Artículos etiquetados ‘valores personales’

El cubo de madera

martes, 16 abril, 2013

Erase una vez un recipiente en forma de cono truncado llamado Dekon.  Dekon pertenecía a la especie de los “cubos”, los cuales se caracterizaban por tener asa y estar abiertos en su circunferencia mayor; teniendo fondo en la menor.  Dekon era de madera, aunque bien hubiera podido ser de metal o cualquier otra materia que se encontrara tanto en la superficie de aquel planeta como bajo esta.  En cuanto a su tamaño, no era ni muy grande si se comparaba con el resto de sus congéneres, ni tampoco demasiado pequeño.

Los cubos habían sido creados con una función principal, la de llenar su interior con todo aquello que estuviera a su alcance.  De esta manera, aquellos conos huecos podían introducir en su interior cualquier material, desde líquidos hasta sólidos.  Cada cubo era libre de rellenar su interior con aquello que él considerara oportuno, pudiendo introducir en su interior elementos de gran valor u otros sin ninguna utilidad.  La única limitación era su capacidad.  Una vez habían ocupado todo su volumen debían deshacerse de algún elemento de su interior si querían meter más cosas.

Aquella mañana Dekon se había levantado más temprano de lo habitual, por lo que aprovechó para dar un paseo por el bosque que rodeaba su aldea.  Mientras caminaba entre los árboles mirando a uno y otro lado en busca de algo que poder llevar a su interior, Dekon se topó en su camino con una cavidad subterránea que hasta ahora nunca antes había visto.  Este agujero horadado en la piedra estaba cubierto por multitud de hojas de plantas que impedían la entrada a la parte de adentro.  Se acercó y comenzó a retirar las ramas más grandes para poder acceder a aquella cueva.  Una vez se hizo paso entre el follaje, entró al interior de aquella caverna.

La claridad dentro de aquel agujero en la piedra era mínima, por lo que Dekon se quedó a pocos metros de la entrada.  Los pocos rayos que habían penetrado en el interior de aquella caverna revotaban en las paredes, dándole a Dekon una idea de cómo era su interior sin tener que adentrarse mucho más.  Y fue uno de estos rayos el que, al chocar con un objeto, hizo que este brillara en lo más profundo de la cueva, despertando la curiosidad de Dekon.

Dekon se adentró un poco más siguiendo el destello de aquel objeto.  Una vez junto a  él, lo tomó en su mano.  Las sombras no le permitían mirar con atención aquella piedra fina, por lo que se giró y salió hacia la claridad del bosque.  Al limpiar el barro que cubría aquella piedra brilló con fuerza el verde que la teñía.

Dekon nunca antes había tenido nada tan bello entre sus manos, por lo que pensó que  guardarlo en su interior no le aportaría nada, ya que nadie sería capaz de verlo a menos que se lo mostrara.  Por tanto, tal vez fuera mejor adherirlo a su sosa y aburrida cubierta de madera.  Esto lo haría diferente a los demás.  De hecho, hasta es posible que algunos de los cubos que tenía a su alrededor pudieran pensar que valía más de lo que realmente valía.  Dicho y hecho.  Aquella piedra teñida de verde fue pegada sobre su madera.

A partir de ese momento, Dekon dejó de pensar en buscar elementos a su alrededor que poder incluir en su interior, y se dedicó por completo a la búsqueda de más piedras preciosas que poder poner sobre su superficie cónica.  Durante meses estuvo haciendo lo necesario para conseguir este tipo de piedras que parecían llamar la atención de los cubos más próximos a él, olvidándose por completo de llenar su interior.

Con el paso del tiempo Dekon tenía toda su superficie completamente cubierta de gemas y piedras preciosas.  Todos los cubos le admiraban e incluso envidiaban; pero ninguno de ellos lo trataba como lo que era, sino por aquello que tenía.  Querían saber cómo conseguir aquellas gemas tan brillantes, querían que se las prestara, e incluso en algunos casos hasta querían robárselas.

Dekon no se sentía completo, por lo que comenzó a quitarse aquellas piedras preciosas de su superficie y a buscar algo que llevar a su interior que lo pudiera completar como cubo.

Algunas personas nos olvidamos de que nuestro valor no está en lo que llevamos puesto, sino en lo que tenemos en nuestro interior.  La cultura, los valores personales y nuestros comportamientos son lo que nos hacen ser quienes somos y lo que aporta a las personas que se acercan a nosotros.

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El príncipe aburrido

lunes, 23 enero, 2012

Ana era una chica moderna.  Tenía un trabajo que la permitía pagar la hipoteca de su apartamento de sesenta metros cuadrados, su pequeño coche y algún que otro viaje durante las vacaciones con sus amigas del colegio.  Era una mujer económicamente independiente.  Como casi todas las chicas de su edad, Ana no tenía una pareja estable.  Según ella todavía era demasiado joven para juntarse con un hombre por el mero hecho de “estar con alguien”.  Era de las que pensaba que era mejor estar sola que mal acompañada, por lo que había optado por la primera opción.  Además, su físico y su inteligencia la permitían poder mantener relaciones cuando ella quisiera.

Las personas que conocían a Ana aseguraban que la razón por la que Ana seguía sola no era otra que el no haber encontrado al hombre perfecto.  Todos sus amigos afirmaban que estaba buscando a su príncipe azul, y ella, obviamente, lo negaba rotundamente.  Sin embargo, en alguna que otra ocasión, se la había escuchado decir que a ella le gustaban los hombres altos.  De un metro ochenta en adelante.  Fuertes, pero no tanto que sus músculos impidiesen el riego cerebral.  Con ojos claros y pelo ondulado.  Con una sonrisa que tus piernas temblaran al verla.  Y con una voz masculina que tu alma se estremeciera al escucharla.  Sus amigos comentaban que si esto no era un hombre perfecto, le faltaba poco.

Un día, mientras comía una ensalada en la escasa hora que tenía para almorzar, un chico se acercó a ella y con voz profunda le preguntó por la ensalada que estaba tomando.  Ella levantó la mirada y vio a un chico de unos treinta y cinco años sonriéndola.  Al principio titubeó un poco.  No se lo podía creer, era el chico que durante tantos meses había admirado en secreto desde aquella misma mesa del restaurante.  Ana le dijo que era la ensalada de tres lechugas, la que venía con escarola y salsa italiana.  El chico la dio las gracias y, antes de irse, la dijo: “Por cierto, soy Jorge ¿quieres que tomemos algo esta tarde después de salir del trabajo?”.  La respuesta estaba clara.

Esa misma tarde se volvieron a ver.  Jorge y Ana dieron un paseo por el parque, se tomaron una cerveza en una de las terrazas del viejo bulevar, y charlaron de esto y de lo de más allá.  Al final de la tarde Jorge escoltó a Ana a su casa.  Allí, al pie de la puerta, Jorge se despidió de ella con un beso en los labios.  Ana abrió la puerta y entró en su casa, mientras Jorge bajaba las escaleras para seguir su camino calle abajo.

Una vez en su casa Ana recordó en su cabeza todo lo que habían hecho Jorge y ella durante aquella tarde, lo que habían comido, de lo que habían hablado, etc.  Jorge era su caballero andante, lo que había buscado durante tanto tiempo.  Sin embargo, a Jorge le faltaba algo, chispa.  Si, si, el beso no había estado mal, y fue toda una sorpresa, pero aún así la tarde había sido un tanto aburrida.  Ella quería más, quería a alguien que la despertara de su letargo invernal, a alguien con   quien poder echar unas risas y con quien disfrutar de la vida.  Jorge era sólo un bonito envoltorio sin apenas contenido.  Con Jorge se había aburrido.  Era un príncipe aburrido.

Las personas buscamos un prototipo de hombre o mujer con el que compartir nuestras vidas.  Este prototipo de persona puede estar basado en unos cánones físicos determinados, por lo que en ocasiones buscamos más un paquete bonito que un contenido que cubra las necesidades que tenemos.  Y así, al final del día, nos sentimos decepcionados con nuestra elección.

Los valores personales son algo a tener presente cuando decidimos iniciar una relación con otra persona.  Las personas buscamos unos valores en nuestra pareja, al igual que podemos ofrecer otros que ella no tiene.  Las personas con las que nos relacionamos nos aportan cosas, aunque inicialmente no las veamos.  Y son estas cosas las que en muchas ocasiones hacen que nos enamoremos de la persona, y no sólo de su apariencia física.

Al igual que Blancanieves, algunas personas estamos inmersas en un sueño del que queremos que nos despierten, pero que lo haga un príncipe divertido, con un poco de chispa y sangre en las venas.

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Piratas del Caribe

jueves, 17 febrero, 2011

Cuando éramos pequeños nos entusiasmaban las películas donde unas personas crueles, despiadadas, andrajosas y desaliñadas, surcaban los siete mares en busca de tesoros escondidos en islas paradisíacas. Tal era nuestra pasión por estos personajes que en alguna fiesta de disfraces nos ocultamos detrás de una barba y aparentamos ser toscos y sin pulimento, aunque nuestro escaso metro de estatura y nuestra aguda voz hicieran sonreír a más de uno de los presentes.

El paso del tiempo no ha mermado nuestra pasión por estos personajes, tal vez porque su carácter rudo y varonil siga atrayendo de forma inconsciente a las más bellas damiselas, o quizá porque vivían una continua aventura, o quien sabe, por esa ambición que los hacía buscar incansablemente tesoros por todo el mundo.

Es probable que sea esto último lo que haga que tengamos esa conexión con estos saqueadores tan glamourosos en la gran pantalla. Es posible que a fecha de hoy nosotros también estemos buscando un tesoro, pero no un tesoro en forma de monedas de oro ni joyas, sino en forma de pareja sentimental.

Buscar una pareja puede ser como buscar un tesoro. Los piratas buscaban su tesoro surcando los mares de Norte a Sur, de Este a Oeste. Nosotros atravesamos la ciudad para ir a trabajar, para ir al gimnasio, para hacer la compra, para ir a divertirnos. Al igual que ellos buscamos una isla interesante donde fondear y descansar.

En nuestro caso las islas pueden ser las personas con las que nos cruzamos todos los días. Y al igual que nuestros amados personajes, también buscamos una señal que nos permita saber si el tesoro está escondido allí o no. De no recibir ninguna señal es posible que nos arriesguemos y nos adentremos en la espesa jungla, con la posibilidad de que aparezcan los aborígenes de turno y nos comiencen a perseguir con sus lanzas en alto.

Si la isla no ha sido allanada recientemente, es posible que los nativos con los que nos encontremos sean pacíficos y nos dejen tranquilos mientras reconocemos el terreno. En el mejor de los casos podrían invitarnos a comer en su mesa e incluso culturizarnos en alguna de sus tradiciones.

Según los oriundos de la zona vayan tomando confianza con nosotros nos irán mostrando sus tesoros, riquezas que quizá para nosotros no sean de gran valor inicialmente, pero que con el tiempo podremos verles su utilidad y su razón de ser.

En el fondo todos llevamos un pequeño pirata dentro de nosotros que nos hace buscar nuevas aventuras cada día, que nos incita a buscar tesoros escondidos en el centro de una isla rodeada por una jungla y protegida por animales salvajes y aborígenes agresivos. Pero ¿qué sería de nuestra vida si todo fuera fácil y sencillo, si no fuese una continua aventura?  ¿Qué pasaría si no tuviésemos ese afán por encontrar ese tesoro escondido?

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Relaciones destructivas

martes, 9 noviembre, 2010

Hay parejas cuya relación comienza a deteriorarse tras años de vida en común.  Aunque nadie puede dar una respuesta exacta sobre las causas por las que una pareja comienza a distanciarse, lo que parece común a todas ellas es que los problemas comienzan a amontonarse uno encima del otro y, al final, no se sabe cómo gestionarlos.  Las causas que inician este alejamiento pueden ser tan dispares como la educación de los hijos, la ausencia de vástagos, la divergencia de opiniones en asuntos de importancia, un cambio de intereses o que una parte se siente menos querida.  Independientemente de la causa inicial, la comunicación en la pareja se ve afectada de manera directa, lo cual puede llevar a la ruptura de la pareja finalmente.

Según el I.N.E. el número de divorcios en nuestro país ha bajado un punto desde 2006.  Aunque me encantaría poder decir que esto ha sido debido al trabajo realizado por psicólogos y coaches, me temo que debo reconocer que ha sido debido a la crisis económica que estamos sufriendo desde hace cuatro años.  Durante este periodo las parejas que quieren separarse analizan los pros y los contras de una separación y concluyen que la mejor solución es divorciarse más adelante, cuando la economía vaya mejor, y por el momento seguir compartiendo los gastos de la casa, los colegios, la comida, el alquiler o la hipoteca para mantener el nivel de vida que venían disfrutando hasta el momento.

Si la opción elegida es la de vivir en el hogar conyugal y mantener vidas separadas es importante que la comunicación de la pareja no se convierta en destructiva.  Entiendo que la comunicación es destructiva cuando en una conversación se utilizan palabras que denotan desprecio, desaprobación, agresividad o resentimiento y cuyo único objetivo es «dañar a la otra persona».  Aunque existe una motivación interna en cada persona para lanzar este tipo de ofensas a la cara de la otra persona, hay que tener en cuenta que al entrar en este círculo vicioso la persona deja de valorar aquellas cualidades que vio en su amante al comienzo de la relación y que en parte fueron las instigadoras de unirse como pareja.

Lo bueno de las relaciones humanas es que se pueden arreglar, pero para ello hay que desearlo.  Está claro que una terapia de pareja no sirve para nada si una de las partes está obstinada en no hablar y se queda encerrada en su mundo, pero asumiendo que exista un interés común por ambas partes, la terapia crea el marco para que la pareja pueda comenzar a comunicarse.

La creación de un marco diferente al que estaban acostumbrados permite desarrollar ciertas habilidades de comunicación que hasta ahora se tenían olvidadas en el baúl de los recuerdos, además de adquirir nuevos comportamientos que mejoran la escucha activa.  Sin embargo, e independientemente de si la pareja acude o no a una terapia, hay que tener presente cómo reacciona cada miembro de la pareja cuando se le plantea un problema.

Es de todos sabido que el hombre está programado para dar soluciones a los problemas que se le plantean, y eso es lo que la sociedad espera de él.  Cuando recibe un problema, el hombre entra en su cueva para meditar sobre el asunto.  Sólo cuando obtiene la solución saldrá para comunicarla al resto de los mortales.  Mientras tanto no quiere ser interrumpidos por nadie.  Es más, si alguien le pregunta por el asunto en cuestión mientras está cavilando, se irrita, pudiendo llegar a dar contestaciones poco afortunadas.  De igual manera, si no puede solucionar sus problemas por sí mismo, el hombre se siente mal, ya que su obligación como líder de la manada es solventarlo sin ayuda de nadie.

El comportamiento de la mujer cuando tiene un problema es diametralmente opuesto al de su compañero.  Cuando algo atormenta a la mujer, ésta llama por teléfono a sus amigas o queda con ellas para tomar un café y charlar sobre el asunto.  La mujer busca ayuda en otras personas porque la sociedad entiende que necesite apoyarse en otros.  De hecho pone en común sus preocupaciones con sus seres más allegados.  Es más, no la importa que nadie la pregunte sobre el tema cuando todavía está en proceso de análisis, ya que esto la puede dar un punto de vista nuevo o ayudar en su enfoque.

Al ser conscientes de que nos comportamos de forma diferente al analizar una misma situación y que una misma realidad es percibida de forma diferente por las distintas personas, seremos capaces de entender a nuestra pareja y de modificar nuestro comportamiento en la medida que sea necesario sin perder nuestra identidad ni nuestros valores personales.

Independientemente de lo que ocurra en la pareja hay que tener en cuenta que la comunicación es esencial para que la relación fructifique o, si ha de concluir, lo haga de una manera amistosa donde no queden emociones de rabia o resentimiento. Es imprescindible saber escuchar de forma activa y saber qué es lo que quiere la otra persona con el único objetivo de evitar una ruptura de pareja por falta de interés o porque no sabemos lo que queremos.

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Mentiras piadosas

jueves, 14 octubre, 2010

La equidad, la rectitud y la honestidad son algunos de los valores que desde hace siglos se promueven en nuestra sociedad a través de la educación y la religión.  Sin embargo, el ser humano es la única especie sobre la faz de la tierra que ha integrado la mentira como parte de su vida cotidiana, siendo capaz de mentir de forma natural tan a menudo como le sea necesario.

Nuestra sociedad promueve que digamos la verdad en todo momento, pero este comportamiento es un privilegio exclusivo de niños y borrachos.  En el resto de mortales, este comportamiento tan laudable puede suponer un suicidio social para la persona porque, curiosamente, es la mentira que tanto detestamos la que nos permite vivir en sociedad de forma eficaz.

Una de las responsabilidades de nuestros padres es la de darnos las herramientas para que podamos vivir en la sociedad que nos ha tocado.  De esta forma, son ellos quienes, cuando apenas levantamos un palmo del suelo pero tenemos suficiente soltura con el lenguaje como para elaborar frases complejas y preguntas comprometedoras, comienzan a desarrollar nuestras habilidades sociales, integrando en nuestro comportamiento una serie de filtros que eviten esa sinceridad, espontaneidad y naturalidad innata en el ser humano.

Una vez integrados estos filtros en nuestro ser, la mentira aparece de forma natural en cada uno de nosotros, pero a diferencia de lo que podamos pensar inicialmente, la sociedad sólo admite tres tipos de mentira: la de sobrestima, la de asentimiento y la de omisión.

La mentira de sobrestima da sentido al principio de éxito social y así, el hombre tiende a sobrestimarse.  Aunque está obligado a escoger entre la honradez, que le manda no fanfarronear y decir con humildad lo que realmente es, el objetivo de su éxito profesional le obliga a decir a los demás que vale más de lo que realmente es.  Por tanto, nuestra sociedad acepta que no haya candidatos a un puesto de trabajo que digan que no pueden hacer las tareas que les serán encomendadas, aunque ambas partes del proceso de selección sepan que nunca antes las han realizado.

La mentira de asentimiento consiste en no contradecir nunca a quien está frente a ti, en especial si la calidad de la relación puede sufrir por esa contradicción.  Esto ocurre cuando oyes las palabras exageradas de tu suegra y haces como si no las hubieras escuchado, provocando de esta manera un asentimiento tácito.  Uno se dice a si mismo que la suegra es la suegra y que no merece la pena enfadarse con ella, porque te arriesgas a enfadarte con toda una rama de la familia y, en cualquier caso, no vas a ser capaz de cambiar su opinión.

Por último, la mentira por omisión es aquella mentira aparentemente sin importancia que desfigura la realidad no explicándola de manera exhaustiva.  Esto ocurre cuando dices que ayer llegaste tarde a casa, pero omites decir con quién estuviste.  No mientes, pero al omitir un elemento en la explicación tampoco dices toda la verdad, de tal forma que la realidad de las cosas se desnaturaliza y la verdad se pierde en el camino.  Este tipo de mentira permite que la persona mantenga la soberbia, la cual se perdería muy pronto si fuésemos honestos con la realidad.

Aunque la sociedad ha consagrado estas tres mentiras como socialmente aceptables, la mentira no es algo innato en nosotros, por lo que mientras nuestras palabras dicen una cosa, nuestro cuerpo está gritando a los cuatro vientos lo contrario, algo apreciable para el ojo experto.

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Criando parricidas

martes, 6 julio, 2010

Hace poco me contaban una escena que tuvo lugar en el metro entre una madre y su hijo de corta edad.  El comportamiento de la criatura, revoloteando por todo el vagón y molestando al resto de pasajeros, no debía ser el que la madre deseaba en ese momento para su churumbel, por lo que cuando el angelito colmó la paciencia de su progenitora ésta le lanzó un cachete para marcar el fin de un comportamiento que la estaba poniendo en evidencia ya que no era del todo apto en dicho entorno.

Sin querer entrar en la polémica de si la madre se extralimitó al darle un tortazo a su hijo, o de si ésta debió concluir el comportamiento de su hijo mucho antes para evitar llegar a esa explosión emocional, la situación descrita en el párrafo anterior puede ser bastante normal en una relación entre padres e hijos.  Sin embargo, lo que realmente llama mi atención no es el hecho de la agresión física, aunque esta tenga su importancia, sino los comentarios que la madre y posteriormente la amiga que la acompañaba realizaron al galopín.

Tras el manotazo, la madre abroncó a su hijo en tono desafiante con un: «¡A ver, devuélveme, devuélveme el tortazo!»  Mientras que su amiga reprendía al mozalbete con un: «!qué cobarde!, ¡vaya cobarde!».

Está claro que la criatura no tenía el tamaño ni la fuerza para devolver el tortazo a la madre.  De hecho, es posible que si hubiera amagado para darla un golpe ésta le hubiera respondido con un guantazo que le hubiera puesto la cara del revés.  Es posible que la criatura también estuviera falta de ánimo y valor para tolerar la desgracia que le había caído en forma de bofetada, tal y como afirmaba la amiga, pero también es posible que en su todavía aturdida cabecita se escuchara una vocecilla que decía: «¡Espera, espera a que sea grande y ya veremos si te atreves a darme otro tortazo.  Ya veremos quién es el cobarde entonces!«.

No sé si este tipo de desafíos son la causa de que a fecha de hoy no sea raro escuchar en las noticias casos de hijos que maltratan a sus padres, pero las observaciones que llevo realizando durante los últimos meses me demuestran una laxitud en la educación que proporcionan los padres a sus hijos.

Tal vez esta laxitud sea el efecto rebote de una educación más estricta recibida en las familias y colegios durante los años 50 y 60 del siglo pasado.  O probablemente sea debido a que algunos padres de hoy en día no tuvieron ciertas libertades en los años de la dictadura y quieren que sus hijos sean totalmente libres para hacer lo que quieran.  O quizás sea debido a que los padres del siglo XXI no tienen el tiempo ni la energía suficiente para corregir y educar a su prole después del trabajo.

En cualquier caso hay que tener en cuenta que estas pequeñas criaturas son las que gobernarán y regirán nuestra sociedad dentro de unos años y, como padres y ciudadanos, debemos ser responsables y preguntarnos si son los comportamientos y valores que estamos inculcando en nuestros hijos los que queremos que tengan nuestros futuros directivos y gobernantes.

Si, todavía estamos a tiempo de reeducar a estas maravillosas criaturas para que cambien.  Lo único que necesitamos es aumentar nuestra fortaleza mental para identificar cuáles son nuestros objetivos para con ellos, cuáles son los valores que queremos inculcarles, cuál es nuestra responsabilidad como padres.  En todo esto nos pueden ayudar desde orientadores expertos en el tema hasta coaches que nos acompañarán en este camino sin que fracasemos en el intento.

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¿Qué busco ahora?

martes, 29 diciembre, 2009

Una vez más se aproxima el fin de año y algunas personas no tendrán una pareja a quien abrazar o a quien besar cuando las campanadas anuncien el término de 2009.  El hecho de sentirnos solos en estas fechas tan entrañables hace que volvamos a incluir en nuestra lista de propósitos de año nuevo el encontrar pareja como objetivo prioritario para este nuevo año que en breve comenzará.

Es posible que algunas de esas personas solitarias decidan no incluir en su lista de propósitos este objetivo para el nuevo año.  Esto puede ser debido a que no buscan nada porque todavía no están disponibles para comenzar una relación, aunque ellos no sean conscientes de ello.  Sin embargo, las personas que quieran volver a enamorarse pondrán este objetivo en su lista.

Ahora bien ¿qué es lo que busco ahora?  En principio busco pareja, sin más.  Pero ¿qué tipo de pareja en concreto?  Un pequeño estudio sin valor científico que realicé hace algún tiempo con una muestra de amigos de diferentes edades confirmaba algo que casi todos pensamos y que indico a continuación.

Los adolescentes entre 15 y 25 años buscan una persona que destaque en algo, siendo lo más común su atractivo físico y su popularidad.  Los valores no tienen demasiada importancia, ya que a esas edades la persona está formando su personalidad.  En el rango comprendido entre los 25 y los 35 años, los encuestados buscaban una persona con un cierto atractivo, pero que tuviera un poco de cabeza y sentido común, es decir, los valores personales comienzan a tener su peso a la hora de entablar una relación.  A partir de los 35 años el físico pasaba a un segundo plano, siendo los valores de la persona y sus habilidades interpersonales lo que tenía más importancia y lo que realmente atraía al sexo contrarío.

A la hora de buscar esa imperfección perfecta, y por mucho que nos pueda gustar esa persona que apenas nos hace caso, que nos ignora continuamente o incluso nos puede hacer algún desprecio en público, es importante tener en cuenta cuáles son nuestros valores personales.  Esto nos ayudará a saber qué podemos  ofrecer a la otra persona y qué queremos recibir de ella.

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Valores enfrentados

viernes, 11 diciembre, 2009

No es raro escuchar en la radio, ver en la televisión o leer en los periódicos alguna noticia relacionada con altercados entre jóvenes y la policía, alumnos y profesores, e incluso entre hijos y padres.  La juventud actual, esos jóvenes que dentro de pocos años serán las personas que lideren nuestras empresas y nuestras vidas parecen estar desquiciados.  Pero ¿están desquiciados o perdidos?

¿Es normal que se tengan que implantar leyes que den autoridad a los profesores para protegerse de los alumnos e incluso de los padres de estos?  Es posible que hayamos pasado de un estado autoritario donde el profesor hacía aprender la lección a sus alumnos con sangre, a unas aulas tan democráticas que el alumno está al mismo nivel que el maestro y donde prevalece la anarquía del alumnado.

¿Es normal que unos jóvenes de clase media asalten una comisaría de policía?  Hace unas décadas puede que fuese un comportamiento para reivindicar un estado opresivo de una dictadura que soportaban pero ¿y hoy en día?

¿Qué es lo que nos quieren decir los jóvenes con estos comportamientos?  ¿Qué es lo que no estamos escuchando mientras los jóvenes nos lo piden a gritos?  ¿Qué nos hemos dejado por el camino que nos puede ayudar a recuperar el equilibrio sin implantar más leyes?  ¿Qué estamos ignorando los adultos?

Tal vez seamos los adultos, los actuales líderes de esta sociedad, los responsables de la muerte de los cuentos, y con ellos de la destrucción de los valores fundamentales de nuestra sociedad y de nuestra juventud.

¿Dónde hemos dejado la libertad que tantos años les costó recuperar a nuestros padres y abuelos?  ¿Y el respeto a nuestro compañero o vecino?  ¿Y el esfuerzo como medio para conseguir nuestro objetivo?

La buena noticia es que podemos elegir recuperarlos e incluirlos de nuevo en nuestras vidas y, como responsables de nuestros hijos, inculcárselos con el ejemplo para que ellos, posiblemente perdidos, vuelvan a encontrar su propio camino y su identidad.

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Responsabilidad de los padres

martes, 21 julio, 2009

El domingo pasado tuve la oportunidad de pasar el día en la piscina de la urbanización de unos amigos.  Esta piscina acogía tanto a personas mayores, como a adolescentes, como a niños de corta edad, si bien estos últimos tenían su propia piscina acondicionada a su tamaño.

Como suele ocurrir en estos casos, la necesidad de refrescar algo más que los pies y parte del tobillo hacía que los padres llevasen a sus vástagos a disfrutar de las aguas más fresquitas y más profundas de la piscina de adultos.  Mientras los padres refrigeraban sus cuerpos animaban a sus retoños a tirarse desde el borde de la piscina al agua, lugar donde ellos los recogían entre sonrisas y gritos de excitación por ambas partes.

Esta práctica tan habitual en nuestras piscinas hace que el niño tome más confianza con el agua y comience a sentirse más seguro, ya que sabe que según se tire, uno de sus progenitores estará allí para agarrarlo y sacarlo a la superficie.  Sin embargo ¿qué ocurre cuando uno de estos angelitos tan dependientes de los adultos se tira al agua cuando no están atentos sus padres?

Lo normal es que a las pocas milésimas de ver unos bracitos chapoteando sobre la superficie del agua cualquier adulto que haya visto el acontecimiento se lance al líquido elemento para sacar la cabecita de la criatura a la superficie y así pueda dar una bocanada de aire fresco de nuevo.  En este caso algunas personas podrán asegurar que los padres son unos inconscientes o incluso unos irresponsables.  Sin embargo ¿cuál es comportamiento que deberían haber tenido estos padres?

Es posible que el comportamiento más apropiado en este caso concreto hubiera sido enseñar a su hijo a nadar antes de enseñarle a tirarse desde el borde de la piscina.  El primer comportamiento desarrolla la independencia del niño, mientras que el segundo degenera en una mayor dependencia de los padres y en un mayor estrés cuando la criatura se encuentra cerca de una piscina.

Por tanto ¿cuál es la responsabilidad de los padres para con sus hijos?  Opino que la responsabilidad de los padres es la de enseñar a sus hijos a utilizar aquellas herramientas que los permitan valerse por si mismos en la sociedad en la que se encuentran, es decir, hacerlos más independientes y libres, así como mostrarles los valores fundamentales que les acompañarán durante el resto de sus vidas.  Y ¿cuántos de nosotros hacemos esto?  ¿Qué nos impide llevarlo a cabo?

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