Archivos para diciembre, 2017

La orquídea

sábado, 23 diciembre, 2017

Juan era una persona a la que le encantaban las plantas.  Aunque era más un hobbie que una profesión, Juan había ido desarrollando un cariño y una pasión por todo el mundo vegetal.  Ya no sólo las compraba en las tiendas, sino que, además, a cada ocasión que tenía, recogía semillas del campo y las plantaba en tiestos para ver cómo crecían.  Esto, además de permitirle tener un jardín dentro de su casa, le había permitido desarrollar la paciencia, ya que cada planta tiene su ritmo de crecimiento y, por mucho que uno quiera que la planta crezca y muestre sus flores de un día para otro, la naturaleza tiene su momento para mostrar todo su esplendor.

Un día, mientras paseaba por la calle, vio en el escaparate de una floristería una planta de gran belleza.  Sus colores, sus formas, eran asombrosas.  Juan quedó enamorado de esa planta y no pudo más que entrar a la tienda para comprarla.  Al preguntar por ella, el dueño de la tienda le comentó que era una planta de la familia de las orquídeas, si bien ésta en concreto era un ejemplar único y muy raro de encontrar.  De hecho, era tan raro, que todavía no había mucha información sobre los cuidados que había que proporcionarle para que mostrara todo su esplendor.  Juan no se acobardó ante la falta de información y compró aquella planta.

Al poco de llegar a su casa Juan buscó el lugar más privilegiado de todo su hogar donde poner a aquella orquídea.  En un principio parecía que el salón podría ser ese sitio, una habitación con buena iluminación y cuya temperatura no variaba mucho de un día para otro.  No se lo pensó más, allí, sobre la mesa del salón pondría aquella bella flor que iluminaba toda la estancia.

Durante los siguientes días Juan aprovechó para recorrerse las diferentes librerías especializadas en plantas de la ciudad, incluso entró en Internet para buscar información sobre esta planta.  Desafortunadamente Juan no encontró información sobre esta planta, lo único que pudo obtener fue información relativa a la familia de las orquídeas, pero nada en concreto sobre esta especie.  Así que Juan comenzó a cuidarla como si se tratara de una orquídea más.

Los días fueron pasando, y Juan observó que aquella orquídea comenzaba a marchitarse ligeramente.  Juan comenzó a tomar los datos de temperatura, humedad y luminosidad de la habitación durante las diferentes horas del día.  Aunque las condiciones parecían buenas para otras plantas, e incluso para otras orquídeas que él tenía en esa misma habitación, no lo eran tanto para esta orquídea en concreto.  Juan se asustó y comenzó a llamar a todos los expertos que conocía en la ciudad.  Necesitaba información sobre cómo cuidar a aquella planta de la que se había enamorado.

Los expertos con los que contactó poco le pudieron decir al respecto, ya que muchos de ellos tampoco habían tenido experiencia con ninguna planta similar.  De hecho, los únicos que pudieron aportar algo de luz sobre el tema, fueron aquellos que habían tratado con especímenes de la misma familia, indicándole los mejores cuidados que se podían dar a esas plantas.

Juan, en su desesperación, comenzó a hablar con aquella orquídea, a preguntarle qué le pasaba, cómo la podía cuidar para que floreciese y mostrase de nuevo todo su esplendor.  Obviamente la planta no podía responder y no le podía decir, por mucho que ella quisiera, qué es lo que la estaba marchitando, cuáles eran las condiciones óptimas que necesitaba para recuperarse, para mostrar toda su belleza.

Los días seguían pasando y aquella planta seguía marchitándose.  Juan no sabía qué hacer, y sus conversaciones con la orquídea le estaban llevando a un estado de enajenación mental transitoria porque ¿quién habla con las plantas si estas no responden a las preguntas?  De pronto, sonó el timbre de la puerta.  Juan se levantó del sofá donde se había sentado a primera hora de la mañana para hablar con su planta.  Al abrir la puerta se encontró con un hombre mayor, de piel curtida por el sol y arrugas que indicaban que tenía cierta edad.  Juan hizo un reconocimiento facial rápido, pero no encontraba coincidencia alguna con ninguno de sus conocidos, por lo que le dio los buenos días y le preguntó qué deseaba.

¿Es usted el que busca información sobre una orquídea? – preguntó aquella persona que muy sería estaba a un paso de su felpudo.

Si – respondió Juan.

Soy experto en orquídeas, y en concreto, en esta que al parecer tiene usted – respondió aquel hombre.

Juan, con cara de sorpresa e incredulidad le invitó a entrar en su casa.  Le pasó al salón y le mostró aquella orquídea que a fecha de hoy no más que una sombra de lo que un día fue, sin apenas fuerza para erguirse cada mañana cuando el sol entraba por el ventanal del salón.

El extraño miró la habitación, observó aquella planta y le hizo una serie de preguntas a Juan quien, además de responder a sus preguntas, le mostró todos los registros que había realizado durante las últimas semanas.

Después de unos minutos sin hablar, aquel hombre puso su mano sobre el pecho de Juan, junto al corazón, y le dijo: «Si quieres que esta planta se salve, la tienes que dejar libre».

Juan se estremeció.  ¿Cómo podía dejar libre a una planta?  Es más ¿cómo podía desprenderse de aquella flor que había iluminado su vida durante tantos días?

¿Es la única forma de que no muera? – preguntó Juan

Sí – respondió aquel hombre.

Juan, con lágrimas en los ojos, asintió con la cabeza en un gesto de que se podía llevar aquella planta de su casa.

El hombre se acercó a la mesa donde se encontraba la planta y la cogió entre sus manos.  Se giró y se fue sin mediar palabra hacia la puerta por la que había entrado hacía unos minutos.

Juan vio cómo se cerraba la puerta de entrada, al tiempo que sentía un pinchazo en su corazón.  Sí, era una planta, pero era la planta que había iluminado su vida durante un corto periodo de tiempo.  Una planta que le había hecho feliz.  Una planta que, aunque aparentemente no tuviera sentimientos, parecía reaccionar cuando hablaba con ella.

Las personas somos como las plantas, cada uno de nosotros requiere de unos cuidados que nada tienen que ver con la persona de al lado; ni siquiera con nuestra relación anterior.  Sin embargo, a diferencia de las plantas, las personas podemos hablar, podemos indicar qué es lo que buscamos, qué es lo que necesitamos para sentirnos cuidados, para sentirnos amados.  La comunicación entre ambas partes es fundamental para que la relación sea un éxito, para que la flor que llevamos dentro florezca.

Si en alguna ocasión vemos que la comunicación falla, que no somos capaces de hablar con la otra persona, tal vez sea ese un buen momento para buscar la ayuda de un profesional, un profesional que nos haga de traductor, un profesional que evite la disputa entre las partes y que permita solucionar la situación para que esa relación tenga éxito.

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La gemela malvada

sábado, 9 diciembre, 2017

María y Mónica eran dos atractivas gemelas que vivían en una pequeña ciudad junto a un río.  A diferencia de otras hermanas gemelas, que siempre tienen alguna característica física que las diferencia, estas dos hermanas eran idénticas.  Ni siquiera sus padres sabían quién era quién si se vestían iguales.  De hecho, tal era el parecido, que los amigos que tenían pensaban que sólo existía una hermana.

Sin embargo, y aunque físicamente era difícil distinguir a la una de la otra, había una cosa que las diferenciaba: su personalidad.  La personalidad de Maria era dulce, alegre y risueña; una mujer a la que le encantaban los animales, el campo, la playa y estar en compañía de sus amigos.  Mónica era todo lo contrario, era una mujer exigente y fría, que todo lo basaba en el trabajo.

María y Mónica habían sido muy buenas amigas durante toda su infancia, pero desde que se volvieron adolescentes, la personalidad de Mónica era la que había tomado las riendas de la relación; tal vez debido a que pensaba que el trabajo le daba una falsa seguridad; ya que había sido éste el que le había permitido entrar en un mundo de glamur en el que estaba cómoda.

A diferencia de otras hermanas, María y Mónica no solían salir juntas desde hacía años.  Así, una noche estival en la que María estaba en un concierto al aire libre, conoció a un chico.  La química surgió entre ambos al verse el uno al otro y, al poco rato ya estaban charlando.  A partir de ese día las conversaciones se empezaron a suceder, conversaciones que llegaban a durar horas y horas.  Parecía que habían nacido para estar juntos el uno con el otro.

Desafortunadamente, Mónica era una de esas personas que lo controlaba todo, en especial si ese algo tenía que ver con su hermana.  De esta forma no tardó mucho en darse cuenta de que su hermana había iniciado una relación y elaboró un plan para deshacerse de su hermana y quedarse con el chico.  El plan: adormecer a su hermana con unas hierbas que le habían proporcionado en un herbolario con la excusa de que no dormía bien.

Una vez tuvo las hierbas en su poder, Mónica comenzó a dárselas a su hermana diluidas en las bebidas y en la comida que ingería.  Y hasta se las escondió dentro de la almohada para que durmiera más tiempo.  Y así, Mónica tuvo la ocasión de comenzar a salir con este nuevo chico.

Al principio, el joven galán no notó la diferencia, si bien observaba algunos comportamientos que no eran del todo normales.  Según pasaron los días el joven comenzó a notar que la personalidad de aquella mujer no era en absoluto la misma que tenía cuando comenzaron la relación.    Observó que la personalidad no era la misma los días laborales que los fines de semana.  No sabía lo que estaba ocurriendo, pero su curiosidad hizo que la comenzara a seguir para ver qué es lo que estaba pasando.

Una noche, después de dejarla en su casa y hacer que se iba, se dio media vuelta y empezó a observar lo que hacía su pareja a través de las ventanas.  Vio como su pareja dejaba el bolso y el abrigo sobre el sofá, iba a la cocina, sacaba un plato de comida del frigorífico, y subía por las escaleras al primer piso donde al poco rato se encendía la luz de una habitación.

El joven salió de entre los arbustos, corrió hacia la casa, y comenzó a trepar agarrándose a las tuberías y plantas que crecían pegadas a la pared.  Una vez en el tejado se acercó hacia la luz.  Miró por la ventana y … cuál fue su sorpresa al ver que, dormida sobre una cama se encontraba una mujer que era una réplica idéntica de la que había dejado en la puerta de esa casa hacía escasos minutos.

Pacientemente esperó a que aquella mujer con el plato de comida se fuera de la habitación para entrar por aquella ventana.  Cuando por fin se fue de la habitación, el joven abrió sigilosamente la ventana y entró.  Se acercó a aquella mujer y le acarició la mejilla, como en un intento de creerse que aquella mujer no era fruto de su imaginación, sino que era algo real.

Al sentirse tocada la mujer abrió los ojos y levantó la mirada.  Al ver allí a la que era su pareja, sonrió, al tiempo que murmuró «¿eres tú de verdad mi amor?».  Sí, era él, y lo único que tenía en la cabeza ahora era sacar a María de aquella casa.  La intentó levantar de la cama para llevársela con él, pero María no tenía fuerzas ni ánimos para levantarse.

¿No quieres venir conmigo, María? – le preguntó.

“No, no tengo fuerzas. Además, no sé cómo solucionar esto.  Cualquier cosa que haga será inútil.  Ella es más fuerte que yo y nunca me dejará en paz para que sea feliz.  Vete sin mí y sálvate tú antes de que ella te haga daño, como hace con todos” – respondió ella.

Perplejo por la respuesta de su amada cayó de rodillas junto a ella.  Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de ambos enamorados cuando se oyeron pasos subiendo las escaleras.  Él la miró a los ojos, la beso suavemente en sus labios y dijo: «¡Ten fuerzas, volveré a por ti!»

Al salir por aquella ventana buscó a la policía y les contó la historia.  La policía, aunque incrédula en un primer momento, le acompañó a aquella dirección donde el joven decía que estaba su amada adormecida.  Al llamar a la puerta les abrió Mónica con una sonrisa reluciente.  Ante las preguntas de los agentes, Mónica respondió sin alterarse, invitándoles a que pasaran y revisaran la casa de arriba a abajo si así lo deseaban.

Así lo hicieron, los agentes pasaron y comenzaron el registro por la supuesta habitación donde el joven había visto a su amada, pero no había rastro de ella.  ¿Dónde estaba María?  ¿Qué había pasado con ella?  Los agentes siguieron registrando la casa durante horas, pero no encontraron rastro de María.  Muy a su pesar, hablaron con aquel joven y le dijeron que tenían que desistir con aquella búsqueda.

Al salir por la puerta Mónica se acercó al joven y le susurró al oído: «No la busques más, nunca la encontrarás.  Nunca volverá a aparecer.  Y como intentes hundirme, te arruinaré la vida».

Durante varios meses aquel chico intentó en vano encontrar a la joven que había conocido.  Y durante ese mismo tiempo la gemela malvada estuvo haciéndole la vida imposible.  Al final, el chico no pudo más y desistió en su empeño de encontrar a aquella persona de la que un día se enamoró.  Sin embargo, dejó la luz de su casa encendida y la puerta entreabierta por si un día María conseguía huir de su hermana.

Las personas solemos tener una personalidad que puede llegar a sabotear nuestra vida sin que nosotros nos demos cuenta e incluso sin que podamos hacer nada al respecto.  Sin embargo, si en alguna ocasión somos capaces de percibir que esto está pasando, que estamos saboteando la posibilidad de tener una vida mejor, es muy importante que lo tomemos en cuenta y que acudamos a un profesional que nos pueda ayudar.

El solucionar estos sabotajes a tiempo puede hacer que vivamos la vida que realmente queremos.  El dejarlos pasar puede hacer que nos quedemos en un estado conformista dominado por esa gemela malvada que no nos permite crecer.

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