Artículos etiquetados ‘comunicacion oral’

El robot

sábado, 10 febrero, 2018

Rob era una máquina de última generación creada por unos laboratorios similares a esos que aparecen en las películas de ciencia ficción.  La diferencia que tenía con los prototipos anteriores es que Rob, tenía apariencia humana.  Y no sólo se parecía a los humanos, sino que también imitaba a la perfección sus movimientos, su voz y sus expresiones faciales.  Si Rob no se encontrara en el laboratorio con miles de cables saliendo de su cuerpo, nadie notaría la diferencia entre él y el científico que tenía a su lado.

Los científicos del proyecto habían tardado años en desarrollar esta máquina tan perfecta, este humanoide, una inteligencia artificial que estaba lista para salir del laboratorio y enfrentarse al reto de la vida real.  El equipo de científicos había tomado la decisión de soltar a Rob en la gran ciudad para ver cómo se desenvolvía, para comprobar que todos los programas que habían incluido en su mente eran capaces de hacer que se comportara como un humano.

Las campanas de la catedral marcaban las doce del mediodía cuando aquel coche negro se detenía frente una la cafetería en el centro de la ciudad.  La puerta se abrió y de aquel vehículo salió Rob, con su traje, su corbata y su maletín, como cualquier otro ejecutivo de la zona.  Se dio la vuelta y cerró la puerta para ver cómo el vehículo desapareciera por la primera calle a mano derecha.

Rob miró a su alrededor y, aunque no tenía hambre por tratarse de un autómata, decidió sentarse en la terraza de aquella cafetería y pedir algo para beber y comer, tal y como hacían los humanos.

A los pocos minutos salió del interior de la cafetería una joven de enormes ojos y radiante sonrisa.  Nunca hasta ese momento se había encontrado con un espécimen similar; tal vez porque todas las mujeres del laboratorio estaban siempre con caras largas y lo veían como un experimento, más que como alguien con quien debieran confraternizar.  Rob pidió un zumo y un sándwich, algo que, por la hora, parecía lo más apropiado.  La chica lo apuntó en su libreta electrónica y le comentó que en unos minutos lo tendría en su mesa.

Efectivamente, no habían pasado más de cinco minutos cuando aquella mujer volvió a salir por la puerta de la cafetería con su zumo y su sándwich.  Al dejar el sándwich sobre la mesa, la melena de aquella joven dejó ver la chapa con su nombre, por lo que Rob le dio las gracias con un: “Gracias, Marisa”.  La camarera se sorprendió, pero quedó alagada y respondió con una sonrisa y un: “De nada”.

Al terminar el sándwich y el zumo, Rob pidió la cuenta.  Marisa se la trajo y, al ir a cobrarle, Rob le comentó que era nuevo en la ciudad y si le importaría acompañarle a tomar algo y conocer la ciudad una vez terminara su turno.  Marisa, aunque no era habitual en ella, aceptó la oferta, quedando con aquel joven en la misma cafetería sobre las cinco de la tarde.

Allí estaba, puntual como las señales del gran reloj de la catedral.  A las cinco en punto, con su traje, su corbata y su maletín, frente a la puerta de la cafetería.  Marisa lo vio y se apresuró para cerrar la caja, cambiarse de ropa y salir con el bolso cruzado y las manos ocupadas con su móvil y la bolsa con la ropa sucia a donde se encontraba su acompañante.  Ese sería uno de tantos otros encuentros que a partir de ese día tendrían Marisa y Rob durante los meses venideros.

Las semanas fueron pasando y, aunque Marisa estaba contenta, no lo estaba del todo, ya que su compañero seguía siendo una persona distante, una persona que no parecía inmutarse con lo que ella le contaba y que en ocasiones podía parecer poco empático.  ¿Qué es lo que le pasaba?  ¿Por qué parecía tener horchata en vez de sangre en las venas?  ¿Por qué no se enfadaba como lo habían hecho el resto de sus parejas cuando ella hacía algo mal?

Rob notaba que la relación estaba en un punto en el que tenía que hacer algo.  Sus programas originales no estaban a la altura de las circunstancias.  Debía actualizarse para poder seguir con aquella mujer, pero el proceso era más lento de lo esperado inicialmente.  Tal vez debido a que no tenía una conexión directa a todos los sistemas del laboratorio.  Su inteligencia le hacía modificar comportamientos, ver cómo respondía Marisa y, en función de ello, volver a analizar la situación para cambiar o mantener el nuevo comportamiento.

Marisa, esperaba algo más.  Sus expectativas del hombre perfecto eran otras.  Parecía como si aquel hombre no viniera con todos los programas instalados por defecto.  Programas que, de haberlo sabido los científicos, igual se los hubieran podido instalar antes de dejarlo salir de las instalaciones, pero, ante ese fallo, Rob debía utilizar sus recursos  para ir adquiriendo todo aquello que le faltaba lo antes posible.

Sin embargo, el tiempo pasaba y Marisa veía que aquella persona no era como los hombres con los que ella había andado.  Aunque no le faltaba humanidad, si veía que no terminaba de completarla como a ella le gustaría, que no era ese príncipe azul que pensó que era en un primer momento; por lo que, pasado un tiempo, decidieron romper aquella relación.

Rob se quedó apenado, ya no tenía a nadie con el que poder crecer y ser más humano, pero la semilla que plantó Marisa fue germinando, poco a poco, haciéndole ver lo que había hecho bien y lo que podía haber hecho mejor.  Aquella mujer, aun en la distancia, parecía haber sido un impacto positivo en su vida.  Ahora sólo podía esperar que sus vidas se cruzaran de nuevo en un futuro y le pudiera mostrar su versión más actualizada, obra, en parte, de ella.

Algunas personas parecen ser impasibles ante los eventos que ocurren a su alrededor.  En algunas ocasiones esto es debido a una falta de empatía con todo aquello que les rodea, pero en otras ocasiones es sólo una mera protección para evitar que esos eventos les hagan daño, al tratarse de personas sensibles que sufren por los demás.

En cualquier caso, las personas que parecen robots, que parecen imperturbables, que son un encefalograma plano y que no muestran sus sentimientos pase lo que pase, no tiene por qué no sufrir.  También lo pueden llegar a hacer, pero de otra forma, en otro lugar, tal vez de manera más introvertida.

Pero lo importante, tanto si es por falta de empatía como si es por autoprotección, es identificar que esta situación existe.  Una vez somos conscientes del problema, seremos capaces de poner las medidas adecuadas para solucionarlo, bien con la ayuda de un profesional o con nuestra pareja en un entorno de confianza en el que nos sintamos más seguros.

Si nuestra pareja (o persona cercana a nosotros) se abre con nosotros, deberemos ser capaces de mantener esa confianza que nos ha dado y crear ese marco para que se siga abriendo con nosotros porque, esta apertura, puede ser el cambio que estábamos buscando para ver que, en realidad, la persona que tenemos a nuestro lado es un ser humano como nosotros, que siente y padece, pero que necesita su tiempo para mostrar esos sentimientos hasta ahora ocultos en lo más profundo de su ser.

Si por nuestra parte no nos sentimos con fuerzas para ayudar a nuestra pareja, siempre podemos sugerir que se aproxime a un profesional para que le ayude, para que le muestre las herramientas con las que cuenta para ser una persona más.

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El extraterrestre

sábado, 20 enero, 2018

Sandra era una chica a la que le gustaba dar grandes paseos por el campo, observando la naturaleza mientras sus perros corrían de un lado a otro persiguiendo mariposas, ratones o cualquier animalito que se cruzara en su camino.

Un día, mientras el sol se ponía tras las montañas y sus perros seguían la senda uno detrás de otro, uno de ellos se paró en seco, haciendo que el resto hundieran sus hocicos en el trasero de su compañero de delante.  Sandra, que iba la última, también redujo el ritmo al tiempo que miraba en la dirección que lo hacían sus perros.

De pronto, uno de sus perros salió corriendo hacia unos matorrales que se habían movido.  Sandra, y el resto de la manada, salió detrás intentando parar a la bestia en la que se había convertido su mascota peluda de no más de diez kilos.

Al llegar a los matorrales, Sandra apartó a su jauría que no dejaba de ladrar a aquel arbusto.  Una vez los acalló y los separó unos metros, se acercó cuidadosamente para ver qué es lo que se escondía detrás de aquel arbusto.

Con sus manos fue apartando las ramas, poco a poco, mientras con sus ojos no dejaba de mirar a las bestias peludas que ahora estaban sentadas esperando con nerviosismo lo que su ama estaba a punto de sacar de detrás del arbusto. ¡Qué será, qué será! – expresaban con sus caritas alegres y juguetonas.  ¿Nos lo podremos comer? – seguro que pensaba alguno de ellos mientras Sandra hundía su cuerpo entre las ramas y, de repente, desaparecía entre las hojas verdes.

Sandra se quedó atónita al ver a aquel ser de ojos saltones, orejas puntiagudas y piel arrugada.  Aunque tenía dos piernas y dos brazos no parecía ser humano.  Sus ojos mostraban terror, posiblemente debido al alboroto causado por sus perros; y su cuerpo, en posición casi fetal, parecía protegerse de aquella mujer que había aparecido de pronto y de la que no tenía forma de escapar.

Sandra se arrodilló junto a ese pequeño ser.  Se quitó la sudadera que llevaba puesta y se la acercó al pequeño ser mientras lo intentaba tranquilizar son sus palabras y su dulce voz.  Aquel pequeño ser no entendía lo que Sandra le estaba transmitiendo, pero su voz le transmitía tranquilidad y calor, tanto calor como aquel tejido tan suave que comenzaba a rodear su cuerpo.

De vuelta en su casa encerró a sus perros en una habitación antes de liberar a aquel extraño ser de entre sus brazos.  Al sentirse liberado de aquella segunda piel, el pequeño ser corrió a refugiarse entre los dos sofás del salón.  Sandra se acercó a él lentamente, para no asustarlo y que volviera a huir, y comenzó a hablar.

Aquel ser no entendía lo que Sandra le estaba intentando transmitir, pero durante horas se quedó escuchando aquellos sonidos que salían por su boca.  El pequeño ser, cuando veía que Sandra no decía nada, comenzaba a lanzar unos sonidos que, aunque ininteligibles para Sandra, parecían intentar comunicar algo.

Los días fueron pasando, y aquel pequeño ser comenzó a sentirse parte de la familia.  Los perros, que en su día lo habían estado acosando contra un arbusto, parecían haberlo aceptado como parte de su manada.  Sí, era cierto que aquel ser hablaba un idioma diferente al del resto de los habitantes de la casa, pero era capaz de, en cierta medida, haberse adaptado a aquel entorno que podría haber sido hostil para cualquier otro ser.

Sin embargo, Sandra no se sentía del todo cómoda con aquel pequeño ser.  No sólo no parecía adaptarse porque creía que era su responsabilidad hacerse cargo de él, sino porque después de varias semanas, la comunicación entre ambos parecía no mejorar.  Ella esperaba que las palabras que salían de su boca fueran comprendidas por aquel «bicho» y, aunque ahora era capaz de entender y reproducir algunas de ellas, todavía no era capaz de mantener una conversación con ella.  De hecho, en alguna ocasión, el pequeño ser había entendido algo completamente diferente a lo que ella había indicado, haciendo que se cayeran algunos platos, se rompieran algunos vasos, se escaparan los perros o saltaran los plomos de la casa para evitar males mayores.

Sandra estaba desesperada.  Había hecho todo lo que estaba en sus manos para mostrarle a aquel ser su lengua.  Sólo quería comunicarse con él para que por lo menos alguien que parecía tener más inteligencia que los perros, pudiera conversar con ella y comprenderla.  Sin embargo, aquel ser, parecía no entender nada de lo que ella decía.  Y no sólo eso, sino que, además, parecía que nunca iba a aprender a hablar su idioma.

Un día, Sandra salió a pasear a los perros y se dejó la puerta abierta.  Aquel pequeño ser se acercó a la puerta y salió en busca de la persona que lo había acogido en su casa.  Corrió y corrió por aquel camino de tierra que salía de la casa, con intención de alcanzar a esa mujer con la que había compartido sus últimas semanas.  De vez en cuando se paraba para intentar escuchar a la manada de perros que lo habían acompañado durante todo este tiempo, pero no era capaz de escuchar nada, ni siquiera con esas orejas puntiagudas que parecían permitirle escuchar a kilómetros de distancia.  Pasaron los minutos y las horas, y aquel pequeño ser no encontró a nadie ¿Estaría perdido otra vez?

Al llegar a casa, Sandra vio que la puerta estaba abierta.  Entró corriendo en busca de su pequeño ser que la había acompañado durante estas semanas.  Corrió de habitación en habitación, buscando debajo de las camas y dentro de los armarios.  ¡De un lado a otro de la casa gritaba “¡Bicho, bicho!  ¿Dónde estás?».  No había respuesta.  Parecía que, su bicho, se había escapado de la casa, que no había entendido todo lo que le dijo antes de salir por aquella puerta esa misma mañana: «Dejo la puerta abierta para que puedan volver los perros, pero tú no salgas, y mucho menos te adentres en el bosque porque es como un laberinto donde te puedes perder fácilmente».  No le había escuchado y, ahora, estaba perdido.

La comunicación es fundamental en todos los aspectos de nuestras vidas.  Poder emitir un mensaje claro y que la otra persona lo entienda es fundamental para evitar malentendidos.  Pero si hablamos de la pareja, entonces la comunicación es esencial para la subsistencia de la misma.  Es un arte que hay que desarrollar cuanto antes.

Inicialmente es posible que hablemos idiomas distintos, pero si queremos que la relación siga adelante debemos buscar esa convergencia en el lenguaje.  Debemos ser capaces de saber qué quiere decir el otro cuando dice una cosa o cuando dice otra.  Lo que para una persona tiene un significado puede tener otro totalmente diferente para la otra parte.  Pero esto sólo lo sabremos si hablamos e intentamos comprendernos el uno al otro.

Si hablamos idiomas diferentes, pero una de las partes no tiene interés en hablar el otro idioma o averiguar qué significan ciertas palabras, entonces no existirá nunca la comunicación entre ambas partes y, por ende, la relación fracasará.

Si nos damos cuenta de que no hablamos el mismo idioma, es decir, que nos cuesta entender a nuestra pareja, es posible que sea el momento de hablar con un profesional que nos ayude a interpretar lo que la otra persona quiere decirnos, lo que nos quiere transmitir, y todo desde un entorno de confianza y seguridad que nos permitirá comenzar a entender a nuestra pareja y desarrollar nuestra relación.

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Estereotipos

jueves, 15 julio, 2010

La forma en la que nos acercamos a otras personas, en la que damos la mano, el tono de voz con que hablamos y, en general, todo nuestro lenguaje corporal, es un factor clave que determinará la primera impresión que causamos a los demás.  Esto puede hacer que un encuentro tenga los resultados deseados o, por el contrario, otros totalmente opuestos y desastrosos.  Y lo peor de todo esto es que no existen segundas oportunidades para crear una primera impresión.

Los estudios demuestran que durante los primeros cuatro minutos de conocer a una persona nos formamos el 90% de la imagen, o idea, sobre ella con carácter inmutable.  Esto es lo que se define como estereotipo, y una vez te han colgado el sambenito es muy complicado quitártelo de encima.

Puede parecer que esta acción de estereotipar a las personas es algo que muy pocos de nosotros hacemos, sin embargo, cada vez que pongo mis ojos en una persona nueva la escrutinio de tal forma que llego a formarme un juicio sobre ella, juicio éste que puede llegar hasta el punto de censurar y desaprobar las acciones que pueda realizar dicha persona.  Nosotros hacemos esto, y la gente lo hace con nosotros.

Puesto que nosotros estereotipamos a las personas que nos rodean y ellas lo hacen con nosotros, lo más positivo es no crearse un juicio sobre esa persona hasta que se la conozca un poco más en profundidad, e incluso en ese momento no es recomendable el realizar juicios sobre ella, ya que como he indicado antes, estos juicios provocan una censura sobre la persona en cuestión que puede hacer que nuestra relación vaya por el camino menos deseado.

De esta forma es importante tener en cuenta que una persona limpia y aseada, con la cara bien afeitada y una buena sonrisa dan una imagen de buena persona.

Por el contrario, aquellos varones con bigote o barba son percibidas inicialmente como los villanos de las películas, ya que el pelo sobre su rostro impide que las personas de su alrededor perciban las señales que muestra su cara.  Para compensar esta situación es necesario que la persona sonría, hable y diga algo a las personas que la acompañan, toque en la zona neutra -entre el hombro y el brazo- y salude dando la mano.

De igual manera, una persona con gafas es percibida como una persona inteligente, estudiosa, seria y confiable.  Por lo que en el entorno de trabajo las gafas le pueden hacer a uno más inteligente y confiable que a otras personas que no las llevan.

Por su parte las personas con pelo gris o alopécicas son percibidas como personas de alto estatus.  Y por último, las personas cuya ropa no está bien conjuntada o no está limpia dan sensación de personas descuidadas, como si de un vagabundo se tratara.

De todo esto se desprende que las primeras impresiones son importantes, pero que no hay que crear juicios prematuros sobre las personas si no las conocemos un poco más.  Asimismo podemos aprender que antes de ir a una entrevista de trabajo debemos tener en cuenta algunas de las cosas indicadas en los párrafos anteriores para no ser considerados como personas descuidadas o poco profesionales.

La comunicación no verbal no sólo tiene una importancia vital en nuestras vida porque es el 93% de nuestra comunicación, sino también porque puede dar una imagen totalmente opuesta a lo que realmente somos, y la energía que necesitaremos para quitar esa imagen preconcebida será excesiva comparada con la que tenemos que hacer en un primer momento para preparar nuestro primer encuentro con la otra persona.

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Quiero comunicarme

lunes, 26 abril, 2010

En ocasiones nos acicalamos con alguna prenda de vestir que nos hace sentirnos bien, que realza alguna de nuestras cualidades físicas o que por lo menos disimula ese kilito de más que hemos ganado durante el pasado invierno.  Acto seguido salimos de casa con el objetivo de divertirnos y comunicarnos con aquellas personas con las que nos topemos en el camino.  Sin embargo, al finalizar la noche volvemos a nuestra casa cabizbajos, con las manos en los bolsillos y un amargo sabor a derrota provocado, en gran medida, por no habernos comunicado con esa persona que llamó nuestra atención.

Si, es posible que seas de esas personas que están deseosas por charlar con otros seres humanos, que estés esperando a que te hagan una pregunta o te den pie para iniciar una disertación sobre alguno de los innumerables temas que tienes almacenados en tu cabeza, sin embargo, nadie se acerca, nadie te habla, y no es porque vayas con harapos ni tu cara esté desfigurada, porque incluso en esos casos la gente se podría acercar para preguntarte dónde compraste ese andrajo o para darte la dirección de un cirujano plástico que hace maravillas.

Para que alguien se acerque a charlar con nosotros, o bien nosotros tener la puerta abierta para iniciar una conversación con otras personas, lo primero que tenemos que recordar es que nuestros gestos, posturas y miradas suponen un 55% de nuestra comunicación.  Así podemos llamar la atención y atraer sutilmente a la persona que nos cae en gracia con una sonrisa y una dulce mirada que diga «me gustas, acércate, quiero hablar contigo» aunque ésta se encuentre al otro lado de la barra; o todo lo contrario, alejarla dándole la espalda y mostrando así que no queremos saber nada de ella cuando está a punto de iniciar la conversación.

Una vez tenemos a esa persona junto a nosotros y vamos a comenzar a hablar, es importante tener en cuenta el tono, la velocidad y el volumen de nuestra voz, la cual supone un 38% de nuestra comunicación.  Por ello, un simple «qué ojos más bonitos» dicho con un tono grave, pausado y susurrándolo al oído puede ser mucho más eficaz que una frase original dicha deprisa, con timbre agudo y vociferando.

Las palabras, a las que damos tanta importancia, sólo suponen un 7% de la comunicación, por lo que podríamos hablar en klingon (lengua creada por Marc Okrand para los estudios Paramount Pictures) y aún así enamorar a la persona que tenemos frente a nosotros.  Ahora bien, si ambos hablamos el mismo idioma, está claro que algunas personas prefieren a individuos que sean creativos y tengan conversaciones originales aunque estas no sean en klingon.

Por lo tanto, la próxima vez que te sientes en una terraza tómate un tiempo para ajustar tus gestos, tu mirada y tus posturas a lo que realmente quieres transmitir a las personas que pasen frente a ti. Y cuando comiences una conversación acomoda el tono de tu voz, la velocidad y el volumen a lo que quieras manifestar.

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