Artículos etiquetados ‘creencias limitantes’

Muros de piedra

jueves, 24 noviembre, 2011

Ricardo llevaba años trabajando como constructor. Su especialidad eran los muros. Había construido muros de todos los tamaños, desde los más pequeños que separaban fincas colindantes, hasta los más grandes que podían contener millones de litros de agua de lluvia almacenada en un embalse. Tal era su especialización y pasión por levantar muros que en su propio jardín había alzado más de uno.

La primera vez que levantó un muro en su jardín se preguntó “¿Qué tiene de raro que levante un pequeño muro para que no entren en mi propiedad los animales?” Su respuesta fue «Nada«.  Y construyó el muro.  Con el aumento de la inseguridad ciudadana se volvió a preguntar “¿Qué hay de malo si levanto otro muro para protegerme de los saboteadores?”  La respuesta volvió a ser «Nada«.  Así que levantó otro muro.

Con el paso del tiempo, lo que empezó como algo normal y razonable se convirtió en casi una obsesión inconsciente. Su jardín había dejado de tener árboles y flores para tener cantos por todas partes. Los muros que se erigían en aquel jardín eran de todos los tamaños y formas. La entrada a su casa ya no era una entrada de simple acceso, sino que parecía más un laberinto difícilmente franqueable.

Un día estaba mirando su obra desde la ventana de su habitación cuando en la entrada de su casa se paró una mujer. Ricardo la contempló absorto. Aquella mujer no paraba de ir de un lado a otro del muro. Parecía que estuviera contando los metros que tenía la primera pared de piedra. No dejaba de tocar las piedras, como si quisiera saber de qué tipo eran. La curiosidad y belleza de aquella mujer llamó la atención de Ricardo, quien rápidamente bajó a la calle para conocerla personalmente.

Al llegar al jardín se encontró con un gran muro que impedía su paso hacia la entrada donde se encontraba la mujer. Corrió hacia un lado para buscar una salida, pero no la encontró. Se apresuró hacia el otro lado en busca de alguna abertura en el muro que le permitiera salir de aquella prisión que él mismo se había creado en vida, pero nada. Aquellos muros eran infranqueables, por algo los había levantado el mejor constructor de muros del mundo.

En ocasiones las personas construimos muros para protegernos de las amenazas que nos llegan del exterior. Queremos estar a salvo de aquello que ya nos ha hecho daño en el pasado, o que nos han dicho que nos puede hacer daño en un futuro cercano si no tenemos cuidado con ello. Así nos podemos proteger de amigos, familiares, relaciones íntimas o de trabajo, o cualquier otra relación que pueda hacernos sufrir.

Aunque nos protejamos, siempre nos queda la esperanza de encontrar a alguien diferente a la norma que ha hecho que levantemos esos enormes muros. Una persona que con sólo mirarla haga que se tambaleen los cimientos de nuestra obra civil. Y nada más lejos de la realidad.

Los muros que nosotros hemos creado para protegernos no podrán ser derrumbados a menos que nosotros los comencemos a derruir. Y no es sencillo destruir esas obras de ingeniería que tantos años nos ha costado crear, por lo que debemos empezar ahora, poco a poco, a derribarlos. De esta forma, el día que aparezca la persona con la que queramos compartir nuestra vida, no nos quedaremos atrapados dentro de esa prisión a medida que nos hemos construido y podremos seguir con nuestra vida adelante sin perder más oportunidades.

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Creo que es malo

viernes, 11 marzo, 2011

Hace un tiempo tuve la ocasión de hablar con una persona cuyo deseo más ferviente era ser coach.  Su ilusión era ganarse la vida ayudando a las personas a ser mejores, a sacar todo su potencial. Deseaba vivir del coaching y poder aportar sus ingresos a la economía familiar. Sin embargo, todavía no había conseguido alcanzar su reto. Había algo que la paraba, que la frenaba en su camino hacia su objetivo: “creía que el dinero era malo”.

Al igual que el dinero, hay personas que creen que ascender en el trabajo, tomar dulces, iniciar una relación con una persona determinada, o mantener relaciones sexuales, son malas. Las razones que dan son muy variadas: las personas con dinero son egoístas, los directivos son autoritarios, los dulces te hacen engordar, ciertas relaciones pueden ser un quebradero de cabeza con los padres, o ciertos actos van en contra de su religión.

Hay que tener en cuenta que muchas de nuestras creencias son implantadas durante nuestra infancia a través de la educación que nos proporcionan nuestros padres, las enseñanzas de nuestros profesores, la cultura en la que nos hemos criado e incluso los medios de comunicación que vemos o escuchamos. El resto de creencias se han ido creando a partir de nuestras propias experiencias.

También hay que tener en cuenta que nuestras creencias influyen sobre nuestras experiencias, haciendo que algunas sean posibles y otras no. De esta forma nos podemos encontrar con un deseo irrefrenable por conseguir algo o a alguien, pero nuestro inconsciente nos susurra que es malo, produciéndose así una lucha interna entre nuestros deseos y nuestras creencias que evita que consigamos nuestro objetivo, alterando al mismo tiempo nuestra psique.

Si creo que algo es malo, no importa lo mucho que lo desee, difícilmente lo conseguiré. No importa lo mucho que desee llegar a ser un alto directivo y aumentar mi salario, que si creo que los directivos son arrogantes y autoritarios me costará bastante tener una buena evaluación para el ascenso. Tampoco importa lo mucho que me guste un individuo, ni sus cualidades o valores personales, ni lo muy feliz que me hace estar a su lado, que si creo que es malo para mi, entonces la relación no fructificará.

De hecho, en algunas ocasiones el deseo es tan fuerte que puedo ser tentado a probar la fruta prohibida, pero en esos casos, una vez ha concluido el deseo, aparece un sentimiento de culpa tan fuerte que puede llegar a trastornar nuestra comprensión.

Para evitar caer de nuevo en el pecado y sentir que hemos hecho algo malo,  las personas tomamos distancia de la tentación. Nos alejamos de ella con la esperanza de no volver a probar el fruto prohibido. Nuestras creencias, a través de la conciencia, nos atormentan de tal manera que pueden llegar a destruirnos.

Por último hay que recordar que las creencias no son buenas ni malas, tan sólo son potenciadoras o limitantes. De esta forma las creencias nos permitirán alcanzar nuestro objetivo o hacer que nos alejemos de él para siempre. Para identificar si una creencia es limitante primero tenemos que ser conscientes de que tenemos esa creencia, para lo cual hay que expresarla. Una vez expresada nos podemos preguntar: «¿Qué te impide alcanzar tu objetivo?«.

Lo positivo de todo esto es que las creencias cambian y, como resultado, las experiencias lo hacen también. Las creencias las puede cambiar uno mismo, o puede pedir ayuda de un profesional para que le ayude a identificarlas y modificarlas de tal forma que pueda conseguir el objetivo marcado.

¿Qué creencia te está impidiendo alcanzar tu objetivo actualmente?

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Fuga de talentos

miércoles, 9 febrero, 2011

El progresivo envejecimiento de la población alemana y el equilibrio aparente de algunas profesiones (número de estudiantes que se licencian al año frente a los profesionales que se jubilan en el mismo periodo), hace que la industria de ese país necesite cubrir parte de sus necesidades de recursos humanos con inmigrantes cualificados de otros países de la Unión.

La buena prensa de los ingenieros españoles, unido a las necesidades de Alemania por conseguir profesionales cualificados, ha hecho que su Canciller, Angela Merckel, haya invitado a los ingenieros de nuestro país a trabajar en el suyo, algo que inicialmente parece ser un beneficio para ambas partes, debido a la escasez de empleo en nuestro país y a las necesidades de nuestro anfitrión.

La falta de preparación de nuestros políticos en materias vitales para el desarrollo de nuestro país, unido a su desmesurada preocupación por los intereses partidistas, hace que la invitación de la Canciller alemana sea muy atractiva para los jóvenes mejor formados, y para los más audaces, quienes no sólo se largarán de casa, sino que también lo harán del país que los formó.

Aunque algunos catedráticos afirman que la fuga de talento de nuestro país no tiene mucho efecto sobre la competitividad de España a nivel cuantitativo, es posible que la marcha de una persona con talento de una empresa pequeña suponga un impacto considerable para dicha organización.

Para evitar que el talento se traslade a la competencia la primera idea que nos puede surgir es ofrecerle un aumento de sueldo. Dicho esto, habría que tener en cuenta las palabras que el Presidente de una consultora internacional me dijo hace unos años frente a la pregunta de aumentar el sueldo a las personas que decían que se iban de la empresa: “puedes retener a las personas en el proyecto hasta que este finalice si las aumentas el salario, pero si verdaderamente están a disgusto en la empresa, en menos de seis meses estarán saliendo por esa puerta”.

En un momento de esplendor económico es posible que las empresas se puedan permitir el lujo de aumentar el salario de sus empleados, pero en una situación de crisis como la actual, donde la tendencia de las empresas es congelar o bajar los salarios para hacer más competitivos sus productos, esta técnica está fuera de todo lugar, Por lo tanto, la pregunta que se pueden hacer algunos Directores Generales es: ¿cómo retengo a mis empleados cuando les estoy dando más carga de trabajo sin aumentarles el sueldo?

A fecha de hoy esto es bastante sencillo, basta con informarles de cuánto van a cobrar si se van al paro, de la tasa de contratación de personal cualificado en las empresas españolas, y del recorte en la prestación social. Esta información puede hacer que un elevado porcentaje de trabajadores intenten mantener su puesto de trabajo, pero al mismo tiempo provocará una reacción negativa en ellos al sentirse maltratados por la empresa. Esto puede tener como consecuencia casi inmediata empleados que vienen a trabajar con el ceño fruncido, insatisfechos, que rinden menos en el trabajo, que cualquier disculpa es buena para no estar en su puesto, y que provocan un malestar generalizado entre el resto del equipo. Entonces ¿cómo puedo hacer para que vengan contentos a trabajar todos los días?

Está claro que el dinero no da la felicidad, pero ayuda bastante. Las personas solemos querer más, aumentar nuestro patrimonio personal para de alguna forma mostrar a los demás nuestro éxito personal. Pero pensar que el dinero es la solución para retener a mis empleados puede ser una limitación a nuestra creatividad. Las personas tenemos nuestras necesidades puntuales que no siempre tienen que estar asociadas al dinero.

Los momentos de crisis nos permiten ser más creativos en nuestras soluciones, por eso es importante saber cuáles son los intereses de la empresa y los de nuestros empleados. Si bien es cierto que los convenios colectivos han sido un salto cualitativo en cuanto a los derechos de los trabajadores se refiere, no es menos cierto que a la hora de retener el talento en una empresa es fundamental enfocarse en los intereses particulares de cada persona para poder realizar una buena negociación que beneficie a ambas partes.

El mostrar interés por las personas es una inversión que sale barata al final del día. Utilizar la escucha activa y romper con ciertas creencias que limitan la creatividad es fundamental en estos casos. El formular preguntas abiertas suele ayudar a obtener respuestas con valor, pero es cada persona la que sabe lo que es lo mejor para su negocio así que… ¿qué fórmulas se te ocurren para evitar esta fuga de talento de tu empresa?

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Valores personales

miércoles, 20 octubre, 2010

Hoy en día no es raro escuchar por la calle, o en alguna reunión de amigos, que los políticos hacen cualquier cosa para mantenerse en el poder, que los altos directivos carecen de valores, o que la sociedad, en general, ha perdido los valores que tenía hace unas décadas.

Si bien es cierto que nuestra percepción de algunas personas que tienen el poder puede hacer que hagamos este tipo de generalizaciones, no es menos cierto que en todas las áreas de nuestra sociedad existen personas «buenas» y «malas». Pero ¿qué son los valores para nosotros?

Los valores pueden ser considerados como algo que hay que preservar, como un ideal que se ha de alcanzar, como un concepto que es admitido como valioso o correcto por la sociedad.  De este modo pueden considerarse valores: la amistad, la belleza, el compromiso, la responsabilidad, etc.

¿Cómo podemos obtener un valor y hacerlo nuestro?  Los valores se asumen día a día o mediante una experiencia que nos impacta.  De esta forma, lo que hagamos un día tras otro, siempre que sea coherente, nos acompañará hacia un valor.

¿Cómo afectan nuestras creencias en la obtención de un valor?  Los valores y las creencias suelen estar relacionados, por ejemplo, una persona que tenga el respeto como valor puede tener la creencia de que «toda persona, por el hecho de haber nacido, merece nuestro respeto«, o puede tener la creencia de que «toda persona puede aprender a ser respetuosa«.

¿Y cómo afectan los valores personales en el trabajo?  En el entorno de trabajo, los grupos que tienen valores consensuados se manifiestan con un grado de cohesión mayor y gestionan los conflictos con mayor eficacia.  Por eso es de gran utilidad que un grupo de personas que trabaja conjuntamente consensúe unos valores y haga conscientes algunas creencias que se deducen de ellos.

Los valores personales pueden variar en función de la época que nos toque vivir a cada uno de nosotros.  De esta manera hoy en día estamos más concienciados de que hay que proteger el medio ambiente, o de lo limitado de los recursos naturales, algo que hace cuarenta años ni si quiera se lo planteaban nuestros abuelos.

Así podemos decir que algunos valores personales pueden variar de una generación a otra, sin embargo, los valores fundamentales, como la amistad o la responsabilidad, se pueden mantener de una generación a otra a través de la educación que nos han aportado nuestros padres, profesores e incluso personas ilustres de nuestra sociedad.

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El efecto fulana

miércoles, 30 junio, 2010

Durante los últimos meses me he encontrado con mujeres que se encontraban con serias dificultades a la hora de llamar por primera vez a un hombre a los pocos días de conocerlo.  Una de estas mujeres no llamó a ese hombre que había conocido por miedo a lo que éste pudiera pensar de ella.  Otra lo llamó, pero se pasó los primeros cinco minutos de conversación disculpándose por la llamada para que el receptor no pensara «nada raro de ella«.

Pese a los movimientos feministas y a la liberación sexual, algunas mujeres de nuestra sociedad siguen considerando que llamar por teléfono a un hombre por primera vez es un acto agresivo,  que denota cierta desesperación sexual e incluso que ofrece una imagen de mujer promiscua.   Y es la promiscuidad, el hecho de ser considerada una fulana, es decir, una mujer que mantiene relaciones sexuales con varias personas, lo que está cargado de connotaciones negativas.

Las mujeres que sufren del «efecto fulana» pueden ser mujeres de cualquier edad, rango social o nivel cultural, pero tienen en común que todas ellas evitan llevar a cabo cualquier acción que produzca como resultado una imagen de mujer promiscua.  Y es esta falta de acción la que impide que consigamos nuestros objetivos.

Si bien un primer paso para romper este bloqueo puede ser el identificar aquellas acciones que pueden darme esa imagen de mujer promiscua para evitarlas en la medida de lo posible mientras analizo sus ventajas y desventajas, o mientras veo si tienen un peso específico real en mis relaciones, la experiencia nos muestra que en el arte de seducir la mejor manera de proceder es con naturalidad, utilizando el sentido del humor, despertando la curiosidad de la otra persona, mostrando tu personalidad y permitiendo que la relación fluya por los caminos que vamos trazando, sin agobios ni prisas.

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Buscando los límites

lunes, 14 junio, 2010

La búsqueda de límites es algo que hacemos de forma natural desde pequeños.  Al principio con nuestros padres y familiares, a quienes hacemos mil y una diabluras buscando el límite de lo que podemos hacer o no con cada uno de ellos.  Después son nuestros juguetes, a los que realizamos interminables pruebas de destrucción hasta llevarlos al colapso total y, por tanto, a la basura.  Con el paso de los años seguimos experimentando con la bicicleta, los patines o cualquier otro deporte que nos llame la atención, llegando de esta manera los primeros golpes y roturas de alguna extremidad.

Como podemos ver nuestra vida se desarrolla en una búsqueda continua de los límites de las cosas.  Sin embargo, puede que el ser conscientes de que todo tiene un límite, hasta la vida tiene su fin, sea lo que nos nubla la vista y nos impide ver con claridad nuestros límites personales.  De esta forma hay ocasiones en las que apuntamos a objetivos tan altos que con los recursos que tenemos en ese momento es difícil alcanzarlos, viviendo así en un continuo fracaso que nos puede llegar a frustrar de forma permanente.

Por ejemplo, hace unas semanas tuve la oportunidad de hablar con una persona sobre su nuevo objetivo profesional.  De entrada todo parecía correcto, ya que éste había sido creado siguiendo escrupulosamente la metodología para identificar un buen objetivo.  Sin embargo, tal vez fuera la discordancia entre sus palabras y su comunicación no verbal o quizás que la realidad de esta persona no se ajustaba a la realidad económica y social del entorno que había descrito minutos antes, pero algo no cuadraba en la ecuación propuesta.  Al indagar un poco más sobre el tema, esta persona se dio cuenta de que el objetivo que había identificado no era del todo realista, ya que no había tenido en cuenta sus limitaciones personales.

Hace unos días me encontré con un caso parecido.  En esta ocasión se había pedido a una persona que trazara un plan de acción para conseguir el objetivo marcado.  El plan de acción creado no tuvo en cuenta las limitaciones personales por lo que a los pocos días la persona no soportó la presión que ella misma se había impuesto y tuvo que definir un nuevo plan de acción en el que se tuvieran en cuenta dichas limitaciones.

Estos casos son una pequeña muestra de lo que puede ocurrir cuando alguien no conoce sus límites.  El no conocer nuestros límites y querer demostrar algo a alguien puede hacernos saltar como un jabato y decir «eso lo puedo hacer yo en dos minutos«.  La mala noticia es que ese impulso positivo no es tanto una creencia potenciadora que nos permitirá conseguir nuestra meta, como una niebla que nos impide ver cuáles son nuestras limitaciones reales y qué podemos hacer con los recursos que tenemos, lo cual nos puede llevar inexorablemente al fracaso.

En el trabajo también es importante conocer las limitaciones de aquellas personas que forman parte de nuestro equipo para evitar el fracaso del mismo, aunque sin llegar a los extremos de un directivo con el que coincidí hace unos años y cuya frase preferida era: «te exprimiré hasta que te haga sangrar«.

Si bien el objetivo que estaba detrás de esa frase no era otro que el buscar los límites de cada uno de sus empleados para que estos fuesen los más eficientes de la empresa, la frase en sí denota cierto sadismo.  De igual manera las tácticas utilizadas para conseguir su objetivo no fueron las más apropiadas, ya que estas provocaron un aumento de la rotación y de las bajas por estrés de la plantilla.

Cuanto mejor nos conozcamos a nosotros mismos más realistas podremos ser y, por tanto, seremos capaces de elaborar planes de acción más ajustados a la realidad que nos permitirán conseguir nuestros objetivos.  De igual manera es importante buscar los límites de nuestros subordinados y colaboradores para saber hasta qué punto podemos seguir retándoles con nuevas propuestas sin que el estrés que soportan colapse su sistema nervioso y terminen en su casa de baja o totalmente desmotivados en una esquina de la oficina.

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La armadura

martes, 23 marzo, 2010

Desde el periodo egipcio, hace más de 5.000 años, hasta el siglo XVII, en el que se perfeccionaron las armas de fuego, los ejércitos protegían el cuerpo de los combatientes que salían a luchar en el campo de batalla con vestiduras compuestas por piezas metálicas o de cuero. Hoy en día las batallas se libran en las oficinas de grandes multinacionales, en los despachos de abogados o en las salas de reuniones de cualquier empresa y, aunque ninguna de las partes alza en alto una espada, seguimos protegiendo nuestro cuerpo con armaduras que eviten que nos lesionen.

Una de las armaduras más típicas que encontramos en nuestros días son los elegantes y caros trajes de lana virgen. Esta prenda de vestir parece ser el armazón de los ejecutivos, que junto con sus maletines de cuero y sus decenas de aparatos electrónicos de última generación conforman el conjunto de piezas que les da sostén y les protege.

Estos soldados de Armani parecen cambiar su comportamiento normal al de combate al anudarse la corbata o abotonarse la chaqueta, como si de un resorte automático se tratara, modificando así la percepción de las personas que tienen a su alrededor con su imagen de frialdad y egocentrismo que, al fin y al cabo, sólo pretende protegerlos de las agresiones externas.

Así, en nuestro día a día nos encontramos con personas que se jactan ante sus semejantes de decisiones que han tomado con sus empleados, decisiones en algunos casos vergonzosas, y que parecen seguir la filosofía de «la mejor defensa es un buen ataque«, lo cual les otorga una falsa sensación de poder y de satisfacción temporal.

De igual manera uno se puede encontrar con personas que intentan «sacar hasta la última gota de sangre» de sus empleados utilizando para ello métodos similares a los de Clint Eastwood en la película «el sargento de hierro«.  Estos métodos, que pueden salvar la vida de un combatiente en una situación bélica real, no tienen ningún sentido en un entorno de trabajo. No obstante toda esta dureza y crueldad muchas veces confirma el desconocimiento que tienen algunas personas para gestionar sus propias emociones y algunas creencias obsoletas del tipo «cuanto peor trate a mis empleados, mejor jefe soy» o «cuanto más miedo me tengan, más respeto me tendrán«.

Asimismo podemos tropezar con personas cuya comunicación no verbal se modifica de forma drástica cuando se enfundan la cota de lana virgen cada mañana. Esta comunicación no verbal aleja de manera sutil y sin apenas mediar palabra a las personas que se acercan, aunque vengan de forma pacífica y no tengan intención de atacar su fortaleza.

Las razones por las que cada persona actúa de una forma u otra son diversas, pero hay que tener en cuenta que las personas tenemos tendencia a protegernos cuando nos sentimos agredidos o cuando sentimos miedo ante las cosas, ya tengan estos un carácter racional o irracional.

Dentro del plano profesional estas agresiones pueden darse cuando tenemos la creencia de que debemos enfrentarnos a nuestros superiores, o que debemos defendernos de nuestros subordinados. No son pocas las ocasiones en las que podemos escuchar «debo defender mi posición» o «debo defender lo que han dicho mis jefes frente a los demás«.

Este enfrentamiento continuo supone un desgaste muy importante para la persona, en especial para aquellas que no tienen las herramientas necesarias para gestionar de forma más apropiada y eficaz estas situaciones. En algunos casos podemos ver que esta lucha con el superior puede venir ocasionada por una carencia infantil de reconocimiento paterno, un reconocimiento que ahora buscamos de forma inconsciente en nuestros superiores. Así, cuando no reconocen las ideas que he propuesto y, en general, no me reconocen como persona, comienza el enfrentamiento. Esta lucha puede ocasionar en más de una ocasión tensión entre las partes y, en el peor de los casos, terminar con un «me han despedido«.

Por ello es importante buscar esos miedos irracionales que hacen que cada uno de nosotros nos enfundemos cada mañana esa pesada armadura. Según nos enfrentemos a ellos seremos capaces de hacerlos desaparecer y, por ende, ir quitando capas de ese pesado armazón de acero que nos permitirá movernos con más libertad, ahorrando una energía que podremos utilizar para gozar de la compañía de nuestros seres queridos al terminar el día.

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Que lo haga ella

jueves, 23 julio, 2009

El otro día una madre me comentaba lo bien que cuidaba de su hijo adolescente, ya que este vivía como un rey y no daba un palo al agua.  Ante mi pregunta ¿por qué no le enseñas a valerse por si mismo para que cuando comience una relación de pareja no tenga problemas? ella me respondió «¡qué lo haga ella!«.

Si bien esta puede ser una respuesta de lo más normal entre las madres de hoy en día, no tengo muy claro que este comportamiento sea el más adecuado en la sociedad en la que vivimos.  Si la responsabilidad de los padres es la de enseñar a sus hijos las herramientas que les permitan valerse por si mismos en nuestra sociedad, y hemos identificado que existen problemas de pareja que pueden solucionarse con una modificación de ciertos comportamientos ¿qué hace que existan madres que no enseñan a sus hijos a ser independientes, a tener comportamientos que eviten futuros problemas con sus parejas?

La creencia de que «si yo le digo que tenga otro comportamiento en casa y ayude en las tareas domésticas se enfadará conmigo y dejará de quererme» es muy importante en mantener el comportamiento actual.  Sin embargo ¿no se enfadará más pasados unos años cuando vea que su madre no le enseñó a cocinar o a gestionar la casa?  ¿Cuando vea que no puede ser independiente?  ¿Cuando perciba que tiene problemas con su pareja?  Entonces ¿qué puedo hacer como madre?

El primer paso puede ser responsabilizarse de la educación del hijo, no sólo educándole a que no diga palabrotas y se comporte de forma correcta cuando esté con gente, sino a que pueda ser independiente y valerse por si mismo. En este punto es importante la implicación de ambas partes de la pareja. ¿Qué me impide ejercer mi responsabilidad?

Como decía en el post problemas de pareja, esto puede ser debido a las creencias que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida, creencias como la expuesta más arriba.  ¿Cómo identifico mis creencias?

Para conocer las creencias que guían las conductas uno se puede preguntar ¿por qué hago esto? ¿Qué pasaría si no lo hiciera?  Una vez identificadas habrá que cambiarlas, para lo cual la experiencia de un coach puede ser de gran ayuda.  ¿Que pasa cuando modifique mis creencias?

Las creencias no son más que afirmaciones sobre nuestra interpretación del mundo y sobre nuestra persona.  Por tanto, al cambiar una creencia, también cambiará buena parte de nuestro comportamiento y de nuestra relación con los demás.

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Problemas de pareja

miércoles, 22 julio, 2009

Los problemas de pareja son algo bastante corriente en las relaciones humanas.  Si uno vive en pareja existe una alta probabilidad de que en algún momento de la relación se genere algún conflicto, ya sea por dejar las cosas tiradas sobre el sofá, por no hacer la comida, por no limpiar la casa, por no sacar el perro a pasear o por no bañar y acostar a los niños después de un duro día de trabajo.  La pregunta es ¿se pueden evitar algunos de estos problemas que generan tensión y malestar en la pareja?

Si, es posible minimizar el número de disputas en la relación de pareja, siempre y cuando exista amor y la convivencia en pareja se entienda como un compartir las tareas y no como una lucha de poderes en la que un miembro de la pareja debe imponerse al otro.  ¿Qué puedo hacer para mejorar mi relación de pareja?

Una de las cosas que se puede hacer es modificar aquellos comportamientos que generen tensión en la pareja.  Por ejemplo, dejar la ropa tirada por el salón, la cocina y la habitación es uno de esos comportamientos que puede generar tensión y, sin embargo, es fácilmente modificable.  El modificar este comportamiento implica que nuestra relación de pareja mejorará en el corto plazo y que a largo plazo adquiriré una nueva habilidad que modificará mi identidad a mejor.  ¿Qué me impide modificar este comportamiento para mejorar mi relación de pareja?

Por norma general esto es debido a las creencias que tenemos y que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida.  Las creencias no son más que afirmaciones sobre nuestra interpretación del mundo y sobre nuestra persona.  Si yo creo que la persona que está conmigo debe cuidarme y servirme, entonces es muy probable que no ayude en las tareas domésticas.  Sin embargo, si yo creo que convivo con una persona para compartir la vida, entonces será mucho más sencillo modificar aquellos comportamientos que me ayudarán a mejorar la relación. Por tanto, al cambiar una creencia, también cambiará buena parte de nuestro comportamiento.  ¿Cómo puedo identificar mis creencias?

Para conocer las creencias que guían tus conductas puedes preguntarte ¿por qué haces esto? ¿Qué pasaría si no lo hicieras?  O bien puedes buscar la ayuda de un coach que te ayude a identificar aquellas creencias que limitan tu desarrollo para la consecución de un objetivo.

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Obstáculos

martes, 12 mayo, 2009

Los obstáculos son impedimentos, dificultades o inconvenientes que encontramos en nuestro camino hacia nuestro objetivo.  Algunos de estos obstáculos pueden llegar a ser de tal magnitud que hacen que fracasemos en nuestro intento por conseguir nuestros sueños, por mucho que estos nos atraigan.

En su libro «Cuentos para pensar«, Jorge Bucay nos deleita con una «meditación guiada» que nos permite «explorar las verdaderas razones de algunos de nuestros fracasos» y que evoca cómo pueden sentirse algunas personas durante un proceso de coaching, por lo que considero relevante escribir dicho relato tal y como lo escribió el autor para que podáis disfrutar de él.

Voy caminando por un sendero.

Dejo que mis pies me lleven.

Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras.

En el horizonte se recorta la silueta de una ciudad.

Agudizo la mirada para distinguirla bien.

Siento que la ciudad me atrae.

Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo.

Todas mis metas, mis objetivos y mis logros.

Mis ambiciones y mis sueños están en esa ciudad.

Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo que aspiro, lo que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.

Me imagino que todo está en ese ciudad.

Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella.

Al poco de empezar a andar, el sendero se hace cuesta arriba.

Me canso un poco, pero no importa.

Sigo.

Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino.

Al acercarme, veo que una enorme zanja impide mi paso.

Temo… Dudo.

Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente.

De todas maneras, decido saltar la zanja.

Retrocedo, tomo impulso y salto…

Consigo pasarla.

Me repongo y sigo caminando.

Unos metros más adelante, aparece otra zanja.

Vuelvo a tomar carrera y también salto.

Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado.

Me sorprende un abismo que detiene el camino.

Me detengo.

Es imposible saltarlo.

Veo que a un lado hay maderas, clavos y herramientas.

Me doy cuenta de que están allí para construir un puente.

Nunca he sido hábil con mis manos…

… pienso en renunciar.

Miro la meta que deseo… y resisto.

Empiezo a construir el puente.

Pasan horas, días, meses.

El puente está hecho.

Emocionado, lo cruzo

y al llegar al otro lado… descubro el muro.

Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…

Me siento abatido…

Busco la manera de esquivarlo.

No hay forma.

Debo escalarlo.

La ciudad está tan cerca…

No dejaré que el muro impida mi paso.

Me propongo trepar.

Descanso unos minutos y tomo aire…

De pronto veo,

a un lado del camino,

a un niño que me mira como si me conociera.

Me sonríe con complicidad.

Me recuerda a mi mismo… cuando era niño.

Quizá por eso me atrevo a expresar en voz alta mi queja.

¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?

El niño encoge de hombros y contesta.

¿Por qué me lo preguntas a mi?

Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras…

Los obstáculos los tragiste tú.

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