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Educar en las aulas

miércoles, 8 septiembre, 2010

Durante este periodo estival he tenido la oportunidad de confirmar la capacidad de los niños para retozar de manera incesante durante periodos de tiempo que rondaban entre las doce y las dieciséis horas en función de la edad del churumbel.  No importaba si estaban en la playa, en la piscina, en una terraza de verano o en la mismísima Administración Pública, que estas diminutas criaturas no paraban de saltar y brincar entre personas, toallas, sillas y cualquier objeto que se les pusiera por delante, llevando a la desesperación tanto a sus padres como a todas aquellas personas que en ese momento se encontraran congregadas en aquel lugar.  Tal vez sea esta una de las razones por la que los padres estén deseando que comiencen las clases, para librarse por unas horas de estos diablillos y que sean las aulas las que los metan en cintura.

Hace unas décadas, cuando una gran parte de la población estaba sin escolarizar y las mujeres trabajaban en el hogar, era responsabilidad de los padres el enseñar a sus hijos los buenos usos de urbanidad y cortesía, así como de someterlos a una conducta que se consideraba correcta.  Si los padres no tenían éxito en esta tarea se esperaba que el Servicio Militar Obligatorio proporcionase a los quintos esas conductas necesarias para convivir en sociedad.  Mientras tanto los profesores se dedicaban exclusivamente a desarrollar las facultades intelectuales del niño por medio de preceptos, ejercicios y ejemplos en las escuelas.

La sociedad de este siglo poco tiene que ver con la de nuestros padres.  Ahora vivimos en una sociedad democrática en la cual el papel de la mujer es muy relevante en el mundo laboral comparado con el de sus antecesoras.  La mujer actual tiene acceso a la Universidad y a un puesto de trabajo que la permite tener su independencia económica.  Asimismo el papel del hombre en el hogar ha cambiado drásticamente.  De no hacer nada en casa ahora es uno más a la hora de compartir las tareas domésticas, entre las que se incluye la educación y el cuidado de los hijos.

Sin embargo es la educación de los hijos lo que más se descuida en la sociedad actual.  Bien porque los padres llegan cansados del trabajo y consideran esta tarea como algo pesado que les impedirá disfrutar de sus hijos el poco tiempo que pueden disfrutar de ellos, o bien porque nuestras fantasías nos impiden regañar y marcar unos límites, ya que a los ojos de nuestros hijos podemos ser vistos como personas autoritarias que coartan sus libertades.

En cualquier caso es importante tener en cuenta que el papel actual de los colegios no es el de enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía, algo que de momento sigue estando en el tejado de los padres, sino el de enseñar aquellas materias básicas para que una persona pueda desenvolverse en la sociedad.  Tal vez los colegios deban comenzar a adaptarse a esta tendencia social donde los padres reclaman más ayuda para disfrutar de sus hijos.  O tal vez los padres deban dejar a un lado ciertas fantasías que deterioran la identidad de sus hijos al aportar conductas poco apropiadas para nuestras sociedad.

También es importante recordar que tanto padres como profesores necesitan trabajar conjuntamente para desarrollar completamente las habilidades de sus hijos, y que en algunos casos la elaboración de talleres donde participan ambas partes pueden ser una herramienta muy útil para desarrollar esas habilidades que nos permitirán educar mejor a nuestros hijos al tiempo que nos aportan un estímulo para enseñar las diferentes materias a nuestros alumnos.

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Criando parricidas

martes, 6 julio, 2010

Hace poco me contaban una escena que tuvo lugar en el metro entre una madre y su hijo de corta edad.  El comportamiento de la criatura, revoloteando por todo el vagón y molestando al resto de pasajeros, no debía ser el que la madre deseaba en ese momento para su churumbel, por lo que cuando el angelito colmó la paciencia de su progenitora ésta le lanzó un cachete para marcar el fin de un comportamiento que la estaba poniendo en evidencia ya que no era del todo apto en dicho entorno.

Sin querer entrar en la polémica de si la madre se extralimitó al darle un tortazo a su hijo, o de si ésta debió concluir el comportamiento de su hijo mucho antes para evitar llegar a esa explosión emocional, la situación descrita en el párrafo anterior puede ser bastante normal en una relación entre padres e hijos.  Sin embargo, lo que realmente llama mi atención no es el hecho de la agresión física, aunque esta tenga su importancia, sino los comentarios que la madre y posteriormente la amiga que la acompañaba realizaron al galopín.

Tras el manotazo, la madre abroncó a su hijo en tono desafiante con un: «¡A ver, devuélveme, devuélveme el tortazo!»  Mientras que su amiga reprendía al mozalbete con un: «!qué cobarde!, ¡vaya cobarde!».

Está claro que la criatura no tenía el tamaño ni la fuerza para devolver el tortazo a la madre.  De hecho, es posible que si hubiera amagado para darla un golpe ésta le hubiera respondido con un guantazo que le hubiera puesto la cara del revés.  Es posible que la criatura también estuviera falta de ánimo y valor para tolerar la desgracia que le había caído en forma de bofetada, tal y como afirmaba la amiga, pero también es posible que en su todavía aturdida cabecita se escuchara una vocecilla que decía: «¡Espera, espera a que sea grande y ya veremos si te atreves a darme otro tortazo.  Ya veremos quién es el cobarde entonces!«.

No sé si este tipo de desafíos son la causa de que a fecha de hoy no sea raro escuchar en las noticias casos de hijos que maltratan a sus padres, pero las observaciones que llevo realizando durante los últimos meses me demuestran una laxitud en la educación que proporcionan los padres a sus hijos.

Tal vez esta laxitud sea el efecto rebote de una educación más estricta recibida en las familias y colegios durante los años 50 y 60 del siglo pasado.  O probablemente sea debido a que algunos padres de hoy en día no tuvieron ciertas libertades en los años de la dictadura y quieren que sus hijos sean totalmente libres para hacer lo que quieran.  O quizás sea debido a que los padres del siglo XXI no tienen el tiempo ni la energía suficiente para corregir y educar a su prole después del trabajo.

En cualquier caso hay que tener en cuenta que estas pequeñas criaturas son las que gobernarán y regirán nuestra sociedad dentro de unos años y, como padres y ciudadanos, debemos ser responsables y preguntarnos si son los comportamientos y valores que estamos inculcando en nuestros hijos los que queremos que tengan nuestros futuros directivos y gobernantes.

Si, todavía estamos a tiempo de reeducar a estas maravillosas criaturas para que cambien.  Lo único que necesitamos es aumentar nuestra fortaleza mental para identificar cuáles son nuestros objetivos para con ellos, cuáles son los valores que queremos inculcarles, cuál es nuestra responsabilidad como padres.  En todo esto nos pueden ayudar desde orientadores expertos en el tema hasta coaches que nos acompañarán en este camino sin que fracasemos en el intento.

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