Archivos para septiembre, 2012

El señor escondido

lunes, 3 septiembre, 2012

Serafín era para la mayoría de sus amigos una persona afable con la que se podía tomar una cerveza después del trabajo, echar unas risas, y hablar de un sinfín de temas. De igual manera, las mujeres que habían tenido la oportunidad de compartir una cena, o un baile, le describían como una persona simpática, con un ápice de timidez, combinación ésta que aumentaba su atractivo, a pesar de la falta de encantos físicos del susodicho.

Como cada tarde después del trabajo, Serafín volvió caminando a casa. Durante el trayecto se topó con varios conocidos, a quienes lanzó un escueto “hasta luego” sin perder la velocidad de crucero que había alcanzado y sin apenas desviarse de su ruta. Esta actitud sorprendió a más de uno, quien supuso que algo le pasaba para que no se parara a charlar con él aunque fuese un par de minutos, como ya había hecho en ocasiones anteriores.

Efectivamente, el día de Serafín había sido un completo desastre. Si en alguna ocasión los astros se debían alinear para generar una serie de situaciones catastróficas que le afectaran directamente a él, había sido aquel día. La ruptura de la impresora evitó que pudiera imprimir su presentación minutos antes de la llegada de su cliente más importante; el sistema de filtrado de la máquina de café también falló en el momento de ir a preparar las bebidas; no sólo eso, sino que la ineptitud de la persona que trajo los cafés de la cafetería de la esquina hizo que tropezara al entrar en la sala y derramara el oscuro líquido por toda la mesa donde se encontraban los documentos que acababa de subir de la imprenta. Así que lo mejor parecía ser llegar lo antes posible a casa y dar por terminado el día.

Al llegar frente a la puerta de su casa Serafín sacó las llaves de su bolsillo. Abrió la puerta. Entró en su casa. Cerró la puerta tras de si y dejó las llaves sobre la mesita de la entrada. Se dirigió a su cuarto, donde dejó la chaqueta, el maletín y la corbata. Mientras se desabotonaba la camisa se dirigió al salón. Encendió la luz. Bajo las persianas que daban a la calle y se acercó a la biblioteca. Extendió su mano derecha y tiró de un libro como si quisiera sacarlo de la estantería para leerlo. En ese momento se escuchó un clic y el mueble comenzó a separarse de la pared.

Aquella biblioteca escondía tras de sí una entrada protegida por una puerta de acero. Serafín se acercó a ella y marcó una serie de números en el panel situado a la derecha de la puerta. Se escuchó un pitido de confirmación y el aire que bloqueaba los engranajes de sujeción fue expulsado por las aberturas que se encontraban alrededor del marco metálico. Aquella mole de acero comenzó a moverse lentamente, mientras Serafín ponía una silla delante de aquella entrada y se sentaba a esperar.

Al cabo de unos segundos Serafín escuchó el sonido de unas cadenas y observó como una silueta se acercaba hacía donde él se encontraba. Serafín tomó aire y apretó la espalda contra el respaldo de la silla, como en un intento de alejarse un poco más de aquel ser que salía de entre la oscuridad. Todavía con las manos cerca de los ojos, en un intento de protegerlos de la luz, aquel ser pudo oler a Serafín, momento éste en el que aquella bestia se lanzó hacia la salida con toda su energía. Serafín se levantó bruscamente de la silla y dio un paso atrás; pero las cadenas que sujetaban a aquella cosa impidieron que pasara más allá del marco de la puerta de acero.

Fue entonces cuando Serafín se acercó a una distancia prudencial de aquel ser y comenzó a contarle su día: lo mal que lo había pasado, la frustración que había sentido, la impotencia, la rabia. A cada minuto que pasaba la respiración de aquella cosa era más agitada y un dolor enorme comenzaba a recorrer todo su cuerpo. Estaba creciendo. Sus rodillas se doblegaron ante el dolor y cayó al suelo, mientras Serafín continuaba con su relato, cada vez más acalorado. La bestia no dejaba de gruñir con cada palabra que lanzaba Serafín, y su cuerpo aumentaba de volumen como un globo cuando se infla.

Después de quince minutos Serafín estaba totalmente relajado. Se sentía bien. Miró a aquel ser que yacía sobre el suelo y marcó de nuevo el código en el panel para cerrar aquella sala secreta. Mientras se cerraba aquella enorme puerta de nuevo Serafín echó una última mirada a aquel ser que volvía la cara para mirarle por última vez. Serafín le miró y vio su reflejo en aquella cosa que se quedaba encerrada en aquel hueco de la pared bajo cuatro llaves, escondido, para que nadie sepa de su existencia.

Algunas personas podemos esconder dentro de nosotros a un ser al que pocas veces dejamos ver la luz del día. Un ser al que damos de comer con nuestra rabia, odio, envidia y resentimiento. Una bestia que, si en algún momento se escapa a nuestro control, podría causar destrozos en nuestro entorno, pudiendo agredir a nuestros seres más queridos y, provocando en ellos, un rechazo absoluto hacia nuestra persona.

Lo más importante en estos casos suele ser identificar si esa persona existe en nuestro interior para, de la manera menos traumática, removerla de una vez por todas de nuestra vida. En el peor de los casos es posible que no consigamos removerla completamente de nuestra vida; pero sí podremos conocer cuáles son las cosas que la alimentan y evitarlas. De esta forma nuestra vida, y la de aquellas personas que nos rodean, será más completa.

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