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Hundir la flota

sábado, 28 abril, 2018

El capitán Maraver llevaba años comandando una pequeña flota de navíos que surcaban las aguas caribeñas en busca de tesoros.  Era un capitán bien conocido por sus colegas y hasta por sus enemigos, quienes le amaban tanto como le odiaban por ser un estratega que, en ocasiones, hacía cosas del todo inusuales.

Entre las cosas inusuales que hacía estaba la de destruir de vez en cuando sus propios navíos, bien porque los enviaba contra la flota enemiga a modo suicida, tal vez esperando asustar a sus enemigos o quizás para ganar la batalla por la sorpresa y estupor que aquello causaba en los otros ejércitos.  En cualquier caso, el capitán Maraver era conocido por destruir y diezmar su flota sin sentido alguno.

Lo que inicialmente comenzó siendo una flota de cincuenta navíos, había pasado a convertirse en una flota de escasas diez naves en los últimos cinco años.  Por algún motivo inexplicable el capitán Maraver seguía destruyendo navíos, incluso algunos que habían sido los buques insignia de la flota y que le habían ayudado a ganar batallas en tiempos pasados; estos también los había llevado al fondo del mar.

Una de las razones que achacaba para la destrucción de esos navíos era que él era el comandante en jefe de aquella flota y, todas sus decisiones eran las correctas.  No tenía por qué escuchar a las personas que le rodeaban.  Él hacía lo que quería cuando quería, sin consultar a nadie.  Esto hizo que los capitanes de los otros barcos se cuestionaran ciertas decisiones tomadas durante los últimos años, en especial aquellas que hacían que sus propios navíos fuesen expuestos a riesgos innecesarios frente a las tropas enemigas, poniendo la vida de sus tripulaciones en la cuerda floja.

Este tipo de actuaciones fue diezmando la moral de la flota.  De hecho, algunos navíos comenzaban a darse a la fuga en la oscuridad de la noche.  Los que se quedaban junto a él, quizás porque les resultaba interesante mantenerse junto a aquel capitán quien, aunque estrafalario de vez en cuando, era bien recibido en los puertos amigos, no le hacían mucho caso y lo utilizaban más que lo que le ayudaban.

El capitán Maraver no parecía ser consciente de este tema, de que se estaba quedando sin aliados en los que pudiera confiar, en los que pudiera apoyarse para seguir ganando batallas contra sus enemigos.  Algún capitán más allegado sí había intentado hacerle ver que la forma de actuar que estaba teniendo lo estaba llevando hacia su derrota final, pero incluso a estos, el capitán Maraver había tenido palabras y gestos ofensivos; haciendo que, al final, hasta los buques más cercanos al suyo, se alejaran de su lado.

Un día, cuando nadie parecía esperárselo, aparecieron por el horizonte veinte barcos de gran calado.  Barco de guerra con cañones a ambos lados de su eslora.  Barcos que venían surcando las aguas con un único objetivo, derrotar al Capitán Maraver.

Al ver aquello, el capitán Maraver llamó de urgencia a lo que quedaba de su flota, una flota una vez invencible que ahora apenas contaba con una decena de naves.  El capitán instruyó a sus jefes en la estrategia a seguir para no ser derrotados.  Unos navíos atacarían por el flanco derecho mientras otros los harían por el izquierdo.  Otros atacarían de frente, modo suicida, mientras el resto se quedaría detrás, esperando la orden de ataque.

Cada capitán se puso al mando de su nave, esperando la orden de ataque, esperando ver ondear aquella bandera negra que daría comienzo a la batalla.  Los minutos pasaban, la tensión se podía mascar en el aire.  Nadie se movía de sus puestos de combate cuando el vigía gritó: “¡Bandera negra, bandera negra!

Fue en ese momento, en el momento de izar aquella bandera negra cuando el capitán Maraver esperaba ver a sus navíos moverse según el plan acordado, sincronizados, con un movimiento casi harmónico hacia las naves enemigas.  Pero cuál sería la sorpresa del capitán cuando observó que aquellas naves que tenían que estar sincronizadas para el ataque, lo estaban ¡pero para la huida!

Todas las naves desaparecieron con la misma rapidez que cambiaba el tiempo en aquella zona del Caribe.  De estar rodeado de sus barcos, el capitán Maraver se encontraba totalmente solo, frente a todos aquellos barcos que venían a por él, rodeando su navío y sin darle opción a huida.  Aquel fue el final del capitán Maraver y su dominio de los mares.

En nuestro círculo de amistades podemos tener personas que nos pueden ayudar a conseguir nuestros objetivos en la vida y a mejorar como personas.  Personas que sólo están ahí por interés, para ver qué pueden sacar de nosotros, sin dar nada a cambio y sin mostrarnos su verdadera cara para evitar que las quitemos de nuestro lado.  E incluso nos podemos rodear de personas que no son buenas para nosotros, personas que nos absorben la energía, vampiros de los que tenemos que huir para no perecer.

Si no tenemos las herramientas necesarias para reconocer a cada tipo de personas que nos rodea, debemos acudir a un profesional que nos pueda asesorar y hacer ver qué es lo que queremos y cómo hacer para no perder a esos amigos de verdad quienes, aunque nos pueden llegar a herir cuando nos dicen las verdades a la cara, no es menos cierto que sólo buscan lo mejor para nosotros y, perderlos, puede suponer nuestra muerte social.

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Detectores de fallos

lunes, 9 julio, 2012

Juan era uno de esos arquitectos que, después de quince años diseñando edificios, revisando edificios en plena construcción, y paseando por habitaciones mientras estaban siendo remodeladas, era capaz de detectar fallos estructurales con una facilidad asombrosa.

Una mañana, mientras estaba en su estudio, Juan recibió la llamada de Cristóbal, un viejo amigo de la infancia. Cristóbal llamaba a su amigo para informarle de que, con motivo de su reciente cambio de trabajo, iba a celebrar una pequeña reunión con todos los amigos ese fin de semana. El lugar de la reunión sería su casa, un chalecito a las afueras de la ciudad. Juan aceptó gustoso la invitación.

La semana se pasó volando y, para cuando Juan quiso darse cuenta, ya estaba conduciendo hacia la casa de su amigo. Apenas cuarenta y cinco minutos después de salir del garaje, Juan estaba tocando el claxon junto a la puerta de la casa de su amigo para hacer ver que ya estaba allí. Cristóbal salió a la puerta a recibirlo junto a su mujer y sus dos hijos pequeños. Tras los besos y abrazos pertinentes, lo invitaron a pasar dentro.

Debido al poco tráfico que se había encontrado por el camino, Juan había sido el primer invitado en llegar a la casa, por lo que María, la mujer de Cristóbal, invitó a los dos amigos a visitar la casa mientras ella sacaba al perro a pasear.

Ya que estaban en el salón, Cristóbal comenzó el tour por aquella misma habitación. Acto seguido pasaron a la cocina, una estancia que había sido reformada hacía poco más de cinco años para aumentar la luz y la amplitud de la misma después de tener al último de sus retoños.

Con una botella de cerveza recién sacada del frigorífico en la mano, los dos amigos comenzaron a subir las escaleras hacia la primera planta, donde se encontraban las habitaciones principales. Seguidos en todo momento por el mayor de los hijos de Cristóbal, Eduardo, de seis años, el dueño de la casa seguía mostrando a su invitado las diferentes estancias, al tiempo que indicaba aquellas reformas que habían sido realizadas con objeto de mejorar la calidad de vida según la familia iba creciendo.

Juan no perdía detalle de lo que su amigo le contaba mientras daba pequeños sorbos a su cerveza. Pero si él no perdía detalle, el pequeño clon de su amigo que los seguía a escasos metros, tampoco. Aquellas avellanas redondas se habían clavado en Juan desde el mismo momento en el que comenzaron a subir las escaleras. De vez en cuando Juan daba un sorbo a su botella y aprovechaba para mirar de reojo a aquel pequeño malandrín que, rápidamente, apartaba su mirada hacia el suelo, en busca de algún objeto imaginario.

Después de varios minutos entrando y saliendo de las diferentes habitaciones de la casa aquel trío de varones bajó de nuevo al salón. En ese preciso momento María entraba por la puerta con Jup, el perro de la familia, quien había encontrado una pequeña charca de barro donde, según el miembro más pequeño de la familia, había patinado y había caído panza arriba. Desafortunadamente para él, y para Cristóbal, ahora iba a tener que ser bañado si quería volver a ser un perro respetado en el barrio.

Mientras su amigo enchufaba al chucho con la manguera, y su mujer cambiaba de ropa al alevín de la familia quien, por algún motivo se había sentido emocionalmente atado al cánido después de su percance en el barro; Juan se sentó en el sofá del salón, no sin antes observar que Eduardo se había sentado sobre el apoyabrazos del otro extremo del sofá.

Aquel niño no dejaba de observarle. Y lo peor de todo es que no decía nada. Juan ya no sabía que hacer. En un intento de disimular y hacer aquella situación algo más llevadera había mirado al techo, al suelo, a las ventanas, incluso se había dado la vuelta y había aireado los cojines del sofá, pero aquello era insostenible. De pronto Eduardo dio un pequeño salto y posó sus dos pies en el suelo. Se acercó a Juan y se le puso enfrente. Le puso sus dos pequeñas manos en la cara y le preguntó -¿No has visto las goteras del pasillo? ¿Ni la grieta del techo en mi cuarto?

Juan, sorprendido, y todavía con las manos del pequeño presionando sobre sus mofletes respondió -¡Si!

El pequeño replicó -¿Y por qué no has dicho nada, si eres arquitecto?

Juan esbozó una sonrisa y, mientras quitaba dulcemente aquellas pequeñas garras de su cara contestó -Porque tu papá ya lo sabe.

La mayoría de nosotros sabemos perfectamente cuáles son nuestras debilidades, tal vez porque aquellos grandes observadores que nos rodean diariamente no dejan de repetirnos una y otra vez que somos unos holgazanes, unos desordenados, unos descuidados…, en un vano intento por encumbrarse como como “detectores humanos de fallos ajenos”.

El decir continuamente los fallos a los demás no aporta nada, salvo una posible queja en el otro y un ligero sentido de grandeza en nosotros. Pero si realmente queremos que nuestras palabras surtan un efecto positivo en la otra persona, si realmente queremos influir sobre los demás, tal vez debamos fomentar primero ciertas habilidades en nosotros mismos.

Aprender a decir las cosas es una cualidad que nos permitirá tener conversaciones sin que la otra persona se sienta ofendida, sin que ésta se esconda detrás de enormes escudos de energía que evitan que mis palabras penetren y surtan efecto. Si la otra persona no nos considera como un enemigo, si nuestras palabras no la ofenden sino que la animan a iniciar un nuevo camino, entonces comenzaremos a dominar el arte de la palabra.

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Modelar

martes, 14 octubre, 2008

Modelar es ajustarse a un arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo.  El ser humano, y algunos animales, imitan los comportamientos de sus congéneres con objeto de ser igual que ellos, aprender alguna habilidad o algún comportamiento.

El modelado es una herramienta que sirve tanto en las sesiones de coaching como en la vida cotidiana.  El hecho de modelar a personas cuyas acciones sean ejemplares aporta una visión de cómo llegar al objetivo establecido.  El modelado puede ser:

Así, si nuestro objetivo es ser un ideólogo de la no violencia, el modelo a seguir podría ser un modelo real como Mahatma Gandhi.  El estudio de su biografía podría aportarnos la visión de lo que este político indio hizo durante su vida para llegar a ser lo que fue, y de esta forma poder imitar aquellas actitudes suyas que queremos incorporar en nuestra vida para conseguir nuestro objetivo.

De igual manera, si el objetivo de la persona es ser un buen diplomático, tal vez su modelo a seguir sea Henry Kissinger.  Este premio Nobel de la paz fue secretario de estado durante los mandatos de Nixon y Ford, y algunas de sus habilidades como negociador en temas internacionales puedan ser imitadas para la consecución de nuestro objetivo.

Pero las personas que queremos utilizar como modelo no tienen por qué ser grandes personajes de la historia, pueden ser personas más normales como un compañero de trabajo, nuestra mujer o incluso algún personaje de ficción como el maestro Yoda de la Guerra de las Galaxias.

El modelado, por tanto, es una herramienta muy potente que nos puede aportar muchos beneficios en la consecución de nuestro objetivo.  ¿Que te impide comenzar a utilizarla hoy mismo?

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