El caballo desbocado

7 abril, 2018 por mycoach

Margarita era una joven a la que le encantaban los caballos.  Su pasión por estos animales no era algo reciente, sino que se remontaba a su más tierna infancia.  Desde que tenía uso de razón Marina había deseado montar en estos majestuosos animales y galopar por las verdes praderas junto a su manada de perros.

Desde aquella primera vez en la que Marina había subido a lomos de aquel magnífico caballo blanco de larga melena habían pasado unos cuantos meses.  Meses durante los cuales había recibido clases de monta cada fin de semana en el Club que frecuentaba y hoy, por fin, era el día en el que saldría al campo por primera vez.

Margarita se puso su chaqueta y pantalón de montar, se enfundó sus botas granates, cogió la fusta y el casco y se acercó al establo donde estaba su caballo.  Un caballo que, aunque ya tenía su edad, era un corcel elegante y fuerte.  Un animal de toda confianza para personas con su experiencia.

Margarita sacó al animal del establo y le dio cuerda durante unos minutos para calentar la musculación de su amigo y desfogarlo un poco antes de la monta.  Tras diez minutos de trote, Margarita disminuyó el ritmo de actividad, se acercó al bocado y le quitó la cuerda.  Luego pasó las riendas por encima de su cabeza.  Puso el pie en el estribo.  Agarró fuertemente la silla y se impulsó para sentarse en ella.  La amazona y su animal estaban listos para comenzar su aventura.

Los primeros pastos no estaban muy lejos del Club, por lo que en un par de minutos ya se encontraban en campo abierto.  El paisaje era espectacular.  La hierba estaba tan alta después de las lluvias y el buen tiempo que había hecho durante los últimos días que apenas se veía saltar a los conejos de un lado a otro del camino.  Los pájaros cantaban de alegría, saltando de rama en rama mientras hacían las delicias de los que por allí pasaban.  Margarita estaba feliz, sólo le faltaban sus perros para gozar plenamente de aquel paseo.

El tiempo pasó volando mientras galopaba por la campiña y, para cuando se quiso dar cuenta, era la hora de comer.  Tenía que dar la vuelta y volver al Club, donde había quedado para tomar algo con unos amigos.  Al tirar de una de las riendas para hacer girar al caballo, éste dio un tirón con la cabeza y salió a galope tendido.

Aquel brusco movimiento del animal hizo que Margarita soltara las riendas y se le saliera el pie izquierdo de su estribo.  Margarita había perdido el control del animal.  Se encontraba a expensas de aquel animal.  En su cabeza, y por alguna extraña razón, Margarita aceptaba aquella situación no deseada: “Bueno, no es lo que yo quiero, pero tampoco puedo hacer nada para cambiar la situación”.

Margarita se sentía impotente para emprender cualquier acción que pudiera revertir la situación.  Su cerebro se sentía incapaz de resolver aquello, tal vez con el objetivo de justificarse y mantenerse tranquilo.  ¿Cómo iba a poder influir sobre aquella bestia para que las cosas cambiaran?  Margarita parecía enfrentarse a una situación que escapaba de su control y sobre la que no podía intervenir.  Parecía no tener capacidad de decidir sobre su vida.

Mientras el caballo seguía desbocado y ella no hacía nada por evitarlo pasó junto a un hombre que, al tiempo que se apartaba para no ser arrollado por la amazona y su caballo, gritó: “¡Responde, hazte con las riendas!”

Aunque parecía que el mensaje de aquel hombre no había sido escuchado por la amazona, en la mente de Margarita se comenzaron a activar ciertas neuronas que comenzaron a tirar de los recuerdos de las clases previas donde le habían comentado qué hacer en este tipo de situaciones.

Margarita se dio cuenta de la situación, tenía que hacerse responsable de ella si no quería sucumbir o tener un accidente.  Eligió no asustarse y permanecer tranquila.  Eligió hacerse responsable de la situación, por lo que lo primero que hizo fue poner el pie de nuevo en el estribo para recuperar el equilibrio.  Después recuperó las riendas, agarrándose fuertemente y colocando su cuerpo en una posición adecuada para el galope.  Verificó el entorno para comprobar que no había otros caminantes, ciclistas, perros u otros caballos.  Evaluó la gravedad de la situación y, como no había peligros inminentes, jaló las riendas para disminuir la velocidad del caballo apalancando su boca.  Cuando el animal fue lo suficientemente lento, Margarita hizo girar en círculos al caballo acortando la rienda interior y jalándola lo más fuerte posible hasta que el caballo se detuvo por completo.

Mientras Margarita recuperaba la respiración, el caminante que hacía escasos segundos le había alertado, llegó jadeante junto a la bestia y le preguntó: “¿Te encuentras bien?”  Ella, aun con el susto en el cuerpo, le miró, se sonrió y dijo: “¡Sí, gracias, hoy he vuelto a tomar las riendas de mi vida!”.

Cuando una persona acusa de sus problemas a todo aquello que le rodea, decimos que está adoptando el papel de víctima, un lugar desde el cual no es responsable de lo que ocurre porque, la culpa, está en algún lugar ajeno a ella; permitiendo así justificarse y mantenerse tranquila, aunque eso conlleve aceptar una situación no deseada.

Frases como “no tengo tiempo“, “no puedo ir“, “no tiene solución“, “no se puede“, “no es mi culpa“, son ejemplos claros de esta postura cuyo objetivo es la búsqueda de la inocencia.  La responsabilidad de lo que ocurre no es mía, sino de un tercero; esperando que sea este quien se haga cargo de lo que está pasando.

Desde esta postura nuestras conversaciones se llenan de explicaciones, de excusas, y se vuelven reiterativas, formando bucles sin fin de los que es complicado salir.  La persona se siente resentida, ni perdona ni olvida acontecimientos sin importancia del pasado, se queda enganchada en lo que ocurrió, lo que nos dijeron, aquello que no fue y podía haber sido.  Se hace así más difícil visualizar el futuro, generar acciones que puedan dar una solución y asumir la responsabilidad de llevarlas a cabo.  Y esto es garantía de frustración e insatisfacción.

Por el contrario, cuando nos responsabilizamos, cuando cambiamos ese observador y analizamos la situación preguntándonos ¿qué puedo hacer YO para cambiar esto que me preocupa?  ¿Qué responsabilidad tengo YO en lo que ha pasado?; significa que tenemos la capacidad para actuar, para encontrar una respuesta satisfactoria, de influir en aspectos o acciones que se pueden tomar para intentar resolver la situación, permitiendo que surjan ideas para solucionar los problemas.

La responsabilidad supone ser dueño de nuestras propias acciones y actuar en consecuencia, reconociendo los errores cuando se cometen y aprendiendo de ellos.  La responsabilidad supone tomar las riendas de nuestra vida y tener el valor de reconocer qué parte somos del problema y emprendiendo acciones que nos permitan alcanzar nuestros objetivos.

Si vemos que no podemos hacerlo solos, siempre podemos solicitar ayuda a un profesional que nos puede orientar y guiar en este camino hacia la mejora personal.

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Esta entrada fue publicada el sábado, 7 abril, 2018 a las 10:54 por mycoach y está en la categoría coaching personal. Puedes seguir cualquier respuesta a esta entrada a través del feed RSS 2.0. Tanto comentarios como pings están actualmente cerrados.

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