Artículos etiquetados ‘cambiar comportamientos’

Un nuevo comienzo

domingo, 15 julio, 2018

María había tenido un comienzo de año un poco tormentoso.  Por el mes de marzo rompía con su pareja, una persona de la que se había enamorado cinco meses antes pero que no le correspondió como ella quería.  Una persona muy diferente a ella con la que parecía chocar hasta en las cosas más pequeñas.  Pero su siguiente pareja, con la que había roto hacía un par de semanas, no sólo le duró la mitad de tiempo que la anterior, sino que la ruptura había sido mucho más traumática que la anterior.

Por suerte para María, hoy comenzaba sus vacaciones de verano, y le quedaban escasos metros para poner el intermitente derecho e indicar a los coches vecinos que iba a entrar en aquel hotel junto a la playa donde se recogería en su bungalow durante los próximos quince días.  Quince días de los que tenía que salir con las pilas cargadas y con una decisión importante ¿Qué hacer con su vida?

María apagó el motor del coche.  Quitó las llaves del contacto.  Abrió la puerta.  Salió del coche y, sin cerrar la puerta, tomó una gran bocanada de aire fresco con olor a salitre.  Todo su ser se relajó por primera vez después de doce meses de lo más estresantes y caóticos.  Doce meses que concluían hoy mismo y que daban paso a las deseadas vacaciones donde iba a poder descansar como nunca.

El recepcionista del hotel le dio las llaves de su bungalow y le indicó cómo llegar hasta él por aquel caminito de piedras a la derecha del edificio principal.  Mientras María cogía las llaves de su bungalow, el botones de turno ya había sacado las maletas de su coche y las había puesto en un carrito que comenzaba a empujar en dirección a la cabaña donde pasaría los próximos quince días.

Al entrar en la habitación, María observó que el hotel le había dejado una botella de vino sobre la mesa del salón con una nota de bienvenida.  Mientras se sonreía por el detalle que el hotel había tenido con ella, se giró para agradecer al botones su ayuda con las maletas con una generosa propina.  Después de cerrar la puerta tras el botones, cogió la botella de vino y el vaso de cristal que estaba junto a ella con una mano y se acercó al gran ventanal de la terraza que daba al mar para girar el pomo con su mano libre.

El sol se estaba poniendo por el horizonte y el sonido de las olas hacía aquella vista aún más espectacular.  María dejó la botella y el vaso sobre la mesa.  Abrió la botella de vino y se sirvió un poco en el vaso.  Mientras el vino se oxigenaba un poco, Maria se sentó en una de las sillas mirando al mar y respiró profundamente llenando de aquel oxígeno marino sus pulmones.  Mientras exhalaba, extendió su mano para coger la copa de vino y llevársela hacia la nariz, donde llegó justo en el momento que volvía a inhalar, pudiendo así oler los vapores que ya comenzaban a salir por la boca del vaso.

Aquella copa de vino unida a las vistas tan maravillosas le hicieron pensar sobre su futuro inmediato.  Sí, durante los próximos días tenía que hacer deporte, responder algunos correos del trabajo – el cual, desafortunadamente, le seguía a todas partes – y poner un poco de orden en su vida.

Sí, debía poner en orden su vida o, por lo menos, tener claro qué quería hacer con ella a nivel emocional.  No era normal que en menos de seis meses hubiera roto con dos hombres.  ¿Por qué tenía tan mala suerte con ellos?  ¿Por qué escogía siempre a los más ineptos?  ¿Qué estaba haciendo mal para tener tan mala suerte en sus relaciones?

María dio un sorbo a la copa de vino y la volvió a dejar sobre la mesa.  Mientras los taninos entraban en el torrente sanguíneo, Maria se preguntó por las opciones que tenía.  A fecha de hoy se le ocurrían tres opciones para su vida sentimental.

La primera de ellas era la de no cambiar nada y seguir cogiendo novios de aquí y allá.  María era una mujer lo suficientemente atractiva y abierta como para no tener problemas en este sentido.  No importaba dónde entrara, los hombres se giraban para observarla, e incluso algunos se atrevían a acercarse y abordarla.  De hecho, un novio que tuvo hace poco menos de un año, se lo encontró estando de vacaciones en este mismo lugar en el que estaba ahora mismo.

Sin embargo, el escoger a un hombre por impulso, en un bar, en una fiesta o una discoteca, no le había traído nada bueno.  Sus últimas conquistas provenían de esos entornos… ¡y fracasaron!  Pero fueron fracasos en el sentido de que las relaciones no duraron más de tres meses, no parecían tener futuro y, su terminación, solía ser de manera bastante brusca.  Vaya, que terminaba mal y no quería volver a saber nada más de aquellos personajes con los que había compartido su vida.

La segunda opción tampoco implicaba cambiar nada en su vida.  Lo único que tenía que hacer era sustituir al “novio”, por un “amante”.  Un amante a quien vería cuando ella quisiera.  Un amante que la trataría como a una princesa.  Y un amante quien, hoy podía ser uno, y mañana otro; sin tener que quedarse con uno en concreto por mucho tiempo.

María sabía que tenía hombres que no querían ningún tipo de compromiso con ella.  Hombres que la iban a tratar como a una princesa mientras estuvieran con ella.  Que la iban a mimar.  Pero, al mismo tiempo, eran hombres que no iban a estar en su vida por mucho tiempo, lo cual era bueno porque le daría esa libertad que ella buscaba, y no sólo libertad, sino que tampoco tendría que estar dando explicaciones de sus actuaciones a nadie.

La tercera y última opción era, posiblemente, la más dura.  Tener una relación Hombre-Mujer de verdad.  Una relación donde ambas partes se respetasen, se apoyasen el uno al otro, y donde quisieran pasar tiempo juntos; pero permitiendo que cada uno de ellos tuviese su libertad para sus aficiones y amistades.  Una relación de pareja de las de toda la vida.

Esta opción implicaría un cambio en su vida.  Un cambio que tendría que venir precedido de un análisis profundo de su persona.  Un análisis que podría sacar mucha porquería fuera.  Y un análisis que tendría como consecuencia, un cambio en algunos de sus comportamientos.  Pero no sólo esto, sino que además habría que encontrar un hombre con quien se pudiese llevar todo esto a cabo.  Un hombre con quien se pudiera hablar, analizar, reflexionar y poner los cambios de uno y otro en práctica para crear una pareja equilibrada.  Un hombre que pudiera hacer su rol de Hombre mientras ella hacía su rol de Mujer.

Pero claro, para llegar a ese equilibrio, María tendría que trabajar en su persona, analizar el por qué no había podido seguir adelante con sus relaciones.  Y no sólo eso, sino que el Hombre que estuviera con ella, debería tener también las ganas de analizarse a sí mismo para no meter basura de su pasado en esta nueva relación.

Y ahora, con las cartas sobre la mesa, María debía analizar cuál era la opción que más le convenía para su futuro ¿Debería buscarse un novio surfero la próxima vez que bajase a la playa y comenzar una nueva relación sin cambiar nada en su vida?  ¿Debería llamar a sus “amantes” para mostrarles su disponibilidad y seguir obteniendo favores de ellos sin cambiar nada en su vida?  ¿O debería hacer un esfuerzo y comenzar a cambiar algunas cosas de su vida para tener una vida mejor con una persona que realmente la amara y que estuviera dispuesto a cambiar y evolucionar junto a ella?  ¿Qué opción debería tomar?

Todas las personas somos diferentes, y la opción que cada una tome puede variar mucho de la que tome la persona que tiene al lado.  De esta forma, María optará por la primera opción, aquella en la que no tiene que cambiar nada en su vida y donde ese caballero enfundado en su neopreno la intentará salvar de esa vida actual de estrés y tormento.  Sin embargo, Elena, puede optar por la segunda opción, aquella en la que sus amantes la cuiden y la mimen dejándola toda la libertad del mundo para hacer lo que ella quiere.  Y, Cristina, puede optar por la tercera, aquella en la que habla con un profesional que la ayuda a identificar sus problemas para resolverlos y tener una vida como ella quiere con quien ella quiere.

Las personas podemos ser capaces de identificar las opciones que tenemos frente a un problema que se nos presenta en la vida.  En muchas ocasiones solemos preguntar a las personas de nuestro entorno para ampliar las opciones, para ver si tenemos alguna alternativa.  Incluso, en los casos más complicados, la persona puede recurrir a un profesional que le permite, no sólo ampliar sus opciones, sino también tener una visión desde un punto de vista totalmente diferente al suyo.

Sin embargo, la decisión final de lo que vamos a hacer tiene que ser nuestra única y exclusivamente.  No podemos sentirnos acosados por presiones exteriores como “el qué dirán” – ¿qué dirán mis padres y amigos si vuelvo con esta persona?  ¿Qué dirán si rompo con mi pareja después de haber conocido a sus padres? ¿Qué dirán si tengo un amante?

Tampoco podemos basar nuestra decisión en lo que nos ha dicho Fulanito o Menganito, ya que, entonces, no asumimos nuestra responsabilidad sobre el asunto en cuestión y lo dejamos en manos del otro, a quien echaremos la culpa de nuestro nuevo fracaso si todo sale mal.

Las decisiones que tomemos las debemos tomar cada uno de nosotros, teniendo en cuenta qué es lo que queremos, cuál es el futuro que deseamos.  Decisiones desde la libertad que nos permitirán decir a los demás: “Esta decisión la he tomado yo de manera libre y creo que es la mejor para lo que yo quiero que sea mi vida de hoy en adelante”.

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La gran muralla

viernes, 4 mayo, 2012

Manuel había salido a pasear como cada día. Después de varias horas caminando, de pronto, se encontró en mitad del camino un muro que le impedía el paso. Si hubiera sido el típico muro de piedra de un metro de altura lo hubiera saltado sin mayor dificultad. Sin embargo, la altura de este muro era de unos cinco metros, lo cual complicaba significativamente el saltarlo. No sólo eso, sino que además, la piedra estaba muy bien pulida, lo cual dificultaba cualquier intento de escalada.

Manuel se alejó unos pasos de aquel muro y miró a su derecha. Luego giró su cabeza al otro lado, con el objeto de ver dónde terminaba el muro; pero en ambos casos el muro se perdía en el horizonte. Entonces Manuel se alejó un poco más, para ver si su vista daba con alguna puerta, entrada o hueco en aquella pared de piedra. Nada. Ni una grieta.

Manuel era un hombre persistente, y no había llegado hasta allí para darse la vuelta sin luchar un poco más, así que se acercó de nuevo al muro. Puso sus manos sobre él. Asentó sus pies sobre la tierra. Y comenzó a empujar con todas sus fuerzas en un intento por derribar aquellas piedras de su camino. Después de varios minutos empujando con sus manos, son sus hombros, con su espalda, y con cualquier parte de su cuerpo, Manuel desistió en su intento.

El esfuerzo maratoniano que le había supuesto empujar aquellas toneladas de piedra lo dejó casi sin fuerzas. Para recuperar algo de fuerzas se acercó a su mochila, la cual había dejado hacía unos minutos junto a una roca, para coger un bocadillo que se había preparado antes de salir de casa. Se subió a la roca. Se sentó. Quitó el papel de aluminio al bocadillo. Y se quedó mirando a aquel muro, intentando encontrar la forma de traspasarlo.

Después de varias horas Manuel seguía sin encontrar solución a su problema. Claro estaba que una solución podía ser el bordear aquel muro, pero parecía que no tenía fin, ni por su parte derecha, ni por su izquierda. El intentar derrumbarlo por la mera fuerza tampoco había dado resultado. Saltarlo tampoco era una solución, ya que era materialmente imposible hacerlo. Y grietas o huecos por los que atravesar aquel montón de piedras tampoco era una opción. Así que Manuel se quedó en aquella piedra sentado, pensando en cuál podría ser la solución a aquel dilema que le permitiera atravesar aquel muro casi impenetrable.

Muchos, muchos años después de aquel día en el que Manuel salió de paseo, otro caminante llegó a aquel lugar. Al llegar allí se encontró con un muro derruido por el paso del tiempo y, a pocos metros del camino, sobre una roca, la escultura de un hombre mirando hacia el muro con expresión pensativa.

En ocasiones algunas personas se empecinan en buscar una solución a un problema cuya única solución es el paso del tiempo. Sin embargo, en vez de darse la vuelta y seguir con su vida, siguen intentando encontrar una solución, sin darse cuenta que la vida sigue, y que están perdiendo un tiempo que nunca más podrán recuperar.

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El espejo mágico

viernes, 23 diciembre, 2011

María estaba cenando cuando escuchó un ruido en su habitación. Dejó sobre la mesa los cubiertos y la servilleta y se levantó de su silla. Con sigilo y cierta cautela se acercó a su habitación, desde donde seguían saliendo ruidos extraños. Al llegar a la puerta de su dormitorio se paró y se quedó escuchando durante unos segundos antes de empujar la puerta con su mano para abrirla.

Bajo la tenue luz de la noche María pudo ver cómo las cortinas se movían por el efecto del viento entrando por la ventana. En el suelo había una vasija rota y un marco de fotos. Al seguir buscando indicios de lo que había ocurrido observó una figura en la esquina opuesta a donde ella se encontraba. María dio un salto fuera de la habitación, y la silueta hizo lo mismo, como queriendo esconderse de ella.

María llevó su mano hacia el interruptor de la luz, giró el interruptor y saltó dentro de la habitación dando un rugido – más propio de bestias salvajes que de Licenciadas en Ciencias Económicas – con el ánimo de espantar al intruso que había optado por entrar en su casa. Para su sorpresa, el intruso se encaró con ella haciendo los mismos gestos, pero sin el griterío adicional, tal vez porque sus gritos enmudecieran a su adversario.

Al entreabrir sus ojos para ver qué estaba pasando realmente, María se encontró frente a ella con una mujer de pelos cardados, con una bata a cuadros, unas zapatillas de andar por casa a juego con la bata, calcetines de deporte caídos sobre los tobillos y un esquijama blanco con dibujos muy similares a uno que ella tenía guardado en su armario.

No tardó mucho en reconocer que aquella persona que se encontraba frente a ella no era otra cosa que su propio reflejo en el espejo de cuerpo entero que acababa de comprar aquella misma tarde en una tienda del centro. Recogió del suelo la vasija rota y el marco de fotos, dejándolos de nuevo sobre la cómoda. Cerró la ventana y se giró hacia el espejo. Se miró de arriba a abajo. Al ver las pintas que llevaba no pudo más que reírse de ella misma. Su reflejo también se rió. Ambas se quedaron una frente a la otra durante un buen rato mientras la casa se llenaba de carcajadas.

Las personas son como espejos: reflejan nuestros comportamientos. Si nos acercamos a una persona con una sonrisa en la cara, es muy probable que nos deleite con otra sonrisa. Si mantenemos una conversación afable y donde se respetan las opiniones de nuestro interlocutor, es posible que recibamos el mismo respeto y afabilidad como recompensa. Sin embargo, si nuestro comportamiento es agresivo y nos acercamos a alguien agitando los brazos, lo más probable es que la otra persona también responda con algún aspaviento.

Si tenemos presente que nuestras actitudes pueden reflejarse en la otra persona, entonces seremos capaces de modificar nuestros comportamientos negativos cuando los detectemos en la otra persona. De igual manera podremos ser capaces de cambiar la actitud negativa de la otra persona si nosotros mantenemos una actitud positiva y dialogante. De ahí el dicho “dos no discuten si uno no quiere”. No sólo no discuten, sino que uno de ellos puede llevar al otro a tener un comportamiento más positivo y alegre.

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Déjà vu

miércoles, 21 diciembre, 2011

El despertador sonó a las 7:00 horas. Fran lo apagó de un manotazo y con gran pereza irguió su cuerpo sobre la cama. Se levantó y entró en el baño para afeitarse y tomar una ducha matinal. Se vistió y fue a la cocina, donde se preparó un desayuno compuesto de zumo de naranja, café con leche, tostadas, algo de fruta y unos cereales. Mientras ingería su primera comida del día aprovechó para hojear el periódico que minutos antes le había dejado delante de su puerta el repartidor. A las 7:45 horas cogió su abrigo y salió de casa.

Al salir del edificio saludo al portero que estaba limpiando los cristales de la puerta de entrada. Giró a la derecha, subió la calle y entró en la boca del metro. Pasó el billete por el torno y bajó las escaleras hasta el andén. Espero unos minutos a la llegada del tren y se subió en el tercer vagón. Al llegar a su parada salió del vagón, subió las escaleras mecánicas hasta la superficie y anduvo durante 100 metros hasta su trabajo.

El día tuvo sus altibajos. Discusiones con algún cliente que se quejaba porque no le había llegado la mercancía a tiempo; altercados con algunos empleados por el exceso de trabajo que tenían que soportar desde hacía unos meses; planificación de las tareas a realizar para la próxima semana; revisión de las propuestas para los nuevos clientes, etc.

Al finalizar su jornada laboral, Fran volvió a montarse en el vagón del tren y que le llevaría hasta la estación de metro más cercana a su casa. Al llegar a su morada se descalzó, se quitó la corbata y la camisa y se tumbó en el sofá a leer un libro mientras esperaba a su amigo Pedro que le recogería minutos más tarde para salir a correr por el parque.

Después de correr unos kilómetros entre árboles, pájaros y alguna que otra ardilla, Fran volvió a su casa para relajarse bajo la ducha, terminada la cual se puso el pijama y se preparó una cena ligera. Al terminar se sentó en la butaca del salón mientras encendía el televisor para ver la película del día. Al concluir la película Fran apagó el televisor y se acostó en su cama para gozar de un sueño reparador.

El despertador sonó a las 7:00 horas. Fran lo apagó de un manotazo y con gran pereza irguió su cuerpo sobre la cama. Se levantó y entró en el baño para afeitarse y tomar una ducha matinal. Se vistió y fue a la cocina, donde se preparó un desayuno compuesto de zumo de naranja, café con leche, tostadas, algo de fruta y unos cereales. Mientras ingería su primera comida del día aprovechó para hojear el periódico que minutos antes le había dejado delante de su puerta el repartidor. Las noticias que aparecían en primera página eran idénticas a las del día anterior, pero curiosamente el periódico de ayer no estaba por ningún sitio. A las 7:45 horas cogió su abrigo y salió de casa.

Al salir del edificio saludo al portero que estaba limpiando los cristales de la puerta de entrada. Antes de girar a la derecha como hacía todos los días, esta vez se dio media vuelta para echar otra mirada al portero. Las manchas que estaba quitando eran las mismas del día anterior. Subió la calle, y la gente con la que se encontró era la misma con la que se había encontrado veinticuatro horas antes. Bajó al andén y se metió en el tercer vagón. La gente que estaba allí apiñada era la misma que la última vez. Al llegar a su parada salió del vagón y subió por las escaleras mecánicas hasta la superficie. Las personas que subían y bajaban aquellas escaleras eran las mismas que hacía unas horas. Es más, la ropa y peinados que llevaban eran idénticos.

Al llegar a su trabajo se encontró con los mismos problemas que el día anterior y tuvo que realizar las mismas tareas. Las conversaciones, la comida, las llamadas que recibió, todo se repetía. Parecía que nada había cambiado. En su camino de vuelta a casa le ocurrió lo mismo, se encontró con las mismas personas, mantuvo las mismas conversaciones, corrió por los mismos caminos, y charló de los mismos temas con su amigo Pedro. Al llegar a casa y encender la televisión pudo ver de nuevo la misma película que la noche anterior. ¿Qué estaba ocurriendo?

En algunas ocasiones nuestra vida es tan rutinaria que nada parece cambiar. Mantenemos las mismas conversaciones con las mismas personas; hacemos el mismo trabajo día a día y, aunque de vez en cuando hacemos algo que pueda modificar nuestra realidad, esta se mantiene casi inamovible a nuestros ojos.

Para cambiar esta realidad, en ocasiones optamos por alejarnos físicamente de aquellas personas que nos molestan, que nos agobian o que no nos permiten ser felices. Este alejamiento es un primer paso para romper con nuestros enganches. Sin embargo, estos lazos afectivos pueden ser algo más complicados de romper que lo que parece a simple vista. Es por ello que en ocasiones, y aunque parezca que las cosas han podido cambiar, desde la perspectiva del observador nada haya cambiado.

Es entonces cuando hay que dar ese salto e intentar buscar aquellas herramientas que me permitirán alcanzar mis objetivos de felicidad total, para lo cual debo desengancharme de aquellas cosas que me están hundiendo. Esto es algo que inicialmente puede resultar complicado de entender y mucho más de llevar a cabo, pero que al final del día puede tener grandes beneficios para la persona.

El desengancharnos de las cosas que no son buenas para nosotros es fundamental para conseguir nuestra felicidad.

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Mentiras piadosas

jueves, 14 octubre, 2010

La equidad, la rectitud y la honestidad son algunos de los valores que desde hace siglos se promueven en nuestra sociedad a través de la educación y la religión.  Sin embargo, el ser humano es la única especie sobre la faz de la tierra que ha integrado la mentira como parte de su vida cotidiana, siendo capaz de mentir de forma natural tan a menudo como le sea necesario.

Nuestra sociedad promueve que digamos la verdad en todo momento, pero este comportamiento es un privilegio exclusivo de niños y borrachos.  En el resto de mortales, este comportamiento tan laudable puede suponer un suicidio social para la persona porque, curiosamente, es la mentira que tanto detestamos la que nos permite vivir en sociedad de forma eficaz.

Una de las responsabilidades de nuestros padres es la de darnos las herramientas para que podamos vivir en la sociedad que nos ha tocado.  De esta forma, son ellos quienes, cuando apenas levantamos un palmo del suelo pero tenemos suficiente soltura con el lenguaje como para elaborar frases complejas y preguntas comprometedoras, comienzan a desarrollar nuestras habilidades sociales, integrando en nuestro comportamiento una serie de filtros que eviten esa sinceridad, espontaneidad y naturalidad innata en el ser humano.

Una vez integrados estos filtros en nuestro ser, la mentira aparece de forma natural en cada uno de nosotros, pero a diferencia de lo que podamos pensar inicialmente, la sociedad sólo admite tres tipos de mentira: la de sobrestima, la de asentimiento y la de omisión.

La mentira de sobrestima da sentido al principio de éxito social y así, el hombre tiende a sobrestimarse.  Aunque está obligado a escoger entre la honradez, que le manda no fanfarronear y decir con humildad lo que realmente es, el objetivo de su éxito profesional le obliga a decir a los demás que vale más de lo que realmente es.  Por tanto, nuestra sociedad acepta que no haya candidatos a un puesto de trabajo que digan que no pueden hacer las tareas que les serán encomendadas, aunque ambas partes del proceso de selección sepan que nunca antes las han realizado.

La mentira de asentimiento consiste en no contradecir nunca a quien está frente a ti, en especial si la calidad de la relación puede sufrir por esa contradicción.  Esto ocurre cuando oyes las palabras exageradas de tu suegra y haces como si no las hubieras escuchado, provocando de esta manera un asentimiento tácito.  Uno se dice a si mismo que la suegra es la suegra y que no merece la pena enfadarse con ella, porque te arriesgas a enfadarte con toda una rama de la familia y, en cualquier caso, no vas a ser capaz de cambiar su opinión.

Por último, la mentira por omisión es aquella mentira aparentemente sin importancia que desfigura la realidad no explicándola de manera exhaustiva.  Esto ocurre cuando dices que ayer llegaste tarde a casa, pero omites decir con quién estuviste.  No mientes, pero al omitir un elemento en la explicación tampoco dices toda la verdad, de tal forma que la realidad de las cosas se desnaturaliza y la verdad se pierde en el camino.  Este tipo de mentira permite que la persona mantenga la soberbia, la cual se perdería muy pronto si fuésemos honestos con la realidad.

Aunque la sociedad ha consagrado estas tres mentiras como socialmente aceptables, la mentira no es algo innato en nosotros, por lo que mientras nuestras palabras dicen una cosa, nuestro cuerpo está gritando a los cuatro vientos lo contrario, algo apreciable para el ojo experto.

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Podemos

martes, 13 julio, 2010

Después de un mes de lucha y sufrimiento la selección española de fútbol ha conseguido lo que muchas personas deseaban pero pocas esperaban que pudiera conseguir algún día:  ser campeones del mundo.

Desde el inicio de esta competición en 1930, los diferentes jugadores que han formado parte de la escuadra española han luchado por obtener el Trofeo Jules Rimet, trofeo que desde 1974 fue sustituido por el que ahora se conoce como Copa del Mundo y que representa a dos figuras humanas sosteniendo la Tierra.  La mala fortuna persiguió a la selección española durante décadas obstaculizando su paso a semifinales.  Este fracaso de la selección ha sido una continua decepción para sus más fieles seguidores, algunos de los cuales apenas mantenían la esperanza de lograr algún día tan preciado trofeo.

A comienzos de este siglo los integrantes de la Furia parecen tomar conciencia de los cambios experimentados en los deportes de élite, por lo que al mismo tiempo que se preparan técnicamente comienzan a entrenar su mente.  Este cambio de actitud permite que en 2008, y de la mano de Luis Aragonés, la Furia se haga con la Copa de Europa.

Otro cambio de actitud que se ha podido comprobar durante el pasado Mundial en Sudáfrica es la labor de coaching de equipo realizada por su entrenador Vicente del Bosque.  Esta labor ha sido fundamental para que la Copa esté ahora entre nosotros durante los próximos cuatro años.

Son actos históricos como estos los que permiten que las personas crean en los cambios y sean audaces para crear así nuevas oportunidades en su vida.  De hecho, los expertos aseguran que el PIB de España crecerá durante los próximos años en un 0,7% debido al mero hecho de haber conseguido la estatuilla de oro, si bien, este crecimiento puede estar más relacionado con el hecho de que las personas son capaces de creer que realmente pueden cambiar y conseguir aquellos objetivos que se proponen tanto en su vida personal como profesional más que al mero hecho de tener en el territorio nacional el preciado trofeo.

Ahora es un buen momento para que las empresas fomenten entre sus empleados la posibilidad de desarrollar sus habilidades interpersonales, porque sus empleados están disponibles y han visto que pueden cambiar, porque su selección lo ha hecho.  Y durante este proceso de cambio las personas pueden estar acompañadas por un coach que les ayude a definir sus objetivos de forma más eficaz, a crear su plan de acción y a analizar aquellas creencias limitantes que bloquean la creación de un equipo de alto rendimiento en el que poder trabajar.

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¿Cuánto puedo cambiar?

jueves, 11 marzo, 2010

Si preguntas a tus amigos si una persona puede cambiar de forma de ser es posible que la gran mayoría te responda de forma automática con un rotundo «¡no!«. Sin embargo, si preguntas si una persona puede cambiar sus comportamientos puede que tarden unos segundos y respondan con un «tal vez«.  Efectivamente, las personas pueden modificar sus comportamientos de forma consciente o inconsciente, y por ende, su forma de ser.  Dicho esto ¿cuánto puede cambiar una persona en un plazo de tiempo determinado?

Comencemos diciendo que se entiende como cambio del comportamiento de una persona la adquisición de una nueva manera de actuar o proceder que tiene permanencia en el tiempo, excluyendo así cualquier actuación puntual que, mediante amenazas, se haya ejercido sobre la persona para obligarla a obrar en un sentido contrario al de sus principios básicos.

Dicho esto realicemos ahora un pequeño ejercicio para comprender mejor cuánto puede cambiar una persona.  Escoge a un compañero o amiga que se encuentre a tu alrededor.  Ponte frente a ella y observa durante un par de minutos a dicha persona, la ropa que lleva, los accesorios, el pelo.  Ahora daros la vuelta y cambiad cinco cosas de vuestra persona sin que el otro os vea.  Cuando hayáis acabado giraros para volver a estar el uno frente al otro. Observa de nuevo a la otra persona e identifica las cinco cosas que ha cambiado en ella.

Si no tienes a nadie a tu alrededor mientras lees este artículo también puedes hacer este ejercicio. Lo único que tienes que hacer es cambiar cinco cosas en ti o también puedes hacerlo frente a un espejo donde puedas observar tu cuerpo entero.

Para rizar un poco más el rizo daros la vuelta de nuevo.  Cambiad ahora otras cinco cosas. Si estas solo no hace falta que te des la vuelta, directamente cambia esas cinco cosas.  Cuando hayáis acabado volved a poneros el uno frente al otro e intentad identificar las cinco cosas que la otra persona ha cambiado en esta ocasión.

Llegados a este punto sólo me resta dar mi más sincera enhorabuena a aquellas personas que hayan identificado las diez cosas que ha modificado la persona que tenían frente a sí, concluyendo así este simple ejercicio.

Como habréis podido observar las personas tenemos cierta facilidad a la hora de cambiar algunas cosas.  A muy pocas personas les habrá costado esfuerzo cambiar las cinco primeras cosas por muy atónitos que se hayan quedado al escuchar la petición.  Algunos se habrán cambiado el reloj de muñeca, o se habrán quitado la sortija del dedo y se la habrán guardado en un bolsillo, o se habrán descalzado, o incluso se habrán podido hacer una hermosa coleta utilizando el pañuelo que llevaban puesto.  Estas modificaciones que hemos realizado en nuestra persona son cambios superficiales que apenas han supuesto una distorsión sobre nuestra identidad.

Este tipo de cambios existen en nuestra vida diaria sin que apenas nos demos cuenta de ellos.  Es posible que sean tan insignificantes como tomar una cucharada de azúcar con el café en vez de dos, sustituir el propio café por un té o una infusión, cambiar la leche normal por la desnatada o incluso la de soja, etc.  Son cambios que realizamos sin apenas esfuerzo y que sin modificar drásticamente nuestra forma de ser ni nuestra identidad nos permiten llevar una vida más sana o más equilibrada, por ejemplo.

Ahora bien, al proponer cambiar cinco cosas más, es posible que algunas personas hayan puesto el grito en el cielo: ¡imposible!; o se hayan indignado: ¡pero qué quiere que cambie ahora!; o incluso sorprendido: ¿más cosas? Aún así se han puesto manos a la obra, se han estrujado un poco más el cerebro y, al final, han conseguido cambiar cinco cosas más: la corbata en la cabeza a modo Rambo; los pantalones subidos hasta las rodillas como si estuviera paseando por la playa; la chaqueta del revés; el collar en la muñeca o el pelo recogido en un moño pinchado con dos lápices.

De igual manera este tipo de cambios también se dan en nuestra vida cotidiana.  El hecho de dejar de fumar, o de no ingerir cierto tipo de grasas, o carne roja, pueden ser un buen ejemplo de ello.  Estos cambios suponen un esfuerzo inicial hasta que logramos convertirlos en hábitos, pero sabemos que si lo conseguimos reduciremos nuestro colesterol, la probabilidad de padecer un infarto de miocardio o incluso una insufrible gota en el pie.  La formación de nuevos hábitos suele llevar entre 22 y 33 días según los expertos.

Todo esto está muy bien, pero lo realmente curioso e interesante de todo el proceso de cambio está en dos momentos concretos.  El primero de ellos al comenzar el ejercicio.  ¿Has llegado a comenzar el ejercicio?  Es muy probable que la mayoría de las personas que han leído estos párrafos ni siquiera lo hayan intentado. Estas personas habrán leído lo que decían los diferentes párrafos del ejercicio y, sabiendo lo que tenían que hacer, no habrán hecho nada.  A lo sumo habrán realizado el ejercicio mentalmente, pensando para sus adentros: «me cambiaría el reloj, me quitaría los zapatos o me pondría un collar«, pero no han pasado a la acción.

No es la primera vez que me encuentro con personas que me dicen: «yo ya sé cuáles son mis objetivos» o «yo ya sé lo que tengo que cambiar» pero luego no hacen nada, no lo llevan a la práctica y se quedan como al principio.  Estas personas no están disponibles para cambiar, no pueden comenzar un proceso de coaching porque tienen otras cosas en su cabeza, o tal vez tengan ciertos miedos irracionales que les impiden moverse de donde están, o están muy cómodos donde ahora se encuentran, o su forma de ser les aporta ciertos beneficios a los que no están dispuestos a rechazar.

El segundo momento de interés ha sido al finalizar el ejercicio. ¿Has vuelto a poner las cosas que habías cambiado en su sitio original?  Si es así ¿quién te ha dicho que lo hagas? ¡porque yo no!  Este comportamiento tan sólo nos demuestra que aunque nadie te diga nada, las personas tendemos a volver al lugar donde nos encontramos a gusto, en el que nos sentimos cómodos.  Puede que algunas personas se hayan vuelto a poner el reloj en la muñeca, el anillo en el dedo y el pañuelo alrededor del cuello de forma casi inconsciente.

Estas personas se sienten cómodas en ese estado, por lo que vuelven a ese punto como un muelle retorna a su posición inicial.  Por el contrario, otras personas habrán devuelto a su posición inicial sólo parte de las cosas que se habían cambiado de lugar, pero no todas.  Esto nos demuestra que las personas podemos cambiar, pero tanto y tan deprisa como nos permita nuestra incomodidad.  De hecho, el coach busca sacar a las personas de su círculo de comodidad para que puedan ampliarlo y así mejorar y desarrollarse, ampliando su punto de vista y desarrollando su creatividad para obtener más opciones y alternativas a un mismo problema.

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