Miedo a enamorarse

14 abril, 2018 por mycoach

Martina era una mujer joven y atractiva.  Una mujer que, cuando paseaba por la calle, los hombres se daban la vuelta para mirarla.  Una mujer a la que los hombres se acercaban tanto si estaba en una cafetería con sus amigas como si estaba en una discoteca bailando.  Su extroversión también hacía sencilla esa aproximación por parte de los hombres y que así, estos, no la vieran como un «bicho raro» al que no había quién se acercara, sino como a una mujer accesible, aunque con sus límites, claro.

Sin embargo, Martina sólo se había enamorado una vez; hacía ya muchos años.  Una vez en la que se quedó prendada de aquel galán que luego pasó a ser su marido, por quien siempre sintió gran admiración.  Pero desde que éste murió en un accidente hacía ya una década, Martina no se había vuelto a enamorar de nadie.  Sí, había tenido parejas durante este tiempo, pero ninguna de ellas le había durado demasiado.  Siempre había terminado separándose de ellos y no llegando a completar la relación.

Un día, mientras Martina paseaba por la calle, se encontró con su amiga Piluca, quien iba acompañada de su amigo Fernando, a quien presentó durante la conversación entre ambas mujeres.

Fernando era un chico un poco mayor que Martina, de cara curtida por los años, pero quien retenía ese atractivo que tuvo durante su juventud.  Fernando intervino poco durante la conversación que mantuvieron ambas mujeres, pero los pocos comentarios que hizo mostraron que era un tipo interesante y divertido.

A los pocos días Martina tuvo la ocasión de volver a coincidir con Fernando en un evento, donde tuvieron tiempo para tomarse un par de cafés y quedar para otro día; dando así comienzo a una relación de pareja que parecía prometer un futuro diferente.  Una relación donde Martina volvió a sentir el amor que no había sentido desde hacía muchos años.  Un amor verdadero que le daba alas, que le daba tanta energía que era capaz de comerse el mundo y, aunque no se lo comiera, le daba fuerzas para creer que tenía un futuro con Fernando, un futuro como el que una vez tuvo con su difunto marido.

Los días pasaron, y Martina comenzó a sentir cómo se acercaba más y más a esa persona, cómo su vida comenzaba a cambiar, cómo su vida comenzaba a girar en torno a esa persona.  Y se asustó.  De pronto Martina sintió vértigo.  Se asustó y dio un paso hacia atrás, como queriendo quitarse de aquel precipicio al que se había acercado demasiado.  La cabeza se le comenzó a llenar de preguntas, preguntas que tal vez no tenían sentido alguno y eran irracionales, pero preguntas que la agobiaban y le saboteaban: ¿Me querrá manipular?  ¿Perderé mi libertad?  ¿Perderé mi singularidad? ¿Tendré que hacer lo que me diga?

Poco a poco la ansiedad que le generaban estas preguntas hacía que no pudiera respirar, que se ahogara.  No sabía qué hacer.  No sabía cómo solucionar, o eliminar aquella sensación que le oprimía el pecho.  ¿Qué podía hacer para no tener esa sensación, para erradicarla de una vez por todas?

Martina entró en Internet y buscó algún remedio que pudiera evitar aquella sensación.  Tras muchas búsquedas, encontró una página web donde vendían unas píldoras que parecía que podían quitarle aquella sensación de agobio que tenía; por lo que pidió una caja de cincuenta píldoras para probar.

A los pocos días le llegaron las píldoras por correo postal.  Inmediatamente abrió la caja y leyó las instrucciones de uso.  Recomendaban una píldora cada doce horas.  Corrió a la cocina.  Llenó un vaso con agua.  Se metió una píldora en la boca y bebió un poco de agua para arrastrar aquella píldora hacia su estómago.  La cura había comenzado.

A las pocas horas Martina comenzó a notar que aquella píldora comenzaba a surtir efecto.  La sensación de agobio que le oprimía el pecho comenzaba a desaparecer.  La multitud de preguntas que correteaban por su cabeza parecían asentarse y, algunas de ellas, hasta a desaparecer.  Aquello parecía un milagro.  ¡Se estaba recuperando!

Durante los siguientes días, Martina no dejó de tomar una píldora cada doce horas, para evitar que el efecto se disipase.  Sin embargo, aquellas píldoras que eran buenas para ella no parecían serlo para Fernando, quien había notado un cambio en su pareja desde que comenzó a tomar aquellas pastillas; por lo que se lo hizo saber a su pareja: “Martina, desde que tomas estas pastillas no eres la misma, te noto diferente.  ¿Qué te pasa?”

Martina se sorprendió por este comentario de Fernando, por lo que volvió a coger el prospecto de aquellas píldoras para averiguar si tenían algún efecto secundario en las personas.  Leyó un párrafo, y otro, y otro más, en busca de esos efectos que percibía Fernando; y allí estaban, en el dorso del prospecto.  Efectivamente, ¡aquellas píldoras tenían efectos secundarios!

Las pastillas te hacían sentir mejor cada vez que las tomabas, era cierto; pero también te iban congelando el corazón para que éste no sufriera.  La congelación de este órgano hacía que la persona fuera más racional y, así, la gente que la rodeaba, no pudiera manipularla y, de esta forma, nadie pudiera hacerla daño.

Martina se paró en seco al leer aquellas palabras ¿Tendría miedo de que la hicieran daño?  ¿De que la pudieran manipular y perder así su singularidad?  ¿Fernando era ese tipo de hombre?  Las instrucciones de uso y sus efectos secundarios le estaban generando nuevas dudas, dudas que hasta el momento no se había planteado, dudas que harían que tuviera que tomar una decisión: (1) dejar de tomarlas y confiar en su pareja para comenzar una vida en pareja equilibrada donde ninguno de los dos estuviera por encima del otro, donde ninguno de los dos buscara el estar por encima del otro y donde toda la relación se basase en la confianza; o (2) seguir tomando esas pastillas que le permitían dominar la situación, ser una persona calculadora y dominante donde ningún hombre pudiera decirle qué hacer o cuándo hacerlo, perdiendo así a su pareja actual y, posiblemente, a cualquier otra que pudiera aparecer en el futuro.

Durante unos minutos estuvo cavilando, dando vueltas a estas y otras opciones.  Tras un rato sentada en el sofá de su casa, se levantó.  Llamó a Fernando.  Se acercó a él y le dijo… “Te quiero”.

En muchas ocasiones nos surgen miedos que hacen que nos quedemos parados, miedos que pueden hacer que una relación no siga adelante, miedos, tal vez, infundados; porque quizás, la persona que tenemos a nuestro lado no es el tipo de persona que tiene previsto hacernos daño, sino que lo que pretende es que crezcamos como personas.

Pero también es cierto que, en muchas otras ocasiones, nos podemos encontrar con personas que quieren utilizarnos, que quieren quitarnos esa singularidad.  Puede que estas percepciones sean ciertas o no, pero lo importante es ver que las tenemos y acudir a un profesional que nos pueda ayudar a ver la diferencia y descubrir herramientas que nos permitan evitar que nos ataquen, o que nos permitan tener una vida plena con la persona que amamos.

Etiquetas: , ,

Esta entrada fue publicada el sábado, 14 abril, 2018 a las 9:27 por mycoach y está en la categoría coaching personal. Puedes seguir cualquier respuesta a esta entrada a través del feed RSS 2.0. Tanto comentarios como pings están actualmente cerrados.

No se permiten más comentarios.