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El centro del universo

sábado, 12 mayo, 2018

Maribel era una joven atractiva, que sabía explotar sus encantos físicos con prendas que resaltaban su figura, al tiempo que su femineidad hacía que los hombres cayeran rendidos a sus pies cuando hablaba con ellos.

Cada vez que Maribel se iba de compras se sacaba fotos con las nuevas prendas que iba a adquirir y las enviaba a sus amigos para que le dieran su opinión, elevando así un poco más su ego.  Tal era su dependencia de estas opiniones que Maribel era como un sismógrafo de la opinión de las personas de las que se rodeaba.

Cuando se juntaba con sus amigas siempre estaba enfatizando el buen cuerpo que tenía, su aspecto, su atractivo y su sexualidad.  Mientras que cuando se juntaba con sus amigos, enfatizaba su intelecto, su estatus social, su poder y su dinero.

Un día, Maribel conoció a Mario, un tipo bueno y generoso que no sólo se quedó prendado de su belleza, sino que ella le inspiró el deseo de ser protegida, mostrándole sus problemas y sus vulnerabilidades.

Así comenzó una relación en la que Maribel era el centro de atención.  Sus necesidades siempre eran más importantes que las de él y sus deseos eran prioritarios.  Mario tenía que estar siempre atento a estos deseos porque, de lo contrario, desataría la ira de aquella mujer.

Las semanas pasaron y Maribel comenzó a sentir que su pareja le estaba en deuda, que se estaba convirtiendo en poco más que un parásito y que no estaba haciendo todo el esfuerzo necesario ahora que las cosas se estaban poniendo difíciles y monótonas.  Por su parte, Mario comenzaba a sentirse como si estuviera en una relación con una diosa del Olimpo, como si Maribel se hubiese distanciado de la realidad.

Mario estuvo analizando aquella situación e hizo lo posible por arreglarla, por solucionar aquellas diferencias que existían entre ambos, pero aquellas críticas constructivas que tenían como finalidad el crear una relación de pareja fructífera, no sólo cayeron en saco roto, sino que además enfurecieron a Maribel ya que, desde su punto de vista, Mario no la amaba.

Maribel se había convertido en una persona hipersensible a las críticas de su amado, y lo peor de todo, no las olvidaba.  Tal era así, que Maribel buscaba devolverle a Mario el mal rato que había pasado de alguna forma que le hiriera, y como ese dolor que sentía era porque Mario se había portado mal, lo castigó sin recibir amor ni sexo, al tiempo que aprovechó para reprocharlo y jugar con la culpa, reclamando que no valía nada y que todo era por su culpa.

Efectivamente, Mario se sentía mal, se sentía castrado, como si estuviera anulado, no deseaba brillar ni ser líder de aquella relación; ya que Maribel parecía necesitar estar en todo momento en el centro de los focos.  ¿Para qué ser el capitán de un velero que no tiene un puerto claro?  ¿Para que ir en un velero con una tripulación amotinada?

Pero Maribel todavía tenía un as en la manga para que Mario no se fuera de su órbita.  Así que, un domingo que estaban relajados en el sofá le preguntó: “¿Por qué no tenemos un hijo?”

¿Un hijo? – replicó Mario

No, no es que Mario no quisiera tener un hijo, lo deseaba con toda su alma, pero aquella mujer parecía estar más enamorada de sí misma que de él.  ¿Cómo una mujer que no pensaba en el “nosotros” sería capaz de concebir un hijo?  ¿Cómo una mujer que era incapaz de sentir afecto sincero podría dárselo a su hijo?  ¿No le estaría manipulando, utilizando en su propio beneficio?

Así que, con aquella mujer que se sentía el centro del universo, el ombligo del mundo, que se consideraba especial, única, grandiosa, como una persona de otra raza, de otra civilización, casi una divinidad encarnada; Mario respondió con un sutil “No es el momento”.

¿Cómo aquel ser inferior, su sirviente, su esclavo, había osado llevarle la contraria?  ¡Inaudito!  Su rabia volvió a salir y como sirviente que era, volvería a ser castigado por sus injurias.

Maribel se lo pensó unos segundos ¿Cómo le podría castigar a aquella persona?  Lo mejor sería quitarle todo su amor y su afecto, renunciar a él para que sufriera tanto como había sufrido ella.  Así que se acercó a él y le dijo “Mario, creo que nuestra relación no tiene solución.  Lo dejamos”.

La mujer narcisista (al igual que el hombre) lleva el concepto de autoestima hasta límites insospechados, no reconociendo sus errores ni limitaciones; destruyendo a su pareja, anulándola, porque es el otro el que está en deuda con ella y es la otra persona la que tiene que hacer el esfuerzo por solucionar las cosas.  La solución es adorarla, venerarla, porque es físicamente espectacular o porque es una hembra alfa.  Al honrarla, ella se emociona, porque desea esa veneración, ese cuidado.

La mujer narcisista está más enamorada de sí misma que de su potencial pareja, siendo incapaz de sentir afecto sincero por otra persona y teniendo comportamientos abusivos basados en el egoísmo y la manipulación.

Las relaciones de pareja de este tipo están destinadas al fracaso a menos que se haga algo al respecto, a menos que se busque la ayuda de un profesional que identifique este problema y pueda hacer una terapia que le permita al cliente salir de ese agujero.

En este sentido, las mujeres suelen estar más abiertas a dar estos pasos que los hombres, ya que en su mente femenina no es negativo el recibir ayuda de otra persona.  Por eso es fundamental que, cuando se detecta alguna de las señales que identifican a la persona como narcisista, es importante acudir a un profesional que nos pueda ayudar a cambiar, a entender por qué tenemos este comportamiento que, al final del día, nos hace destruir nuestras relaciones y evita que tengamos una vida plena con la persona que realmente nos ama.

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