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¿Cuánto valgo?

miércoles, 3 noviembre, 2010

Si te pregunto por el precio de un producto determinado es posible que lo puedas saber de memoria porque es un elemento que utilizas a diario.  Si no tienes tanta suerte tendrás que preguntar a alguien, bajar a la calle a buscarlo en alguna tienda o localizarlo por Internet.  Si ahora te pregunto por el valor que tiene ese producto para ti es posible que tardes un poco más en responder pero podrás hacerlo, e incluso indicar si ese producto es caro o barato en función de tus necesidades actuales.  Y si ahora te pregunto ¿cuánto vales tú? ¿Cuánto tardarás en responder?

Las personas sabemos lo que cuesta todo aquello que tenemos a nuestro alrededor, e incluso el valor que tiene cada cosa para nosotros, pero nos sigue resultando complicado saber lo que nosotros valemos, en especial si nuestra autoestima está baja. Aunque es posible que no sepamos lo que valemos en este preciso momento existen ocasiones en las que podemos tener una idea más aproximada.

La primera ocasión en la que comenzamos a cuestionarnos nuestra valía es cuando tenemos un trabajo en el que no nos sentimos realizados.  En este caso se suelen escuchar frases como «no me pagan lo suficiente para el trabajo que hago«.  Nosotros creemos que el salario que nos pagan no se ajusta a lo que valgo, por lo que es posible que me revele contra mis superiores y les comience a pedir un aumento de sueldo antes de comenzar una huelga de brazos caídos si no me lo otorgan.

Otro momento en el que podemos identificar nuestro valor es cuando salimos al mercado de trabajo.  Cuando estamos buscando trabajo de forma activa es cuando realmente podemos saber lo que las empresas me valoran, bien porque en las ofertas ponen el salario que ofrecen para realizar ciertas tareas o bien porque durante la entrevista me lo confirman o incluso preguntan directamente: «¿por cuánto te cambiarías de empresa?».

Aún teniendo el dato del salario sobre la mesa es posible que me siga costando saber cuánto valgo, ya que el valor como profesional es diferente al que tengo como persona, por mucho que a las empresas les parezca que el uno va integrado en el otro.  Tal vez sea esta la razón por la que ninguna persona que se siente frente a ti durante una entrevista te pregunte: ¿mientes? ¿robas? ¿eres deshonesto? Porque además de ser preguntas que pueden considerarse políticamente incorrectas, es probable que se asuma que los candidatos vienen «de fábrica» con el kit completo de valores personales, o que vienen libres de pecado y que es «el poder el que corrompe a la persona«.

No obstante, en esta sociedad cuyo gobierno tiende hacia la kakistocracia y donde la corrupción de los altos directivos y cargos políticos está a la orden del día, no desmerecería mucho ni sería inadecuado comenzar a preguntar por los valores de la persona, e incluso que esta pregunta fuese recíproca, es decir, que el candidato la hiciera sobre la empresa, ya que podría darse el caso en el que los valores de la empresa fueran contradictorios con los suyos y le resultara imposible trabajar en dicho entorno.

En cualquier caso sería interesante ver la cara del candidato cuando la entrevistadora le pregunta ¿cuáles son tus valores personales? Su semblante, además de perder todo su color de golpe, sería todo un poema.  Y de haber una respuesta ante tal interrogante es posible que incluyera alguna que otra mentira piadosa ante la que la entrevistadora tendría que poner casi la misma cara de desconcierto.  Además, seguro que es más sencillo sacar leyes como la Sarbanes Oxley de 2002, que evita fraudes en las empresas que cotizan en la bolsa americana, que preguntar al candidato por sus valores.

El tener valores personales como la honestidad, la sinceridad o la lealtad no es algo retrógrado sino progresista, ya que son los empleados de la empresa y sus valores los que permitirán el progreso de la misma.  Las personas debemos deshacernos de viejas ideas como el «todo vale para conseguir nuestro objetivo» y comenzar a valorar no sólo las habilidades técnicas de los candidatos para realizar las tareas encomendadas, o sus habilidades interpersonales para gestionar y liderar a los equipos, sino además las cualidades que los hacen ser personas de provecho, ya que son estas cualidades y valores los que reflejarán ante nuestros clientes, subordinados e incluso otras sociedades.

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Gobierno de los mejores

miércoles, 10 febrero, 2010

Al igual que en tiempos pasados, hoy en día no es raro encontrarse con personas que se alejan del ideal de perfección para conformarse con la mediocridad; que apartan a los mejores del camino para aplaudir a los peores; que siguen el camino de menor esfuerzo y que sustituyen la calidad por la cantidad. En este clima social poco apto para la mejora personal ¿cómo guío y dirijo mi propia persona?

El gobierno de una persona se puede asemejar a dirigir una nación o Estado.  De este modo, una persona sin experiencia en estos asuntos podría modelar los comportamientos de los políticos que gobiernan su país para gobernarse a si mismo.

Juan de Mariana adelantaba en su libro De Rege et regis institutione escrito en 1599 «[…] Mas cuando los honores y cargos de un Estado se reparten a la casualidad, sin discernimiento ni elección, y entran todos, buenos y malos, a participar del poder, entonces se llama democracia.  Pero no deja de ser una gran confusión y temeridad querer igualar a todos aquellos a quien la misma naturaleza o una virtud superior han hecho desiguales«.

Por su parte, el filósofo argentino Jorge Luis García Venturini, confirma en su artículo «Aristocracia y Democracia» – publicado en el diario La Prensa en 1974 – que para muchas personas la democracia comienza a ser equivalente a mediocridad (mediocracia) e incluso lo lleva al extremo de ser el acceso al poder de los menos aptos, de los incapaces, y lo define abiertamente como kakistocracia o lo que es lo mismo, el gobierno de los peores.

En un ambiente como el descrito por Mariana y García Venturini, en el que el pueblo desconfía de las capacidades y comportamientos de aquellas personas que deben dirigir su país, es complicado que una persona pueda desarrollar sus habilidades de autogobierno imitando los comportamientos de sus gobernantes, ya que para triunfar y ser mejor lo óptimo no es adoptar las habilidades de los menos aptos ni de los incapaces, sino de aquellas personas que ya han triunfado en el campo que se quiere desarrollar.  Aún así podemos encontrar en la historia reciente grandes políticos como Mahatma Gandhi, Winston Churchill, Nelson Mandela, y más recientemente el premio Nobel de la paz Barack Obama a los que poder modelar.

Afortunadamente Juan de Mariana también afirmaba en De Rege que «La república, verdaderamente llamada así, existe si todo el pueblo participa del poder supremo; pero de tal modo y tal templanza que los mayores honores, dignidades y magistraturas se encomienden a cada uno según su virtud, dignidad y mérito lo exijan.«

Si tenemos en cuenta la virtud, la dignidad y el mérito de las personas a la hora de otorgar los honores, entonces podemos hablar de meritocracia, aunque estuviera cargado de contenido negativo cuando se utilizó por primera vez en 1958 por el escritor Michael Young en su libro Rise of the meritocracy.

Este término se ha asociado recientemente a posiciones conseguidas por mérito personal, como puede ser el ingreso a escuelas o universidades de prestigio a través de sus exámenes de ingreso o puestos de funcionariado que requieren de exámenes de acceso, por lo que estas personas son perfectas candidatas para modelar sus comportamientos y desarrollar aquellas habilidades que puedan ayudarnos a conseguir el objetivo marcado.

De igual manera, y en contraposición a la kakistocracia que apuntaba García Venturini, aparece de nuevo el concepto clásico de aristocracia, que significa fundamentalmente el gobierno de los mejores y no como se entiende popularmente de la clase social que por su linaje tiene privilegios hereditarios, entre los que destaca el de gobernar, y los cuales son inalterables  independientemente de sus valores éticos o capacidad efectiva para ello.

La aristocracia, como en este contexto la entendemos, promueve el valor, el talento, el honor, la capacidad y la virtud como atributos de las personas.  Estos aristócratas se pueden encontrar en algunas empresas que promueven y fomentan este tipo de gobierno, por lo que también pueden ser buenos candidatos a la hora de tomarlos como referencia a la hora de modelar ciertos comportamientos y actitudes.

Ahora está en nosotros el elegir si deseamos ser gobernados por una persona mejor de la que somos actualmente para de esta forma poder alcanzar todos nuestros objetivos, o preferimos conformarnos con lo que somos para mantener viva esa fantasía de lo que podríamos ser pero que irremediablemente nos mantiene bloqueados en nuestra mediocridad actual.

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