado a germinar; aunque todavía era muy pronto para ver los resultados.

Sí, aquella pequeña planta se había dado cuenta que era el momento para mostrarse, que las condiciones eran las idóneas, que podía florecer porque la estaban cuidando, porque la estaban amando.

Sin embargo, Margot, no podía ver este cambio que se estaba produciendo en aquella semilla, por lo que a las pocas semanas dejó de cuidarla.  Apartó aquel tiesto a una esquina, donde no molestara, donde no hiciera feo, donde no se viera.

Pasaron las semanas y Margot ya se había olvidado de aquella semilla cuando, una mañana, al levantarse y salir a tomar el café a la terraza, miró a su izquierda y, allí estaba, la planta más bonita que jamás había visto ¿Cómo era posible?  ¿De dónde había salido?  ¿Era aquella la planta de la semilla que plantó en su día?  ¿Dónde estaba el pergamino con el que venía aquella semilla?

Corrió a su mesita de noche y abrió el cajón donde había guardado aquel pergamino.  Lo desenrolló y comenzó a leer.  Los últimos párrafos de aquella carta decían que la semilla era de germinación lenta, que parecía que su entorno no le afectaba, que podía dar la sensación de haber muerto, de no florecer; sin embargo, con un poco de tiempo y paciencia, aquella planta absorbía todos los nutrientes que se le daban para convertirse en una planta única.  Y era única porque, en función de la persona que la cuidara, se convertiría en una cosa o en otra.

Las personas evolucionamos lentamente.  Algunas personas lo pueden hacer tan despacio que parece que ni siquiera evolucionan, que han muerto.  De hecho, algunas lo hacen, mueren.  Pero aquellas que tienen la suerte de tener a una persona que las quiere a su lado, siguen ese proceso de evolución para convertirse, un día, en algo de lo que todos los que están a su alrededor estarán orgullosos.  Y no porque se ha convertido en algo que los otros quieren que sea, sino porque su singularidad es el fruto de su belleza.  Y el amor, la razón de ese cambio.

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La tienda de príncipes

sábado, 17 febrero, 2018

Mario había estado ahorrando durante los últimos años para montar su propio negocio.  Un negocio que él pensaba que podía tener mercado en su ciudad.  Una ciudad donde las mujeres buscaban a un hombre perfecto, a su príncipe azul, pero no lograban encontrarlo.  Entonces ¿por qué no fabricar príncipes para este sector de la población?

A las pocas semanas de abrir la tienda, Mario ya había terminado su primer príncipe.  Un príncipe que parecía sacado de un cuento de hadas.  Mario estaba orgulloso de su obra, y no tardó mucho en exponerla en su escaparate para que las mujeres que por allí pasaran pudieran verlo y, si querían, comprarlo y llevárselo con ellas a su casa.

No pasaron más de un par de horas desde que Mario había puesto aquel príncipe en el escaparate cuando entró por la puerta la que podría ser su primera clienta.

Aquella mujer elegante y sofisticada, y cuya belleza iluminaba toda la estancia llegó hasta el mostrador donde estaba Mario esperando con una sonrisa y con suave voz preguntón: ¿Está en venta el príncipe del escaparate?

Mientras Mario asentía con la cabeza y respondía que sí, que su obra estaba en venta, se preguntaba por qué aquella mujer tan atractiva necesitaría comprar un príncipe ¿no tendría suficientes caballeros de donde escoger?  Pero el negocio era el negocio, y necesitaba el dinero para poder comprar los materiales para su siguiente obra.  Así que fijó el precio, el cual aquella mujer aceptó sin reparo, y activó su creación para que se pudiera ir con ella andando por la puerta.

Mario estaba feliz.  Había vendido su primera obra y tenía dinero para seguir adelante con el siguiente príncipe que ya estaba en marcha.  Así que, después de ingresar el dinero en el banco, y comprar las piezas que le faltaban para completar su segunda, se puso de inmediato manos a la obra para terminar su segundo príncipe lo antes posible.

Pasaron los días, y Mario tenía su obra terminada cuando se volvió a abrir la puerta de su establecimiento.  Por ella entraba ahora una mujer acompañada de un hombre.  Aunque la luz que entraba por aquella puerta no le dejaba distinguir bien los rostros de sus nuevos clientes, su mente parecía reconocerlos.  Al cerrarse la puerta tras de ellos, la luz de fondo disminuyó y los ojos de Mario pudieron distinguir la cara de ambos clientes.  ¡Era aquella mujer y su príncipe!  ¿Qué hacían de nuevo en su tienda?

La mujer, tal y como hizo la primera vez que entró en aquel establecimiento, se acercó con gracia y soltura hasta donde se encontraba Mario y, mientras esbozaba una sonrisa, le dijo que aquel príncipe que se había llevado hacía unos días era defectuoso, no funcionaba como debía.

Mario se sorprendió, ya que había puesto todo su empeño en hacer un príncipe actualizado a la época, un príncipe que mostrara las emociones y sentimientos que tuviera por su compañera, un príncipe que cuidara de ella en el sentido de que pudieran crecer ambos juntos, un príncipe al que había dado el don de la comunicación para que se expresara con ella y no sólo pudiera tener conversaciones de todo tipo, sino también capacidad para comunicar los problemas con los que se pudiera encontrar en la relación.

Mario, aunque sorprendido, le propuso cambiar su viejo príncipe, por el que acababa de terminar el día anterior.  Un príncipe que, aunque similar al anterior, tenía alguna pequeña mejora que igual le gustase.  Ella aceptó el cambió y salió por la puerta con su nuevo príncipe.

Mario no podía dar crédito a sus ojos.  ¿Qué le habría pasado a aquel príncipe que lo tuvieron que devolver?  Tenía que averiguar el problema, así que lo desarmó, revisó todos sus engranajes y sistema operativo para confirmar que no había sido puesto en riesgo, y lo volvió a montar de nuevo.  Salvo algún engranaje que estaba suelto, no parecía tener nada estropeado ni fuera de lugar, por lo que lo volvió a poner en el escaparate.

A las pocas horas de tener su primera obra expuesta de nuevo, una mujer entró a su establecimiento.  Esta vez, la mujer era algo mayor que la primera, pero tampoco le faltaba belleza y elegancia.  Se acercó a Mario y, con voz suave, le preguntó si aquel príncipe estaba en venta.  Él dijo que sí, que estaba a la venta y que se lo podía llevar en ese mismo momento.  Ella aceptó y a los pocos minutos salía con aquel príncipe otra vez activado.

Con el dinero que había ganado de esta venta, y al igual que en el caso anterior, Mario se dedicó a comprar elementos para su nuevo príncipe.  El tercero de la serie.  Un príncipe que tendría alguna mejora para que todos los sistemas funcionaran mejor, pero que estaría basado en los anteriores.

Pasaron los días y el tercer príncipe ya estaba listo para ser expuesto en el escaparate cuando la puerta de su establecimiento se volvió a abrir.  Por ella volvieron a entrar dos figuras que parecía reconocer.  Era su primera clienta, aquella mujer tan atractiva con su segundo príncipe ¿Lo querría devolver de nuevo?  ¿Qué problema tendría esta nueva obra suya?

Efectivamente, aquella mujer volvía a tener quejas del príncipe que se había llevado.  No cumplía con sus expectativas y estaba decepcionada con él.  ¿Cómo un príncipe no se podía comportar como un verdadero caballero?  ¿Cómo un príncipe no la podía agasajar en todo momento?  ¡Quería devolver aquella obra que tanto le había decepcionado!

Mario, apenado porque ninguna de sus dos obras cumpliera las expectativas de aquella mujer, le propuso de nuevo un cambio.  Esta vez se podría llevar el príncipe que acababa de fabricar y exponer en el escaparate.  Aquella mujer aceptó de nuevo el trueque; y a los pocos minutos estaba saliendo de la tienda con su nuevo príncipe activado.

Mario siguió el mismo proceso que en el caso anterior, revisando los parámetros que había recopilado su segundo príncipe, revisando si todos los circuitos estaban bien integrados en las diferentes placas y si todos sus mecanismos estaban engrasados y funcionando correctamente.  Todo parecía estar en orden.

Al igual que le ocurrió la vez anterior, al poco de poner a su príncipe revisado en el escaparate, una mujer volvía a entrar por la puerta para comprarlo.  A lo que gustoso accedió.

Las personas comenzamos una relación para ser más felices que cuando vivimos solos.  Queremos tener una relación con una persona que nos complemente, que nos haga sentir bien, que nos haga ser mejores, crecer como personas.  Sin embargo, no es menos cierto que algunas personas podemos tener unas expectativas muy altas de lo que nos llevamos a casa.  Expectativas que, cuando no se cumplen, porque el nivel de exigencia es tan alto que nunca se va a cumplir todo, nos sentimos decepcionados, nos sentimos engañados y queremos devolver a la tienda ese “príncipe” que no es otra cosa que una estafa.

Cuando se comienza una relación es bueno comenzarla desde los cimientos, creando las bases que van a permitirnos crear algo más grande.  Tenemos que asumir la singularidad de cada uno de las partes y analizar qué nos aporta en nuestra vida, y si nos permite crecer y ser más felices que hasta el momento.  Ser demasiado exigente con tu pareja, no perdonar, no olvidar, y estar siempre buscando la perfección y la excelencia puede hacer que la relación fracase porque, entre otras cosas, la relación de pareja debe relajarnos, ayudarnos a pensar y a solventar los problemas que la vida nos trae sin nosotros pedirlo.

Si estamos buscando esa excelencia, es posible que nunca llegue y que debamos estar saltando de relación en relación porque ninguna de las personas que estará con nosotros cumple con nuestras expectativas y, por ende, nos sentiremos decepcionados una y otra vez.  Por eso es importante encontrar a esa persona que nos completa, porque siempre hay algún príncipe o princesa que nos aportará todo aquello que necesitamos y nos hará felices.

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El robot

sábado, 10 febrero, 2018

Rob era una máquina de última generación creada por unos laboratorios similares a esos que aparecen en las películas de ciencia ficción.  La diferencia que tenía con los prototipos anteriores es que Rob, tenía apariencia humana.  Y no sólo se parecía a los humanos, sino que también imitaba a la perfección sus movimientos, su voz y sus expresiones faciales.  Si Rob no se encontrara en el laboratorio con miles de cables saliendo de su cuerpo, nadie notaría la diferencia entre él y el científico que tenía a su lado.

Los científicos del proyecto habían tardado años en desarrollar esta máquina tan perfecta, este humanoide, una inteligencia artificial que estaba lista para salir del laboratorio y enfrentarse al reto de la vida real.  El equipo de científicos había tomado la decisión de soltar a Rob en la gran ciudad para ver cómo se desenvolvía, para comprobar que todos los programas que habían incluido en su mente eran capaces de hacer que se comportara como un humano.

Las campanas de la catedral marcaban las doce del mediodía cuando aquel coche negro se detenía frente una la cafetería en el centro de la ciudad.  La puerta se abrió y de aquel vehículo salió Rob, con su traje, su corbata y su maletín, como cualquier otro ejecutivo de la zona.  Se dio la vuelta y cerró la puerta para ver cómo el vehículo desapareciera por la primera calle a mano derecha.

Rob miró a su alrededor y, aunque no tenía hambre por tratarse de un autómata, decidió sentarse en la terraza de aquella cafetería y pedir algo para beber y comer, tal y como hacían los humanos.

A los pocos minutos salió del interior de la cafetería una joven de enormes ojos y radiante sonrisa.  Nunca hasta ese momento se había encontrado con un espécimen similar; tal vez porque todas las mujeres del laboratorio estaban siempre con caras largas y lo veían como un experimento, más que como alguien con quien debieran confraternizar.  Rob pidió un zumo y un sándwich, algo que, por la hora, parecía lo más apropiado.  La chica lo apuntó en su libreta electrónica y le comentó que en unos minutos lo tendría en su mesa.

Efectivamente, no habían pasado más de cinco minutos cuando aquella mujer volvió a salir por la puerta de la cafetería con su zumo y su sándwich.  Al dejar el sándwich sobre la mesa, la melena de aquella joven dejó ver la chapa con su nombre, por lo que Rob le dio las gracias con un: “Gracias, Marisa”.  La camarera se sorprendió, pero quedó alagada y respondió con una sonrisa y un: “De nada”.

Al terminar el sándwich y el zumo, Rob pidió la cuenta.  Marisa se la trajo y, al ir a cobrarle, Rob le comentó que era nuevo en la ciudad y si le importaría acompañarle a tomar algo y conocer la ciudad una vez terminara su turno.  Marisa, aunque no era habitual en ella, aceptó la oferta, quedando con aquel joven en la misma cafetería sobre las cinco de la tarde.

Allí estaba, puntual como las señales del gran reloj de la catedral.  A las cinco en punto, con su traje, su corbata y su maletín, frente a la puerta de la cafetería.  Marisa lo vio y se apresuró para cerrar la caja, cambiarse de ropa y salir con el bolso cruzado y las manos ocupadas con su móvil y la bolsa con la ropa sucia a donde se encontraba su acompañante.  Ese sería uno de tantos otros encuentros que a partir de ese día tendrían Marisa y Rob durante los meses venideros.

Las semanas fueron pasando y, aunque Marisa estaba contenta, no lo estaba del todo, ya que su compañero seguía siendo una persona distante, una persona que no parecía inmutarse con lo que ella le contaba y que en ocasiones podía parecer poco empático.  ¿Qué es lo que le pasaba?  ¿Por qué parecía tener horchata en vez de sangre en las venas?  ¿Por qué no se enfadaba como lo habían hecho el resto de sus parejas cuando ella hacía algo mal?

Rob notaba que la relación estaba en un punto en el que tenía que hacer algo.  Sus programas originales no estaban a la altura de las circunstancias.  Debía actualizarse para poder seguir con aquella mujer, pero el proceso era más lento de lo esperado inicialmente.  Tal vez debido a que no tenía una conexión directa a todos los sistemas del laboratorio.  Su inteligencia le hacía modificar comportamientos, ver cómo respondía Marisa y, en función de ello, volver a analizar la situación para cambiar o mantener el nuevo comportamiento.

Marisa, esperaba algo más.  Sus expectativas del hombre perfecto eran otras.  Parecía como si aquel hombre no viniera con todos los programas instalados por defecto.  Programas que, de haberlo sabido los científicos, igual se los hubieran podido instalar antes de dejarlo salir de las instalaciones, pero, ante ese fallo, Rob debía utilizar sus recursos  para ir adquiriendo todo aquello que le faltaba lo antes posible.

Sin embargo, el tiempo pasaba y Marisa veía que aquella persona no era como los hombres con los que ella había andado.  Aunque no le faltaba humanidad, si veía que no terminaba de completarla como a ella le gustaría, que no era ese príncipe azul que pensó que era en un primer momento; por lo que, pasado un tiempo, decidieron romper aquella relación.

Rob se quedó apenado, ya no tenía a nadie con el que poder crecer y ser más humano, pero la semilla que plantó Marisa fue germinando, poco a poco, haciéndole ver lo que había hecho bien y lo que podía haber hecho mejor.  Aquella mujer, aun en la distancia, parecía haber sido un impacto positivo en su vida.  Ahora sólo podía esperar que sus vidas se cruzaran de nuevo en un futuro y le pudiera mostrar su versión más actualizada, obra, en parte, de ella.

Algunas personas parecen ser impasibles ante los eventos que ocurren a su alrededor.  En algunas ocasiones esto es debido a una falta de empatía con todo aquello que les rodea, pero en otras ocasiones es sólo una mera protección para evitar que esos eventos les hagan daño, al tratarse de personas sensibles que sufren por los demás.

En cualquier caso, las personas que parecen robots, que parecen imperturbables, que son un encefalograma plano y que no muestran sus sentimientos pase lo que pase, no tiene por qué no sufrir.  También lo pueden llegar a hacer, pero de otra forma, en otro lugar, tal vez de manera más introvertida.

Pero lo importante, tanto si es por falta de empatía como si es por autoprotección, es identificar que esta situación existe.  Una vez somos conscientes del problema, seremos capaces de poner las medidas adecuadas para solucionarlo, bien con la ayuda de un profesional o con nuestra pareja en un entorno de confianza en el que nos sintamos más seguros.

Si nuestra pareja (o persona cercana a nosotros) se abre con nosotros, deberemos ser capaces de mantener esa confianza que nos ha dado y crear ese marco para que se siga abriendo con nosotros porque, esta apertura, puede ser el cambio que estábamos buscando para ver que, en realidad, la persona que tenemos a nuestro lado es un ser humano como nosotros, que siente y padece, pero que necesita su tiempo para mostrar esos sentimientos hasta ahora ocultos en lo más profundo de su ser.

Si por nuestra parte no nos sentimos con fuerzas para ayudar a nuestra pareja, siempre podemos sugerir que se aproxime a un profesional para que le ayude, para que le muestre las herramientas con las que cuenta para ser una persona más.

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El hombre gentil

sábado, 3 febrero, 2018

Mark había sido nombrado caballero al poco de cumplir la mayoría de edad.  Fue en ese momento cuando el herrero de los caballeros reales le ofreció aquella reluciente armadura con la que, montado a lomos de su corcel blanco, comenzaría a cabalgar por los polvorientos caminos del condado ayudando a los desvalidos, ayudando a las mujeres en apuros y haciendo que la justicia de su rey llegase a todos los rincones del reino.

Pasaron los años, y aquella armadura, un día reluciente, comenzó a perder su brillo debido a las inclemencias del tiempo.  Pero no sólo había perdido el brillo aquella superficie metálica, sino que también se notaban sobre ella los impactos de las espadas que habían intentado herir en alguna ocasión a su huésped, al fuego que había intentado carbonizarlo en algún rescate, y a algún que otro golpe sufrido en las caídas a caballo en medio de un combate.

Mark también sentía a aquella armadura como algo pesado.  Más como una carga del pasado que como algo del presente que le pudiera ayudar.  Así que tomó la decisión de quitársela, poco a poco, pieza por pieza, para comenzar así una nueva vida como caballero de una nueva generación.  La generación de los hombres gentiles.

Mientras los años pasaron y su armadura había sido restaurada y puesta en el salón para recordar tiempos pasados con sus amigos e invitados, Mark se sentía cómodo siendo cortés y galán con las mujeres, siendo educado, respetuoso y de maneras consideradas y, sobre todo, haciendo lo que era moralmente correcto.  En definitiva, siendo un hombre gentil o un caballero de la nueva generación.

Un día, Mark conoció a una mujer de ojos y sonrisa deslumbrante.  Una mujer que hizo que su corazón palpitara de nuevo como nunca hasta ahora había palpitado; por lo que se acercó a ella para conocerla y averiguar más sobre quién era, de dónde venía, qué le interesaba y, en especial, si podía tener algún interés por él para poder tener una vida en común.

Aquella mujer respondió de manera positiva a los comentarios de Mark, por lo que muy pronto comenzaron a salir juntos.  Aquella mujer venía de un castillo donde los hombres seguían vistiendo sus armaduras cuando salían a cabalgar para impartir la justicia del rey por sus dominios.  De un castillo donde los hombres decían a las mujeres lo que tenían que hacer.  De un castillo del que ella quería escapar para tener una nueva vida.

Mark no pudo nada más que invitar a aquella mujer a su casa, donde ella podría ser libre de aquellas ataduras, de aquellos lazos que no la permitían desarrollarse como mujer y que la tenían confinada en algo que no era.

Al entrar por primera en el salón de la casa de Mark, aquella mujer no pudo más que fijarse en la armadura que, en un lugar preferente de aquella habitación, mostraba lo que aquel hombre había sido una vez tiempo atrás.  La mujer no pudo reprimir su entusiasmo y le pidió a Mark que se pusiera de nuevo aquella armadura que ahora volvía a relucir.

Mark se lo pensó un par de veces antes de desmontar aquel pesado traje de acero que no se había puesto en tantos años.  Sin embargo, la insistencia de aquella mujer, quien no dejaba de decir que un hombre no era un verdadero caballero si no llevaba puesta su armadura, hizo que Mark cediera y se pusiera, de nuevo, su armadura.

Pasaron los días, y aquella mujer parecía estar feliz con Mark paseando por los caminos con su armadura.  Sin embargo, a Mark, aquella armadura que un día llevó con orgullo, le resultaba pesada y fuera de lugar en los días que corrían, por lo que, sin aviso previo, se la quitó y la volvió a poner de adorno en su salón.

Al ver aquel cambio, la mujer se sintió defraudada, ¿por qué no quería llevar su amado aquella armadura?  Ya no lo podría lucir por las calles de la ciudad, ya no podría sentirse cuidada por una persona que no era como los que ella había conocido en su castillo.  Unos caballeros con armadura a los cuales tampoco apreciaba y de los que quería huir.  Así que, decidió que, si su amado no volvía a ponerse su armadura, ella partiría de nuevo hacia su castillo donde esperaba encontrar a un hombre de reluciente armadura que la cuidara.

Mark lo pensó detenidamente durante muchos días y, aunque amaba a aquella mujer que un día apareció en su vida y a la que intentaba salvar de las garras de su vida pasada, decidió que la carga que tendría que soportar con su antiguo traje de metal, era una carga que no estaba dispuesto a realizar; ya que llevaba años formándose como un hombre gentil, un caballero de su tiempo, sin tanto peso que llevar sobre sus hombros, sin que si imagen fuese lo más importante, sino sus acciones y su interior; por lo que dejó partir a aquella mujer hacia su castillo, donde esperaba encontrar la felicidad.

Los caballeros no siempre llevan elegantes y relucientes armaduras, sino que pueden llevar trajes más livianos que les facilitan los movimientos, con los que están más cómodos y con los que pueden seguir siendo hombres gentiles con las personas que les rodean y, en especial, con las que quieren.

Lo más importante en una pareja no es el exterior, ya que este, con el tiempo, se va marchitando, sino que lo más importante es que haya cosas en común, que ambas partes se quieran, comprendan y ayuden a desarrollarse, con paciencia y amor todos los problemas son más sencillos de solucionar.

Pero intentar que una persona sea como uno quiere que sea puede hacer que la otra parte pierda su personalidad, su singularidad, comenzando así una lucha en la que ninguna de las dos partes va a salir ganadora.

De igual manera, el saber qué es lo que uno quiere es importante ¿queremos que se nos trate como hace cincuenta años o queremos ser una persona de hoy en día?  Está claro que todo no lo podemos tener, por lo que tendremos que decidir qué es lo más importante para cada uno de nosotros.

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