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Mandar o liderar

lunes, 7 diciembre, 2009

El Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dijo hace unas semanas: «Quien quiera mandar, que se presente a las elecciones«. Si bien no es este un foro político donde analizar sus palabras o el mensaje que quiso enviar realmente a la oposición, si me parece interesante resaltarlas para mostrar una forma de pensar que puede resultar bastante común en nuestro país.

«Quien quiera mandar, que se presente a las elecciones.» ¿Qué nos sugieren estas palabras? Desde mi percepción es obvio que está dejando claro a sus contrincantes que si quieren dirigir el país tendrán que quitarle su puesto de trabajo como Presidente. Hasta aquí nada que reprochar al Presidente. De hecho, en cualquier organización empresarial pasa lo mismo. Si alguien quiere dirigir una organización deberá estar en algún puesto de responsabilidad desde donde poder cambiar una situación concreta.

Sin embargo, la frase «Quien quiera mandar» llama mi atención, y en concreto la palabra mandar. ¿Cuál es la responsabilidad de un directivo o dirigente, mandar o liderar? ¿Ponemos a gente que sepa mandar en los puestos importantes o a personas que sepan liderar al equipo?

Mandar parece algo sencillo. Algo que casi todos podemos hacer. Sólo hace falta que nos den la autoridad suficiente, que nos pongan en un puesto por encima del grupo al que tenemos que dirigir y… ¡voilà! Ya tenemos a una persona mandando y diciendo lo que cada uno tiene que hacer.

Ahora bien, liderar parece algo más complicado. No todo el mundo parece estar capacitado para liderar, y de hecho tampoco nos encontramos con tantos líderes al cabo del día. En muchas ocasiones las personas compensan su falta de liderazgo con la fuerza que les otorga su puesto dentro de la organización.

La buena noticia es que podemos aprender a ser líderes y despojarnos de esa percepción de autoridad y mando que podemos desprender en nuestro entorno laboral a través de la formación en habilidades interpersonales y el entrenamiento diario en aquellas competencias que definan a un líder. Aquí puede ser de gran ayuda la empresa en la que nos encontramos, ya que, si bien hay algunas competencias que pueden ser transversales en los líderes como la comunicación y la motivación, otras pueden ser más específicas de la empresa en la que nos encontremos.

Así que tal vez debamos modificar nuestros comportamientos para encontrar que cada vez tenemos más seguidores, antes de que nos topemos de bruces con una rebelión a bordo.

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La metáfora del viento

martes, 30 septiembre, 2008

Después de practicar este verano kite-surf (ver Cómo motivar) me he dado cuenta de que una playa es como la cultura de un país.  Cada playa es diferente a la que está un poco más allá, y por muy cerca que esté la una de la otra, tienen corrientes, vientos y hasta arena diferente.  Lo mismo ocurre con los países, podemos tener la misma lengua, pero la entonación, los acentos, e incluso algunas palabras significan cosas diferentes.

Al entrar en la playa nos podemos encontrar con decenas de cometas rasgando los cielos, al igual que al entrar en una cultura nos encontramos con miles de personas caminando por las calles de sus ciudades.  Las personas entonces se convierten en cometas.  Algunas las veremos en el suelo, bien porque acaban de entrar en esa cultura, o bien porque acaban de estrellarse.  Otras estarán en lo más alto, en una zona neutral, en su zona de comodidad mirando a derecha e izquierda pero sin hacer nada.  Y las restantes habrán encontrado esa racha de viento que las lleva de un sitio a otro con una fuerza tal que es capaz de levantar por los aires a un adulto y hacer que tenga tiempo para hacer alguna pirueta antes de volver a tocar las olas.

¿Y cuál es el papel del coach?  El coach es la persona que va sobre la tabla, el deportista que mueve las líneas para que la cometa se mueva.  Pero cuidado, las líneas son las preguntas.  El coach no dirige a su cliente, no lo manipula (o no debería), sino que hace que sus preguntas lo muevan hacia el viento para que la cometa tome altura o atrape ese chorro de aire que lo arrastrará sobre las olas con una fuerza tremenda.

El objetivo del coach puede ser diferente en función del momento en el que coja la cometa.  Así, si la cometa está en el suelo, su función será la de elevarla poco a poco.  Su objetivo será el de aumentar la autoestima de su cliente, porque la razón de la cometa no es otra que volar ¡y puede!  Poco a poco irá alzándose sobre la tierra hasta llegar a lo más alto.  Esa altura a la que toda cometa puede llegar y donde ésta se siente orgullosa de ser lo que es.

Una vez en lo más alto, la función del coach cambia.  El coach comienza a sacar a la cometa de su zona neutral, de su zona de comodidad, moviendo las líneas de un lado a otro, haciendo preguntas.  El coach comienza a notar qué preguntas tienen una respuesta mejor, dónde se aprovecha mejor la fuerza del viento.  El coach tiene que estar pendiente de esas respuestas.  Y una vez encontradas las respuestas con mayor energía intentará mantener a la cometa en esa zona a través de sus preguntas, para así comenzar a desplazarse del lugar en el que se encuentran a otro diferente.

Por último, mientras se desplazan por las olas, el coach deberá intentar que la cometa siga con ese impulso sin salirse de la racha de viento y dejándose llevar por el cliente, pero sin olvidarnos que son las preguntas que él hace las que consiguen que el cliente se mantenga dentro de esa corriente de aire.  Y como observamos, el coach acompaña en todo momento a su cliente en el proceso.

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Hoy tampoco me puedo levantar

lunes, 1 septiembre, 2008

La vuelta al trabajo se puede convertir en una rutina, en algo monótono, en un problema que impide que muchas personas se levanten con la energía que tienen y con la que podrían hacer grandes cosas para la sociedad.

La falta de objetivos profesionales, la ausencia de retos que nos desafíen en nuestro día a día hacen que la vuelta al trabajo suponga una «crisis postvacacional» de la que nos puede costar salir. Esta falta de motivación hace que todo lo que sucede a nuestro alrededor sea captado como algo negativo y no nos permita vivir la vida plenamente.

Por ello, es importante tener unos objetivos profesionales claros, un plan para conseguirlos y un espíritu de cambio para que nuestra vida no se quede «donde está«, sino que avance hacia «donde quiero estar«. Tal vez sea el momento de buscar a ese profesional que me permita alcanzar mis objetivos en menos tiempo, evitando así muchos problemas que el futuro me puede deparar si sigo en esta línea.

De no ser así nos podríamos encontrar en una situación similar a la de nuestro protagonista:

«De fondo parece escucharse la canción «Living my religion» de R.E.M. Y ahora «Like a virgin«, de Madonna. ¿Por qué se escucha cada vez más fuerte? ¿Qué ocurre? ¡Maldita sea, es el despertador! Lanzo mi mano hacia la mesilla de noche donde está el radio-despertador para apagarlo, al tiempo que me giro ligeramente y abro un ojo para ver la hora que marca. ¡Las 7:10! ¡si ni siquiera están puestas las calles a esta hora!

Respiro profundamente con la intención de oxigenar las pocas neuronas que están activas a estas horas mientras noto como mi cuerpo me pide quedarme un rato más en la cama, posiblemente debido al viajecito que tuve ayer ¡Seis horas! Un trayecto que se puede hacer en dos horas y media sin sobrepasar el límite de velocidad… ¡seis malditas horas encerrado en el coche! Y lo peor de todo no es eso, no. Es que además ahora tengo metida en mi cabeza la maldita música de los niños. Es normal, es la música o los chillidos estridentes de los enanos. Al final fue la música, aunque no consiguiera que se estuviesen quietos. Y mira que los sujeté bien a sus sillas ergonómicas según dicta la ley ¿y los bozales, para cuándo señor ministro? Menos mal que la película de «La sirenita» y «En busca de Nemo» los mantuvieron hipnotizados durante un rato ¡gracias Walt!

Aunque lo mejor de todo fue cuando se escapó el hamster al parar para descansar en el área de servicio. Claro, sólo a una cría de cinco años se le ocurre darle el biberón al pobre bicho para saciar su sed «Papá, es que llevaba mucho tiempo haciendo ejercicio y con el calor que hace tenía sed«. Con lo sencillo que hubiera sido proporcionarle el líquido elemento en su recipiente. Además, de saber que estaba ejercitando sus músculos en esa rueda sinfín lo podría haber conectado al coche para ahorrar combustible, porque la velocidad iba a ser muy parecida a la que llevamos en algunos momentos del trayecto.

Y claro, mientras la pequeña bola de pelos correteaba entre las maletas el perro no dejaba de ladrar como diciendo ¡está aquí inútiles! ¡Dejadme a mi, que lo cojo! ¡Pero dejadme salir de esta caja, que sé dónde está, lo puedo oler! Mientras tanto mi hijo, en su afán por demostrar que a los siete años, y tras la visualización de varios capítulos de «El encantador de perros» uno ya tiene autoridad suficiente como para dominar al perro, no paraba de decirle al pobre can ¡caya Homer! ¡Te he dicho que no ladrés más! ¡Homer, que te cayes he dicho! ¡Pues a César le sale, así que cállate te digo!

Al final conseguimos meter en su jaula al pequeño bicho, pero la historia no termina aquí, no. Al llegar a casa comienza el proceso de sacar las maletas y las cajas del coche. Obviamente no hay nada tan fácil, a menos claro, que tu hija no encuentre a su muñeca favorita y se pase un buen rato subiendo y bajando del coche, metiéndose entre las maletas, entre tus piernas y, después de haber molestado un buen rato, por fin la encuentra. Una pena que la encontrara dentro de la caja del perro toda mordida y babeada ¡Menuda tragedia! ¡Qué estruendo! ¡Qué capacidad pulmonar! Creo que los gritos los pudieron escuchar en Australia. ¿Pero cómo llegó ahí la maldita rubia? Todas la miradas fueron de inmediato hacia mi hijo, quien con cara de no haber roto un plato dijo «¿y cómo querías que callara a Homer?«

Después llegó la hora de deshacer las maletas, salvo la de la pequeña, que esa ya venía deshecha desde que la hizo ella solita para demostrar que era toda una mujercita. Aunque la de mi hijo tampoco se puede decir que fuera una maleta. Más bien era un zoo, con cientos de cajitas, jaulas y tarros de cristal llenos de agua donde había guardado todo bicho viviente que había encontrado durante estos últimos días. Porque lo que ahora quiere ser de mayor es otro David Attenborough. Hasta ha hecho un pequeño documental que muestra cómo se comen un Chupa Chups un montón de horimigas -desafortunadamente sobre el vídeo que hicimos mi mujer y yo en nuestras últimas vacaciones en Venecia.

La hora del baño no fue menos interesante. La pequeña quería bañarse con su hamster para quitarle el chorretón de mermelada que había derramado sobre él minutos antes. Eso sí, el baño tenía que ser con las bermuditas que la abuela, en un alarde de creatividad, confeccionó para tan pequeña bola peluda durante las vacaciones. Menos mal que Tommy se duchó rápidamente y no dio apenas guerra. Bueno, guerra no dio, pero la montó sobre su cama cuando se le cayó el bote de hormigas al intentar investigar qué pasaría si metía un escarabajo con un par de gotas de miel sobre su caparazón de quitina dentro del bote de hormigas que llevaban sin comer un par de días. ¡Menos mal que quedaba un poco de insecticida! Aunque hubo bajas dentro del bando de las hormigas, se pudieron salvar las que todavía estaban en el bote y, eso sí, el pobre escarabajo que todavía no sabía lo que estaba pasando y por qué estaba todo pringoso.

Después del cuento de rigor, arropar a todo el mundo -hasta el hamster, quien desde hacía unos días dormía con un pequeño edredón confeccionado, como no, por la creativa abuela- el beso de buenas noches y dar el paseo al pobre Homer que todavía estaba enfadado por no haberle dejado atrapar a la bola con patas en el área de servicio, pude abrazar a mi mujer y caer rendido sin poder darla las buenas noches y sin agradecerla su inestimable ayuda y paciencia -tanto con los niños como conmigo.

Y ahora vuelve a sonar el despertador, lo que quiere decir que hay que volver al trabajo, a afeitarme todos los días, a ponerme el traje y la corbata aunque en el exterior de los edificios haga una temperatura que supera los 30º Celsius, a sufrir los atascos de la gran ciudad y los empujones del metro a primera hora de la mañana, a ver esas caras largas y esa actitud crispada que parece dar la gran ciudad a todas las personas que entran en ella, a aguantar al jefe -quien mejor haría prestando un poco más de atención a su mujer y sus hijos para evitar que le estén llamando continuamente al trabajo buscando algo de atención, crispandole aún más-, a intentar comprender al cliente -quien ve peligrar su puesto de trabajo si el proyecto no sale bien y cada día que pasa está más y más nervioso, en especial porque la crisis está haciendo que su empresa comience a recortar puestos de trabajo-. En fin, a seguir con la monotonía del trabajo que no ayuda en absoluto a que mis pies quieran tocar el suelo para ponerme en pie y comenzar el día.»

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