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La tienda de príncipes

sábado, 17 febrero, 2018

Mario había estado ahorrando durante los últimos años para montar su propio negocio.  Un negocio que él pensaba que podía tener mercado en su ciudad.  Una ciudad donde las mujeres buscaban a un hombre perfecto, a su príncipe azul, pero no lograban encontrarlo.  Entonces ¿por qué no fabricar príncipes para este sector de la población?

A las pocas semanas de abrir la tienda, Mario ya había terminado su primer príncipe.  Un príncipe que parecía sacado de un cuento de hadas.  Mario estaba orgulloso de su obra, y no tardó mucho en exponerla en su escaparate para que las mujeres que por allí pasaran pudieran verlo y, si querían, comprarlo y llevárselo con ellas a su casa.

No pasaron más de un par de horas desde que Mario había puesto aquel príncipe en el escaparate cuando entró por la puerta la que podría ser su primera clienta.

Aquella mujer elegante y sofisticada, y cuya belleza iluminaba toda la estancia llegó hasta el mostrador donde estaba Mario esperando con una sonrisa y con suave voz preguntón: ¿Está en venta el príncipe del escaparate?

Mientras Mario asentía con la cabeza y respondía que sí, que su obra estaba en venta, se preguntaba por qué aquella mujer tan atractiva necesitaría comprar un príncipe ¿no tendría suficientes caballeros de donde escoger?  Pero el negocio era el negocio, y necesitaba el dinero para poder comprar los materiales para su siguiente obra.  Así que fijó el precio, el cual aquella mujer aceptó sin reparo, y activó su creación para que se pudiera ir con ella andando por la puerta.

Mario estaba feliz.  Había vendido su primera obra y tenía dinero para seguir adelante con el siguiente príncipe que ya estaba en marcha.  Así que, después de ingresar el dinero en el banco, y comprar las piezas que le faltaban para completar su segunda, se puso de inmediato manos a la obra para terminar su segundo príncipe lo antes posible.

Pasaron los días, y Mario tenía su obra terminada cuando se volvió a abrir la puerta de su establecimiento.  Por ella entraba ahora una mujer acompañada de un hombre.  Aunque la luz que entraba por aquella puerta no le dejaba distinguir bien los rostros de sus nuevos clientes, su mente parecía reconocerlos.  Al cerrarse la puerta tras de ellos, la luz de fondo disminuyó y los ojos de Mario pudieron distinguir la cara de ambos clientes.  ¡Era aquella mujer y su príncipe!  ¿Qué hacían de nuevo en su tienda?

La mujer, tal y como hizo la primera vez que entró en aquel establecimiento, se acercó con gracia y soltura hasta donde se encontraba Mario y, mientras esbozaba una sonrisa, le dijo que aquel príncipe que se había llevado hacía unos días era defectuoso, no funcionaba como debía.

Mario se sorprendió, ya que había puesto todo su empeño en hacer un príncipe actualizado a la época, un príncipe que mostrara las emociones y sentimientos que tuviera por su compañera, un príncipe que cuidara de ella en el sentido de que pudieran crecer ambos juntos, un príncipe al que había dado el don de la comunicación para que se expresara con ella y no sólo pudiera tener conversaciones de todo tipo, sino también capacidad para comunicar los problemas con los que se pudiera encontrar en la relación.

Mario, aunque sorprendido, le propuso cambiar su viejo príncipe, por el que acababa de terminar el día anterior.  Un príncipe que, aunque similar al anterior, tenía alguna pequeña mejora que igual le gustase.  Ella aceptó el cambió y salió por la puerta con su nuevo príncipe.

Mario no podía dar crédito a sus ojos.  ¿Qué le habría pasado a aquel príncipe que lo tuvieron que devolver?  Tenía que averiguar el problema, así que lo desarmó, revisó todos sus engranajes y sistema operativo para confirmar que no había sido puesto en riesgo, y lo volvió a montar de nuevo.  Salvo algún engranaje que estaba suelto, no parecía tener nada estropeado ni fuera de lugar, por lo que lo volvió a poner en el escaparate.

A las pocas horas de tener su primera obra expuesta de nuevo, una mujer entró a su establecimiento.  Esta vez, la mujer era algo mayor que la primera, pero tampoco le faltaba belleza y elegancia.  Se acercó a Mario y, con voz suave, le preguntó si aquel príncipe estaba en venta.  Él dijo que sí, que estaba a la venta y que se lo podía llevar en ese mismo momento.  Ella aceptó y a los pocos minutos salía con aquel príncipe otra vez activado.

Con el dinero que había ganado de esta venta, y al igual que en el caso anterior, Mario se dedicó a comprar elementos para su nuevo príncipe.  El tercero de la serie.  Un príncipe que tendría alguna mejora para que todos los sistemas funcionaran mejor, pero que estaría basado en los anteriores.

Pasaron los días y el tercer príncipe ya estaba listo para ser expuesto en el escaparate cuando la puerta de su establecimiento se volvió a abrir.  Por ella volvieron a entrar dos figuras que parecía reconocer.  Era su primera clienta, aquella mujer tan atractiva con su segundo príncipe ¿Lo querría devolver de nuevo?  ¿Qué problema tendría esta nueva obra suya?

Efectivamente, aquella mujer volvía a tener quejas del príncipe que se había llevado.  No cumplía con sus expectativas y estaba decepcionada con él.  ¿Cómo un príncipe no se podía comportar como un verdadero caballero?  ¿Cómo un príncipe no la podía agasajar en todo momento?  ¡Quería devolver aquella obra que tanto le había decepcionado!

Mario, apenado porque ninguna de sus dos obras cumpliera las expectativas de aquella mujer, le propuso de nuevo un cambio.  Esta vez se podría llevar el príncipe que acababa de fabricar y exponer en el escaparate.  Aquella mujer aceptó de nuevo el trueque; y a los pocos minutos estaba saliendo de la tienda con su nuevo príncipe activado.

Mario siguió el mismo proceso que en el caso anterior, revisando los parámetros que había recopilado su segundo príncipe, revisando si todos los circuitos estaban bien integrados en las diferentes placas y si todos sus mecanismos estaban engrasados y funcionando correctamente.  Todo parecía estar en orden.

Al igual que le ocurrió la vez anterior, al poco de poner a su príncipe revisado en el escaparate, una mujer volvía a entrar por la puerta para comprarlo.  A lo que gustoso accedió.

Las personas comenzamos una relación para ser más felices que cuando vivimos solos.  Queremos tener una relación con una persona que nos complemente, que nos haga sentir bien, que nos haga ser mejores, crecer como personas.  Sin embargo, no es menos cierto que algunas personas podemos tener unas expectativas muy altas de lo que nos llevamos a casa.  Expectativas que, cuando no se cumplen, porque el nivel de exigencia es tan alto que nunca se va a cumplir todo, nos sentimos decepcionados, nos sentimos engañados y queremos devolver a la tienda ese “príncipe” que no es otra cosa que una estafa.

Cuando se comienza una relación es bueno comenzarla desde los cimientos, creando las bases que van a permitirnos crear algo más grande.  Tenemos que asumir la singularidad de cada uno de las partes y analizar qué nos aporta en nuestra vida, y si nos permite crecer y ser más felices que hasta el momento.  Ser demasiado exigente con tu pareja, no perdonar, no olvidar, y estar siempre buscando la perfección y la excelencia puede hacer que la relación fracase porque, entre otras cosas, la relación de pareja debe relajarnos, ayudarnos a pensar y a solventar los problemas que la vida nos trae sin nosotros pedirlo.

Si estamos buscando esa excelencia, es posible que nunca llegue y que debamos estar saltando de relación en relación porque ninguna de las personas que estará con nosotros cumple con nuestras expectativas y, por ende, nos sentiremos decepcionados una y otra vez.  Por eso es importante encontrar a esa persona que nos completa, porque siempre hay algún príncipe o princesa que nos aportará todo aquello que necesitamos y nos hará felices.

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El hombre gentil

sábado, 3 febrero, 2018

Mark había sido nombrado caballero al poco de cumplir la mayoría de edad.  Fue en ese momento cuando el herrero de los caballeros reales le ofreció aquella reluciente armadura con la que, montado a lomos de su corcel blanco, comenzaría a cabalgar por los polvorientos caminos del condado ayudando a los desvalidos, ayudando a las mujeres en apuros y haciendo que la justicia de su rey llegase a todos los rincones del reino.

Pasaron los años, y aquella armadura, un día reluciente, comenzó a perder su brillo debido a las inclemencias del tiempo.  Pero no sólo había perdido el brillo aquella superficie metálica, sino que también se notaban sobre ella los impactos de las espadas que habían intentado herir en alguna ocasión a su huésped, al fuego que había intentado carbonizarlo en algún rescate, y a algún que otro golpe sufrido en las caídas a caballo en medio de un combate.

Mark también sentía a aquella armadura como algo pesado.  Más como una carga del pasado que como algo del presente que le pudiera ayudar.  Así que tomó la decisión de quitársela, poco a poco, pieza por pieza, para comenzar así una nueva vida como caballero de una nueva generación.  La generación de los hombres gentiles.

Mientras los años pasaron y su armadura había sido restaurada y puesta en el salón para recordar tiempos pasados con sus amigos e invitados, Mark se sentía cómodo siendo cortés y galán con las mujeres, siendo educado, respetuoso y de maneras consideradas y, sobre todo, haciendo lo que era moralmente correcto.  En definitiva, siendo un hombre gentil o un caballero de la nueva generación.

Un día, Mark conoció a una mujer de ojos y sonrisa deslumbrante.  Una mujer que hizo que su corazón palpitara de nuevo como nunca hasta ahora había palpitado; por lo que se acercó a ella para conocerla y averiguar más sobre quién era, de dónde venía, qué le interesaba y, en especial, si podía tener algún interés por él para poder tener una vida en común.

Aquella mujer respondió de manera positiva a los comentarios de Mark, por lo que muy pronto comenzaron a salir juntos.  Aquella mujer venía de un castillo donde los hombres seguían vistiendo sus armaduras cuando salían a cabalgar para impartir la justicia del rey por sus dominios.  De un castillo donde los hombres decían a las mujeres lo que tenían que hacer.  De un castillo del que ella quería escapar para tener una nueva vida.

Mark no pudo nada más que invitar a aquella mujer a su casa, donde ella podría ser libre de aquellas ataduras, de aquellos lazos que no la permitían desarrollarse como mujer y que la tenían confinada en algo que no era.

Al entrar por primera en el salón de la casa de Mark, aquella mujer no pudo más que fijarse en la armadura que, en un lugar preferente de aquella habitación, mostraba lo que aquel hombre había sido una vez tiempo atrás.  La mujer no pudo reprimir su entusiasmo y le pidió a Mark que se pusiera de nuevo aquella armadura que ahora volvía a relucir.

Mark se lo pensó un par de veces antes de desmontar aquel pesado traje de acero que no se había puesto en tantos años.  Sin embargo, la insistencia de aquella mujer, quien no dejaba de decir que un hombre no era un verdadero caballero si no llevaba puesta su armadura, hizo que Mark cediera y se pusiera, de nuevo, su armadura.

Pasaron los días, y aquella mujer parecía estar feliz con Mark paseando por los caminos con su armadura.  Sin embargo, a Mark, aquella armadura que un día llevó con orgullo, le resultaba pesada y fuera de lugar en los días que corrían, por lo que, sin aviso previo, se la quitó y la volvió a poner de adorno en su salón.

Al ver aquel cambio, la mujer se sintió defraudada, ¿por qué no quería llevar su amado aquella armadura?  Ya no lo podría lucir por las calles de la ciudad, ya no podría sentirse cuidada por una persona que no era como los que ella había conocido en su castillo.  Unos caballeros con armadura a los cuales tampoco apreciaba y de los que quería huir.  Así que, decidió que, si su amado no volvía a ponerse su armadura, ella partiría de nuevo hacia su castillo donde esperaba encontrar a un hombre de reluciente armadura que la cuidara.

Mark lo pensó detenidamente durante muchos días y, aunque amaba a aquella mujer que un día apareció en su vida y a la que intentaba salvar de las garras de su vida pasada, decidió que la carga que tendría que soportar con su antiguo traje de metal, era una carga que no estaba dispuesto a realizar; ya que llevaba años formándose como un hombre gentil, un caballero de su tiempo, sin tanto peso que llevar sobre sus hombros, sin que si imagen fuese lo más importante, sino sus acciones y su interior; por lo que dejó partir a aquella mujer hacia su castillo, donde esperaba encontrar la felicidad.

Los caballeros no siempre llevan elegantes y relucientes armaduras, sino que pueden llevar trajes más livianos que les facilitan los movimientos, con los que están más cómodos y con los que pueden seguir siendo hombres gentiles con las personas que les rodean y, en especial, con las que quieren.

Lo más importante en una pareja no es el exterior, ya que este, con el tiempo, se va marchitando, sino que lo más importante es que haya cosas en común, que ambas partes se quieran, comprendan y ayuden a desarrollarse, con paciencia y amor todos los problemas son más sencillos de solucionar.

Pero intentar que una persona sea como uno quiere que sea puede hacer que la otra parte pierda su personalidad, su singularidad, comenzando así una lucha en la que ninguna de las dos partes va a salir ganadora.

De igual manera, el saber qué es lo que uno quiere es importante ¿queremos que se nos trate como hace cincuenta años o queremos ser una persona de hoy en día?  Está claro que todo no lo podemos tener, por lo que tendremos que decidir qué es lo más importante para cada uno de nosotros.

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El príncipe aburrido

lunes, 23 enero, 2012

Ana era una chica moderna.  Tenía un trabajo que la permitía pagar la hipoteca de su apartamento de sesenta metros cuadrados, su pequeño coche y algún que otro viaje durante las vacaciones con sus amigas del colegio.  Era una mujer económicamente independiente.  Como casi todas las chicas de su edad, Ana no tenía una pareja estable.  Según ella todavía era demasiado joven para juntarse con un hombre por el mero hecho de “estar con alguien”.  Era de las que pensaba que era mejor estar sola que mal acompañada, por lo que había optado por la primera opción.  Además, su físico y su inteligencia la permitían poder mantener relaciones cuando ella quisiera.

Las personas que conocían a Ana aseguraban que la razón por la que Ana seguía sola no era otra que el no haber encontrado al hombre perfecto.  Todos sus amigos afirmaban que estaba buscando a su príncipe azul, y ella, obviamente, lo negaba rotundamente.  Sin embargo, en alguna que otra ocasión, se la había escuchado decir que a ella le gustaban los hombres altos.  De un metro ochenta en adelante.  Fuertes, pero no tanto que sus músculos impidiesen el riego cerebral.  Con ojos claros y pelo ondulado.  Con una sonrisa que tus piernas temblaran al verla.  Y con una voz masculina que tu alma se estremeciera al escucharla.  Sus amigos comentaban que si esto no era un hombre perfecto, le faltaba poco.

Un día, mientras comía una ensalada en la escasa hora que tenía para almorzar, un chico se acercó a ella y con voz profunda le preguntó por la ensalada que estaba tomando.  Ella levantó la mirada y vio a un chico de unos treinta y cinco años sonriéndola.  Al principio titubeó un poco.  No se lo podía creer, era el chico que durante tantos meses había admirado en secreto desde aquella misma mesa del restaurante.  Ana le dijo que era la ensalada de tres lechugas, la que venía con escarola y salsa italiana.  El chico la dio las gracias y, antes de irse, la dijo: “Por cierto, soy Jorge ¿quieres que tomemos algo esta tarde después de salir del trabajo?”.  La respuesta estaba clara.

Esa misma tarde se volvieron a ver.  Jorge y Ana dieron un paseo por el parque, se tomaron una cerveza en una de las terrazas del viejo bulevar, y charlaron de esto y de lo de más allá.  Al final de la tarde Jorge escoltó a Ana a su casa.  Allí, al pie de la puerta, Jorge se despidió de ella con un beso en los labios.  Ana abrió la puerta y entró en su casa, mientras Jorge bajaba las escaleras para seguir su camino calle abajo.

Una vez en su casa Ana recordó en su cabeza todo lo que habían hecho Jorge y ella durante aquella tarde, lo que habían comido, de lo que habían hablado, etc.  Jorge era su caballero andante, lo que había buscado durante tanto tiempo.  Sin embargo, a Jorge le faltaba algo, chispa.  Si, si, el beso no había estado mal, y fue toda una sorpresa, pero aún así la tarde había sido un tanto aburrida.  Ella quería más, quería a alguien que la despertara de su letargo invernal, a alguien con   quien poder echar unas risas y con quien disfrutar de la vida.  Jorge era sólo un bonito envoltorio sin apenas contenido.  Con Jorge se había aburrido.  Era un príncipe aburrido.

Las personas buscamos un prototipo de hombre o mujer con el que compartir nuestras vidas.  Este prototipo de persona puede estar basado en unos cánones físicos determinados, por lo que en ocasiones buscamos más un paquete bonito que un contenido que cubra las necesidades que tenemos.  Y así, al final del día, nos sentimos decepcionados con nuestra elección.

Los valores personales son algo a tener presente cuando decidimos iniciar una relación con otra persona.  Las personas buscamos unos valores en nuestra pareja, al igual que podemos ofrecer otros que ella no tiene.  Las personas con las que nos relacionamos nos aportan cosas, aunque inicialmente no las veamos.  Y son estas cosas las que en muchas ocasiones hacen que nos enamoremos de la persona, y no sólo de su apariencia física.

Al igual que Blancanieves, algunas personas estamos inmersas en un sueño del que queremos que nos despierten, pero que lo haga un príncipe divertido, con un poco de chispa y sangre en las venas.

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