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Ser padres

domingo, 13 marzo, 2011

Para ejercer cualquier profesión debemos estudiar durante un tiempo aquellas materias que nos darán el conocimiento necesario para realizar correctamente nuestro trabajo, sin embargo, para ser padres, una de las profesiones que no tiene fecha de jubilación, y posiblemente la más extenuante de todas, no se requiere ningún tipo de formación oficial.

Para ser padre basta con que uno solo de tus espermatozoides penetre en el óvulo de tu pareja, o podemos ir a un banco de esperma donde podemos seleccionar entre multitud de tubos de ensayo aquel que coincida con las características que buscamos para nuestro hijo, o podemos ir a un país extranjero y solicitar la adopción de un niño que se encuentre en un orfanato. Así de fácil. No tenemos que pasar ningún tipo de examen, ni prueba de aptitud, ni nada de nada.

Mientras que ser padre es una elección personal, ser hijo es una lotería. Tal vez por eso llegue un momento en el que todo hijo, sin convertirse en parricida, debe matar al padre, aunque también existen muchos momentos donde los padres mataríamos a nuestros hijos, porque curiosamente, y desde temprana edad, tienen la habilidad para sacarte de tus casillas en menos que canta un gallo. Sin embargo, en muchas ocasiones se nos olvida cómo éramos nosotros a su edad y las diabluras que hacíamos a nuestros progenitores.

En cualquier caso, cuando eres padre te cuestionas en infinidad de ocasiones si lo estas haciendo bien, si lo podrías hacer mejor, e incluso puedes preguntarte si aquello que hacían tus padres contigo no era del todo malo al fin y al cabo. Estas dudas son del todo normales, y por ello buscamos una referencia.

Sí, es cierto que cuando somos adolescentes comparamos a nuestros padres con los de nuestros amigos. Y claro, los otros padres son, en muchas ocasiones, mejores que los nuestros: a nuestros amigos les dejan salir hasta las once de la noche; a nuestras amigas les dejan llevar minifalda e ir pintadas; a nuestros amigos les han comprado la Playstation o les han llevado a esquiar. Siempre hay algo que los otros pueden hacer que nosotros lo tenemos vetado.

Cuando llegamos a la edad adulta no cesamos de mirar a nuestro alrededor y comparar a nuestros hijos con los de los demás: los hijos de Fulanito se comportan mejor que los míos; los hijos de Menganito sacan mejores notas… Al final del día es posible que confirme mis sospechas ¡no me darán ni dos euro por mis hijos!.

El ser un buen padre puede ser complicado, en especial si no sabemos lo que esto significa. Para algunas personas ser un buen padre puede implicar que debemos dar a nuestros hijos todo aquello que nosotros no tuvimos en nuestro día; o tal vez que debamos educarles con la libertad que nosotros no tuvimos. Cada persona tiene un concepto diferente de lo que puede ser un buen padre, pero lo que no se nos deben olvidar son las responsabilidades que tenemos como padres.

Para ser un buen padre podemos tomar como referencia las enseñanzas de nuestros padres, bien porque estas nos marcaron positivamente o bien porque nos marcaron de tal forma que no queremos tener nada que ver con esas doctrinas.

Pero hagamos lo que hagamos hay que tener presente que todas las personas, y en especial nuestros hijos, necesitan de unas normas y unos límites. Los niños necesitan saber cuál es su lugar, y su lugar es el de hijos, no el de padres.

Asimismo hay que tener en cuenta que nuestros hijos son clones de nuestros propios comportamientos, y lo que nosotros hagamos lo repetirán ellos. Por tanto, no podemos pedirles que se comporten bien, o que no dejen las cosas tiradas si nosotros no tenemos ese comportamiento. Y en ocasiones, esas pequeñas criaturas que no levantan dos palmos del suelo nos pueden sacar los colores porque ni siquiera nosotros mismos hacemos lo que a ellos les exigimos en primera instancia.

Así que ¿qué es para ti ser un buen padre? ¿Qué te impide ser un buen padre para con tus hijos? ¿Qué comportamientos exiges a tus hijos que tú no puedes mantener?

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Quiero que sea…

lunes, 13 septiembre, 2010

No es raro estar hablando fijamente a los ojos de algún amigo cuando notas que su mirada, hasta el momento fija en tu rostro, comienza a desviarse ligera y progresivamente hacia un lado.  Si eres una persona curiosa es muy posible que gires tu cabeza para saber exactamente quién diablos es la persona que turba la concentración de tu interlocutor.  Y si la discreción no es tu fuerte, entonces es posible que gires el cuerpo entero y exclames: «¡vaya, no está mal!«.

Es entonces cuando el tema de conversación cambia radicalmente y comienza el tuning de quien haya osado pasar entre el ángulo de visión de ambos: «No está mal, pero si le quitaras un poco de… y le pusieras un poco más de… y le cambiaras… y en vez de…«.  Y como conozcamos personalmente a la protagonista entonces podemos entrar hasta en su forma de ser: «si fuera un poco más abierta… si tuviese un poco más de humor… si no fuera tan basta al hablar… si cambiara de amigos…«.  Y esto que parece un estereotipo exclusivo de los hombres también les ocurre a las mujeres, aunque en ellas es algo más disimulado inicialmente por tener, entre otras cosas, un ángulo de visión mayor que el de los hombres.

En este ejemplo concreto no estamos describiendo al hombre perfecto ni a la mujer que tenemos en nuestras fantasías y que podrían hacernos la vida un poco más agradable en nuestros sueños, sino que estamos ajustando a una persona real, y por ello imperfecta, a nuestras necesidades concretas, a nuestras fantasías.

El conformar algo como nosotros queremos es complicado.  Y se complica aún más conforme la otra persona tiene una identidad ya formada.  Tal vez por esto algunas personas dicen que llegada la crisis de los 40 los hombres buscan una chica más joven que ellos para poder modelarla a su gusto.  Es posible que las decepciones que han tenido en su vida hagan que algunos de estos hombres quieran buscar una mujer a la que puedan configurar a su medida para evitar de esta forma algunos de los problemas que tuvo en el pasado con las mujeres de su quinta.

También es posible que tenga que ver con el equilibrio en el apetito sexual de ambos.  Según Pease International Research, el apetito sexual de un hombre de 40 años se corresponde más con el de una joven de apenas 25 años que con el de una mujer de su propia edad, ya que esta última tiene el mismo apetito sexual que el de un joven a quien dobla en edad.  Por eso últimamente se ven parejas donde la diferencia de edad es bastante apreciable, aunque a ninguna de las dos partes les importe demasiado este hecho para seguir juntos.

De hecho, algunas mujeres jóvenes prefieren un hombre mayor que esté más pendiente de sus necesidades y emociones, con quien pueda hablar y quien no esté pensando todo el día en el sexo y dónde lo vamos a hacer hoy, si en la cocina o en el ascensor.  De igual manera algunas mujeres mayores prefieren a los jóvenes porque, además de tener unas necesidades sexuales mayores que sólo los jóvenes pueden satisfacer, se evitan complicaciones que llevan asociados los hombres mayores.  Por su parte los hombres pueden ver satisfecha su fantasía de estar con una mujer mayor cuando son jóvenes y de estar con una mujer más joven cuando son mayores.

Independientemente de la pareja con la que se decida mantener una relación, es muy importante aceptar a las personas tal y como son, así como averiguar qué es lo que quiere mi pareja.  Los cambios son posibles en las personas y la pareja puede ayudar a que seamos conscientes de ciertas conductas que no son apropiadas en ciertos entornos.  Sin embargo esto no debería desembocar en que la otra persona cambie porque a mi no me gustan ciertas cosas, o porque creo que debe cambiar por amor hacia mi.

Los cambios demasiado radicales pueden terminar en conflictos de pareja que llevan ineludiblemente a la ruptura de la misma.  Por eso es importante mantener una postura abierta y un diálogo fluido entre ambas partes que permita que nos conozcamos más y nos volvamos a enamorar.  Esto se puede conseguir también con la ayuda de un profesional que nos puede aportar las pautas iniciales para salir de nuestro bucle y de nuestras respuestas automáticas para así aprender a seducir a la persona que amamos a través de las preguntas que nos indican qué es lo que quiere realmente y qué tenemos en común.

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La pregunta

domingo, 6 diciembre, 2009

Las personas utilizamos la pregunta como herramienta para obtener respuestas y saciar así nuestra incansable curiosidad.  ¿Qué hubiera sido del ser humano si no se hubiera preguntado las cosas?  ¿Hubiéramos podido evolucionar como lo hemos hecho o nos hubiéramos quedado anclados junto a nuestros primos los primates?

La pregunta forma parte de nuestra vida.  Es raro que no preguntemos algo a alguna persona en algún momento del día.  Preguntas como ¿cuánto cuesta la entrada? ¿qué hora es? o ¿qué hay de menú? son algo cotidiano.  Incluso en el hipotético caso de que no nos topemos con alguien en 24 horas, siempre nos tendremos a nosotros mismos para satisfacer nuestra propia curiosidad ¿qué me pongo para salir? ¿qué tiempo hará mañana? ¿le llamo o no le llamo?

Es posible que la curiosidad matara al gato.  Y también es posible que una persona que pregunta mucho pueda llegar a parecer pedante o incluso un poco entrometida.  Si el hacer demasiadas preguntas puede darnos una imagen diferente a lo que somos ¿cómo podemos satisfacer nuestra curiosidad sin parecer entrometidos?

Tal vez podamos modelar ciertos comportamientos del coach en sus sesiones con sus clientes.  En estas sesiones, el coach busca lo que llamamos la pregunta poderosa, esa pregunta que hace pensar al cliente, permitiéndole tomar conciencia de alguna situación, comportamiento, creencia o cualquier tema relevante que tengan entre manos.

Quizás sea esta una fórmula para no aparentar ser un entrometido y saciar nuestra sana curiosidad por la gente y las cosas que ocurren en nuestro entorno: el aprender a elaborar preguntas que también diesen en el clavo.  Y ¿cómo puedo aprender a preguntar?

Un comienzo es sustituyendo las preguntas cerradas por preguntas abiertas.  Las preguntas cerradas son aquellas que tienen como respuesta un o un no, mientras que las preguntas abiertas suelen comenzar con un qué, cómo, dónde, cuándo y su respuesta es algo más elaborada.

Obviamente esto no quita para que al realizar una pregunta abierta nuestro interlocutor nos responda con una respuesta automática que tiene almacenada en sus neuronas.  Una respuesta automática es esa respuesta que apenas hemos pensado porque conocemos su respuesta de memoria, como cuando me preguntan ¿cuál es tu color favorito? Apenas tardo una milésima de segundo en responder el rojo, el verde, el azul, el violeta o cualquier otro color.

Según vayamos aprendiendo a hacer preguntas, veremos que tenemos que hacer menos preguntas para recibir la misma información que antes.  Si a esto le sumamos nuestra capacidad para escuchar de forma activa y nuestro interés por las personas, es probable que la percepción de las otras personas hacia nosotros cambie drásticamente.

Y sólo por curiosidad… ¿cuántas preguntas has hecho en lo que va de día?

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