Archivos para abril, 2018

Hundir la flota

sábado, 28 abril, 2018

El capitán Maraver llevaba años comandando una pequeña flota de navíos que surcaban las aguas caribeñas en busca de tesoros.  Era un capitán bien conocido por sus colegas y hasta por sus enemigos, quienes le amaban tanto como le odiaban por ser un estratega que, en ocasiones, hacía cosas del todo inusuales.

Entre las cosas inusuales que hacía estaba la de destruir de vez en cuando sus propios navíos, bien porque los enviaba contra la flota enemiga a modo suicida, tal vez esperando asustar a sus enemigos o quizás para ganar la batalla por la sorpresa y estupor que aquello causaba en los otros ejércitos.  En cualquier caso, el capitán Maraver era conocido por destruir y diezmar su flota sin sentido alguno.

Lo que inicialmente comenzó siendo una flota de cincuenta navíos, había pasado a convertirse en una flota de escasas diez naves en los últimos cinco años.  Por algún motivo inexplicable el capitán Maraver seguía destruyendo navíos, incluso algunos que habían sido los buques insignia de la flota y que le habían ayudado a ganar batallas en tiempos pasados; estos también los había llevado al fondo del mar.

Una de las razones que achacaba para la destrucción de esos navíos era que él era el comandante en jefe de aquella flota y, todas sus decisiones eran las correctas.  No tenía por qué escuchar a las personas que le rodeaban.  Él hacía lo que quería cuando quería, sin consultar a nadie.  Esto hizo que los capitanes de los otros barcos se cuestionaran ciertas decisiones tomadas durante los últimos años, en especial aquellas que hacían que sus propios navíos fuesen expuestos a riesgos innecesarios frente a las tropas enemigas, poniendo la vida de sus tripulaciones en la cuerda floja.

Este tipo de actuaciones fue diezmando la moral de la flota.  De hecho, algunos navíos comenzaban a darse a la fuga en la oscuridad de la noche.  Los que se quedaban junto a él, quizás porque les resultaba interesante mantenerse junto a aquel capitán quien, aunque estrafalario de vez en cuando, era bien recibido en los puertos amigos, no le hacían mucho caso y lo utilizaban más que lo que le ayudaban.

El capitán Maraver no parecía ser consciente de este tema, de que se estaba quedando sin aliados en los que pudiera confiar, en los que pudiera apoyarse para seguir ganando batallas contra sus enemigos.  Algún capitán más allegado sí había intentado hacerle ver que la forma de actuar que estaba teniendo lo estaba llevando hacia su derrota final, pero incluso a estos, el capitán Maraver había tenido palabras y gestos ofensivos; haciendo que, al final, hasta los buques más cercanos al suyo, se alejaran de su lado.

Un día, cuando nadie parecía esperárselo, aparecieron por el horizonte veinte barcos de gran calado.  Barco de guerra con cañones a ambos lados de su eslora.  Barcos que venían surcando las aguas con un único objetivo, derrotar al Capitán Maraver.

Al ver aquello, el capitán Maraver llamó de urgencia a lo que quedaba de su flota, una flota una vez invencible que ahora apenas contaba con una decena de naves.  El capitán instruyó a sus jefes en la estrategia a seguir para no ser derrotados.  Unos navíos atacarían por el flanco derecho mientras otros los harían por el izquierdo.  Otros atacarían de frente, modo suicida, mientras el resto se quedaría detrás, esperando la orden de ataque.

Cada capitán se puso al mando de su nave, esperando la orden de ataque, esperando ver ondear aquella bandera negra que daría comienzo a la batalla.  Los minutos pasaban, la tensión se podía mascar en el aire.  Nadie se movía de sus puestos de combate cuando el vigía gritó: “¡Bandera negra, bandera negra!

Fue en ese momento, en el momento de izar aquella bandera negra cuando el capitán Maraver esperaba ver a sus navíos moverse según el plan acordado, sincronizados, con un movimiento casi harmónico hacia las naves enemigas.  Pero cuál sería la sorpresa del capitán cuando observó que aquellas naves que tenían que estar sincronizadas para el ataque, lo estaban ¡pero para la huida!

Todas las naves desaparecieron con la misma rapidez que cambiaba el tiempo en aquella zona del Caribe.  De estar rodeado de sus barcos, el capitán Maraver se encontraba totalmente solo, frente a todos aquellos barcos que venían a por él, rodeando su navío y sin darle opción a huida.  Aquel fue el final del capitán Maraver y su dominio de los mares.

En nuestro círculo de amistades podemos tener personas que nos pueden ayudar a conseguir nuestros objetivos en la vida y a mejorar como personas.  Personas que sólo están ahí por interés, para ver qué pueden sacar de nosotros, sin dar nada a cambio y sin mostrarnos su verdadera cara para evitar que las quitemos de nuestro lado.  E incluso nos podemos rodear de personas que no son buenas para nosotros, personas que nos absorben la energía, vampiros de los que tenemos que huir para no perecer.

Si no tenemos las herramientas necesarias para reconocer a cada tipo de personas que nos rodea, debemos acudir a un profesional que nos pueda asesorar y hacer ver qué es lo que queremos y cómo hacer para no perder a esos amigos de verdad quienes, aunque nos pueden llegar a herir cuando nos dicen las verdades a la cara, no es menos cierto que sólo buscan lo mejor para nosotros y, perderlos, puede suponer nuestra muerte social.

Etiquetas: , , , ,
Publicado en coaching personal | Comentarios desactivados en Hundir la flota

En sus zapatos

sábado, 21 abril, 2018

Marcela y Paco llevaban meses saliendo juntos.  Aunque parecían conocerse y entenderse en las cosas básicas de la relación, últimamente les estaba fallando la comunicación; por lo que estaban discutiendo algo más de lo habitual y parecía que les costaba un poco más comprenderse el uno al otro.

Aunque Paco hacía esfuerzos por comprender a su pareja y le preguntaba constantemente qué es lo que quería, qué quería decir con esto o aquello, etc.; seguía un poco confuso con lo que quería Marcela, con lo que buscaba, con lo que quería de él.  Por su parte, a Marcela le pasaba algo similar; no lograba transmitirle a Paco lo que ella quería, por lo que, al final del día, parecía que hablaran idiomas diferentes.

La gran diferencia entre ellos era, entre otras, que Paco decía las cosas tal cual las sentía, siendo en ocasiones algo más tosco e incluso hasta brusco a la hora de decirle las cosas a Marcela.  Paco era una persona que se interesaba por su pareja, haciendo preguntas que pudieran desvelar lo que su pareja sentía, quería o lo que le preocupaba.

Por su parte, Marcela era menos directa.  Los mensajes los enviaba de forma más sutil, más telegráfica, por lo que había que estar un poco más atento para captar el momento en el que enviaba el mensaje.  De igual manera, Marcela hacía menos preguntas, entre otras cosas porque le parecía que, si lo hacía, se estaba entrometiendo en la vida de su pareja; aunque esto se podía malinterpretar como falta de interés por Paco.

Paco era también una persona analítica, por lo que estaba gran parte del día analizando los datos que recibía del exterior para poder dar soluciones que mejoraran la relación.  Obviamente, muchas de esas soluciones tenían como protagonista a Marcela, y un cambio en algunos de sus comportamientos.

A Marcela le sacaba de quicio que la culpa de todos los problemas de la relación fueran suyos, por lo que constantemente le repetía a Paco que hablara de él.  Paco, obviamente, no entendía lo que Marcela quería decir ¿qué quería decir con eso?  ¿No hablaba de él con ella?  ¿No le contaba sus problemas, sus ilusiones y lo que quería hacer con ella?  ¿A qué se refería Marcela?

Un sábado por la mañana, Marcela tuvo que salir corriendo de casa porque llegaba tarde a una cita con un cliente; por lo que dejó tras de sí un reguero de ropa que iba desde su cuarto hasta el salón.  Camisas sobre las sillas.  Chaquetas sobre las butacas.  Pantalones sobre la cama.  Zapatos por el pasillo.  Puesto que esto no era una práctica habitual en ella, Paco decidió recoger las prendas mientras esperaba la vuelta de su pareja para comenzar, por fin, el fin de semana.

Paco recogió las camisas que estaban sobre las sillas, las chaquetas que se encontraban sobre las butacas, y los pantalones que estaban sobre la cama; y los llevó a su armario correspondiente.  Lo mismo hizo con los zapatos, recogiendo uno a uno como si fueran miguitas de pan dejadas por Pulgarcito minutos antes.

Según llevaba los zapatos al armario donde tenía que guardarlos, Paco pensó ¿Y si me pongo un par de estos zapatos?  ¿Y si camino un rato con ellos?  ¿Podría comprender mejor a Marcela?  Dicho y hecho, Paco se quitó las zapatillas de andar por casa, se sentó en la butaca que tenía más cerca y se calzó aquellos zapatos de más de cinco centímetros de tacón.

Al levantarse por primera vez con aquellos tacones en sus pies, Paco perdió un poco el equilibrio; teniendo que apoyarse en la pared para no caerse de bruces al suelo.  Todo él se tambaleaba, como si un terremoto estuviese agitando el suelo bajo sus pies, pero nada se movía, salvo él.  A los pocos segundos su mente se acomodó a aquella nueva situación y se atrevió a dar el primer paso.  Y luego otro.  Y otro más.

Aunque todavía se sentía un poco ridículo con la situación, especialmente porque sus brazos seguían agitándose como las aspas de un molino para evitar caerse y mantener la línea recta, poco a poco comenzaba a entender a Marcela, cómo se sentía, qué es lo que quería cuando le pedía que hablara de él.  Poco a poco comprendió cuáles eran sus necesidades y lo que ella esperaba de su relación.  Todo comenzaba a estar un poco más claro.

De pronto, Paco escuchó que la puerta de entrada se cerraba bruscamente.  Encaró el pasillo y comenzó a andar hacia el salón, con las manos apoyadas sobre las paredes del pasillo para poder ir un poco más deprisa cuando, la imagen de Marcela apareció por la puerta del fondo, quedándose atónica al ver a su novio balanceándose de lado a lado, con las manos en las paredes y sus tacones en sus pies.  ¿Pero se puede saber qué haces, Paco?  Preguntó ella entre enfadada y sorprendida.

Paco respondió: “Creo que ahora lo entiendo todo.  Creo que ya sé dónde me equivoqué. Hablemos de mí.  Hablemos de cómo ha germinado esa semilla que has plantado en mí y que hace que esté desapareciendo esa frialdad que tanto te molesta, de cómo puedo llegar a ser tu hombre perfecto sin haber salido de una tienda de príncipes sino tan sólo siendo un hombre gentil que te te quiere de verdad y quiere mejorar esa comunicación para que no parecer extraterrestres y así poder capitanear nuestro velero juntos hasta el final de nuestros días.

En muchas ocasiones nos resulta más sencillo buscar los defectos de las personas que comparten la vida con nosotros que los nuestros propios.  Buscar las cosas que nos molestan es un ejercicio relativamente sencillo de realizar, sólo tenemos que buscar aquellas cosas que nos molestan del otro y expresarlas de manera eficaz.

Sin embargo, hacer el ejercicio de ponerse en el papel de la otra persona e intentar analizar qué es lo que le molesta de nosotros es un ejercicio algo más complicado que requiere un poco de práctica.  Los resultados obtenidos de este ejercicio pueden ser muy sorprendentes, en especial si luego se comparten con la otra persona.

Este tipo de ejercicios pueden permitir que la relación de pareja mejore, que la comunicación se vaya haciendo más fluida y sencilla con el tiempo.  No obstante, si la pareja no es experta en estos temas, siempre puede acudir a un profesional que los puede ayudar en las primeras fases de estos ejercicios, obteniendo resultados más rápidamente.

 

Etiquetas: , ,
Publicado en coaching personal | Comentarios desactivados en En sus zapatos

Miedo a enamorarse

sábado, 14 abril, 2018

Martina era una mujer joven y atractiva.  Una mujer que, cuando paseaba por la calle, los hombres se daban la vuelta para mirarla.  Una mujer a la que los hombres se acercaban tanto si estaba en una cafetería con sus amigas como si estaba en una discoteca bailando.  Su extroversión también hacía sencilla esa aproximación por parte de los hombres y que así, estos, no la vieran como un «bicho raro» al que no había quién se acercara, sino como a una mujer accesible, aunque con sus límites, claro.

Sin embargo, Martina sólo se había enamorado una vez; hacía ya muchos años.  Una vez en la que se quedó prendada de aquel galán que luego pasó a ser su marido, por quien siempre sintió gran admiración.  Pero desde que éste murió en un accidente hacía ya una década, Martina no se había vuelto a enamorar de nadie.  Sí, había tenido parejas durante este tiempo, pero ninguna de ellas le había durado demasiado.  Siempre había terminado separándose de ellos y no llegando a completar la relación.

Un día, mientras Martina paseaba por la calle, se encontró con su amiga Piluca, quien iba acompañada de su amigo Fernando, a quien presentó durante la conversación entre ambas mujeres.

Fernando era un chico un poco mayor que Martina, de cara curtida por los años, pero quien retenía ese atractivo que tuvo durante su juventud.  Fernando intervino poco durante la conversación que mantuvieron ambas mujeres, pero los pocos comentarios que hizo mostraron que era un tipo interesante y divertido.

A los pocos días Martina tuvo la ocasión de volver a coincidir con Fernando en un evento, donde tuvieron tiempo para tomarse un par de cafés y quedar para otro día; dando así comienzo a una relación de pareja que parecía prometer un futuro diferente.  Una relación donde Martina volvió a sentir el amor que no había sentido desde hacía muchos años.  Un amor verdadero que le daba alas, que le daba tanta energía que era capaz de comerse el mundo y, aunque no se lo comiera, le daba fuerzas para creer que tenía un futuro con Fernando, un futuro como el que una vez tuvo con su difunto marido.

Los días pasaron, y Martina comenzó a sentir cómo se acercaba más y más a esa persona, cómo su vida comenzaba a cambiar, cómo su vida comenzaba a girar en torno a esa persona.  Y se asustó.  De pronto Martina sintió vértigo.  Se asustó y dio un paso hacia atrás, como queriendo quitarse de aquel precipicio al que se había acercado demasiado.  La cabeza se le comenzó a llenar de preguntas, preguntas que tal vez no tenían sentido alguno y eran irracionales, pero preguntas que la agobiaban y le saboteaban: ¿Me querrá manipular?  ¿Perderé mi libertad?  ¿Perderé mi singularidad? ¿Tendré que hacer lo que me diga?

Poco a poco la ansiedad que le generaban estas preguntas hacía que no pudiera respirar, que se ahogara.  No sabía qué hacer.  No sabía cómo solucionar, o eliminar aquella sensación que le oprimía el pecho.  ¿Qué podía hacer para no tener esa sensación, para erradicarla de una vez por todas?

Martina entró en Internet y buscó algún remedio que pudiera evitar aquella sensación.  Tras muchas búsquedas, encontró una página web donde vendían unas píldoras que parecía que podían quitarle aquella sensación de agobio que tenía; por lo que pidió una caja de cincuenta píldoras para probar.

A los pocos días le llegaron las píldoras por correo postal.  Inmediatamente abrió la caja y leyó las instrucciones de uso.  Recomendaban una píldora cada doce horas.  Corrió a la cocina.  Llenó un vaso con agua.  Se metió una píldora en la boca y bebió un poco de agua para arrastrar aquella píldora hacia su estómago.  La cura había comenzado.

A las pocas horas Martina comenzó a notar que aquella píldora comenzaba a surtir efecto.  La sensación de agobio que le oprimía el pecho comenzaba a desaparecer.  La multitud de preguntas que correteaban por su cabeza parecían asentarse y, algunas de ellas, hasta a desaparecer.  Aquello parecía un milagro.  ¡Se estaba recuperando!

Durante los siguientes días, Martina no dejó de tomar una píldora cada doce horas, para evitar que el efecto se disipase.  Sin embargo, aquellas píldoras que eran buenas para ella no parecían serlo para Fernando, quien había notado un cambio en su pareja desde que comenzó a tomar aquellas pastillas; por lo que se lo hizo saber a su pareja: “Martina, desde que tomas estas pastillas no eres la misma, te noto diferente.  ¿Qué te pasa?”

Martina se sorprendió por este comentario de Fernando, por lo que volvió a coger el prospecto de aquellas píldoras para averiguar si tenían algún efecto secundario en las personas.  Leyó un párrafo, y otro, y otro más, en busca de esos efectos que percibía Fernando; y allí estaban, en el dorso del prospecto.  Efectivamente, ¡aquellas píldoras tenían efectos secundarios!

Las pastillas te hacían sentir mejor cada vez que las tomabas, era cierto; pero también te iban congelando el corazón para que éste no sufriera.  La congelación de este órgano hacía que la persona fuera más racional y, así, la gente que la rodeaba, no pudiera manipularla y, de esta forma, nadie pudiera hacerla daño.

Martina se paró en seco al leer aquellas palabras ¿Tendría miedo de que la hicieran daño?  ¿De que la pudieran manipular y perder así su singularidad?  ¿Fernando era ese tipo de hombre?  Las instrucciones de uso y sus efectos secundarios le estaban generando nuevas dudas, dudas que hasta el momento no se había planteado, dudas que harían que tuviera que tomar una decisión: (1) dejar de tomarlas y confiar en su pareja para comenzar una vida en pareja equilibrada donde ninguno de los dos estuviera por encima del otro, donde ninguno de los dos buscara el estar por encima del otro y donde toda la relación se basase en la confianza; o (2) seguir tomando esas pastillas que le permitían dominar la situación, ser una persona calculadora y dominante donde ningún hombre pudiera decirle qué hacer o cuándo hacerlo, perdiendo así a su pareja actual y, posiblemente, a cualquier otra que pudiera aparecer en el futuro.

Durante unos minutos estuvo cavilando, dando vueltas a estas y otras opciones.  Tras un rato sentada en el sofá de su casa, se levantó.  Llamó a Fernando.  Se acercó a él y le dijo… “Te quiero”.

En muchas ocasiones nos surgen miedos que hacen que nos quedemos parados, miedos que pueden hacer que una relación no siga adelante, miedos, tal vez, infundados; porque quizás, la persona que tenemos a nuestro lado no es el tipo de persona que tiene previsto hacernos daño, sino que lo que pretende es que crezcamos como personas.

Pero también es cierto que, en muchas otras ocasiones, nos podemos encontrar con personas que quieren utilizarnos, que quieren quitarnos esa singularidad.  Puede que estas percepciones sean ciertas o no, pero lo importante es ver que las tenemos y acudir a un profesional que nos pueda ayudar a ver la diferencia y descubrir herramientas que nos permitan evitar que nos ataquen, o que nos permitan tener una vida plena con la persona que amamos.

Etiquetas: , ,
Publicado en coaching personal | Comentarios desactivados en Miedo a enamorarse

El caballo desbocado

sábado, 7 abril, 2018

Margarita era una joven a la que le encantaban los caballos.  Su pasión por estos animales no era algo reciente, sino que se remontaba a su más tierna infancia.  Desde que tenía uso de razón Marina había deseado montar en estos majestuosos animales y galopar por las verdes praderas junto a su manada de perros.

Desde aquella primera vez en la que Marina había subido a lomos de aquel magnífico caballo blanco de larga melena habían pasado unos cuantos meses.  Meses durante los cuales había recibido clases de monta cada fin de semana en el Club que frecuentaba y hoy, por fin, era el día en el que saldría al campo por primera vez.

Margarita se puso su chaqueta y pantalón de montar, se enfundó sus botas granates, cogió la fusta y el casco y se acercó al establo donde estaba su caballo.  Un caballo que, aunque ya tenía su edad, era un corcel elegante y fuerte.  Un animal de toda confianza para personas con su experiencia.

Margarita sacó al animal del establo y le dio cuerda durante unos minutos para calentar la musculación de su amigo y desfogarlo un poco antes de la monta.  Tras diez minutos de trote, Margarita disminuyó el ritmo de actividad, se acercó al bocado y le quitó la cuerda.  Luego pasó las riendas por encima de su cabeza.  Puso el pie en el estribo.  Agarró fuertemente la silla y se impulsó para sentarse en ella.  La amazona y su animal estaban listos para comenzar su aventura.

Los primeros pastos no estaban muy lejos del Club, por lo que en un par de minutos ya se encontraban en campo abierto.  El paisaje era espectacular.  La hierba estaba tan alta después de las lluvias y el buen tiempo que había hecho durante los últimos días que apenas se veía saltar a los conejos de un lado a otro del camino.  Los pájaros cantaban de alegría, saltando de rama en rama mientras hacían las delicias de los que por allí pasaban.  Margarita estaba feliz, sólo le faltaban sus perros para gozar plenamente de aquel paseo.

El tiempo pasó volando mientras galopaba por la campiña y, para cuando se quiso dar cuenta, era la hora de comer.  Tenía que dar la vuelta y volver al Club, donde había quedado para tomar algo con unos amigos.  Al tirar de una de las riendas para hacer girar al caballo, éste dio un tirón con la cabeza y salió a galope tendido.

Aquel brusco movimiento del animal hizo que Margarita soltara las riendas y se le saliera el pie izquierdo de su estribo.  Margarita había perdido el control del animal.  Se encontraba a expensas de aquel animal.  En su cabeza, y por alguna extraña razón, Margarita aceptaba aquella situación no deseada: “Bueno, no es lo que yo quiero, pero tampoco puedo hacer nada para cambiar la situación”.

Margarita se sentía impotente para emprender cualquier acción que pudiera revertir la situación.  Su cerebro se sentía incapaz de resolver aquello, tal vez con el objetivo de justificarse y mantenerse tranquilo.  ¿Cómo iba a poder influir sobre aquella bestia para que las cosas cambiaran?  Margarita parecía enfrentarse a una situación que escapaba de su control y sobre la que no podía intervenir.  Parecía no tener capacidad de decidir sobre su vida.

Mientras el caballo seguía desbocado y ella no hacía nada por evitarlo pasó junto a un hombre que, al tiempo que se apartaba para no ser arrollado por la amazona y su caballo, gritó: “¡Responde, hazte con las riendas!”

Aunque parecía que el mensaje de aquel hombre no había sido escuchado por la amazona, en la mente de Margarita se comenzaron a activar ciertas neuronas que comenzaron a tirar de los recuerdos de las clases previas donde le habían comentado qué hacer en este tipo de situaciones.

Margarita se dio cuenta de la situación, tenía que hacerse responsable de ella si no quería sucumbir o tener un accidente.  Eligió no asustarse y permanecer tranquila.  Eligió hacerse responsable de la situación, por lo que lo primero que hizo fue poner el pie de nuevo en el estribo para recuperar el equilibrio.  Después recuperó las riendas, agarrándose fuertemente y colocando su cuerpo en una posición adecuada para el galope.  Verificó el entorno para comprobar que no había otros caminantes, ciclistas, perros u otros caballos.  Evaluó la gravedad de la situación y, como no había peligros inminentes, jaló las riendas para disminuir la velocidad del caballo apalancando su boca.  Cuando el animal fue lo suficientemente lento, Margarita hizo girar en círculos al caballo acortando la rienda interior y jalándola lo más fuerte posible hasta que el caballo se detuvo por completo.

Mientras Margarita recuperaba la respiración, el caminante que hacía escasos segundos le había alertado, llegó jadeante junto a la bestia y le preguntó: “¿Te encuentras bien?”  Ella, aun con el susto en el cuerpo, le miró, se sonrió y dijo: “¡Sí, gracias, hoy he vuelto a tomar las riendas de mi vida!”.

Cuando una persona acusa de sus problemas a todo aquello que le rodea, decimos que está adoptando el papel de víctima, un lugar desde el cual no es responsable de lo que ocurre porque, la culpa, está en algún lugar ajeno a ella; permitiendo así justificarse y mantenerse tranquila, aunque eso conlleve aceptar una situación no deseada.

Frases como “no tengo tiempo“, “no puedo ir“, “no tiene solución“, “no se puede“, “no es mi culpa“, son ejemplos claros de esta postura cuyo objetivo es la búsqueda de la inocencia.  La responsabilidad de lo que ocurre no es mía, sino de un tercero; esperando que sea este quien se haga cargo de lo que está pasando.

Desde esta postura nuestras conversaciones se llenan de explicaciones, de excusas, y se vuelven reiterativas, formando bucles sin fin de los que es complicado salir.  La persona se siente resentida, ni perdona ni olvida acontecimientos sin importancia del pasado, se queda enganchada en lo que ocurrió, lo que nos dijeron, aquello que no fue y podía haber sido.  Se hace así más difícil visualizar el futuro, generar acciones que puedan dar una solución y asumir la responsabilidad de llevarlas a cabo.  Y esto es garantía de frustración e insatisfacción.

Por el contrario, cuando nos responsabilizamos, cuando cambiamos ese observador y analizamos la situación preguntándonos ¿qué puedo hacer YO para cambiar esto que me preocupa?  ¿Qué responsabilidad tengo YO en lo que ha pasado?; significa que tenemos la capacidad para actuar, para encontrar una respuesta satisfactoria, de influir en aspectos o acciones que se pueden tomar para intentar resolver la situación, permitiendo que surjan ideas para solucionar los problemas.

La responsabilidad supone ser dueño de nuestras propias acciones y actuar en consecuencia, reconociendo los errores cuando se cometen y aprendiendo de ellos.  La responsabilidad supone tomar las riendas de nuestra vida y tener el valor de reconocer qué parte somos del problema y emprendiendo acciones que nos permitan alcanzar nuestros objetivos.

Si vemos que no podemos hacerlo solos, siempre podemos solicitar ayuda a un profesional que nos puede orientar y guiar en este camino hacia la mejora personal.

Etiquetas: , ,
Publicado en coaching personal | Comentarios desactivados en El caballo desbocado