El aniversario

21 julio, 2018 por mycoach

El teléfono sonó una vez.  Y otra.  Y una tercera.  Jon salió de la ducha empapado y descolgó.

¿Diga? ¿Quién es? – preguntó.

Buenas tardes, Señor.  Soy el chofer que ha solicitado para recoger a la señorita Marina del aeropuerto.  Tan sólo era para decirle que esté tranquilo que ya estoy aquí a la espera de que llegue su vuelo – comentaron desde el otro lado del teléfono.

Muchas gracias.  Se lo agradezco – respondió Jon mientras se secaba con una toalla la cabeza.

Eran las 20:30 horas y apenas quedaba una hora para que Marina apareciese por la puerta de casa.  ¡Cómo se había pasado el día!  Y eso que se había levantado temprano para ser sábado.  Pero no le importaba, ya que este sábado era uno muy especial.  Hoy se cumplían nueve meses desde que Jon besaba a Marina por primera vez, también un sábado, también cuando volvía de viaje, y también en aquella misma casa.

Sí, ya habían pasado nueve meses desde aquel beso.  Nueve meses donde no sólo habían forjado una relación, sino algo más profundo.  Sí, es posible que el comienzo fuese un poco tormentoso hasta que los dos se fueron haciendo el uno al otro, pero gracias a la comprensión, el respeto, la comunicación, el entendimiento y las ganas de mejorar, aquella relación había triunfado.  Pero claro, todo esto no sería posible si no existiera ese amor entre ambos.  Un amor que todas las personas que les rodeaban podían ver a través de las muestras de cariño y la complicidad que había entre ambos.

Jon salió del baño.  Sobre la cama de la habitación tenía el pantalón y la camisa que se iba a poner esa noche, pero como todavía tenía que hacer un par de cosas por la casa, se puso el vaquero y la camiseta que estaban sobre la silla mientras lanzaba un silbido seco y fuerte.  El ruido de las uñas contra la madera del suelo no se hizo esperar.

A los pocos segundos entraban por la puerta de la habitación los dos perros que saltaban sobre el taburete de la cómoda y comenzaban a mover la cola sin saber lo que les esperaba.  Jon, con una sonrisa maléfica, sacaba un par de esmóquines tamaño perruno del armario y los ponía sobre la cama.  Cogió a uno de los perros y lo enfundó en aquel trajecito mientras el otro, todavía sobre el taburete, no tenía muy claro si quedarse quieto o escapar.  Una vez enfundado el primer traje en uno de ellos, pasó a por el segundo, mientras el primero de ellos intentaba quitarse aquella chaqueta, pantalón y pajarita negra sobre camisa blanca.  Una vez estuvieron ambos vestidos, Jon salió de la habitación perseguido por los dos mini-caballeros.

Jon hizo un último recorrido por el salón.  Todo estaba listo.  Pasó a la cocina.  Abrió el horno.  El pescado estaba en su punto, justo para darle un golpe de calor antes de que lo fueran a comer.  Abrió el frigorífico.  Todo estaba en su sitio y listo para ser servido.  Fue a la entrada de la casa.  Abrió la bolsita de pétalos de rosa y los esparció uniformemente por la entrada, a modo de manto rojo.  Ya estaba todo listo.  Ya se podía cambiar de ropa.

Jon se había quitado el vaquero y la camiseta y los había puesto sobre la silla de la habitación mientras los dos mini-caballeros le observaban subidos en el taburete con la esperanza de que les quitara aquellos ridículos trajes.

Jon se había puesto el pantalón y se estaba poniendo la camisa con una sonrisa en la cara – por la escena tan cómica que tenía frente a él sobre el taburete – cuando volvió a sonar el teléfono.

¿Dígame? – dijo Jon

Señor, soy el chofer que había venido al aeropuerto – respondió la otra voz.

Sí, dígame ¿hay algún problema? – replicó Jon

Señor, me temo que tengo malas noticias.  Nos acaban de informar de que el vuelo en el que venía su mujer se ha estrellado en el mar.  Parece que no hay supervivientes. Voy a intentar averiguar algo más y le mantengo informado.  Lo siento – contestó el chofer.

Las piernas de Jon se aflojaron y le hicieron sentarse sobre la cama.  No se lo podía creer.  No daba crédito a las palabras del chofer.  Marina había muerto.  Ya no volvería a verla de nuevo.  Ya no volvería a estar en su vida.  Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras los dos mini-caballeros bajaban del taburete y saltaban sobre la cama para ponerse a su lado intuyendo que algo había pasado y que su amo necesitaba ser reconfortado de alguna manera.

Pasados unos minutos Jon se armó de valor, cogió fuerzas de flaqueza y se levantó.  Salió del cuarto seguido de sus mini-caballeros y fue al salón, donde comenzó a retirar los platos de la mesa para llevarlos de nuevo a sus correspondientes armarios en la cocina.

Una vez guardados los platos y la cubertería, Jon abrió el horno.  ¿Qué iba a hacer con aquel pescado?  Lo de menos era el pescado ahora ¿Qué iba a hacer con su vida ahora que Marina ya no estaba en ella?  El mundo se le volvió a caer encima.  El corazón se le apenó y una sensación de malestar y odio le invadió todo su ser cuando, de repente, se oyeron unas llaves abriendo la puerta y los perros salieron escopetados hacia la entrada ladrando.  Jon los siguió.

Jon se quedó de piedra al llegar a la puerta y ver a los perros saltando y ladrando a Marina mientras ésta dejaba las maletas sobre el suelo y los acariciaba como cada vez que llegaba a casa.

¿Y esa cara?  Parece que hayas visto a un fantasma – comentó Marina mientras se acercaba con una sonrisa para besar a su pareja.

¿Qué haces aquí? – preguntó Jon

¿Cómo que qué hago aquí?  ¿Acabo de llegar de viaje y me recibes así? – replicó Marina.

¿Pero no estabas en el avión? – dijo Jon

No, no he venido en el avión que tenía previsto porque me quitaron la última reunión y cogí el anterior – respondió ella.

Jon no se lo podía creer.  Se acercó a Marina y la abrazó como nunca lo había hecho hasta entonces.  La miró a los ojos y la besó mientras decía: “Te quiero y nunca dejarás de sorprenderme”.

Las personas solemos tener ciertas expectativas sobre las personas que nos rodean o sobre nuestra vida y lo que queremos hacer con ella.  Son estas expectativas las que hacen que, cuando esa persona (o esa situación) no es como nosotros la imaginábamos, nos sintamos decepcionados.  Esta decepción hace que nos alejemos de la persona que tenemos a nuestro lado, que nuestro corazón se enfríe.

Sin embargo, si somos capaces de ver cómo es esa persona realmente, con sus limitaciones y sus fortalezas, entonces, desde la realidad de lo que nos puede ofrecer, seremos capaces de hablar con ella para mostrarle cómo nos sentimos y cómo podemos mejorar la relación.  Desde esta posición, será más complicado que nos decepcione esa persona, porque sabemos hasta dónde puede llegar; y lo único que puede hacer a partir de ese momento, es sorprendernos gratamente, porque cuando se da cuenta de las cosas y quiere salir de su zona de confort, cuando quiere ampliarla, es entonces cuando nos sorprende.

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Esta entrada fue publicada el sábado, 21 julio, 2018 a las 8:00 por mycoach y está en la categoría coaching personal. Puedes seguir cualquier respuesta a esta entrada a través del feed RSS 2.0. Tanto comentarios como pings están actualmente cerrados.

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