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Coqueteos furtivos

viernes, 5 noviembre, 2010

El otro día estaba esperando mi turno en la caja del supermercado.  Delante de mi tenía a un chico joven bien parecido.  En la caja, una chica con el pelo recogido en una coleta no cesaba de pasar por el escáner la infinidad de artículos de la clienta que nos precedía sin levantar la mirada.  Tras pasar el último código de barras por el dispositivo, pulsar la tecla de total y lanzar al aire un «son veinticinco con treinta» elevó la mirada para ver quién era el siguiente cliente.  A partir de ese instante las cosas sucedieron en una fracción de segundo.

Al ver al que para ella era un apuesto galán, la empleada bajó la mirada y, antes de coger el dinero que la señora la estaba dando para pagar su compra, lanzó su mano izquierda hacia la goma que sujetaba su pelo y la arrancó literalmente de su cabello.  Su hermosa melena cayó sobre sus hombros y se prolongó por la espalda realzando su belleza.  Tan rápido fue todo que ni la señora que estaba frente a ella ni el propio joven se dieron cuenta de este movimiento semiautomático de la joven.

Una vez comenzó a pasar los productos del chico por el escáner la empleada apenas tuvo contacto ocular con su cliente, demostrando de esta forma cierta timidez ante su caballero.  Sólo cuando le entregó el recibo con las vueltas levanto ella la vista y lo miró a los ojos.  Cuando él la miró ella retiró sus ojos hacia la caja, como si algo se la hubiera perdido en ella.

Las señales que emitimos para comunicarnos pueden ser tan sutiles que en muchas ocasiones nos perdemos el mensaje subliminal que el remitente ha querido transmitirnos furtivamente, como en este caso.  Es probable que si el chico hubiera estado atento a estas señales y hubiera estado disponible le podría haber pedido el teléfono, o directamente para salir, sin miedo a recibir un «no» por contestación.

Esta secuencia de la vida cotidiana nos demuestra que es la mujer la primera en dar el primer paso, pero que es el hombre quien, no sólo tiene que ser hábil en captar las señales que emite su compañera, sino que también debe ser diestro en el arte de seducir.  Cualquier caballero puede ser el hombre perfecto para una mujer y, cuando se dé el caso, ella se lo hará saber de forma sutil.

Hay que tener presente que las personas quieren comunicarse aunque no salga por su boca una sola palabra, así como que los coqueteos ocurren en cualquier lugar: desde una cafetería a un aeropuerto.  Es por tanto importante conocer y prestar atención a las señales que nos envían las personas cuando nos acercamos a ellas.

Y aunque es posible que esta chica esté esperando a que el joven vuelva a comprar algo durante su turno para lanzarle otra serie de señales más directas que capten su atención, lo importante no es esto, sino cuántas veces hemos perdido una oportunidad por miedo a coquetear furtivamente con la otra persona.

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La princesa prometida

viernes, 22 octubre, 2010

No es raro encontrarse con mujeres que rondan los cuarenta años que siguen aferradas a la idea de encontrar al hombre perfecto, a ese personaje principesco que tiene todas las cualidades que ellas buscan en un hombre: alto, fuerte, atlético, atractivo…  Y mientras ellas lloran su ausencia, ellos van acumulando los teléfonos de mujeres más jóvenes que son una delicatessen para su paladar.

Las mujeres que se acercan o rebasan tímidamente los cuarenta años son personas que saben lo que quieren, personas con experiencia en el ámbito profesional y personal, personas con las que se pueden mantener largas conversaciones, mujeres económicamente independientes que pueden darse cualquier capricho que quieran, y mujeres que, en la mayoría de los casos, son incluso más activas sexualmente que la pareja que las tocaría por edad.

Estas mujeres que se han hecho un hueco en un mundo laboral mayoritariamente masculino siguen luchando por encontrar a esa persona ideal con la que disfrutar los fines de semana, ese hombre con quien formar una familia y con quien compartir el resto de su vida.  Sin embargo, todos los hombres que encuentran en su camino tienen alguna pega: es gordo, es calvo, es bajo, está divorciado, tiene hijos… por lo que las relaciones se mantienen en un plano temporal en espera de que entre por esa puerta semiabierta el caballero de brillante armadura a lomos de su bello corcel.

Desafortunadamente la realidad puede ser bien distinta.  Un hombre de cuarenta años estará encantado con una mujer diez años más joven que él.  No sólo porque tenga una piel más tersa y unas carnes más turgentes, sino porque si quiere formar una familia es posible que la juventud aporte cierta garantía de poder tener un par de retoños.  Es cierto que las conversaciones entre la pareja pueden ser muy diferentes a las que podría tener con una persona más madura, pero también es cierto que la pureza que puede encontrar el hombre en esa mujer más joven nada tiene que ver con la de otra diez años mayor.

La realidad nos demuestra que el hombre perfecto no existe.  El hombre perfecto es una fantasía de nuestra mente que nos apega a un pasado ideal con nuestros padres.  El sueño de conseguir ese hombre perfecto mata nuestra realidad, impidiendo que encontremos a esa persona que nos puede hacer felices con sus imperfecciones.  Y así, mientras nuestras exigencias y expectativas se mantienen altas, los hombres que se atreven a enfrentarse a los dragones de sus propios miedos, desisten en el intento porque ven imposible matar ese sueño que todavía ronda por la mente de la mujer.

Lo bueno es que una vez somos conscientes de que es difícil encontrar al hombre perfecto, nos damos cuenta de que existen multitud de solteros de plata con los que podríamos formar esa pareja que puede hacer nuestra vida más feliz.

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La mujer imperfecta

jueves, 17 diciembre, 2009

Algunos de los cuentos que nos contaban en nuestra infancia representaban a la mujer como a una persona simpática, cálida, dulce, con dotes para el canto y el baile, con la casa siempre impoluta y con una imagen radiante a cualquier hora del día.   Se podría decir que una mujer perfecta en muchos sentidos.  Sin embargo ¿cómo afectan estos mitos de infancia a la mujer moderna?

Asumamos que existe la mujer perfecta, al igual que puede existir el hombre perfecto.  Esta mujer no sólo tendría las capacidades y competencias para hacer todo lo descrito anteriormente, sino que además tendría una vida laboral donde desempeñaría su trabajo de forma magistral en las nueve o diez horas que pasaría en él diariamente.

Si esto fuera así, la mujer actual dejaría de ser Ceninicienta (por mucho coach que pueda tener) para pasar a ser Superwoman, una mujer que puede con todo, que hace las cosas rápido y bien, y además tiene tiempo para estar con sus amigos y compañero sentimental.  ¿Es en esto en lo que se ha convertido la mujer actual, en una supermujer?

Es posible que algunas mujeres de nuestra sociedad se hayan convertido inconscientemente en supermujeres, sin embargo hay que tener presente que los superhéroes también son imperfectos.  Por ejemplo, Superman es sensible a la kriptonita, un fragmento de roca de su planeta natal que lo deja totalmente indefenso mientras está expuesto a su radiación; y Batman o Spiderman son tan humanos como nosotros, por lo que tienen las mismas debilidades y flaquezas que cualquier humano, por mucho traje antimisiles que se ponga o detector arácnido que tenga.

Pero lo más curioso de todo es que estos superhéroes no tienen una vida completa, es decir, no tienen familia, ni niños con los que lidiar al llegar a casa.  Cada vez que alguno de ellos comienza un romance, es muy posible que termine en fracaso.  Cuando alguno de ellos intenta casarse, la boda termina arruinada por alguno de los supervillanos.  Siempre están a un tris de conseguir su plenitud, pero apenas pueden rozarla con la punta de los dedos, quedándose en algo más platónico que otra cosa.

Así, es posible que algunas supermujeres de nuestros días también se encuentren con estas dificultades que tienen los superhérores a la hora de realizarse como personas.  Esto puede producir una gran frustración si la mujer ve que no es capaz de conseguir aquello que se ha propuesto en el tiempo estimado.  Es la propia mujer la que, para su desgracia, se ha auto-impuesto esa imagen de perfección, de poder llevarlo todo a cabo en el tiempo que estamos en este planeta.

La buena noticia es que tanto el hombre como la mujer somos imperfectos, que ambos buscamos esa imperfección perfecta para mitigar nuestros defectos y sentirnos completos tanto como personas como profesionales.  Ahora sólo queda saber qué es lo que impide que nos quitemos la capa y nos volvamos humanos, igual que hizo Superman en una ocasión.

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La imperfección perfecta

martes, 2 diciembre, 2008

La imperfección perfecta no es otra cosa que uno mismo, que tu pareja, que todo aquello que te rodea y cuya imperfección te atrae hasta tal punto que eres capaz de gozar con ello, de disfrutar de su visión y hasta de compartir tu vida con esa persona.

Durante nuestra juventud los cuentos de hadas nos hacen buscar a nuestro príncipe azul o a nuestra princesa encantada.  Esos cuentos se quedan tan metidos en nuestro subconsciente que durante nuestra adolescencia buscamos a esa persona que nos atraiga físicamente, a esa persona que al estar junto a ella nos haga populares, sin importarnos cómo es por dentro, qué valores tiene y si estos son similares a los que buscamos en nuestra pareja.

Afortunadamente según vamos madurando nos vamos dando cuenta de que la belleza no lo es todo, que el príncipe o la princesa que nos salve de las garras del horrible monstruo de nuestra aburrida vida no existe, o por lo menos se da en raras y contadas ocasiones.  De hecho, el hombre o la mujer perfectos, de existir, no necesitarían estar con nosotros, porque son perfectos, y esa perfección hace que no necesiten de nadie.  Tal vez sea esta la razón por la que al pisar el suelo por el que andamos nos demos cuenta de que la humanidad es imperfecta, de que sólo somos perfectos en nuestras fantasías.

Y es por esto que podemos disfrutar de la vida, no porque seamos personas que disfrutemos de las imperfecciones ajenas, sino porque al ser imperfectos somos como una pieza de un rompecabezas, y por tanto necesitamos de otras piezas que nos complementen y con las que poder terminar nuestro puzzle.

¿Y que tiene que ver el coaching con todo esto?  Muy sencillo, el coaching te ayuda a encontrar tu esencia, tu YO más profundo, tus valores, al tiempo que hace que aumente tu autoestima y esto te permita enfrentarte a los retos que la vida te plantea cada día con energía, ya que tienes claros tus objetivos, tus valores y lo que realmente buscas.

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