El amigo invisible

31 marzo, 2018 por mycoach

Marvin era un científico que se pasaba horas en su laboratorio con la única idea de desarrollar un suero que le permitiera hacer desaparecer los materiales que se pusieran en contacto con él.  Sus amigos llevaban años riéndose de sus experimentos y su novia, María, aunque le apoyaba, estaba frustrada por el poco tiempo que pasaba con él; en especial los fines de semana y en vacaciones, porque para él, nunca había vacaciones.

Tal vez Marvin pasara poco tiempo con ella los fines de semana, y el tiempo que lo hacía estaba abstraído en su mundo de fórmulas y con los proveedores que le llamaban para venderle algún producto nuevo.  Aun así, aunque pareciera que estaba en otro mundo, una cosa estaba clara, que María era lo más importante para él y, sin ella, toda esta investigación que estaba llevando a cabo, no tendría sentido alguno.

Efectivamente, Marvin estaba enamorado hasta las trancas de María.  Quería que ella estuviera orgullosa de él, de lo que hacía, de lo que quería desarrollar, pero ella parecía no llegar a comprenderle del todo, aunque siguiera apoyándolo y dándole todo su cariño.

Un día, Marvin se encontraba en su laboratorio, con su bata blanca, sus gafas de protección, sus guantes, sus tubos de ensayo, y sus ratas de laboratorio, midiendo el volumen de cada uno de los elementos que tenía que mezclar para que aquella sustancia viscosa diera por fin el efecto deseado, cuando llamaron a la puerta.

Marvin dejó la mezcla que estaba preparando sobre un hornillo de gas a fuego lento.  Miró el reloj para comprobar la hora y no dejar que la mezcla estuviese al fuego más de diez minutos. Se quitó las gafas, los guantes y la bata, y se acercó hasta la puerta de entrada que estaba en la habitación de al lado.  Abrió la puerta y se encontró con María, quien le traía la comida en una tartera.  Si no fuera por ella es muy probable que gran parte de los días se quedara sin comer, inmerso en sus ensayos.

Ambos pasaron a una pequeña habitación que había en la planta y que hacía las veces de cafetería o zona de descanso.  María sacó un pequeño mantel que había traído en el bolso, junto con los cubiertos, un par de vasos, un poco de pan y las servilletas.  Mientras tanto, Marvin llevó la comida al laboratorio para calentarla en el microondas que utilizaba en sus experimentos y, como en esta ocasión, utilizaba para calentar la comida que le traía su pareja.

Una vez calentada la comida, la llevó de nuevo a la salita donde le esperaba María, con la mesa preparada, una copa de vino blanco en la mano y una sonrisa en su cara.

Marvin dejó los platos sobre la mesa.  Cogió la copa de vino que le ofrecía su pareja y, con una muesca de duda en su cara, preguntó: ¿por qué brindamos?

María sonrió.  Le guiñó el ojo y respondió: “¡Porque ya tenemos iglesia para casarnos!”

Marvin se quedó boquiabierto.  Dejó la copa sobre la mesa y se acercó para abrazar a su novia y besarla como merecía la ocasión.  Era el día más feliz de su vida.  Por fin podría oficializar su relación con la mujer que más había amado, aunque muchas veces no lo hiciera visible debido a sus constantes despistes de científico loco.  Pero mientras abrazaba a la que iba a ser su mujer y gozaba de ese momento, un olor le llegó a la nariz.  ¡La mezcla! ¡Que se me ha olvidado retirarla del fuego! – grito mientras soltaba bruscamente a María.

Marvin corrió hacia el hornillo donde había dejado la mezcla cuando, justo antes de retirarla del fuego, la mezcla estalló frente a sus narices.

Aquella mezcla pegajosa y caliente le salpicó por completo.  Parecía un chiste de los que aparecen en las caricaturas de los periódicos o en los anuncios de televisión.  ¡Menudo desastre!  Se sentía ridículo, aunque más ridículo se sintió cuando María entro en el laboratorio y comenzó a reírse por la situación.

Sin embargo, las risas de María iban a durar poco.  Mientras se reía de su novio, cubierto en esa gelatina pringosa de color chillón, veía cómo, poco a poco, éste se iba desvaneciendo delante de sus ojos ¿Cómo era posible?  María gritó: “¡Marvin, estas desapareciendo!”

Así era, Marvin estaba desapareciendo.  Donde hacía unos segundos estaba su figura cubierta de esa gelatina, ahora no había nada.  ¿Qué había pasado?  Parecía que la fórmula había funcionado.  ¡Se había convertido en un hombre invisible!  Y gritó: “¡María, lo he conseguido, por fin soy un hombre invisible!”

Esto a María no le hizo mucha gracia.  ¿Un novio invisible?  ¿Cómo se iba a casar si no había nadie a su lado en el altar?  ¿Cómo iba a abrazarlo si no sabía dónde estaba?  ¿Cómo lo iba a amar si no sabía si existía?  No obstante, se propuso salvar la relación a toda costa, por lo que intentó no asustarse demasiado en ese momento.

Las semanas pasaron, y María no estaba cómoda con aquella relación donde sólo se veía a una de las partes.  Sí, era cierto que quería a Marvin, pero ahora ya no lo podía ver ni cuando estaba en casa.  Y cada día lo llevaba peor.  Así que, una mañana, buscó a Marvin y le dijo que la relación se terminaba, que ella no podía seguir así, que no podía soportar no ver a la persona de la que una vez se enamoró.  Por lo que tenía que irse de su vida.

Marvin, aunque apenado, comprendió la situación.  A él también le resultaba difícil no poder abrazar a su amada ni besarla.  Sólo podía verla.  Y eso era muy duro para él.  Por lo que hizo lo que mejor podía hacer, volver a su laboratorio para encontrar un antídoto y volver a ser visible.

Las semanas pasaron y Marvin seguía enfrascado en su laboratorio, intentando encontrar la solución para hacerse visible de nuevo y recuperar a su amor.  Sin embargo, ahora ya no trabajaba tanto, ahora intentaba pasar tiempo con ella, a distancia, aunque no le pudiera ver, haciendo lo posible por ayudarla: recogiendo las cosas que se le caían, evitando que se diera un golpe con alguna columna, o con alguien que andaba por la acera e iba tan despistado como ella.  La ayudaba en la sombra mientras él también se ayudaba a sí mismo para volver a ser visible.

En muchas ocasiones los buenos amigos no tienen que estar presentes para ser buenos amigos.  En ocasiones los buenos amigos lo son porque nos ayudan a desarrollarnos, porque nos dicen las cosas tal y como son, y no sólo como nosotros las vemos.  Incluso a veces los buenos amigos nos siguen ayudando en la sombra, sin que nos demos cuenta de que nos ayudan.

En otras ocasiones, cuando ya han hecho todo lo que han podido por ayudarnos y ven que no pueden hacer más y, lo único que les queda es rezar por nosotros para que un día seamos felices, también lo hacen.

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Esta entrada fue publicada el sábado, 31 marzo, 2018 a las 8:35 por mycoach y está en la categoría coaching personal. Puedes seguir cualquier respuesta a esta entrada a través del feed RSS 2.0. Tanto comentarios como pings están actualmente cerrados.

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