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La desaparición de Mónica

sábado, 2 junio, 2018

María estaba por fin a pocos metros de la casa de su amado.  Por fin parecía que podría estar con él después de tantos meses luchando con ella misma para saber qué era lo que quería, para coger fuerzas y hacer lo que debía hacer: ser feliz con él.

Pero su hermana la había encontrado, una vez más.  No sabía cómo lo había hecho, pero allí estaba, corriendo tras ella.  Y si la alcanzaba, se la llevaría de nuevo a aquella casa, a aquella habitación de la que estaba cansada.  Y, tal vez, esta vez, no tuviera posibilidad de escapar nunca más; porque las medidas de seguridad aumentarían para que se quedara allí encerrada de por vida.

Así que la única opción era correr.  Correr hacia aquella puerta entreabierta.  Una puerta por la que salía un poco de luz del interior.  Una luz de esperanza.  Una luz que demostraba que había alguien dentro de casa.  Alguien que la estaba esperando.  Alguien que la podía seguir amando.  Así que utilizó las pocas fuerzas que tenía para correr y llegar antes que su hermana a aquella casa.

Mónica estaba muy cerca de su hermana.  Apenas unos centímetros la separaban de aquella persona que se había escapado.  De aquella persona que quería hundirla, destruirla.  Tenía que alcanzarla antes de que cometiera un suicidio emocional.  Un suicidio que podía hacer que su hermana “la débil” sufriera como ya lo había hecho en otras ocasiones.  No, no lo iba a permitir, debía evitar aquel suicidio, debía esconder a su hermana para “ambas” pudieran vivir felices de nuevo.

María notaba el roce de los dedos de su hermana en la espalda, pero ya había subido los dos escalones que la separaban de aquella puerta y, mientras estiraba su mano para asir aquel pomo que le daría la libertad, sintió como la mano de Mónica se aferraba a su camisa y tiraba de ella hacia un lado, evitando que llegara a tocar el pomo y tirándola al suelo.

El estruendo causado por el golpe de María sobre la pared de madera hizo que las personas que se encontraban en el salón de aquella casa se dieran la vuelta para ver qué es lo que estaba pasando en la entrada.  El forcejeo siguió en la calle durante unos segundos, hasta que se hizo la calma de nuevo.

La puerta se abrió.  La luz iluminó la cara de aquella mujer, todavía jadeante.  El niño, de unos cinco años, dio un par de pasos hacia atrás para acercarse a su madre mientras con sus enormes ojos castaños no dejaba de mirar a aquella mujer que se sacudía la ropa e intentaba adecentarse un poco.  La señora mayor, quien parecía la abuela de la criatura, se había puesto en pie y miraba hacia la esquina por la que aparecía un hombre.

El hombre se acercó poco a poco hacia aquella mujer que acababa de entrar por la puerta.  Sus ojos no daban crédito.  ¿María? – preguntó.

La mujer sonrió mientras giraba ligeramente la cabeza en busca de la hermana que había dejado atrás, al tiempo que daba unos pasos hacia adelante para acercarse a su amado con los brazos abiertos y él gritaba entusiasmado: ¡María, eres tú!

Poco a poco se acercaron el uno al otro.  Se miraron a los ojos y se fundieron en un abrazo mientras él le decía al oído: “Te quiero, siempre te he querido y siempre te querré”.  María se sonrió y respondió: “Yo también te quiero”, mientras veía cómo su hermana Mónica que estaba detrás de aquel ventanal se desvanecía y desaparecía para siempre.

Las personas tenemos diferentes formas de enfrentarnos a nuestros miedos.   Las hay que se plantan delante de sus fantasmas y les hacen frente.  Otras necesitan tiempo para coger fuerzas y enfrentarse a ellos.  Y otras se esconden para que esos fantasmas no les vean.  En función de la opción que se tome, cada persona tendrá una vida diferente.

De igual manera, los tiempos son también diferentes.  Las personas más valientes se enfrentarán a sus miedos lo antes posible, para quitárselos de en medio y vivir una vida plena cuanto antes.  Las menos valientes necesitaran algo más de tiempo para enfrentarse a ellos y, aquellas que temen el enfrentamiento, es posible que nunca se atrevan a quitarse esos fantasmas, por lo que el tiempo que necesiten, será casi infinito.

Pero las personas tienden a enfrentarse a sus miedos cuando realmente están motivadas, bien porque han visto que, si no lo hacen, si no cambian su vida, nunca van a ser felices, o bien porque el amor les da la energía suficiente para cambiar.

En cualquier caso, hasta la persona más valiente que nos podamos encontrar, nunca tiene claro cuál será su destino, es posible que esa persona que esperamos ver al otro lado de la puerta no esté y, si lo está, no sabemos cómo nos recibirá, si nos volverá a querer.

Lo importante de todo esto es arriesgarse porque, aunque fracasemos, aunque nos volvamos a caer y a hacer daño, esta experiencia nos hará más fuertes y, quien sabe, igual tenemos la suerte de que la otra persona, esa a la que realmente queremos, está ahí para apoyarnos, para cogernos de nuevo de la mano y comenzar una vida juntos, una vida que nos hará felices a los dos.  Y si tenemos dudas, siempre podemos utilizar a un profesional de parejas que nos ayude a entendernos.

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La estrella fugaz

sábado, 25 noviembre, 2017

Andrés era un apasionado del cosmos.  Cada noche se quedaba mirando fijamente al firmamento, intentando percibir los cambios que habían ocurrido en las últimas veinticuatro horas, buscando esas pequeñas diferencias inapreciables para el ojo poco entrenado.

Una noche de verano, Andrés había subido a una colina cercana a su casa para evitar en la medida de lo posible la contaminación lumínica provocada por las luces de la pequeña ciudad donde residía.  Después de unas cuantas horas sentado pacientemente en la colina observó que un cometa surcaba los cielos, dejando tras de sí una cola que lo hacía visible a sus ojos.  Rápidamente cogió el telescopio y lo alineó en la dirección del cometa.  ¡Qué maravilla!  ¿Qué majestuosidad!  Aquel cometa era lo más bonito que había visto en su vida.

De repente, vio cómo aquel cometa cambiaba su trayectoria y venía hacia él.  Dejó de mirar por el telescopio y miró hacia aquella bola de fuego anaranjado que venía hacia él a toda velocidad.  ¿Sería aquello el fin de su existencia?  Corrió a refugiarse detrás de unas piedras para evitar la explosión que aquel meteorito produciría allá donde impactara.

Escondido detrás de aquellas rocas contaba los segundos hasta el impacto.  Aunque después de varios minutos, aquel meteorito parecía no llegar a impactar.  Con algo de miedo y recelo, levanto la mirada por encima de la roca que protegía su cuerpo.  ¡El meteorito había desaparecido del firmamento!  ¿Cómo era aquello posible?  ¡Si venía directo hacia él!

Una extraña luz proveniente de detrás de un matorral hizo que girara la cabeza.  ¿Qué era aquella luz?  ¿Sería un pequeño resto del meteorito?  Sin pensárselo dos veces saltó por encima de aquella roca y se dirigió hacia aquel arbusto para ver qué se escondía detrás de él.

según se acercaba, la luz se hizo algo más intensa, para luego apagarse gradualmente.  Corríó para llegar antes de que se desvaneciera aquella luz celestial y… ¡allí estaba ella!  Una mujer que irradiaba belleza por todas partes, una mujer que lo miró y le sonrió, como si le conociera de toda la vida.  La luz se apagó y ella se acercó hacia él.  Hola Andrés – dijo ella – ¿me estabas esperando?

Andrés no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo en ese momento.   Miró a diestro y siniestro, en busca de algún equipo de televisión que le estuviera gastando una broma.  Pero nada, estaba solo, junto a aquella mujer que lo miraba fijamente al tiempo que sonreía.  Sin más preámbulos, la mujer comenzó a hablar con Andrés, como si lo conociera de toda la vida.  Andrés, ya pasado el susto inicial, respondía de manera natural y espontánea a las preguntas que aquella mujer hacía.

Pasaron las horas, y la conversación se hizo más fluida.  Ya no sólo preguntaba ella, sino que Andrés también se atrevía a hacer alguna que otra pregunta para satisfacer su curiosidad.  Andrés veía en aquella mujer su alma gemela.  La quería llevar a su casa y vivir con ella el resto de sus días, pero las primeras luces del día comenzaron a hacerse paso entre la oscuridad y, como quien no quiere la cosa, aquella mujer dió un salto y se estremeció mientras le agarraba fuertemente del brazo.  ¿Qué le ocurría?  ¿Por qué ese repentino salto?

Aquella radiante mujer palideció mientras comenzó a contarle lo que le iba a ocurrir en unos minutos, cuando el sol saliera por encima de los montes que tenían a su izquierda.  Ella le dijo que los dioses que la habían transformado en humana le dieron de plazo hasta el alba, momento en el que volvería a convertirse en estrella y volvería al firmamento junto con el resto de sus hermanas.

Andrés no podía creer lo que estaba escuchando.  ¿Aquella mujer con la que había compartido toda la noche iba a desaparecer de nuevo?  ¡Con lo que había disfrutado de su compañía!  ¿Cuándo volvería a verla de nuevo?  ¿Se iría para no volver?  Demasiadas preguntas sin respuesta y muy poco tiempo antes de que saliera por completo el sol y ella desapareciese.

Mientras Andrés se afanaba en responder las preguntas que pasaban por su cabeza, aquella mujer, que poco a poco se iba desvaneciendo a medida que los rayos de sol se hacían más intensos, se acercó a él y, suavemente, le besó.  Andrés dejó de pensar y se dio cuenta de que aquel sería el último beso que le daría a aquella mujer, por lo que intentó retener aquel momento en su memoria.

Desde aquel día, Andrés sube todas las noches a aquella colina para ver desde allí el firmamento, con la ilusión de que algún día, aquella estrella que una vez pasó por su vida, vuelva a aparecer.

Durante nuestra vida podemos encontrarnos personas que pueden llegar a ser la pareja que necesitamos en ese momento.  Pero lo que parece que puede ser para siempre, puede ser una mera ilusión pasajera que se desvanecerá entre nuestras manos.  Por ello, porque la vida es pasajera, debemos aprovechar cualquier momento que tengamos de felicidad, de gozar con los eventos grandes y con los pequeños, porque la vida es un lujo y las personas que llegan a nosotros, también; ya que nos aportan nuevas perspectivas y nos pueden hacer salir de nuestra zona de confort para crecer.

De igual manera, si vemos que esa persona se está desvaneciendo de nuestras vidas, puede ser importante hablar con algún profesional que nos pueda ayudar a minimizar esa degradación y recuperar de nuevo a esa persona que queremos.  Aunque no siempre tiene que ser así, y de ahí la importancia de quedarse con esos buenos momentos, pero sin quedarnos enganchados en lo que pudo ser sino con la esperanza de que otra estrella fugaz podrá surcar nuestros cielos en cualquier momento.

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El jardín privado

martes, 11 octubre, 2011

Allí estábamos todas las personas que habíamos intervenido de una u otra forma en la reforma de aquella casa, desde el arquitecto, pasando por el jefe de obra, hasta el jardinero que había podado los árboles y plantado las gardenias frente al ventanal del salón. Todos mirábamos con orgullo aquel trabajo que nos había llevado algo más de tres meses, tiempo durante el cual habíamos sufrido las inclemencias del tiempo, los retrasos en la entrega de los materiales y todas aquellas penurias que suelen ocurrir cuando alguien lleva a cabo una empresa de estas dimensiones. Pero por fin había llegado el momento de disfrutar de la casa, así que me despedí de todas y cada una de aquellas personas con las que había compartido más de un bocadillo y una botella de vino y cerré la puerta tras de ellos.

Aunque las personas que pasaban por delante de la casa no llegaban a percibir los cambios que se habían llevado a cabo durante los últimos meses, sí es cierto que notaban algo diferente. Algunas personas comentaban al pasar que sería por los tonos otoñales de los árboles del jardín; otros que podría ser la luz de noviembre sobre la casa; y los que pasaban por allí todos los días aseguraban que era la ausencia de personas y camiones entrando y saliendo de la propiedad. Ninguno sabía con certeza qué había pasado, pero todos coincidían en que algo había cambiado.

Los más curiosos del lugar comenzaron a llamar a la puerta para preguntar cómo me iban las cosas y, ya que estaban por ahí, qué es lo que había hecho en la casa durante los últimos meses. A algunas de aquellas personas les contaba por encima las últimas reformas desde la puerta principal señalando con el dedo dónde habíamos hecho qué; a otras las dejaba entrar y las acompañaba por el jardín enseñándolas con detalle las últimas adquisiciones ornamentales; y a unas pocas las invitaba a entrar dentro de la casa para enseñarlas cómo había quedado todo por dentro.

Las personas no somos muy diferentes cuando se trata de mostrarnos a los demás y, al igual que en el caso anterior, hacemos un filtrado con las personas que se acercan a nosotros. De esta forma, no actuamos igual cuando se nos acerca una persona que no conocemos de nada en un bar que cuando lo hace alguien a quien conocemos desde nuestra más tierna infancia.

También es diferente cómo actuamos cuando somos adolescentes a cómo lo hacemos cuando nos acercamos a la cuarentena y seguimos solteros. El tipo de relación en el primer caso es más del tipo “¡entra en mi casa, quiero enseñarte todo lo que tengo!”; mientras que en el segundo puede ser algo más precavida y donde lo único que quiero es dar un paseo con la otra persona por el jardín pero sin que llegue a entrar en mi casa, sin que llegue a conocerme. Tal vez esta reacción sea algo lógico en personas decepcionadas con el amor, pero el caso es que, lo queramos o no, existe en nuestra sociedad.

La pregunta ahora puede ser “Y entonces ¿cómo debemos ser?”. Cada persona actúa de una forma en función del momento. Así unas veces dejaremos entrar a ciertas personas a nuestra casa y, otras, la cerraremos a cal y canto para que no entre nadie. Las diferentes formas de actuar no son ni buenas ni malas, sino formas de actuar. Lo que habría que tener en cuenta es si este comportamiento nos permite alcanzar nuestro objetivo y, tal vez, deberíamos preguntarnos “¿Cómo debería actuar si mi fin último es conseguir la felicidad?

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Sin compromiso

miércoles, 21 septiembre, 2011

Actualmente no es raro encontrarse con personas que tienen relaciones donde el compromiso no es el factor más importante que mantiene unida a la pareja. Su relación se basa principalmente en el hecho de no estar solos, en poder pasar un rato agradable y divertido con la otra persona y, por qué no, en tener relaciones sexuales satisfactorias. Sin embargo, ambas partes parecen quedarse a una distancia prudencial la una de la otra, como sin querer entrar en el jardín privado del otro.

Este tipo de relaciones pueden ser conocidas como “follamigos” o “amigos con derecho a roce” y suelen ir de miedo si ninguna de las partes entra más allá de la señal donde pone “¡Cuidado con el perro!”. En algunos casos no existe tal señal, en cuyo caso es posible que el jardín esté plagado de gnomos que se abalanzan sobre cualquier intruso que no tenga la autorización correspondiente.

Efectivamente, una persona puede entrar sin querer en el jardín del otro tan sólo por decir un “te quiero”, “me gustaría tener algo más contigo” o “me gustaría presentarte a mis amigos”. Incluso es posible que con el tiempo una de las partes no diga esto porque si, sino porque realmente lo siente y quiere ir un paso más allá con esa relación. Y es entonces cuando saltan todas las alarmas y aquello parece una discoteca de los años setenta.

Claro está que llegados a una edad las personas nos vamos acostumbrando a vivir solas, que comenzamos a tener nuestras rarezas y que pasamos olímpicamente de tener que dar explicaciones a nadie de lo que hacemos o dejamos de hacer: «Si ya no tengo que dar explicaciones a mis padres ¿por qué te las tengo que dar a ti que no eres nadie en mi vida?«.

No sólo esto, sino que además, el tiempo ha hecho que seamos más exigentes a la hora de buscar una pareja estable y, cualquier cosa que no se amolde a ese esquema predefinido que tenemos en la cabeza durará en nuestras vidas menos que un trozo de carne en una jaula de leones hambrientos.

Está claro que al ser más exigentes nos cuesta más encontrar a esa persona que haga saltar la chispa, por lo que en ocasiones nos juntamos con la opción menos mala, o nos quedamos solos esperando a que llegue ese pirómano que haga explotar toda la casa por los aires.

Las relaciones pasadas también nos dejan nuestras pequeñas heridas, algunas de las cuales pueden estar sin cicatrizar del todo, y por lo tanto, a nada que sentimos que nos la pueden abrir de nuevo nos protegemos para no sentir el mismo dolor que tuvimos que soportar durante semanas, meses o incluso años.

A pocas personas que conozco les gusta sufrir.  Y es posible que si hiciera una encuesta, una gran mayoría de ellas me dirían que prefieren gozar a tener que sufrir, aunque sólo fuera durante un par de segundos. Por lo tanto ¿por qué no gozar de la vida ahora que puedo? ¿Por qué involucrarme con una persona si al final me va a hacer sufrir?

Parece que el tiempo y los estudios de campo nos han permitido dar con la fórmula que nos permite mantener la intimidad suficiente como para mantener una relación sexual al tiempo que nos mantiene a una distancia prudencial de ese agujero negro que son los sentimientos y penurias de la otra persona: “¡Además, yo he salido para divertirme, no para aguantar las penas de este pelmazo!”.

Curiosamente, llegado el momento, una de las partes quiere dar ese paso, ir un poco más allá, pero ¿para qué? ¿Para qué quiero unirme a una persona si estoy feliz tal y como soy, si puedo salir a divertirme cuando quiero, si me invitan aquí y allá y no tengo responsabilidades ni debo dar explicación alguna a nadie?

La solución la tenemos nosotros mismos. Tal vez en este momento de nuestras vidas queramos tener una relación sin compromiso en la que no aparezcan palabras de cariño ni ideas rocambolescas como formar una pareja, casarnos y, mucho menos, tener hijos. Cada uno de nosotros tenemos un tiempo de maduración, no con ello quiero decir que no seamos maduros, sino que todavía no estamos preparados para el compromiso, para dar ese paso.

Está en nosotros el decidir cuándo y a quién dejo entrar más allá de esa puerta tan bien protegida hasta hace unos días. Puede darse el caso que la primera persona a la que permita el acceso pise las gardenias que acababa de plantar, o golpee con el coche el gnomo junto al estanque, o incluso que a los pocos pasos de la entrada se gire y vuelva sobre sus propios pasos, pero esto no debería desmotivarnos para dejar la puerta abierta.

Con el tiempo nos haremos expertos en identificar a aquellas personas que pueden entrar a formar parte de nuestro mundo interior. Incluso es posible que alguna de ellas vaya con una cerilla en la mano. Como dice la canción “el amor está en el aire” y puede llegar en cualquier momento, sólo hay que estar dispuesto a dejarlo entrar.  Entonces nuestra perspectiva de la vida cambiará.

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El teléfono del pánico

lunes, 13 junio, 2011

El anfitrión me abrió la puerta. Me saludó e invitó a entrar. Por el pasillo que llevaba al salón me indicó que algunos de los invitados ya habían llegado. Según nos acercábamos a la puerta del salón pude observar que se habían creado varios grupos de personas, la mayoría de las cuales sujetaban una copa con una mano mientras con la otra gesticulaban para dar mayor énfasis a sus conversaciones.

Al pasar a la habitación, el invitador llamó la atención de los presentes e hizo que se percataran de mi presencia. Aquellos a quienes ya conocía de antes levantaron la mano, me lanzaron una sonrisa y un guiño de complicidad para que supiera que habían percibido mi presencia y que luego hablaríamos. Al resto me los fueron presentando uno a uno, como establecen los cánones de buena conducta en sociedad, aunque curiosamente, a ella, me la presentó en último lugar.

La calidez de su mirada y su sonrisa me llamaron la atención nada más girar mi cabeza hacia donde ella se encontraba. Los dos besos de rigor dieron paso a una breve conversación sobre la comida que habían comenzado a picar mientras esperaban al resto de los asistentes. “Los nachos están fantásticos, pruébalos ahora que el queso fundido todavía está caliente” – comentó mientras sus dedos pinzaban un par de triángulos y los intentaba alejar del plato sin que aquel hilo de queso cayera sobre la mesa o el suelo.

Aunque me hubiera gustado seguir con esa charla unos minutos más, una mano agarró mi brazo y me llevó tambaleándome a otro grupo mientras decía: “Hace mucho tiempo que no te vemos ¿qué es de tu vida? ¡Actualízanos!”. Las reglas de cortesía evitaron que dijera algo así como “Pues mira, me acabas de fastidiar una velada increíble con una persona que ha llamado mi atención”, así que les puse al día de lo que había hecho durante los últimos meses.

El resto de la velada fue un ir y venir de personas y conversaciones. Aunque todo aquello parecía un verdadero desbarajuste, en un par de ocasiones tuve la oportunidad de coincidir con aquella mujer en alguno de los grupos que se creaban y destruían en cuestión de minutos. Su conversación afable también llamó mi atención, tanto que no me hubiera importado seguir hablando con ella durante horas. Sin embargo, la velada pareció llegar a su fin cuando ella tuvo que despedirse de manera precipitada porque se tenía que ir con la persona que la había traído en coche. Mi falta de reflejos, o mis miedos, evitaron que le pidiera el teléfono antes de que saliera por la puerta de la casa. ¡Mierda! ¿Cómo me pongo en contacto con ella ahora?

Obviamente una persona tiene recursos para, una vez perdida la primera oportunidad, hacerse con la información necesaria para ponerse en contacto con esa persona de una u otra forma. Claro está que para ello deberá involucrar a terceras personas que pueden, o no, cederle esa información.

Aún así, lo importante en este caso sería saber cuántas veces nos hemos quedado sin saber un teléfono o un correo electrónico por no haberlo pedido en el momento adecuado. O, en el caso de que nos lo hayan pedido, no haberlo dado para que nos pueda llamar la otra persona.

Los miedos existen tanto en el lado del hombre como en el de la mujer. En el lado del que pide la información porque se está descubriendo. Está mostrando a la otra persona su interés por ella. Es un momento de vulnerabilidad, en especial si realmente existe una atracción por la otra persona. El recibir un “No” por respuesta puede suponer un jarro de agua fría, aunque si no hay un interés real por la otra persona nos da un poco igual lo que pueda decir, lo tomamos más como un juego de coqueteo.

De igual manera, el dar el número de teléfono puede suponer para la mujer algo similar. Al dar ese dato con el que la otra persona se podrá poner de nuevo en contacto conmigo muestro mi interés por él, indico en cierta medida que quiero que me llame. Esto puede generar la fantasía de que el hombre piense que quiero “algo más” y dejarme con ese complejo de fulana, aunque realmente no lo sea.

De esta forma, nuestros miedos irracionales y nuestras fantasías nos pueden bloquear e impedir que lo que puede ser algo natural, como lo es el conocer a personas nuevas y el buscar un mayor conocimiento de las mismas para iniciar una relación, bien de pareja o de amistad, se convierta en algo casi imposible de conseguir.

La mejor manera de proceder en estos casos es hacerlo con naturalidad. Cada uno debe saber cómo es, cuáles son sus fortalezas y sus debilidades, para apoyarse en las primeras y evitar en la medida de lo posible las segundas, dejando que los tiempos se establezcan de forma natural, sin un plan predeterminado, sin unas palabras sacadas de un guión. Nuestra calidez personal permitirá romper el hielo y hacer que este se funda, haciendo que la conversación y la relación fluya como los ríos durante el deshielo de la primavera.

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No eres tú

domingo, 29 mayo, 2011

Desde hace algún tiempo conozco a una mujer con la que de vez en cuando tengo la oportunidad de cruzar alguna palabra en un ambiente distendido que nos permite una conversación cuyo único objetivo es disminuir la tensión del día durante unos minutos.

Pues bien, durante uno de estos encuentros, y mientras la conversación saltaba de tema en tema cual saltamontes por el campo, esta chica murmuró con voz tímida “a mi nunca me han invitado a tomar una cerveza”.

Cualquier caballero despierto hubiera detectado un clamor en esa frase y, claro, uno no tiene dudas de lo que debe hacer cuando alguien le dice algo así, por lo que sin perder ni un segundo lancé un “¡te invito a tomar una cerveza!”.

Si fueras hombre ¿hubieras hecho algo diferente? Y si fueras mujer ¿cómo hubieras contestado? La verdad es que la réplica que obtuve de esta mujer fue tan interesante como aplastante hubiera sido para alguien con menos experiencia en estas lides. “No gracias, tú no eres el chico que me gusta” – fue la respuesta que obtuve.

Algunas personas podrán opinar que la contestación pudo ser poco acertada o que la chica pudo ser un poco borde, pero independientemente de nuestra opinión, esta frase muestra en cierta medida lo que cada uno de nosotros estamos esperando y muchas veces no llegamos a expresar con palabras… ¡que nos invite a salir la persona que nos gusta! ¡Eso es lo que todos queremos!

La persona que nos gusta suele ser una fantasía que tenemos en nuestra cabeza, una fantasía que pocas veces llega a cumplirse completamente y, tal vez por eso, algunas de nuestras relaciones terminen en fracaso estrepitoso, ya que nunca conseguimos satisfacer nuestras expectativas iniciales.

La persona que tenemos en nuestra cabeza, y que forma parte de ese estereotipo de hombre o mujer ideal, debe tener una serie de cualidades, tanto físicas como personales, que nos llamen la atención, que nos alegren el día – y la noche – y que nos permitan disfrutar de la vida.

No es raro encontrarnos con personas que buscan activamente a esa pareja con la que compartir su tiempo. Y otras que sólo esperan que caiga del cielo como el tan esperado maná. En ambos casos estas actitudes pueden hacer que no veamos el árbol por estar mirando el bosque o que esperemos que sean los árboles los que tengan que venir a nosotros.

Es cierto que nuestra sociedad nos ha acostumbrado a que las oportunidades no se pierden, y que si pierdes este tren, siempre habrá otro unos minutos más tarde, pero ¿y si esto no es así? En los países anglosajones no nos suelen ofrecer dos veces algo. Si lo quieres, lo coges cuando te lo ofrecen. Y si no lo haces en ese momento… ¡lo has perdido!

Además, aunque la persona que tienes frente a ti no sea el hombre o la mujer de tu vida con quien vayas a tener una familia ¿quién te dice a ti que no vayas a tener una conversación agradable y divertida? ¿Cómo sabes que no puede aportar algo a tu vida?

Nuestros amigos nos suelen sugerir que no busquemos a esa persona con la que compartir nuestra vida, que ya llegará en el momento más inesperado. Sin embargo, muchas veces desaprovechamos oportunidades que nos pueden abrir nuevos caminos hacia esa persona que realmente tenemos en nuestra cabeza.

Independientemente de lo que hagamos es importante tener una idea clara de la persona con la que queremos compartir nuestra vida. Una idea real de lo que podemos esperar de ella y no un cuento que esperamos que llegue a buen término.

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La mina de diamantes

martes, 29 marzo, 2011

Hacía siete años que había salido de aquella mina que tantas satisfacciones y quebraderos de cabeza me había dado durante casi tres años. Desde entonces había vagado por aquellos montes en busca de otra mina con la que poder enriquecer mi vida de nuevo. Si, durante ese tiempo había encontrado alguna excavación de donde extraje el mineral que allí se encontraba escondido, pero rápidamente se acababan aquellas vetas tan codiciadas por todos y debía volver a la superficie en busca de nuevos lugares que pudieran aportarme algo de riqueza.

Con el paso del tiempo me fui haciendo más receloso de entrar en aquellos agujeros cuya única claridad provenía de unas pequeñas bombillas clavadas en las paredes.  Bombillas que servían para marcar el camino de salida en caso de accidente más que para alumbrar la galería y poder extraer el mineral de forma más sencilla.  Mi linterna frontal era la única herramienta que evitaba que tropezara con las piedras que se acumulaban en los corredores, aunque cada día que pasaba perdía algo de potencia de alumbrado, haciendo que mi vista se cansara un poco más rápido de lo normal.

Aquella mañana el cielo estaba totalmente despejado y el sol calentaba la tierra con sus débiles rayos otoñales. Los pájaros habían comenzado temprano su actividad diaria y algunos de ellos revoloteaban sobre mi cabeza, como si quisieran darme los buenos días o lanzarse en picado a por las migajas del desayuno que comenzaba a preparar.

El fuego se había avivado lo suficiente como para poner sobre él la sartén con las lonchas de beicon y la cazuela con las alubias dulces. Me dí la vuelta para cortar unas rebanadas de pan y preparar el café.

Al volverme de nuevo hacia el fuego vi cómo un pequeño zorro se llevaba a la boca el paquete de beicon que había dejado junto al fuego. Al verme, se quedó inmóvil durante una fracción de segundo, miró por el rabillo de su ojo y, sin pensárselo mucho más, huyó como alma que lleva el diablo hacia el bosque. ¡El paquete! ¡Se lleva todo el paquete el pequeño rufián! No iba a permitir que aquel diminuto cánido pelirrojo se llevara todo el beicon, por lo que salí en su persecución.

Después de unos minutos siguiendo su rastro lo encontré esperándome frente a la entrada de una cueva con el paquete de beicon entre sus patas delanteras. Me miró y ladeó su cabeza como preguntándose ¿por qué habrá tardado tanto en llegar? Enderezó de nuevo su cabeza y la giró hacia la entrada de aquella cavidad en la montaña. Me miró de nuevo, giró su cuerpo y se alejó de aquel lugar dejando tras de sí el paquete de beicon.  Me acerqué hasta donde había dejado mi desayuno y lo cogí con una mano.

Aunque mi estómago comenzaba a rechistar, mi curiosidad hizo que me acercara hasta la entrada de aquella cueva. Antes de entrar me agaché, cogí una piedra y la lancé a su interior para asegurarme de que no había ningún animal salvaje durmiendo dentro. Nada salió despavorido de aquel agujero en la roca caliza, por lo que me interné unos metros, tanto como la claridad de la luz matinal me lo permitió. Mi aversión a todo lo que estuviera horadado en la tierra hizo su aparición en aquel preciso instante, así que me dí media vuelta y volví al campamento para saciar mi apetito y hacer callar a mi estómago de una vez por todas.

Una vez terminé de desayunar recogí el campamento y emprendí de nuevo mi viaje en busca de una mina.  A los pocos metros me paré en seco.  Giré mi cabeza en dirección al lugar donde había visto por última vez al zorro y me pregunté: ¿Y si me paso por la cueva? ¿Y si es esta la mina que estoy buscando? Realmente no pierdo nada por pasar por allí e indagar un poco ¿no? Así que encaminé mis pasos hacia aquel oscuro hueco en la montaña.

Al llegar al lugar me quité la mochila de la espalda, la abrí y saqué el frontal. Comprobé que las pilas tuviesen carga y me lo puse en la cabeza. Encendí aquel farolillo y comencé a caminar hacia la oscuridad. En pocos segundos las tinieblas me habían engullido totalmente.

En otras ocasiones la falta de luz me producía un nerviosismo tan difícil de controlar que tenía que salir corriendo de cualquier excavación en la que me encontrara. Sin embargo, esta vez era diferente. Aquella falta de claridad no me producía nerviosismo, sino paz. Una paz que me hacía posible que siguiera indagando lo que aquella cueva me podía ofrecer.

Después de varias horas caminando por las diferentes galerías que fui descubriendo, llegué a una en la que sus paredes brillaban de forma especial. Me acerqué y comprobé que aquello que brillaba eran pequeños cristales. Tomé una roca del suelo y golpeé fuertemente la pared hasta que se desprendió de ella un trozo.  Tomé la muestra en mi mano y salí de aquel entorno sin luz natural.

La vuelta a la superficie no fue muy complicada, tan sólo tenía que buscar la claridad del sol que penetraba en aquella cueva.  Según me acercaba a la salida mis ojos se iban acostumbrando progresivamente a la claridad del día.

Una vez fuera tomé una bocanada de aire fresco.  Miré a la luz del sol la piedra que había traído conmigo.  La limpié de aquel barro que tenía por todas partes.  La observé con calma de nuevo durante unos minutos mientras la daba vueltas, como quien intenta hacer el cubo de Rubick por primera vez.

Cuál sería mi sorpresa cuando después de varios minutos de observación me dí cuenta de que aquellos cristalitos que brillaban sutilmente no eran otra cosa que diamantes en bruto. Después de tantos años buscando una mina por aquellos parajes desolados, hoy era el día en el que encontraba la mina que llevaba buscando durante tanto tiempo. Por fin era un hombre feliz.

Muchas veces las personas tenemos miedo de comenzar una relación porque nuestras experiencias pasadas no han sido del todo satisfactorias.  Esas relaciones hacen que tengamos cierta aversión a las personas del otro sexo.  Aunque inicialmente nos parezcan interesantes, nuestros miedos hacen que no profundicemos demasiado, que la nueva relación sea algo más superficial, pudiendo perder cualidades que están escondidas en lugares más profundos y recónditos que sólo aquellos exploradores con coraje podrán encontrar si se arriesgan a entrar en esas tinieblas.

Es importante ser conscientes de cuáles son nuestros miedos para poder dominarlos y poder de esta forma adentrarnos en la otra persona siendo nosotros mismos.

¿Qué relación te ha dejado marcada de tal forma que ahora no te permite adentrarte en ninguna otra relación?

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San Valentín

lunes, 14 febrero, 2011

Un año más el día de los enamorados llama a nuestras puertas y, como en otras ocasiones, podremos celebrarlo con nuestra pareja por todo lo alto para que el mundo entero sepa lo felices que estamos el uno con el otro, o podremos pasarlo discretamente en nuestra casa o con un grupo de amigos porque la cosa no va del todo con nosotros, ya que una vez más, nos encontramos en estas fechas sin pareja.

Aunque la tendencia social de los últimos años apunta a que las personas somos más individualistas y preferimos vivir solas en nuestro apartamento criando nuevas manías difíciles de quitar, los seres humanos somos seres sociables, es decir, que nos gusta el trato y la relación con otras personas.

Es el trato a otras personas lo que en ocasiones nos permite encontrar a una que nos llama la atención, alguien que altera nuestros sentidos y nos hace estremecer. No hace falta que esté muy cerca de nosotros, basta con saber que se encuentra en la otra habitación para que nuestro corazón comience a acelerarse de forma automática.

Cuando hablamos con esta persona no lo hacemos de temas banales, como el tiempo o el tráfico que hay en la ciudad, sino que buscamos aquellos temas que nos permiten indagar de forma sutil sobre el pasado, presente y futuro de nuestro interlocutor. Las preguntas abiertas y la escucha activa son herramientas fundamentales en este momento y la destreza que hayamos adquirido en ellas nos permitirá recabar información de vital importancia para entablar una relación en el futuro.

Tal vez durante los primeros encuentros las personas que nos rodean no sean capaces de afirmar si somos novios o no, pero lo que si pueden percibir es que nuestra forma de andar es diferente, que tenemos más brillo en los ojos, que sonreímos más e incluso que nos tomamos las cosas de manera diferente a como lo hacíamos unos días atrás.

Es posible que la persona que nos atrae tenga unos kilitos de más, que peine alguna cana, que tenga alguna arruga o que su dentadura no sea toda perfecta, pero nos aporta aquello que nosotros necesitamos en este preciso momento de nuestra vida, por lo que no nos importa lo que la gente opine, para nosotros es la perfección, aunque sea imperfecta.

Ese algo más que nuestros conocidos ven en nosotros no es sólo la energía con la que uno se levanta cada mañana, ni el gozo con el que nos enfrentamos a los retos diarios, sino que es un nuevo estilo de vida. Un estilo de vida en el que uno no sólo se siente mejor por la energía adicional que derrocha por cada poro de su piel, sino también porque nos sentimos mejores personas.

Es cierto que algunas mujeres buscan un hombre malo al que poder cambiar para así sentirse queridas, pero no es menos cierto que los hombres buenos también pueden mejorar con una mujer a su lado, y viceversa. Las buenas personas también tienen sus áreas de mejora, aunque tal vez no se vean a priori, pero son áreas que pueden mejorar al compartir su vida con otra persona que saca lo mejor de ellas.

Y tal vez sea esto, el sacar lo mejor de uno mismo lo que buscamos en la otra persona. Esperamos que alguien pueda sacar lo mejor de nosotros mismos, porque es la satisfacción de poder ser mejores lo que nos permite estar un poco más cerca de la autorrealización en esa pirámide que Maslow dibujaba hace algún tiempo.

Pero estemos más arriba o más abajo en esta pirámide, lo que es cierto es que son estas sensaciones las que recordaremos con el tiempo, y es ese flotar en el aire y esas mariposas en el estómago las que nos permiten comenzar una nueva relación cuando concluye otra. De hecho, y aunque es tarea complicada, a un gran número de personas no las importaría mantener este estado de enamoramiento durante toda su vida ¿o es que a ti no te gusta tener mariposas en el estómago, esperar su llamada, u oler su rastro de perfume en tu suéter?

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Somos novios

viernes, 11 febrero, 2011

Entre los seis y los once años pasamos por una etapa de rechazo absoluto hacia el sexo contrario. Nuestra falta de control sobre nuestro lenguaje corporal nos delata cada vez que alguna persona del otro género nos atrae. Esto hace que ante la afirmación de “¡Juanito tiene novia!” o “¡A María le gusta Pedro!” con cierto retintín, perdamos el juicio y nos abalancemos a la rodilla -su yugular todavía nos queda muy alta- de la persona que ha osado decir tal atrocidad.

Con el paso del tiempo las personas del sexo contrario nos comienzan a atraer cada vez más, y el hecho de estar con ellas nos agrada. De hecho buscamos activamente el mantener relaciones duraderas con esa persona que ha llamado nuestra atención. Y aunque con la edad hemos aprendido a ser discretos y a controlar nuestras emociones en público, nuestro lenguaje corporal nos sigue delatando cuando estamos junto a esa persona delante de los amigos. No importa que aseveremos por activa y por pasiva que “sólo somos amigos”, ellos perciben que existe algo más.

El trato al supuesto “amigo” revela de forma inequívoca nuestras intenciones para con él. El arreglarle el cuello de la camisa, el compartir una misma copa de vino, la posición que adoptamos al sentarnos en un grupo de personas, o el sutil roce en la rodilla al levantarse de la silla, hace que el resto de los presentes perciban algo más que una mera amistad entre los supuestos amigos.

La comunicación no verbal es fundamental durante el cortejo de la pareja, pero también lo es después. La complicidad que podemos adquirir en muy poco tiempo con la otra persona depende de la empatía que tengamos con ella y de la capacidad de observación que hayamos desarrollado con el paso de los años. De esta forma, una sola mirada es suficiente para saber lo que la otra persona está pensando, cómo se lo está pasando, o lo que quiere hacer cuando se vayan los invitados.

Es posible que a partir de los cuarenta no nos importe que nos pongan a ciertas personas como pareja, de hecho algunos padres están deseando que sus hijos tengan por fin una relación estable para que se vayan de casa de una vez por todas. Pero también es posible que en ocasiones tengamos una pareja y no nos hayamos percatado de ello ¿con quién coqueteas furtivamente? ¿Quién te roza o te mira y aún hoy te sonroja al hacerlo?

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Mundos paralelos

martes, 26 octubre, 2010

Somos pocos los adultos a los que no nos haya sorprendido un niño con sus preguntas o nos haya dejado perplejos con su desbordante imaginación.  Esta capacidad de crear mundos paralelos les permite a estos diablillos evadirse de la realidad en ocasiones en las que se aburren de lo lindo o les resultan molestas, de tal forma que prefieren estar alejados de ellas aunque su cuerpo deba permanecer en este mundo.  Así nos podemos encontrar con niños que pueden permanecer horas y horas frente a un libro sin pasar una sola hoja, con la mirada perdida en el infinito; o niños que si se les pregunta algo durante la lección necesitan de unos segundos para que su espíritu retorne a su cuerpo; o niños que vagan por el patio del colegio hablando con su sombra y que en algunos casos son tomados como «friquis» o «algo extravagantes«.

Este comportamiento que tanto puede frustrar a los adultos, en especial a padres y profesores, es en algunos casos un mecanismo de defensa por el cual el niño evita ciertas situaciones que para él pueden tener una carga estresante que no saben cómo gestionar.  Al evadirse de este mundo el niño se siente más feliz, más completo, más como a él le gustaría ser, haciendo las cosas que le agradan y no aquello que le desagrada, como estudiar por ejemplo, o tener que relacionarse con sus compañeros del colegio.  Al igual que los amigos de Peter Pan, quienes eran capaces de imaginarse todo tipo de manjares sobre una mesa que estaba vacía, el niño hace lo mismo, crea un mundo para salir de este, en el que las cosas no son como a él le gustan.  Un mundo en el que se siente lleno, completo, satisfecho, incluso con amigos con los que puede jugar y ser feliz… hasta que tiene que retornar.

La creación de mundos paralelos en el niño es una señal de que algo le está ocurriendo a nuestro vástago y, por lo tanto, es posible que debamos tomar cartas en el asunto para evitar que la situación se alargue y, sobre todo, se agrave.  Pero esto que en el infante puede parecer normal y puede ser reconducido, se complica considerablemente cuando la persona que crea estos mundos es ya un adulto.

Efectivamente, este comportamiento que aparentemente parece ser algo exclusivo de niños, como las paperas, el sarampión o la varicela, puede darse también en personas adultas.  Y al igual que estas enfermedades, cuando este comportamiento ocurre de adulto, se pasa peor.  Claro está que las personas adultas hemos ido desarrollando con el paso de los años filtros y barreras más eficaces que impiden que las personas que están a nuestro alrededor puedan detectar estos comportamientos y nos puedan tomar por «friquis» o, si lo hacen, ya hemos encontrado un grupo de personas similares a nosotros que nos acoja en su seno y en el que nos sintamos cómodos y a salvo.

De esta forma nos podemos encontrar con personas que, al mismo tiempo que se quejan de no tener una relación estable, siguen buscando a esa persona perfecta que sólo existe en su mente, poniendo de manera inconsciente trabas y disculpas ante todas aquellas personas que se acerquen ofreciendo una posible relación. No sólo esto, sino que en ocasiones estas personas solicitan a su posible pareja que entre en su mundo, ya que es ahí donde la persona es más feliz.  Esto puede impedir que se formalice la relación, ya que al vivir en mundos diferentes, los horarios y costumbres poco tienen que ver entre sí.

También nos podemos encontrar con personas que se crean un mundo interior «ideal» basado en creencias que lo único que les permite es mantener una lucha contra todo aquello que tenga que ver con el mundo real, no pudiendo ser del todo felices por la continua pelea que existe entre ellas y todo lo que las rodea.  Así nos encontramos con personas que están todo el día refunfuñando y quejándose de esto, aquello y lo de más allá.

Es cierto que la realidad puede ser contundente y que nos puede maltratar, pero hay que tomar consciencia de que somos sujetos más que objetos a los que nos pueden mover y desplazar de un lugar a otro.  Hay que tomar consciencia de nuestra identidad para con ello poder seguir adelante con nuestro camino, con la cabeza bien alta, con dignidad, haciéndonos un hueco en este mundo que nos ha tocado vivir y no en otro que sólo existe en nuestra mente.

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