Artículos etiquetados ‘holistica’

Matar al padre

domingo, 27 febrero, 2011

Hace unos días pregunté a una persona “¿Cuándo dejamos de ser hijos?”. Ante tal interrogación su cara no pudo más que mostrar su perplejidad y asombro. “¿Qué cuando dejamos de ser hijos?” inquirió con cierta incredulidad en su voz. Tras unos segundos meditando, intentando ver dónde estaba la trampa de la pregunta, me miró a los ojos y respondió con contundencia: “Nunca”.

Desde el momento en el que nacemos nos convertimos en los hijos de nuestros padres. Ellos son quienes nos orientan durante parte de nuestra vida, quienes saben lo que es bueno para nosotros, quienes nos ayudan cuando estamos desvalidos y quienes nos atosigan en los momentos que estamos más apáticos.

Son nuestros progenitores quienes están a nuestro lado desde el momento en que llegamos a este mundo. En ocasiones pueden estar tan cerca de nosotros que ni siquiera son conscientes de ello. A lo sumo pueden considerar que esa proximidad es debida al amor que nos procesan. Sin embargo, esto provoca una sensación de ahogo en su descendencia, la cual pide a gritos un poco de espacio para crecer por sí misma.

Tal vez los padres estén tan acostumbrados a que sus hijos les pidan cosas que es posible que también esperen que les pidan el espacio que necesitan para seguir creciendo. De hecho, la mayoría de los padres se sentirían aliviados si sus hijos tomasen las riendas de su vida, pudiendo así quitarse un poco de lastre de su mochila y descansar un poco.

Para que los padres se alejen un poco, los hijos deben acercarse a ellos. Este movimiento de una de las partes del sistema genera inexorablemente un movimiento de la parte contraria. Esto implica que para dejar de ser hijo hay que acercarse al padre, convertirse en padre.

El hecho de convertirse en padre no implica que haya que tener descendencia, es más, puede que tengamos hijos y que nuestros padres no cambien su forma de actuar. Lo que es necesario es que exista un cambio de roles, un cambio donde nosotros, hijos, pasamos a ser padres. Y donde ellos, padres, pasan a ser abuelos.

Este cambio de roles tan sencillo en apariencia, se complica en ocasiones debido a las dependencias emocionales que existen entre las partes. A veces los hijos no queremos dejar de ser hijos, porque siendo hijos mantenemos nuestros derechos, uno de los cuales es culpar a nuestros padres de nuestros fracasos, sin responsabilizarnos de nada de lo acaecido.

Por su parte, los padres puede que no quieran dejar de ser padres, porque el mero hecho de pensar en que son abuelos los convierte de inmediato en personas mayores. Y el ser mayor, a su vez, implica que no sirven para nada, que su tiempo se agota y que la muerte llama a la puerta, aunque todavía tengan muchas cosas pendientes por hacer en este mundo.

El cambiar de papel implica que debemos dar un paso hacia delante, que debemos salir de ese círculo de comodidad en el que nos habíamos anclado. Debemos empujar a nuestros padres de su lugar actual con cariño, ya que para ellos el cambio también puede ser duro. Destronar a un padre puede ser complicado, en especial si no quiere ser destronado, o si nuestra fantasía nos impide deponer a ese padre omnipotente. La sucesión, el cambio generacional, es algo que puede complicarse si una de las partes no quiere llevarla a cabo, pero es necesaria antes o después.

Al dar ese paso hacia delante arrebatamos inconscientemente el puesto que ocupaban nuestros padres, les quitamos su hegemonía. Esto no quiere decir que no les vayamos a respetar a partir de ahora, sino que ha llegado la hora de que nos responsabilicemos de nuestras vidas y de que ellos descansen.

Matar al padre no implica que debamos asesinarlo, sino que debemos moverlo de donde está para que ocupe el lugar que ahora le corresponde. Cada persona debe reclamar su espacio para poder crecer adecuadamente. Si no reclamamos nuestro espacio seguiremos bajo el yugo de nuestros padres eternamente, incluso una vez hayan fallecido por causas naturales.

¿Y tú, has podido ocupar el lugar que te corresponde o continúas siendo el hijo eterno?

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Falta de carácter

lunes, 21 febrero, 2011

No importa si acabamos de entrar en la adolescencia o si hace años que peinamos canas, hay situaciones en las que hacemos gala de una impasibilidad tal que deja perplejo a nuestro interlocutor. Nuestra apatía frente a ciertos acontecimientos hace que las personas más cercanas a nosotros se exasperen y afirmen: “¡más que sangre, tienes horchata en las venas!”, «¡qué poco carácter tienes!«.

Personas con esta falta de vigor o energía las encontramos en todas partes. Tanto el hijo adolescente que ignora las palabras de su padre, como el amigo que desatiende las aseveraciones de su confidente, son casos claros de este comportamiento.

La proximidad afectiva entre ambos interlocutores hace que el hablante termine irritado con su oyente; que la parte activa sea más activa todavía, llegando a tomar las riendas del asunto e incluso hacer propio el problema. Esto hace de forma indirecta que la persona pasiva sea más pasiva si cabe y resulte aún más exasperante.

Por muchas ganas que tengamos de hacer que la otra persona se mueva, nosotros no podemos hacer nada para que comience a caminar, a menos que ella quiera dar el primer paso. No importan los palos o los castigos que les impongamos, que ellas no se moverán. Un ejemplo clásico es el del burro que no quiere iniciar su camino. Ya lo podemos golpear, empujar o tirar de él, que no se zarandeará un ápice. Es más, es posible que cuando lo empujamos de sus cuartos traseros, gire su cabeza y nos esboce una sonrisa casi sarcástica. Es entonces cuando nuestra desesperación nos lleva a ser creativos y le ponemos la zanahoria delante de sus ojos.

Si bien es importante buscar las motivaciones que pueden hacer que la otra persona avance hacia el objetivo que se ha marcado, no es menos valioso encontrar aquello que está impidiendo su activación. Tal vez existan dependencias emocionales o económicas que frenan la marcha de nuestro ser querido hacia su objetivo. O tal vez hayan tocado fondo y no sepan cómo salir de esa situación, sintiéndose perdidos y sin recursos para solucionar el tema en cuestión.

En estos casos también es importante tener en cuenta que nuestro comportamiento tiene un efecto directo sobre el comportamiento de la otra persona. El estudio de los sistemas holísticos, donde “el sistema, como un todo, determina cómo se comportan las partes”, nos permite ver las interacciones de las personas, no sólo las exteriores, sino las interiores, cómo uno se posiciona frente a otro individuo tanto psíquica como físicamente.

De esta manera podemos observar cómo, cuando me acerco a otra persona, es posible que ella se aleje o se mueva de donde está.  De igual manera, cuando entro en un grupo, éste tiene un movimiento de las diversas partes que lo forma. Así, es posible que cuando uno se aleja de una persona la otra tome una bocanada de aire y se relaje, ya que la distancia que teníamos era demasiado cercana para estar cómodos.

En cualquier caso es bueno dar un poco de espacio a las personas para que comiencen a responsabilizarse de sus actos, para que sean ellas mismas las que toman sus propias decisiones, por mucho que a nosotros nos pueda pesar, o por difícil que nos pueda parecer el llevarlo a cabo por primera vez.

¿Quién tienes a tu lado cuya apatía te exaspera hasta tal punto que te dan ganas de zarandearlo para que se espabile un poco?

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