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La huida de María

sábado, 19 mayo, 2018

María miró las marcas que había ido haciendo en la pared.  Las contó.  Veinticinco.  Llevaba veinticinco días en aquel cuarto.  Veinticinco días que, sumados a los setenta y cinco que llevaba acumulados en otras estancias sumaban cien.

Cien días desde que había visto por última vez a su amado.  Cien días de sufrimiento bajo el yugo de su malvada hermana.  Cien días en los que se había sentido derrotada y sin fuerzas para luchar por lo que ella quería: tener una vida con su amado.  Un hombre del que no sabía nada desde que le dio aquel beso y salió por la ventana en busca de ayuda ¿Qué sería de él?  ¿Dónde estaría?  ¿La seguiría buscando?  ¿La seguiría queriendo?

María estaba cansada de su hermana.  Estaba cansada de vivir como lo estaba haciendo, encerrada entre aquellas cuatro paredes y a expensas de los caprichos de su hermana.  Sí, era cierto que vivir con ella podía ser bueno.  Por un lado, se sentía protegida, nada malo le podía pasar.  Allí estaba su hermana para protegerla si alguien la intentaba hacer daño, pero ¿cómo iban a hacerle daño si nadie sabía que existía, si nadie sabía que estaba allí?  Por otro lado, no le faltaba de nada, tenía todo lo que quería, comida, habitación, entretenimiento… ¿Pero realmente tenía TODO lo que quería?  ¿Dónde estaba su felicidad?  ¿Dónde estaba el sentirse amada?  ¿O es que se había dado por vencida  y se conformaba con lo que tenía, porque era la opción más segura?

Cien días, sí.  Cien días en los que había tenido tiempo para recapacitar.  Cien días en los que había ido cogiendo fuerzas.  Fuerzas para salir de aquella falsa seguridad que le daba su hermana.  Cien días en los que había conseguido tomar una decisión: salir de aquella cárcel en la que vivía encerrada y arriesgarse a vivir la vida, aunque le saliera mal.  ¡Ya estaba harta de ser la víctima de aquella situación insostenible!  Así que éste era el día de su huida.

María no hizo nada diferente a lo que hacía habitualmente para no levantar sospechas.  Se levantó por la mañana.  Se duchó.  Se vistió.  Desayunó.  Y arregló la habitación para que no estuviera desordenada.  Nada diferente a otros días.  Sin embargo, en esta ocasión, María estaba pendiente de los movimientos que hacía su hermana.  Quería saber en todo momento qué es lo que estaba haciendo para saber cuándo se iba de casa para comenzar su huida.

Por fin Mónica terminó de hacer todas sus labores matinales.  Subió a la habitación donde estaba María.  Le dejó una jarrita de agua y se despidió, no sin antes asegurarse de que todas las ventanas y puertas estuvieran bien cerradas para que no pudiera escapar.  María, por su parte, también se despidió de ella como si de un día más se tratara.

María escuchó como se cerraba la puerta principal de la casa, cómo la cerradura daba sus dos vueltas para dejar bien cerrada la puerta; y cómo arrancaba el motor del coche y salía por el camino que llevaba a la carretera.  Había llegado el momento de escapar.

María sacó de entre las páginas de un libro que tenía sobre la mesilla unas láminas de aluminio.  Fue al baño, cogió la lima y el cortaúñas, y se acercó a la ventana.  Dio un par de vueltas a la hoja de aluminio para hacerla un poco más gruesa y la puso entre los imanes que tenía la ventana para evitar que la alarma saltara al abrir.  Cogió el cortaúñas y sacó una pequeña lima de acero que tenía y que utilizaría para hacer saltar el pestillo.  Pero antes tenía que limar un poco la madera para que la lima cupiera.  Se puso manos a la obra.  No había que perder un minuto.

Los minutos pasaron y por fin se escuchó un “clic” que confirmaba que el pestillo de la ventana se había soltado.  Agarró con sus dos manos la ventana y la empujó hacia arriba con todas sus fuerzas.  ¡La ventana estaba abierta y no había sonado la alarma!  ¡Era libre!

Rápidamente sacó una pierna por la ventana.  Luego su cuerpo.  Y por último la otra pierna.  Se dio la vuelta y cerró la ventana otra vez, para que su hermana no sospechara nada.  Antes de ponerse a caminar por aquel tejado, miró a su alrededor, no sólo para ver cuál era la mejor ruta de escape, sino también para comprobar que su hermana no estaba en los alrededores.

Al bajar del tejado y pisar el césped por primera vez no pudo hacer menos que agacharse a olerlo.  Siempre le había gustado el olor a césped recién cortado.  Pero no podía perder tiempo, debía ponerse en camino para evitar a su hermana y llegar lo antes posible donde su amado.

Miró a su alrededor.  No se situaba del todo.  Comenzó a andar en busca de alguna persona que pudiera darle indicaciones, pero no fue antes de un par de minutos divagando por aquella zona de la ciudad que encontró a alguien que la pudiera guiar.  Aquella persona, un hombre de cierta edad, le comentó dónde se encontraba y cómo llegar a su destino; aunque tenía una tirada de casi dos horas andando.  María se puso en marcha, no tenía tiempo que perder.

Los minutos pasaron y los edificios pasaron de serle totalmente indiferentes a serle algo más familiares.  En algún momento de su vida había paseado por aquellas calles y, aunque todavía estaba lejos de la casa de su amado, su corazón comenzaba a palpitar de manera diferente.  Cada calle que cruzaba hacía que su corazón se alegrara.  Cada metro que recorría hacía que su cerebro se alegrara y lanzara todo tipo de hormonas a su torrente sanguíneo.  Estaba claro que no sabía lo que el futuro le deparaba, pero estaba alegre; contenta de haberse arriesgado, feliz de haber roto sus cadenas.

El sol comenzaba a ponerse entre las casas de aquella urbanización cuando María llegó al número seis de aquella calle.  Esa era la casa.  Esa era la vivienda donde residía su amado.  Su respiración se agitó.  Su corazón se aceleró.  ¿Estaría él en casa?  ¿La estaría esperando?  ¿La aceptaría de nuevo en su vida después de tanto tiempo?  Todas estas preguntas sin respuesta hacían que se pusiera aún más nerviosa, pero era un nerviosismo de alegría, de felicidad.

María miró a ambos lados antes de cruzar la calle y comenzar a andar por el caminito que llevaba a la entrada de la casa.  Según se acercaba pudo observar que la puerta estaba entreabierta, como si su amado estuviera esperando a alguien, como si la estuviera esperando a ella, como si no tuviera que llamar para poder entrar porque la estaba esperando.  Su corazón se alegró y siguió andando hacia la puerta, esta vez un poco más deprisa, llena de gozo y felicidad.

De pronto, a sus espaldas, escuchó un chirriar de ruedas, un portazo de una puerta de coche y alguien que gritaba su nombre “¡María, vuelve aquí!”  Su hermana la había encontrado y comenzaba a correr para alcanzarla y llevarla de vuelta a su celda.  María comenzó a correr hacia la puerta de la casa que seguía entreabierta.  ¿Tendría fuerzas para llegar hasta la puerta y salvarse o la alcanzaría su hermana antes de llegar a aquella puerta?

Son muchas las ocasiones en las que posponemos decisiones para no hacer algo que sabemos nos puede doler, aunque sea beneficioso para nuestra vida.  También es cierto que hay personas que necesitan tiempo para identificar qué es lo que les pasa, tiempo para analizar y coger fuerzas para dar solución a sus problemas.  Un tiempo necesario para salir de ese papel de víctima y hacerse responsable de sus acciones, para tomar las riendas de su vida; aunque esto sea una incertidumbre, aunque esto sea un riesgo.  Un riesgo que les puede llenar de felicidad al final del día.

Sin embargo, no es menos cierto que esos fantasmas de los que intentamos escapar están siempre al acecho para llevarnos de vuelta a ese mundo de tinieblas.  A ese mundo en el que vivíamos cómodamente engañados, y debemos correr si queremos salvarnos.  Escapar de ellos para que no nos alcancen y podamos ser, de una vez por todas, felices, amados, plenos.

Aunque tampoco es menos cierto que, en ocasiones, el vivir en ese mundo que nos hemos creado puede ser algo «bueno» para nosotros.  Algo que nos aporta una falsa seguridad y un gozo (porque dominamos la situación) que no queremos perder, por lo que el cambio, en este caso, no se produce, y nos volvemos a adentrar en ese mundo, que para otros, puede ser oscuro y tenebroso.  Pero a nosotros nos gusta esa oscuridad donde nadie puede ver realmente cómo somos, sintiéndonos seguros de que no nos van a hacer daño.

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El caballo desbocado

sábado, 7 abril, 2018

Margarita era una joven a la que le encantaban los caballos.  Su pasión por estos animales no era algo reciente, sino que se remontaba a su más tierna infancia.  Desde que tenía uso de razón Marina había deseado montar en estos majestuosos animales y galopar por las verdes praderas junto a su manada de perros.

Desde aquella primera vez en la que Marina había subido a lomos de aquel magnífico caballo blanco de larga melena habían pasado unos cuantos meses.  Meses durante los cuales había recibido clases de monta cada fin de semana en el Club que frecuentaba y hoy, por fin, era el día en el que saldría al campo por primera vez.

Margarita se puso su chaqueta y pantalón de montar, se enfundó sus botas granates, cogió la fusta y el casco y se acercó al establo donde estaba su caballo.  Un caballo que, aunque ya tenía su edad, era un corcel elegante y fuerte.  Un animal de toda confianza para personas con su experiencia.

Margarita sacó al animal del establo y le dio cuerda durante unos minutos para calentar la musculación de su amigo y desfogarlo un poco antes de la monta.  Tras diez minutos de trote, Margarita disminuyó el ritmo de actividad, se acercó al bocado y le quitó la cuerda.  Luego pasó las riendas por encima de su cabeza.  Puso el pie en el estribo.  Agarró fuertemente la silla y se impulsó para sentarse en ella.  La amazona y su animal estaban listos para comenzar su aventura.

Los primeros pastos no estaban muy lejos del Club, por lo que en un par de minutos ya se encontraban en campo abierto.  El paisaje era espectacular.  La hierba estaba tan alta después de las lluvias y el buen tiempo que había hecho durante los últimos días que apenas se veía saltar a los conejos de un lado a otro del camino.  Los pájaros cantaban de alegría, saltando de rama en rama mientras hacían las delicias de los que por allí pasaban.  Margarita estaba feliz, sólo le faltaban sus perros para gozar plenamente de aquel paseo.

El tiempo pasó volando mientras galopaba por la campiña y, para cuando se quiso dar cuenta, era la hora de comer.  Tenía que dar la vuelta y volver al Club, donde había quedado para tomar algo con unos amigos.  Al tirar de una de las riendas para hacer girar al caballo, éste dio un tirón con la cabeza y salió a galope tendido.

Aquel brusco movimiento del animal hizo que Margarita soltara las riendas y se le saliera el pie izquierdo de su estribo.  Margarita había perdido el control del animal.  Se encontraba a expensas de aquel animal.  En su cabeza, y por alguna extraña razón, Margarita aceptaba aquella situación no deseada: “Bueno, no es lo que yo quiero, pero tampoco puedo hacer nada para cambiar la situación”.

Margarita se sentía impotente para emprender cualquier acción que pudiera revertir la situación.  Su cerebro se sentía incapaz de resolver aquello, tal vez con el objetivo de justificarse y mantenerse tranquilo.  ¿Cómo iba a poder influir sobre aquella bestia para que las cosas cambiaran?  Margarita parecía enfrentarse a una situación que escapaba de su control y sobre la que no podía intervenir.  Parecía no tener capacidad de decidir sobre su vida.

Mientras el caballo seguía desbocado y ella no hacía nada por evitarlo pasó junto a un hombre que, al tiempo que se apartaba para no ser arrollado por la amazona y su caballo, gritó: “¡Responde, hazte con las riendas!”

Aunque parecía que el mensaje de aquel hombre no había sido escuchado por la amazona, en la mente de Margarita se comenzaron a activar ciertas neuronas que comenzaron a tirar de los recuerdos de las clases previas donde le habían comentado qué hacer en este tipo de situaciones.

Margarita se dio cuenta de la situación, tenía que hacerse responsable de ella si no quería sucumbir o tener un accidente.  Eligió no asustarse y permanecer tranquila.  Eligió hacerse responsable de la situación, por lo que lo primero que hizo fue poner el pie de nuevo en el estribo para recuperar el equilibrio.  Después recuperó las riendas, agarrándose fuertemente y colocando su cuerpo en una posición adecuada para el galope.  Verificó el entorno para comprobar que no había otros caminantes, ciclistas, perros u otros caballos.  Evaluó la gravedad de la situación y, como no había peligros inminentes, jaló las riendas para disminuir la velocidad del caballo apalancando su boca.  Cuando el animal fue lo suficientemente lento, Margarita hizo girar en círculos al caballo acortando la rienda interior y jalándola lo más fuerte posible hasta que el caballo se detuvo por completo.

Mientras Margarita recuperaba la respiración, el caminante que hacía escasos segundos le había alertado, llegó jadeante junto a la bestia y le preguntó: “¿Te encuentras bien?”  Ella, aun con el susto en el cuerpo, le miró, se sonrió y dijo: “¡Sí, gracias, hoy he vuelto a tomar las riendas de mi vida!”.

Cuando una persona acusa de sus problemas a todo aquello que le rodea, decimos que está adoptando el papel de víctima, un lugar desde el cual no es responsable de lo que ocurre porque, la culpa, está en algún lugar ajeno a ella; permitiendo así justificarse y mantenerse tranquila, aunque eso conlleve aceptar una situación no deseada.

Frases como “no tengo tiempo“, “no puedo ir“, “no tiene solución“, “no se puede“, “no es mi culpa“, son ejemplos claros de esta postura cuyo objetivo es la búsqueda de la inocencia.  La responsabilidad de lo que ocurre no es mía, sino de un tercero; esperando que sea este quien se haga cargo de lo que está pasando.

Desde esta postura nuestras conversaciones se llenan de explicaciones, de excusas, y se vuelven reiterativas, formando bucles sin fin de los que es complicado salir.  La persona se siente resentida, ni perdona ni olvida acontecimientos sin importancia del pasado, se queda enganchada en lo que ocurrió, lo que nos dijeron, aquello que no fue y podía haber sido.  Se hace así más difícil visualizar el futuro, generar acciones que puedan dar una solución y asumir la responsabilidad de llevarlas a cabo.  Y esto es garantía de frustración e insatisfacción.

Por el contrario, cuando nos responsabilizamos, cuando cambiamos ese observador y analizamos la situación preguntándonos ¿qué puedo hacer YO para cambiar esto que me preocupa?  ¿Qué responsabilidad tengo YO en lo que ha pasado?; significa que tenemos la capacidad para actuar, para encontrar una respuesta satisfactoria, de influir en aspectos o acciones que se pueden tomar para intentar resolver la situación, permitiendo que surjan ideas para solucionar los problemas.

La responsabilidad supone ser dueño de nuestras propias acciones y actuar en consecuencia, reconociendo los errores cuando se cometen y aprendiendo de ellos.  La responsabilidad supone tomar las riendas de nuestra vida y tener el valor de reconocer qué parte somos del problema y emprendiendo acciones que nos permitan alcanzar nuestros objetivos.

Si vemos que no podemos hacerlo solos, siempre podemos solicitar ayuda a un profesional que nos puede orientar y guiar en este camino hacia la mejora personal.

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Ser padres

domingo, 13 marzo, 2011

Para ejercer cualquier profesión debemos estudiar durante un tiempo aquellas materias que nos darán el conocimiento necesario para realizar correctamente nuestro trabajo, sin embargo, para ser padres, una de las profesiones que no tiene fecha de jubilación, y posiblemente la más extenuante de todas, no se requiere ningún tipo de formación oficial.

Para ser padre basta con que uno solo de tus espermatozoides penetre en el óvulo de tu pareja, o podemos ir a un banco de esperma donde podemos seleccionar entre multitud de tubos de ensayo aquel que coincida con las características que buscamos para nuestro hijo, o podemos ir a un país extranjero y solicitar la adopción de un niño que se encuentre en un orfanato. Así de fácil. No tenemos que pasar ningún tipo de examen, ni prueba de aptitud, ni nada de nada.

Mientras que ser padre es una elección personal, ser hijo es una lotería. Tal vez por eso llegue un momento en el que todo hijo, sin convertirse en parricida, debe matar al padre, aunque también existen muchos momentos donde los padres mataríamos a nuestros hijos, porque curiosamente, y desde temprana edad, tienen la habilidad para sacarte de tus casillas en menos que canta un gallo. Sin embargo, en muchas ocasiones se nos olvida cómo éramos nosotros a su edad y las diabluras que hacíamos a nuestros progenitores.

En cualquier caso, cuando eres padre te cuestionas en infinidad de ocasiones si lo estas haciendo bien, si lo podrías hacer mejor, e incluso puedes preguntarte si aquello que hacían tus padres contigo no era del todo malo al fin y al cabo. Estas dudas son del todo normales, y por ello buscamos una referencia.

Sí, es cierto que cuando somos adolescentes comparamos a nuestros padres con los de nuestros amigos. Y claro, los otros padres son, en muchas ocasiones, mejores que los nuestros: a nuestros amigos les dejan salir hasta las once de la noche; a nuestras amigas les dejan llevar minifalda e ir pintadas; a nuestros amigos les han comprado la Playstation o les han llevado a esquiar. Siempre hay algo que los otros pueden hacer que nosotros lo tenemos vetado.

Cuando llegamos a la edad adulta no cesamos de mirar a nuestro alrededor y comparar a nuestros hijos con los de los demás: los hijos de Fulanito se comportan mejor que los míos; los hijos de Menganito sacan mejores notas… Al final del día es posible que confirme mis sospechas ¡no me darán ni dos euro por mis hijos!.

El ser un buen padre puede ser complicado, en especial si no sabemos lo que esto significa. Para algunas personas ser un buen padre puede implicar que debemos dar a nuestros hijos todo aquello que nosotros no tuvimos en nuestro día; o tal vez que debamos educarles con la libertad que nosotros no tuvimos. Cada persona tiene un concepto diferente de lo que puede ser un buen padre, pero lo que no se nos deben olvidar son las responsabilidades que tenemos como padres.

Para ser un buen padre podemos tomar como referencia las enseñanzas de nuestros padres, bien porque estas nos marcaron positivamente o bien porque nos marcaron de tal forma que no queremos tener nada que ver con esas doctrinas.

Pero hagamos lo que hagamos hay que tener presente que todas las personas, y en especial nuestros hijos, necesitan de unas normas y unos límites. Los niños necesitan saber cuál es su lugar, y su lugar es el de hijos, no el de padres.

Asimismo hay que tener en cuenta que nuestros hijos son clones de nuestros propios comportamientos, y lo que nosotros hagamos lo repetirán ellos. Por tanto, no podemos pedirles que se comporten bien, o que no dejen las cosas tiradas si nosotros no tenemos ese comportamiento. Y en ocasiones, esas pequeñas criaturas que no levantan dos palmos del suelo nos pueden sacar los colores porque ni siquiera nosotros mismos hacemos lo que a ellos les exigimos en primera instancia.

Así que ¿qué es para ti ser un buen padre? ¿Qué te impide ser un buen padre para con tus hijos? ¿Qué comportamientos exiges a tus hijos que tú no puedes mantener?

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Ganar más dinero

jueves, 11 febrero, 2010

Desde que somos pequeños realizamos actividades que nos pueden reportar algún ingreso económico con el que poder comprar cromos o golosinas. Según vamos creciendo y adquiriendo mayor responsabilidad y conocimientos esas actividades se convierten en trabajos mejor remunerados que nos permitirán comprar objetos más caros y sofisticados. Al llegar a la edad adulta y comenzar nuestra vida laboral la necesidad de poseer objetos y disfrutar de la vida no disminuye, por lo que mantenemos en el punto de mira el objetivo de ganar más dinero. Pero habiendo llegado donde has llegado ¿cómo puedes ganar más dinero?

La respuesta automática de muchas personas ante esta pregunta es «trabajando más«. Efectivamente, esto es totalmente cierto en aquellos casos en los que mis ingresos dependen del número de horas durante las que realizo esa actividad. Así, ganaré más dinero al final de la semana si doy 20 horas de clases particulares que si sólo doy la mitad.

Otra respuesta menos automática pero igual de válida que la anterior es «siendo más eficiente«. Correcto, si consigo ser más eficiente en mi profesión u oficio y sacar más trabajo adelante en el mismo número de horas tendré mayores ingresos a final de mes. De esta forma, si trabajo de jardinero, cuantos más metros cuadrados de césped consiga cortar en una hora, más clientes podré tener y por tanto más dinero ganaré.

Una tercera respuesta que se suele dar en un contexto económico diferente al de recesión actual es «cambiando de empresa«. Una respuesta del todo acertada. Una persona puede cambiar de empresa para mantener una ocupación similar a la que tenia y aumentar sus ingresos económicos con el cambio.

Sin embargo, puede llegar el momento en el que mi cuerpo alcance su cuota de horas semanales de trabajo sin desfallecer, que los procesos para sacar más trabajo adelante hayan sido optimizados hasta tal punto que sea casi imposible mejorarlos, y que cambiar de empresa nuevamente suponga una desventaja más que favorecer un incremento salarial. Llegados a este punto ¿cómo puedo ganar más dinero?

Después de unos segundos pensando son pocas las personas que ahora responden «aportando valor«. Ciertamente, desde hace unos años se viene hablando mucho de aportar valor al cliente o del valor añadido de nuestros servicios, y sin embargo son pocas las personas capaces de entender plenamente este concepto tan básico para incrementar nuestros ingresos.

A diferencia de los gobiernos de algunos Estados cuya democracia es más una mediocracia, e incluso en algunos casos y para mantenerse en el poder son capaces de fomentar la kakistocracia, o lo que es lo mismo, el gobierno de los peores; las empresas de nuestro país siguen fomentando en la mayoría de los casos la meritocracia o la aristocracia, entendida esta última como el gobierno de los mejores.

Los mejores no son los que más trabajan, es decir, los que más horas se quedan en su lugar de trabajo. De hecho, las culturas anglosajonas ven este comportamiento como ineficaz, y no es difícil escuchar alguna leyenda urbana sobre despidos de empleados que se quedaban más horas de las establecidas por ser considerados por la empresa como empleados poco eficientes.

Los mejores empleados suelen ser personas que, además de tener las habilidades técnicas que les permiten crecer hacia puestos de mayor responsabilidad, aportan valor a la empresa a través de sus virtudes – como la responsabilidad – o de su talento. Personas capaces de liderar, influyendo, guiando y coordinando sus esfuerzos con los demás a fin de conseguir sus objetivos: convertir la visión de la empresa en realidad.

En definitiva, las personas que quieran ganar más dinero deberán entrar en la liga de las estrellas, en el grupo de los mejores, para lo que deberán desarrollar sus habilidades interpersonales y sus capacidades de liderazgo, aportando de esta forma valor a su empresa. Aquellas personas que sean capaces de llegar a este punto se olvidarán para siempre de la pregunta formulada al principio de este artículo.

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Incertidumbre laboral

sábado, 30 enero, 2010

A finales de 2009 la tasa de paro en nuestro país superaba el 19%, duplicando así a la media europea. Las previsiones de los expertos para este año 2010 no son nada halagüeñas, ya que estiman que el paro se situará en valores cercanos al 21%, manteniendo de esta forma el liderato con respecto a nuestros socios europeos. Esta situación económica tan inquietante nos genera incertidumbres al no poder vislumbrar nuestro futuro a medio plazo.

Una de las opciones que se nos presenta en estos tiempos tan revueltos es la de mantener nuestro puesto de trabajo. Para ello parece conveniente no rechistar por nada; no liderar ninguna revuelta interna contra los superiores; acoger de buena gana el trabajo adicional de las personas a las que han despedido; no criticar la mala gestión de los superiores a mis compañeros y, sobre todo, no pedir un aumento de sueldo.

Si nos consideremos una víctima de la situación actual y de la empresa, el tiempo que mantendremos nuestro puesto de trabajo será inversamente proporcional a nuestro victimismo. Esto suele deberse a la mala gestión de nuestras emociones, las cuales nos pasan factura con el tiempo.  Aunque nuestro victimismo puede ser un aliado para negociar un despido improcedente y así mantener la sensación de víctima delante de mis compañeros y amistades al poder decir: «¡me han despedido!».

Por el contrario, si nos identificamos como dueños de nuestras vidas y somos personas responsables, entonces podemos identificar esta situación como una oportunidad para nuestra carrera profesional. La buena gestión de nuestras emociones, combinado con la habilidad para comunicarnos pueden ser herramientas muy útiles para evitar el desgaste personal.

Nuestros superiores necesitan personas en quien poder confiar y a quienes poder delegar aquellas tareas de responsabilidad que les permitirán crecer profesionalmente. Al mismo tiempo ellos podrán dedicar más horas a esas tareas de mayor valor añadido que repercutirán de forma positiva en los ingresos de la empresa.

La alternativa a todo esto está clara: irnos de la empresa. Aunque la economía está mal, existen empresas que siguen buscando personal para sus plantillas. Puede que la búsqueda se alargue un poco más en comparación con años anteriores, que el puesto que nos ofrezcan esté por debajo de nuestras capacidades, o incluso que el salario sea más bajo que lo que veníamos percibiendo hasta el momento. Estas variables son importantes y hay que tenerlas en cuenta a la hora de tomar una decisión como esta.

De todo esto podemos aprender que los tiempos de crisis son momentos donde surgen nuevas oportunidades, y donde tenemos que tener la mente abierta para poder exprimir al máximo nuestra creatividad. Es el momento para realizar un análisis DAFO y descubrir nuestras fortalezas y debilidades que nos permitirán generar una estrategia para saber cómo afrontar la crisis.

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Valores enfrentados

viernes, 11 diciembre, 2009

No es raro escuchar en la radio, ver en la televisión o leer en los periódicos alguna noticia relacionada con altercados entre jóvenes y la policía, alumnos y profesores, e incluso entre hijos y padres.  La juventud actual, esos jóvenes que dentro de pocos años serán las personas que lideren nuestras empresas y nuestras vidas parecen estar desquiciados.  Pero ¿están desquiciados o perdidos?

¿Es normal que se tengan que implantar leyes que den autoridad a los profesores para protegerse de los alumnos e incluso de los padres de estos?  Es posible que hayamos pasado de un estado autoritario donde el profesor hacía aprender la lección a sus alumnos con sangre, a unas aulas tan democráticas que el alumno está al mismo nivel que el maestro y donde prevalece la anarquía del alumnado.

¿Es normal que unos jóvenes de clase media asalten una comisaría de policía?  Hace unas décadas puede que fuese un comportamiento para reivindicar un estado opresivo de una dictadura que soportaban pero ¿y hoy en día?

¿Qué es lo que nos quieren decir los jóvenes con estos comportamientos?  ¿Qué es lo que no estamos escuchando mientras los jóvenes nos lo piden a gritos?  ¿Qué nos hemos dejado por el camino que nos puede ayudar a recuperar el equilibrio sin implantar más leyes?  ¿Qué estamos ignorando los adultos?

Tal vez seamos los adultos, los actuales líderes de esta sociedad, los responsables de la muerte de los cuentos, y con ellos de la destrucción de los valores fundamentales de nuestra sociedad y de nuestra juventud.

¿Dónde hemos dejado la libertad que tantos años les costó recuperar a nuestros padres y abuelos?  ¿Y el respeto a nuestro compañero o vecino?  ¿Y el esfuerzo como medio para conseguir nuestro objetivo?

La buena noticia es que podemos elegir recuperarlos e incluirlos de nuevo en nuestras vidas y, como responsables de nuestros hijos, inculcárselos con el ejemplo para que ellos, posiblemente perdidos, vuelvan a encontrar su propio camino y su identidad.

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Niños, clones del comportamiento

lunes, 17 agosto, 2009

La genética puede hacer que nuestros retoños tengan cierto parecido físico con alguno de sus progenitores en función de cómo la naturaleza aplique las leyes de Mendell (color de los ojos, del pelo, la piel…).  Sin embargo, el comportamiento de un niño parece venir determinado fundamentalmente por lo que aprenda de su entorno.

Estos personajillos que apenas levantan medio metro del suelo son auténticos clones del comportamiento de las personas que tienen a su alrededor.  Su capacidad de observación les hace no perder detalle de lo que pasa en su entorno y, lo que para nosotros puede ser un detalle insignificante, o un comentario sin importancia, puede tener una gran repercusión y efecto sobre ellos.

Las personas que tienen a su alrededor son la fuente de inspiración de estos duendecillos, siendo los padres y los familiares más cercanos las personas que más influencia tienen sobre sus comportamientos iniciales. Serán estas personas, y en especial los padres, quienes durante la infancia les irán enseñando cómo deben comportarse en cada lugar, con las personas que les rodean -desde abuelos a amiguitos del parque- al tiempo que les inculcan sus creencias y valores, permitiendo así que se vaya formando la identidad del pequeño tal y como demuestra la publicidad de una de las campañas de la NAPCAN.

Si bien no soy nadie para decir cómo tienen que educar los padres a sus hijos, la experiencia adquirida en mi trabajo con personas que quieren cambiar sus hábitos para conseguir algún objetivo en su vida, me permite afirmar que los comportamientos de las personas se pueden cambiar, y que la ausencia de ciertas creencias y limitaciones en los niños permite a sus padres obtener resultados asombrosos en muy pocos minutos.  Nadie desmiente que educar a un hijo sea tarea sencilla, sin embargo es posible cambiar esos comportamientos «inadecuados» de nuestros hijos en lugares determinados.

Un pequeño ejercicio de observación para llevar a cabo en esta época estival mientras disfrutamos de los «bermuts«, la playa, el ocio y el tiempo libre y el cual nos permitirá saber cuáles son nuestros comportamientos más comunes en la mesa, a la hora de tratar con la gente, y en general con todo aquello que nos rodea, es el de observar a nuestra prole durante unos minutos e identificar los comportamientos que nos llamen la atención para el lugar donde nos encontramos y la gente con la que estamos.  Luego debemos identificar de quién ha adquirido dichos comportamientos, seguro que no anda muy lejos el truhán.

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Que lo haga ella

jueves, 23 julio, 2009

El otro día una madre me comentaba lo bien que cuidaba de su hijo adolescente, ya que este vivía como un rey y no daba un palo al agua.  Ante mi pregunta ¿por qué no le enseñas a valerse por si mismo para que cuando comience una relación de pareja no tenga problemas? ella me respondió «¡qué lo haga ella!«.

Si bien esta puede ser una respuesta de lo más normal entre las madres de hoy en día, no tengo muy claro que este comportamiento sea el más adecuado en la sociedad en la que vivimos.  Si la responsabilidad de los padres es la de enseñar a sus hijos las herramientas que les permitan valerse por si mismos en nuestra sociedad, y hemos identificado que existen problemas de pareja que pueden solucionarse con una modificación de ciertos comportamientos ¿qué hace que existan madres que no enseñan a sus hijos a ser independientes, a tener comportamientos que eviten futuros problemas con sus parejas?

La creencia de que «si yo le digo que tenga otro comportamiento en casa y ayude en las tareas domésticas se enfadará conmigo y dejará de quererme» es muy importante en mantener el comportamiento actual.  Sin embargo ¿no se enfadará más pasados unos años cuando vea que su madre no le enseñó a cocinar o a gestionar la casa?  ¿Cuando vea que no puede ser independiente?  ¿Cuando perciba que tiene problemas con su pareja?  Entonces ¿qué puedo hacer como madre?

El primer paso puede ser responsabilizarse de la educación del hijo, no sólo educándole a que no diga palabrotas y se comporte de forma correcta cuando esté con gente, sino a que pueda ser independiente y valerse por si mismo. En este punto es importante la implicación de ambas partes de la pareja. ¿Qué me impide ejercer mi responsabilidad?

Como decía en el post problemas de pareja, esto puede ser debido a las creencias que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida, creencias como la expuesta más arriba.  ¿Cómo identifico mis creencias?

Para conocer las creencias que guían las conductas uno se puede preguntar ¿por qué hago esto? ¿Qué pasaría si no lo hiciera?  Una vez identificadas habrá que cambiarlas, para lo cual la experiencia de un coach puede ser de gran ayuda.  ¿Que pasa cuando modifique mis creencias?

Las creencias no son más que afirmaciones sobre nuestra interpretación del mundo y sobre nuestra persona.  Por tanto, al cambiar una creencia, también cambiará buena parte de nuestro comportamiento y de nuestra relación con los demás.

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Problemas de pareja

miércoles, 22 julio, 2009

Los problemas de pareja son algo bastante corriente en las relaciones humanas.  Si uno vive en pareja existe una alta probabilidad de que en algún momento de la relación se genere algún conflicto, ya sea por dejar las cosas tiradas sobre el sofá, por no hacer la comida, por no limpiar la casa, por no sacar el perro a pasear o por no bañar y acostar a los niños después de un duro día de trabajo.  La pregunta es ¿se pueden evitar algunos de estos problemas que generan tensión y malestar en la pareja?

Si, es posible minimizar el número de disputas en la relación de pareja, siempre y cuando exista amor y la convivencia en pareja se entienda como un compartir las tareas y no como una lucha de poderes en la que un miembro de la pareja debe imponerse al otro.  ¿Qué puedo hacer para mejorar mi relación de pareja?

Una de las cosas que se puede hacer es modificar aquellos comportamientos que generen tensión en la pareja.  Por ejemplo, dejar la ropa tirada por el salón, la cocina y la habitación es uno de esos comportamientos que puede generar tensión y, sin embargo, es fácilmente modificable.  El modificar este comportamiento implica que nuestra relación de pareja mejorará en el corto plazo y que a largo plazo adquiriré una nueva habilidad que modificará mi identidad a mejor.  ¿Qué me impide modificar este comportamiento para mejorar mi relación de pareja?

Por norma general esto es debido a las creencias que tenemos y que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida.  Las creencias no son más que afirmaciones sobre nuestra interpretación del mundo y sobre nuestra persona.  Si yo creo que la persona que está conmigo debe cuidarme y servirme, entonces es muy probable que no ayude en las tareas domésticas.  Sin embargo, si yo creo que convivo con una persona para compartir la vida, entonces será mucho más sencillo modificar aquellos comportamientos que me ayudarán a mejorar la relación. Por tanto, al cambiar una creencia, también cambiará buena parte de nuestro comportamiento.  ¿Cómo puedo identificar mis creencias?

Para conocer las creencias que guían tus conductas puedes preguntarte ¿por qué haces esto? ¿Qué pasaría si no lo hicieras?  O bien puedes buscar la ayuda de un coach que te ayude a identificar aquellas creencias que limitan tu desarrollo para la consecución de un objetivo.

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Responsabilidad de los padres

martes, 21 julio, 2009

El domingo pasado tuve la oportunidad de pasar el día en la piscina de la urbanización de unos amigos.  Esta piscina acogía tanto a personas mayores, como a adolescentes, como a niños de corta edad, si bien estos últimos tenían su propia piscina acondicionada a su tamaño.

Como suele ocurrir en estos casos, la necesidad de refrescar algo más que los pies y parte del tobillo hacía que los padres llevasen a sus vástagos a disfrutar de las aguas más fresquitas y más profundas de la piscina de adultos.  Mientras los padres refrigeraban sus cuerpos animaban a sus retoños a tirarse desde el borde de la piscina al agua, lugar donde ellos los recogían entre sonrisas y gritos de excitación por ambas partes.

Esta práctica tan habitual en nuestras piscinas hace que el niño tome más confianza con el agua y comience a sentirse más seguro, ya que sabe que según se tire, uno de sus progenitores estará allí para agarrarlo y sacarlo a la superficie.  Sin embargo ¿qué ocurre cuando uno de estos angelitos tan dependientes de los adultos se tira al agua cuando no están atentos sus padres?

Lo normal es que a las pocas milésimas de ver unos bracitos chapoteando sobre la superficie del agua cualquier adulto que haya visto el acontecimiento se lance al líquido elemento para sacar la cabecita de la criatura a la superficie y así pueda dar una bocanada de aire fresco de nuevo.  En este caso algunas personas podrán asegurar que los padres son unos inconscientes o incluso unos irresponsables.  Sin embargo ¿cuál es comportamiento que deberían haber tenido estos padres?

Es posible que el comportamiento más apropiado en este caso concreto hubiera sido enseñar a su hijo a nadar antes de enseñarle a tirarse desde el borde de la piscina.  El primer comportamiento desarrolla la independencia del niño, mientras que el segundo degenera en una mayor dependencia de los padres y en un mayor estrés cuando la criatura se encuentra cerca de una piscina.

Por tanto ¿cuál es la responsabilidad de los padres para con sus hijos?  Opino que la responsabilidad de los padres es la de enseñar a sus hijos a utilizar aquellas herramientas que los permitan valerse por si mismos en la sociedad en la que se encuentran, es decir, hacerlos más independientes y libres, así como mostrarles los valores fundamentales que les acompañarán durante el resto de sus vidas.  Y ¿cuántos de nosotros hacemos esto?  ¿Qué nos impide llevarlo a cabo?

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