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El jilguero

sábado, 3 marzo, 2018

Martín era un entusiasta de las aves.  Aunque no era un ornitólogo profesional, le encantaba salir al campo con su cámara para sacar fotos de todos los especímenes que se encontraban por su zona.  Incluso en alguna ocasión se había tomado unas vacaciones para ir a otros países en busca de nuevas aves.

Un día soleado de primavera, Martín salió a dar un paseo por el bosque que rodeaba su casa con su perro Gatillo, como había hecho en tantas otras ocasiones. Sin embargo, esta vez, mientras caminaba escuchando a esas aves que amenizaban su periplo sorteando arbustos, helechos, troncos caídos y alguna que otra zarza que había crecido de manera descomunal después de las últimas lluvias y la entrada del buen tiempo; Gatillo se paró en seco junto a un helecho, mirando fijamente a lo que había bajo su sombra.

Martín se acercó a Gatillo, con cautela, ya que no tenía muy claro lo que su fiel mascota quería mostrarle.  Apartó algunas hierbas y el helecho al que miraba fijamente su animal.  Y allí estaba, un pequeño jilguero que había caído de su nido hacía pocos minutos, ya que, en un lugar como ese, cualquier alimaña hubiera detectado a aquel animalito en menos de quince minutos.

Martín apartó a Gatillo de su lado, ya que su excitación no le dejaba concentrarse en el pequeño descubrimiento, al que cogió y lo puso dentro de uno de sus guantes térmicos para evitar que perdiera más calor del necesario.  Escarbó un poco la tierra, en busca de alguna lombriz que pudiera dar de comer al pequeño pajarito, y dio media vuelta rumbo a su casa, donde cuidaría de aquel plumón de pico amarillento hasta que se recuperara.

Al llegar a su casa buscó una jaula que tenía en el trastero y que no utilizaba desde que murieron unos agapornis que le regaló un viejo amigo cuando se fue a la selva amazónica.  Abrió la puertecilla y llenó su interior con hierbas y hojas para crear una especie de colchón donde aquel jilguerillo se sintiera algo más cómodo.  Metió al pequeño pájaro y dejó junto a él las primeras lombrices que había recogido en el campo.

Las semanas pasaron y el pequeño jilguero ya se había recuperado totalmente de sus heridas.  Tanto era así que hacía pocos días que había comenzado a cantar cada mañana para mostrar su alegría de estar allí.  Mientras cantaba, Gatillo se sentaba frente a él y lo miraba fijamente como en un intento de averiguar qué significaban aquellos cánticos que a él también le alegraban el día.

Aunque Martín tenía previsto soltar a la pequeña criatura, no era menos cierto que sus cánticos amenizaban todas las estancias de la casa, dándole pena tener que dejarlo en libertad, por lo que pensó que se lo quedaría un poco más de tiempo hasta que subiera volar y defenderse de las rapaces que pudieran estar acechándole en el bosque.

Así pasaron unos cuantos meses y, ya entrado el verano, Martín comenzó a ver que aquel jilguero que amenizaba sus mañanas, tardes y noches, parecía no estar tan feliz como al principio.  Tal vez aquel jilguero comenzaba a extrañar la libertad que nunca tuvo pero que veía que tenían el resto de sus compañeros que estaban detrás de aquel cristal.

Después de hablarlo con la almohada, Martín se levantó un día, se acercó a la jaula, la levantó con cuidado y se la llevó al balcón de su casa, donde abrió aquella pequeña puerta por donde diariamente cambiaba el agua y el pienso.

El jilguero, al ver aquella puerta abierta, no supo lo que debía hacer y se quedó posado sobre una de las ramas de cerezo que Martín había puesto dentro de su celda.  Martín, al ver que el pajarillo estaba inmóvil sin saber qué hacer, lo incitó a que saliera con gritos de ánimo: “¡Vamos, sal!  ¡Sé libre!  ¡Vete con tus amigos que te están esperando!  ¡Sé feliz en tu entorno!”  Pero nada de lo que dijera parecía hacer comprender a ese pajarillo que tenía que dar un par de saltos para salir de aquella jaula de metal.

Los días pasaron, y aquella puerta se mantuvo abierta, esperando que aquel pájaro saliera de una vez por todas de aquella jaula que parecía estar ahogándole.  Martín, aunque quería mantener a aquella criatura con él, sabía que lo mejor era que volara libre.  Su egoísmo no podía hacer que ese pajarillo sufriera por él.  No, no le deseaba que estuviera mal; por lo que, cada día, le ponía el agua y la comida un poco más lejos de su jaula para ver si salía y perdía el miedo al mundo exterior.

Un día, mientras estaba comiendo el pienso que Martín había dejado en un pequeño cuenco sobre la mesa, el pajarillo miró a su alrededor y vio a sus hermanos revolotear alrededor de aquella casa y de aquellos árboles.  Miró a los que habían sido hasta entonces los seres que le habían dado de comer y beber, y comenzó a cantar mientras desplegaba sus alas y las batía contra el viento para elevarse de aquella mesa y salir en busca de sus hermanos.

Martín miró a Gatillo con una sonrisa, sabiendo que aquella era la última vez que iban a ver a aquel pajarillo.  Gatillo pareció entender el mensaje y comenzó a perseguir al jilguero, ladrando, despidiéndolo, mientras éste revoloteaba por la habitación cogiendo fuerzas para salir por aquella ventana que llevaba abierta desde hacía un buen rato.

Aquella fue la última vez que Martín escuchó el cántico de aquel jilguero dentro de su casa, dentro de su jaula.  Con el corazón en un puño, pero contento porque aquella criatura era libre y posiblemente más feliz que con él, Martín esperaba volver a verlo algún día, aunque no lo tenía muy claro.

Los días pasaron, y Martín escuchaba el cántico del que una vez fuera su huésped entre los árboles del bosque mientras mantenía su ventana abierta en espera de que, un día, quizás, aquel pajarillo se posara de nuevo en su ventana y le despertara con su cántico.

Las personas tenemos que estar atentas a nuestro entorno más cercano si queremos ayudarles.  Si vemos que nuestra pareja está triste deberemos hablar con ella para saber cuáles son los motivos que la hacen estar en ese estado.  Si el motivo somos nosotros, deberemos ser honrados con nosotros mismos y analizar las causas que hacen que esté así.  Si podemos identificar esas causas y cambiar nuestras actitudes para salvar la relación, adelante, hagamos lo que está en nuestras manos para salvarle.  Pero si por el contrario vemos que no vamos a poder cambiar, o que de hecho no queremos cambiar, entonces deberemos abrir esa puerta que permita que la persona a la que queremos sea libre.

Y como decían en una película muy famosa “si vuelve, es que realmente nos pertenecía; y si no lo hace, es que nunca nos perteneció”

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El hombre gentil

sábado, 3 febrero, 2018

Mark había sido nombrado caballero al poco de cumplir la mayoría de edad.  Fue en ese momento cuando el herrero de los caballeros reales le ofreció aquella reluciente armadura con la que, montado a lomos de su corcel blanco, comenzaría a cabalgar por los polvorientos caminos del condado ayudando a los desvalidos, ayudando a las mujeres en apuros y haciendo que la justicia de su rey llegase a todos los rincones del reino.

Pasaron los años, y aquella armadura, un día reluciente, comenzó a perder su brillo debido a las inclemencias del tiempo.  Pero no sólo había perdido el brillo aquella superficie metálica, sino que también se notaban sobre ella los impactos de las espadas que habían intentado herir en alguna ocasión a su huésped, al fuego que había intentado carbonizarlo en algún rescate, y a algún que otro golpe sufrido en las caídas a caballo en medio de un combate.

Mark también sentía a aquella armadura como algo pesado.  Más como una carga del pasado que como algo del presente que le pudiera ayudar.  Así que tomó la decisión de quitársela, poco a poco, pieza por pieza, para comenzar así una nueva vida como caballero de una nueva generación.  La generación de los hombres gentiles.

Mientras los años pasaron y su armadura había sido restaurada y puesta en el salón para recordar tiempos pasados con sus amigos e invitados, Mark se sentía cómodo siendo cortés y galán con las mujeres, siendo educado, respetuoso y de maneras consideradas y, sobre todo, haciendo lo que era moralmente correcto.  En definitiva, siendo un hombre gentil o un caballero de la nueva generación.

Un día, Mark conoció a una mujer de ojos y sonrisa deslumbrante.  Una mujer que hizo que su corazón palpitara de nuevo como nunca hasta ahora había palpitado; por lo que se acercó a ella para conocerla y averiguar más sobre quién era, de dónde venía, qué le interesaba y, en especial, si podía tener algún interés por él para poder tener una vida en común.

Aquella mujer respondió de manera positiva a los comentarios de Mark, por lo que muy pronto comenzaron a salir juntos.  Aquella mujer venía de un castillo donde los hombres seguían vistiendo sus armaduras cuando salían a cabalgar para impartir la justicia del rey por sus dominios.  De un castillo donde los hombres decían a las mujeres lo que tenían que hacer.  De un castillo del que ella quería escapar para tener una nueva vida.

Mark no pudo nada más que invitar a aquella mujer a su casa, donde ella podría ser libre de aquellas ataduras, de aquellos lazos que no la permitían desarrollarse como mujer y que la tenían confinada en algo que no era.

Al entrar por primera en el salón de la casa de Mark, aquella mujer no pudo más que fijarse en la armadura que, en un lugar preferente de aquella habitación, mostraba lo que aquel hombre había sido una vez tiempo atrás.  La mujer no pudo reprimir su entusiasmo y le pidió a Mark que se pusiera de nuevo aquella armadura que ahora volvía a relucir.

Mark se lo pensó un par de veces antes de desmontar aquel pesado traje de acero que no se había puesto en tantos años.  Sin embargo, la insistencia de aquella mujer, quien no dejaba de decir que un hombre no era un verdadero caballero si no llevaba puesta su armadura, hizo que Mark cediera y se pusiera, de nuevo, su armadura.

Pasaron los días, y aquella mujer parecía estar feliz con Mark paseando por los caminos con su armadura.  Sin embargo, a Mark, aquella armadura que un día llevó con orgullo, le resultaba pesada y fuera de lugar en los días que corrían, por lo que, sin aviso previo, se la quitó y la volvió a poner de adorno en su salón.

Al ver aquel cambio, la mujer se sintió defraudada, ¿por qué no quería llevar su amado aquella armadura?  Ya no lo podría lucir por las calles de la ciudad, ya no podría sentirse cuidada por una persona que no era como los que ella había conocido en su castillo.  Unos caballeros con armadura a los cuales tampoco apreciaba y de los que quería huir.  Así que, decidió que, si su amado no volvía a ponerse su armadura, ella partiría de nuevo hacia su castillo donde esperaba encontrar a un hombre de reluciente armadura que la cuidara.

Mark lo pensó detenidamente durante muchos días y, aunque amaba a aquella mujer que un día apareció en su vida y a la que intentaba salvar de las garras de su vida pasada, decidió que la carga que tendría que soportar con su antiguo traje de metal, era una carga que no estaba dispuesto a realizar; ya que llevaba años formándose como un hombre gentil, un caballero de su tiempo, sin tanto peso que llevar sobre sus hombros, sin que si imagen fuese lo más importante, sino sus acciones y su interior; por lo que dejó partir a aquella mujer hacia su castillo, donde esperaba encontrar la felicidad.

Los caballeros no siempre llevan elegantes y relucientes armaduras, sino que pueden llevar trajes más livianos que les facilitan los movimientos, con los que están más cómodos y con los que pueden seguir siendo hombres gentiles con las personas que les rodean y, en especial, con las que quieren.

Lo más importante en una pareja no es el exterior, ya que este, con el tiempo, se va marchitando, sino que lo más importante es que haya cosas en común, que ambas partes se quieran, comprendan y ayuden a desarrollarse, con paciencia y amor todos los problemas son más sencillos de solucionar.

Pero intentar que una persona sea como uno quiere que sea puede hacer que la otra parte pierda su personalidad, su singularidad, comenzando así una lucha en la que ninguna de las dos partes va a salir ganadora.

De igual manera, el saber qué es lo que uno quiere es importante ¿queremos que se nos trate como hace cincuenta años o queremos ser una persona de hoy en día?  Está claro que todo no lo podemos tener, por lo que tendremos que decidir qué es lo más importante para cada uno de nosotros.

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