Archivos para octubre, 2010

Algo que perder

jueves, 28 octubre, 2010

No es raro encontrarse con hombres que son capaces de mirar a una mujer y, a los pocos segundos, estar hablando con ella como si fueran amigos de toda la vida.  Es más, si los dejas conversar unos minutos, es posible que intercambien desde el teléfono hasta la dirección de correo electrónico, si no algo más.  Estas personas tienen tal desparpajo y soltura con las palabras, y son tan extrovertidas, que el resto de los mortales parecemos unos tímidos sin remedio.

Cuando te encuentras con estos maestros en el arte de seducir te preguntas si alguna vez se quedan sin palabras.  Sin embargo, por muchas vueltas que puedas darle, nunca les ocurre eso.  Estas personas parecen hechas de otra pasta, una pasta que las hace diferentes, que las hace dignas de ser idolatradas, porque por muy apurada que sea la situación, ellas siempre encuentran la palabra adecuada o la pregunta apropiada para mantener a la otra persona con un brillo en su mirada y una sonrisa radiante que dice «no te vayas todavía«.

Está claro que este tipo de personas suelen tener una autoestima elevada sobre sí mismas, y eso se refleja en cómo se presentan ante las otras personas, cómo se mueven entre ellas y cómo se comunican con su entorno.  Estas personas son capaces de saber si la otra persona está disponible e incluso qué quiere ella con tan sólo observarla unos segundos, gracias a la maestría que tienen descifrando las señales que las personas emiten a su alrededor.

Obviamente no hay que menospreciar estas cualidades, pero también hay que tener en cuenta que es cuando no nos jugamos nada que somos más osados.  Y es en estos momentos, cuando realmente tenemos algo que perder frente a la otra persona, que el ritmo cardíaco se acelera, la respiración se entrecorta y las palabras parecen no fluir con tanta facilidad de nuestra boca.

Por eso es importante fijarse en las señales que emite la otra persona y, posiblemente, tener en cuenta que si no existe ninguna señal de nerviosismo en su voz, en su mirada o incluso en su respiración, es posible que no tenga un interés real en nosotras.  Tal vez el interés exista, pero sea algo pasajero.  Un «aquí te pillo, aquí te mato«.  Y si es eso lo que buscamos ¡adelante!.  Pero si es una relación estable lo que nos interesa, entonces es posible que debamos replantearnos el encuentro.

En esta vida son pocas las ocasiones en las que se nos ofrece una segunda oportunidad para hacer algo, así que cuando nos encontremos con esa persona que nos llame la atención no perdamos la oportunidad de acercarnos a ella y entablar una conversación.  Lo peor que te puede pasar en ese momento es que no quiera hablar contigo o te haga algún feo, pero esto es más llevadero que tener en tu mente durante el resto de tu vida la pregunta «¿Qué hubiera pasado si…?«.

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Mundos paralelos

martes, 26 octubre, 2010

Somos pocos los adultos a los que no nos haya sorprendido un niño con sus preguntas o nos haya dejado perplejos con su desbordante imaginación.  Esta capacidad de crear mundos paralelos les permite a estos diablillos evadirse de la realidad en ocasiones en las que se aburren de lo lindo o les resultan molestas, de tal forma que prefieren estar alejados de ellas aunque su cuerpo deba permanecer en este mundo.  Así nos podemos encontrar con niños que pueden permanecer horas y horas frente a un libro sin pasar una sola hoja, con la mirada perdida en el infinito; o niños que si se les pregunta algo durante la lección necesitan de unos segundos para que su espíritu retorne a su cuerpo; o niños que vagan por el patio del colegio hablando con su sombra y que en algunos casos son tomados como «friquis» o «algo extravagantes«.

Este comportamiento que tanto puede frustrar a los adultos, en especial a padres y profesores, es en algunos casos un mecanismo de defensa por el cual el niño evita ciertas situaciones que para él pueden tener una carga estresante que no saben cómo gestionar.  Al evadirse de este mundo el niño se siente más feliz, más completo, más como a él le gustaría ser, haciendo las cosas que le agradan y no aquello que le desagrada, como estudiar por ejemplo, o tener que relacionarse con sus compañeros del colegio.  Al igual que los amigos de Peter Pan, quienes eran capaces de imaginarse todo tipo de manjares sobre una mesa que estaba vacía, el niño hace lo mismo, crea un mundo para salir de este, en el que las cosas no son como a él le gustan.  Un mundo en el que se siente lleno, completo, satisfecho, incluso con amigos con los que puede jugar y ser feliz… hasta que tiene que retornar.

La creación de mundos paralelos en el niño es una señal de que algo le está ocurriendo a nuestro vástago y, por lo tanto, es posible que debamos tomar cartas en el asunto para evitar que la situación se alargue y, sobre todo, se agrave.  Pero esto que en el infante puede parecer normal y puede ser reconducido, se complica considerablemente cuando la persona que crea estos mundos es ya un adulto.

Efectivamente, este comportamiento que aparentemente parece ser algo exclusivo de niños, como las paperas, el sarampión o la varicela, puede darse también en personas adultas.  Y al igual que estas enfermedades, cuando este comportamiento ocurre de adulto, se pasa peor.  Claro está que las personas adultas hemos ido desarrollando con el paso de los años filtros y barreras más eficaces que impiden que las personas que están a nuestro alrededor puedan detectar estos comportamientos y nos puedan tomar por «friquis» o, si lo hacen, ya hemos encontrado un grupo de personas similares a nosotros que nos acoja en su seno y en el que nos sintamos cómodos y a salvo.

De esta forma nos podemos encontrar con personas que, al mismo tiempo que se quejan de no tener una relación estable, siguen buscando a esa persona perfecta que sólo existe en su mente, poniendo de manera inconsciente trabas y disculpas ante todas aquellas personas que se acerquen ofreciendo una posible relación. No sólo esto, sino que en ocasiones estas personas solicitan a su posible pareja que entre en su mundo, ya que es ahí donde la persona es más feliz.  Esto puede impedir que se formalice la relación, ya que al vivir en mundos diferentes, los horarios y costumbres poco tienen que ver entre sí.

También nos podemos encontrar con personas que se crean un mundo interior «ideal» basado en creencias que lo único que les permite es mantener una lucha contra todo aquello que tenga que ver con el mundo real, no pudiendo ser del todo felices por la continua pelea que existe entre ellas y todo lo que las rodea.  Así nos encontramos con personas que están todo el día refunfuñando y quejándose de esto, aquello y lo de más allá.

Es cierto que la realidad puede ser contundente y que nos puede maltratar, pero hay que tomar consciencia de que somos sujetos más que objetos a los que nos pueden mover y desplazar de un lugar a otro.  Hay que tomar consciencia de nuestra identidad para con ello poder seguir adelante con nuestro camino, con la cabeza bien alta, con dignidad, haciéndonos un hueco en este mundo que nos ha tocado vivir y no en otro que sólo existe en nuestra mente.

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La princesa prometida

viernes, 22 octubre, 2010

No es raro encontrarse con mujeres que rondan los cuarenta años que siguen aferradas a la idea de encontrar al hombre perfecto, a ese personaje principesco que tiene todas las cualidades que ellas buscan en un hombre: alto, fuerte, atlético, atractivo…  Y mientras ellas lloran su ausencia, ellos van acumulando los teléfonos de mujeres más jóvenes que son una delicatessen para su paladar.

Las mujeres que se acercan o rebasan tímidamente los cuarenta años son personas que saben lo que quieren, personas con experiencia en el ámbito profesional y personal, personas con las que se pueden mantener largas conversaciones, mujeres económicamente independientes que pueden darse cualquier capricho que quieran, y mujeres que, en la mayoría de los casos, son incluso más activas sexualmente que la pareja que las tocaría por edad.

Estas mujeres que se han hecho un hueco en un mundo laboral mayoritariamente masculino siguen luchando por encontrar a esa persona ideal con la que disfrutar los fines de semana, ese hombre con quien formar una familia y con quien compartir el resto de su vida.  Sin embargo, todos los hombres que encuentran en su camino tienen alguna pega: es gordo, es calvo, es bajo, está divorciado, tiene hijos… por lo que las relaciones se mantienen en un plano temporal en espera de que entre por esa puerta semiabierta el caballero de brillante armadura a lomos de su bello corcel.

Desafortunadamente la realidad puede ser bien distinta.  Un hombre de cuarenta años estará encantado con una mujer diez años más joven que él.  No sólo porque tenga una piel más tersa y unas carnes más turgentes, sino porque si quiere formar una familia es posible que la juventud aporte cierta garantía de poder tener un par de retoños.  Es cierto que las conversaciones entre la pareja pueden ser muy diferentes a las que podría tener con una persona más madura, pero también es cierto que la pureza que puede encontrar el hombre en esa mujer más joven nada tiene que ver con la de otra diez años mayor.

La realidad nos demuestra que el hombre perfecto no existe.  El hombre perfecto es una fantasía de nuestra mente que nos apega a un pasado ideal con nuestros padres.  El sueño de conseguir ese hombre perfecto mata nuestra realidad, impidiendo que encontremos a esa persona que nos puede hacer felices con sus imperfecciones.  Y así, mientras nuestras exigencias y expectativas se mantienen altas, los hombres que se atreven a enfrentarse a los dragones de sus propios miedos, desisten en el intento porque ven imposible matar ese sueño que todavía ronda por la mente de la mujer.

Lo bueno es que una vez somos conscientes de que es difícil encontrar al hombre perfecto, nos damos cuenta de que existen multitud de solteros de plata con los que podríamos formar esa pareja que puede hacer nuestra vida más feliz.

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Valores personales

miércoles, 20 octubre, 2010

Hoy en día no es raro escuchar por la calle, o en alguna reunión de amigos, que los políticos hacen cualquier cosa para mantenerse en el poder, que los altos directivos carecen de valores, o que la sociedad, en general, ha perdido los valores que tenía hace unas décadas.

Si bien es cierto que nuestra percepción de algunas personas que tienen el poder puede hacer que hagamos este tipo de generalizaciones, no es menos cierto que en todas las áreas de nuestra sociedad existen personas «buenas» y «malas». Pero ¿qué son los valores para nosotros?

Los valores pueden ser considerados como algo que hay que preservar, como un ideal que se ha de alcanzar, como un concepto que es admitido como valioso o correcto por la sociedad.  De este modo pueden considerarse valores: la amistad, la belleza, el compromiso, la responsabilidad, etc.

¿Cómo podemos obtener un valor y hacerlo nuestro?  Los valores se asumen día a día o mediante una experiencia que nos impacta.  De esta forma, lo que hagamos un día tras otro, siempre que sea coherente, nos acompañará hacia un valor.

¿Cómo afectan nuestras creencias en la obtención de un valor?  Los valores y las creencias suelen estar relacionados, por ejemplo, una persona que tenga el respeto como valor puede tener la creencia de que «toda persona, por el hecho de haber nacido, merece nuestro respeto«, o puede tener la creencia de que «toda persona puede aprender a ser respetuosa«.

¿Y cómo afectan los valores personales en el trabajo?  En el entorno de trabajo, los grupos que tienen valores consensuados se manifiestan con un grado de cohesión mayor y gestionan los conflictos con mayor eficacia.  Por eso es de gran utilidad que un grupo de personas que trabaja conjuntamente consensúe unos valores y haga conscientes algunas creencias que se deducen de ellos.

Los valores personales pueden variar en función de la época que nos toque vivir a cada uno de nosotros.  De esta manera hoy en día estamos más concienciados de que hay que proteger el medio ambiente, o de lo limitado de los recursos naturales, algo que hace cuarenta años ni si quiera se lo planteaban nuestros abuelos.

Así podemos decir que algunos valores personales pueden variar de una generación a otra, sin embargo, los valores fundamentales, como la amistad o la responsabilidad, se pueden mantener de una generación a otra a través de la educación que nos han aportado nuestros padres, profesores e incluso personas ilustres de nuestra sociedad.

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Perfeccionistas

lunes, 18 octubre, 2010

Las personas tendemos a buscar la perfección en nuestras relaciones, tanto personales como profesionales.  En las primeras buscamos al hombre perfecto o a la mujer perfecta, y una vez tenemos hijos es posible que los criemos de tal manera que puedan llegar a ser los hijos perfectos, aunque en el intento se vaya nuestra salud.   En la segunda intentamos encontrar al jefe, al cliente o al compañero perfecto, teniendo que desistir en la mayoría de los casos ya que ninguno de ellos se acerca siquiera a las expectativas que nos hemos creado de ellos.  Y en los trabajos que tenemos que realizar ponemos gran empeño en investigar hasta el más mínimo de los detalles, lo cual supone reducir nuestra productividad a causa del tiempo invertido en la tarea.

La perfección para muchas personas no es una virtud, sino una desdicha.  Estas personas tienden a frustrarse si no son capaces de alcanzar su sueño o si observan que las personas que las rodean no son perfectas.  Esta perfección lleva implícita una omnipotencia de la persona, lo cual no deja de ser una fantasía de la mente más que una realidad.  De hecho, las personas que se sienten idolatradas pueden llegar a ser desdichadas con su pareja, ya que esta tiende a menospreciarse, a no darse el valor que realmente tiene y, por tanto, a no darse su lugar dentro de la relación.

Hay ocasiones en las que las personas se aferran a la perfección para disimular ciertas cualidades que ellas sienten como carencias.  De esta forma una persona puede investigar hasta el más mínimo detalle sobre un tema para maquillar de alguna forma una carencia técnica.  Y puede dar resultado, pero aunque el conocimiento no ocupe lugar, lo que sí ocupa es: tiempo.  Y el tiempo, en nuestra sociedad, es un bien muy preciado.

Tal vez sea esto, la carencia de tiempo en el entorno laboral, lo que hace que algunas personas perfeccionistas se sientan más inseguras a la hora de realizar ciertas labores, en especial en entornos de trabajo muy dinámicos.  En estos entornos las tareas deben estar terminadas para ayer.  Estos entornos pueden ser tan dinámicos que mientras una persona está hablando la otra ya le está enviando enlaces y documentación que puede utilizar para su trabajo.  En estos entornos no parece existir tiempo material para hacer todas las tareas asignadas en un día, por lo que las jornadas de trabajo deben alargarse.

Es importante tener en cuenta que la perfección no existe.  El hombre o la mujer perfecta son una fantasía que nosotros nos creamos.  De hecho, si existiera esa persona perfecta, es muy posible que no necesitara estar con nosotros, ya que al ser perfecta no necesita nada.  De igual manera, en el entorno de trabajo debemos ser capaces de crear un equilibrio entre el tiempo que nos asignan para realizar una tarea y la calidad con la que la podemos entregar en dicho tiempo sin que esto llegue a frustrarnos.  Esto no quita para que debamos mejorar nuestras habilidades y técnicas de trabajo, las cuales nos permitirán hacer las tareas en menos tiempo y con mayor calidad.

Al final del día lo que debemos evitar es la frustración que nos genera nuestro perfeccionismo, ya que la propia perfección es una utopía inalcanzable que sólo merma nuestro espíritu y nos hace ser desdichados.  El coach puede ayudar a minimizar la frustración a través de trabajar y desarrollar aquellas cualidades de la personas más debilitadas con el paso del tiempo y las circunstancias personales de cada individuo.

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Mentiras piadosas

jueves, 14 octubre, 2010

La equidad, la rectitud y la honestidad son algunos de los valores que desde hace siglos se promueven en nuestra sociedad a través de la educación y la religión.  Sin embargo, el ser humano es la única especie sobre la faz de la tierra que ha integrado la mentira como parte de su vida cotidiana, siendo capaz de mentir de forma natural tan a menudo como le sea necesario.

Nuestra sociedad promueve que digamos la verdad en todo momento, pero este comportamiento es un privilegio exclusivo de niños y borrachos.  En el resto de mortales, este comportamiento tan laudable puede suponer un suicidio social para la persona porque, curiosamente, es la mentira que tanto detestamos la que nos permite vivir en sociedad de forma eficaz.

Una de las responsabilidades de nuestros padres es la de darnos las herramientas para que podamos vivir en la sociedad que nos ha tocado.  De esta forma, son ellos quienes, cuando apenas levantamos un palmo del suelo pero tenemos suficiente soltura con el lenguaje como para elaborar frases complejas y preguntas comprometedoras, comienzan a desarrollar nuestras habilidades sociales, integrando en nuestro comportamiento una serie de filtros que eviten esa sinceridad, espontaneidad y naturalidad innata en el ser humano.

Una vez integrados estos filtros en nuestro ser, la mentira aparece de forma natural en cada uno de nosotros, pero a diferencia de lo que podamos pensar inicialmente, la sociedad sólo admite tres tipos de mentira: la de sobrestima, la de asentimiento y la de omisión.

La mentira de sobrestima da sentido al principio de éxito social y así, el hombre tiende a sobrestimarse.  Aunque está obligado a escoger entre la honradez, que le manda no fanfarronear y decir con humildad lo que realmente es, el objetivo de su éxito profesional le obliga a decir a los demás que vale más de lo que realmente es.  Por tanto, nuestra sociedad acepta que no haya candidatos a un puesto de trabajo que digan que no pueden hacer las tareas que les serán encomendadas, aunque ambas partes del proceso de selección sepan que nunca antes las han realizado.

La mentira de asentimiento consiste en no contradecir nunca a quien está frente a ti, en especial si la calidad de la relación puede sufrir por esa contradicción.  Esto ocurre cuando oyes las palabras exageradas de tu suegra y haces como si no las hubieras escuchado, provocando de esta manera un asentimiento tácito.  Uno se dice a si mismo que la suegra es la suegra y que no merece la pena enfadarse con ella, porque te arriesgas a enfadarte con toda una rama de la familia y, en cualquier caso, no vas a ser capaz de cambiar su opinión.

Por último, la mentira por omisión es aquella mentira aparentemente sin importancia que desfigura la realidad no explicándola de manera exhaustiva.  Esto ocurre cuando dices que ayer llegaste tarde a casa, pero omites decir con quién estuviste.  No mientes, pero al omitir un elemento en la explicación tampoco dices toda la verdad, de tal forma que la realidad de las cosas se desnaturaliza y la verdad se pierde en el camino.  Este tipo de mentira permite que la persona mantenga la soberbia, la cual se perdería muy pronto si fuésemos honestos con la realidad.

Aunque la sociedad ha consagrado estas tres mentiras como socialmente aceptables, la mentira no es algo innato en nosotros, por lo que mientras nuestras palabras dicen una cosa, nuestro cuerpo está gritando a los cuatro vientos lo contrario, algo apreciable para el ojo experto.

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Suicidio profesional

martes, 12 octubre, 2010

No cabe duda de que en algunos entornos laborales podemos toparnos con algún mando que nos puede agredir verbalmente y que nos puede humillar delante de nuestros compañeros haciendo que nuestra vida sea un verdadero infierno.  Este tipo de personajes hacen que nuestro corazón se acelere cada vez que están a menos de cinco metros de nosotros, que nuestra presión arterial suba hasta límites que pueden provocar un infarto de miocardio o un derrame cerebral, e incluso son capaces de desarrollar nuestra imaginación hasta el punto de que somos capaces de fantasear con situaciones que hasta entonces nos parecían propias de una película de terror.

Por mucho que este tipo de personas nos humillen y nos lleven hasta límites insospechados, la mayoría de las veces no hacemos ni decimos nada por miedo a perder nuestro puesto de trabajo. Por lo tanto, nuestro sentimiento de rabia y odio hacia dicha persona sigue aumentando de manera exponencial.  Con el transcurso del tiempo es posible que estallemos, arruinando la carrera profesional que veníamos labrando hasta el momento.

Es posible diferenciar dos tipos de personas que pueden tener este tipo de explosiones emocionales.  Por un lado están los que llamaremos los suicidas, masoquistas que no dudan en lanzar al aire todo tipo de comentarios con el único fin de ser despedidos.  Lo único que desean estas personas es ser castigadas por su superior, porque en el fondo gozan siendo maltratadas por la otra persona.  A estas personas no les importa las consecuencias que sus acciones puedan tener sobre su carrera profesional.

En el lado opuesto están las personas a quienes les importa su carrera profesional pero quienes han ido acumulando una carga emocional de tal magnitud que tiende a explotar en el momento más inoportuno, arruinando de esta forma todo lo creado hasta el momento.  Estas personas no gozan con la humillación, sino que desean el respeto de sus compañeros y superiores, pero es la ausencia de autoestima en ellas lo que las lleva a este punto de no retorno.

Si bien las primeras son kamikazes que arriesgan de forma temeraria su carrera profesional, y poco puede hacerse por ellas, las segundas pueden salvarse de la quema si desarrollan su habilidad para gestionar sus emociones, si desarrollan su autoestima y comienzan a quererse un poco más a sí mismas.  Un coach puede ser una ayuda muy positiva en estos casos, ya que puede ayudar a desarrollar la gestión de sus emociones al tiempo que refuerza y eleva la autoestima de la persona a través de la utilización de herramientas que aceleran el proceso.

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