Artículos etiquetados ‘autoestima’

El último tren

viernes, 23 noviembre, 2012

Faltaban pocos minutos para que el tren nocturno partiera de aquella estación.  Mientras el maquinista arrancaba de nuevo los motores, y el guardagujas terminaba de revisar su listado de tareas antes de la partida, una hermosa mujer de cabello oscuro y ojos claros caminaba por el andén hacia su vagón con un libro en una mano y su pequeña maleta de viaje en la otra.

Cuando el reloj marcaba las 11 horas y 59 minutos aquella belleza ibérica puso un pie sobre la escalerilla de su vagón.  Antes de impulsarse hacia arriba echó una mirada atrás, como intentando traer a su mente algún recuerdo melancólico de su estancia en aquella ciudad que apenas duró unas pocas horas.  Esbozó una sonrisa y se impulsó dentro del vagón.

Mientras caminaba por el estrecho pasillo del vagón escuchó de fondo el silbato del guardagujas advirtiendo de la inminente partida de aquel tren de media noche.  Los motores diésel de aquella vieja locomotora rugieron de nuevo a máxima potencia, tirando de toda su carga bruscamente.  Aquel repentino golpe hizo que aquella bella mujer perdiera el equilibrio y el libro que sujetaba con una de sus manos cayera al suelo.

Al recobrar el equilibrio suspiró con cierto malestar y se agachó a por su lectura.  Pero justo antes de poder alcanzar Las Cincuenta Sombras de Grey que yacían sobre el suelo, otra mano se adelantaba a cerrar la cubierta del libro y entregárselo a medio camino.

Ante la sorpresa inicial, aquella mujer no pudo más que levantar su mirada para ver quién era la gentil persona que se había agachado a por su libro.  Un hombre de ojos verdes y melena alborotada la sonreía y miraba fijamente a los ojos mientras sujetaba la obra con una mano y con la otra se agarraba a la pared para no perder el equilibrio con el traqueteo inicial del tren.

La sangre fluyó a las mejillas de aquella belleza íbera, mostrando inconscientemente todo el rubor que aquel desconocido había provocado en ella.  En un intento por romper aquel incómodo instante, aquella mujer logró sacar de su garganta un suave y tímido: “¡Gracias!”, mientras extendía su mano para alcanzar el libro.

El cambio de vía en aquel preciso instante hizo que toda ella se zarandeara, haciendo que su mano rozara suavemente la de aquel galán.  Un flujo eléctrico recorrió todo su cuerpo.  Su vello se erizó, sus pupilas se dilataron, sus ojos se abrieron denotando sorpresa y su respiración se entrecortó.  De un salto, aquella mujer que apenas rondaba los treinta años, se puso en pie, y con el libro en la mano se giró y prosiguió su camino con la cabeza baja y las mejillas sonrojadas.

Al llegar a la puerta de su compartimiento se giró para despedir con una sutil sonrisa y una pícara mirada a aquel caballero de elegante porte que caminaba pasillo abajo y que parecía no haberse percatado de su existencia.  Una vez dentro de su camarote se sentó en la butaca, la cual se convertiría en cama en breve, y recordó aquellos ojos verdes y aquella melena que graciosamente los tapaba.

Mientras tanto, aquel desconocido había llegado a su butaca con un solo pensamiento en la mente: volver a ver a aquella mujer.  Lo más curioso de todo era que, aquel hombre, que ya peinaba canas, sentía una sensación que hacía años que no sentía.  Su corazón se aceleraba involuntariamente al pensar en aquella mujer con la que se había topado hacía escasos momentos.  De hecho, parecía como si éste músculo quisiera salir de su pecho y correr hacia el camarote de la mujer que había rozado su mano de forma casual.  Sentía cómo todo su ser se alegraba de aquel encuentro fortuito por alguna extraña razón.

Los minutos pasaron, y aquella sensación de júbilo y nerviosismo seguía presente en él.  ¿Cómo podría tranquilizar su corazón y su mente?  Tal vez el darse un paseo por lo vagones lo ayudaría a relajarse.  Así que, dicho y hecho, apoyó sus manos sobre los reposabrazos y se levantó de aquella butaca.  Miró a uno y otro lado del vagón y comenzó a caminar por el tren con la ilusión de encontrar a aquella mujer de nuevo.

Al llegar al vagón donde ambos se habían encontrado al iniciar su viaje, se paró.  Su mirada comenzó a buscar, inconscientemente, a aquella mujer de larga melena; pero el vagón estaba vacío.  Su corazón se apenó.  Se giró hacia la ventana y se quedó mirando por ella hacia los árboles que pasaban furtivamente delante de sus ojos.

De pronto, al fondo del vagón, se escuchó el ruido de una puerta que se abría.  Su corazón se aceleró.  Giró la cabeza.  Sus ojos se abrieron un poco más y sus pupilas se dilataron en un intento por captar toda la luz y no perder detalle alguno de la acción que transcurría unos metros más allá.  Su cara esbozó una sutil sonrisa y dio un paso hacia delante, como si una energía invisible le atrajese hacia aquel ruido.  Pero de aquella cabina donde se produjo el ruido no salió la mujer que él deseaba, sino el revisor del tren con unas mantas en su mano.  ¡Su gozo en un pozo!  Suspiró y se giró de nuevo hacia la ventana mientras el revisor llamaba a la siguiente puerta.

¿Dónde estaría aquella mujer?  ¿Volvería a verla de nuevo algún día?  ¿Podría intercambiar unas palabras con ella?  Mientras se hacía estas preguntas las luces del pasillo bajaron de intensidad y del compartimiento donde hacía escasos segundos había entrado el revisor, salía una persona que, al igual que él, se puso frente a aquella ventana para ver la campiña, las estrellas y la luna que todo lo iluminaba en aquel instante.  Él giró su vista hacia el lugar donde el taconeo se había silenciado y la vio.  Allí estaba ella, aún más bella si cabe por el reflejo de los rayos de la luna sobre su larga melena.  Enderezó su cuerpo, mientras ella, con cara de sorpresa, intentaba no ruborizarse de nuevo.  Sus cuerpos se alinearon el uno frente al otro y, tal y como dicta la teoría newtoniana, se atrajeron el uno hacia el otro.  Paso a paso aquellas dos sombras comenzaron a acercarse.  Poco a poco, sin prisas, hasta llegar a una distancia de poco más de medio metro entre sus cuerpos.

A partir de ese momento pareció haber una conexión entre aquellas dos almas.  Durante las siguientes horas estuvieron hablando de esto, de aquello, y de lo de más allá.  Parecía como si se conocieran de toda la vida, ya que podían hablar de casi cualquier tema.  Las conversaciones se entrelazaban aunque no tuvieran relación la una con la otra en un primer instante.  Por la ventana del vagón cafetería comenzaron a entrar los primeros rayos de sol.  El tiempo había pasado tan deprisa que ninguno de aquellos locuaces seres de la noche se había dado cuenta de que estaba amaneciendo.  Ambos se levantaron de aquellos asientos y, dejando tras de sí varias tazas de café sobre la mesa, cambiaron de vagón.

Al llegar al camarote de donde ella había salido horas antes, ésta agarró el pomo de la puerta y lo giró suavemente.  Antes de abrir completamente la puerta se dio la vuelta y se quedó mirando a su acompañante.  Aquel galán nocturno miró aquellos ojos azules durante apenas un segundo y su corazón no pudo más que revolucionarse de nuevo.  Respiró profundamente y miró aquellos tersos labios rojos y, sin explicación aparente, surgió un deseo incontrolable de besarlos. Lentamente acercó su rostro al de ella y, de pronto, sintió cómo todo su cuerpo era agitado.  ¡Señor, señor, ya hemos llegado a su destino!  Abrió los ojos y vio al revisor zarandeándolo.  Le dio las gracias y se incorporó en su butaca.  Mientras se acicalaba y peinaba la melena se abrió la puerta de su vagón, por donde entró aquella mujer a la que había recogido el libro y con la que había soñado.

Las oportunidades se nos suelen presentar una vez en la vida.  El saber aprovechar esa oportunidad depende exclusivamente de nosotros, de saber gestionar nuestros miedos.  Por tanto, si consideramos que nos debemos arriesgar y dar el paso, seamos valientes, demos los pasos necesarios para alcanzar ese objetivo y, aunque el desenlace no depende sólo de nosotros, la experiencia nos podrá aportar alegrías o conocimiento adicional para mejorar y desarrollarnos para cuando se presente una oportunidad similar en el futuro.

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El cofre del tesoro

viernes, 24 febrero, 2012

Jack era un pirata algo fuera de lo común. De entrada no tenía barco, ni una tripulación a la que dirigir. Es más, era tan raro que hasta se llevaba bien con las autoridades de la isla. Si bien, claro está, siempre estaba saliendo de las casas y los bares por una ventana que curiosamente daba a un callejón por el que desaparecía como alma que lleva el viento antes de que algún marido, jugador de póquer o antiguo compañero de fatigas ofuscado lo agarrase por el pescuezo para darle una tunda por haberse acostado con su mujer, haberse bebido una botella de güisqui y no pagarla, o haberle robado algunas monedas hacía algún tiempo.

Pues bien, un día que salía por una de estas ventanas de un salto, dejando atrás a quién sabe quien, se topó con un pergamino en el suelo de aquel oscuro callejón. Obviamente las prisas no le permitieron más que guardárselo en el bolsillo interior de la chaqueta y seguir corriendo antes de que algún objeto de los que salía volando por la ventana le diese en su cabeza.

Al llegar a casa, por llamar de alguna forma al garito donde María dejaba que reposara sus huesos, en ocasiones molidos por el cansancio o por alguna paliza; Jack sacó de su bolsillo aquel rollo de papel amarillento y lo desplegó sobre la mesa. Para que se mantuviera abierto puso uno moneda en cada una de las esquinas y acercó la vela para poder ver aquellos dibujos desteñidos por la humedad y el paso del tiempo.

Tras unos minutos intentando averiguar el significado de aquel jeroglífico, al final podía afirmar que se trataba de un mapa de la isla. Y claro, la gran equis en el centro del papel denotaba la ubicación de algún tipo de tesoro. Su curiosidad lo mantuvo desvelado durante unas horas, intentando averiguar qué podría contener aquel tesoro escondido en medio de la isla, qué podría ofrecerle ¿riqueza, lujo, autoridad? Ante tantas preguntas sin respuesta decidió preparar una expedición en busca de ese tesoro.

A primera hora de la mañana, cuando todavía no había cantado el primer gallo y los borrachos que todavía se mantenían en pie seguían cantando a pleno pulmón, Jack salió de su habitación con las botas en una mano y una bolsa con una cantimplora y algo de comer en la otra. Se deslizó por la barandilla de la escalera para no hacer ruido al bajar y salió del edificio cerrando la puerta tras de sí.

A los pocos minutos Jack se encontraba andando por la jungla, donde sólo se podía escuchar el ruido de aquellos animales que le acechaban como posible desayuno y los que salían huyendo por considerarse el desayuno de alguno de los depredadores más madrugadores de aquel entorno salvaje. Los ojos de Jack se iban fijando en todos los detalles de su alrededor, intentando no perder detalle alguno, ya que la pérdida de información le podría llevar por el camino equivocado. Cada cierto tiempo Jack se paraba, miraba el entorno en el que se encontraba, intentaba localizar alguna referencia y se ubicaba en el mapa. Una vez conocida su situación se ponía de nuevo en marcha. Así estuvo durante varias horas, torciendo aquí, girándose allá, cruzando un río o pasando por debajo de una cascada, hasta que por fin llegó a lo que parecía ser el lugar con la gran equis en su mapa.

Aquella cueva, horadada en la ladera de la montaña y cubierta por vegetación de todo tipo, parecía un clásico de los relatos que durante tantos años había escuchado a sus compañeros de fatigas en los bares mientras se tomaban alguna jarra de cerveza. Pero en este caso parecía como si en aquel lugar pudiera haber algo que le estaba esperando. Buscó un palo seco, y con un trozo de tela y un poco de güisqui que casualmente quedaba en la petaca de su bolsillo trasero, se hizo una antorcha. Antes de entrar miró a su alrededor, para confirmar que nadie le había seguido, o tal vez para ver por última vez la luz del día y aquel paisaje tan maravilloso.

Después de unos cientos de metros buscando algún indicio de que en aquel agujero húmedo y oscuro había algo más que telas de araña y algún otro murciélago intentando no ser molestado, Jack vio un cofre. Se acercó a él. Dejó la antorcha entre dos piedras para que iluminara la zona y abrió aquel cofre.

En muchas ocasiones el comienzo de una relación es como un viaje en busca de un tesoro. No sabemos muy bien cuáles son los peligros con los que nos podemos encontrar por el camino, ni el tiempo que nos llevará llegar hasta el preciado tesoro, ni lo que nos encontraremos una vez alcanzado el objetivo, ni siquiera lo que nos podrá ofrecer ese cofre lleno de monedas, pero aún así, en la mayoría de los casos, nuestro afán por saciar nuestra sed de curiosidad, nuestra ansia por conocer a la otra persona un poco más, hace que nos embarquemos en una nueva aventura.

Y sólo nosotros podemos decir si lo que nos hemos encontrado al abrir el cofre es valioso o no, si nos aporta algo o no. En cualquier caso, es posible que la aventura por la que acabamos de pasar nos sirva como experiencia para mejorar aquellas habilidades necesarias para descubrir a otra persona.

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Imagen distorsionada

domingo, 7 noviembre, 2010

La necesidad de las personas por desarrollar su imagen personal ha hecho que el brand coaching creciera de forma notable en nuestro país durante los últimos años.  La importancia de tener una imagen coherente e intencionada es percibida por las personas que nos rodean como algo positivo, pero debe estar reforzada en todos los aspectos, al tiempo que debe ser congruente hasta el más mínimo detalle.  Esta lógica puede ser la que en algunas ocasiones nos asfixie de tal forma que nos impida conseguir aquello que deseamos, desde ganar más dinero a encontrar una pareja.

Las personas vamos creando nuestra propia imagen desde el momento en el que tenemos uso de razón, bien porque queremos agradar a nuestros padres, bien porque queremos pertenecer a un grupo determinado, o por cualquier otra razón que entendemos puede ser beneficiosa para nosotros.  De esta forma las personas vamos desarrollando una imagen con la que nos sentimos cómodos y a gusto.  Una imagen que nos puede dar una sensación de poder, de protección, de autoestima o de equilibrio.  Una imagen que, al fin y al cabo, muestra al mundo nuestra propia identidad.

Todo parece ir bien hasta el día en el que la persona toma consciencia de que la imagen que se ha creado es una carga de la que debe desprenderse si quiere conseguir los objetivos que se ha marcado a nivel personal o profesional.  Es en esta primera etapa del aprendizaje cuando la persona comienza a cuestionarse, por ejemplo, si el ser perfeccionista la aporta algún valor añadido a su trabajo o tan sólo es un escollo que la impide ser más productiva y la acerca un poco más a ser despedida.  O tal vez se pueda cuestionar si el dar una imagen de persona tímida la aporta algo, como estar protegida de los extraños, o es sólo un obstáculo para conseguir la pareja que busca.

Es la contradicción entre el ser y el querer la que genera desesperación y, al no conseguir lo que quiero, frustración.  Esta lucha de poder se puede mantener eternamente mientras una de las partes sea más fuerte que la otra, mientras la persona no vea la necesidad de un cambio personal que la saque de ese atolladero en el que lleva inmersa durante tanto tiempo y que lo único que consigue es protegerla de ser ella misma, de ser feliz.

Nuestra identidad se muestra a los demás a través de nuestra imagen personal, por eso es tan importante ser coherentes con ella, porque nuestras acciones reflejan nuestra identidad personal.  No somos lo que decimos, sino lo que hacemos.  Y aquí está el gran enfrentamiento personal, en romper los hábitos labrados en piedra con el paso de los años y crear unos nuevos y diferentes que me permitan conseguir aquello que tanto anhelo.

Pero esto que parece tan sencillo inicialmente, cambiar los hábitos de conducta, puede ser algo más complicado de lo que suponíamos inicialmente debido, en gran medida, a que el cambiar un comportamiento lleva consigo el cambio de una creencia y, por ende, el cambio de mi identidad.  Y puesto que somos personas sabias, nuestro yo interno nos autosabotea de forma sutil para evitar exponernos al peligro que acecha en el exterior.

Puede parecer mentira, pero las personas pueden cambiar sus comportamientos, así como identificar al autosaboteador que llevan dentro.  Todo esto, unido a la identificación de objetivos personales y un plan de acción a la medida permitirá a la persona conseguir aquello que desea y ser una persona nueva, diferente a otras, más alegre y más feliz al conseguir una identidad más coherente con lo que ella quería ser.

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¿Cuánto valgo?

miércoles, 3 noviembre, 2010

Si te pregunto por el precio de un producto determinado es posible que lo puedas saber de memoria porque es un elemento que utilizas a diario.  Si no tienes tanta suerte tendrás que preguntar a alguien, bajar a la calle a buscarlo en alguna tienda o localizarlo por Internet.  Si ahora te pregunto por el valor que tiene ese producto para ti es posible que tardes un poco más en responder pero podrás hacerlo, e incluso indicar si ese producto es caro o barato en función de tus necesidades actuales.  Y si ahora te pregunto ¿cuánto vales tú? ¿Cuánto tardarás en responder?

Las personas sabemos lo que cuesta todo aquello que tenemos a nuestro alrededor, e incluso el valor que tiene cada cosa para nosotros, pero nos sigue resultando complicado saber lo que nosotros valemos, en especial si nuestra autoestima está baja. Aunque es posible que no sepamos lo que valemos en este preciso momento existen ocasiones en las que podemos tener una idea más aproximada.

La primera ocasión en la que comenzamos a cuestionarnos nuestra valía es cuando tenemos un trabajo en el que no nos sentimos realizados.  En este caso se suelen escuchar frases como «no me pagan lo suficiente para el trabajo que hago«.  Nosotros creemos que el salario que nos pagan no se ajusta a lo que valgo, por lo que es posible que me revele contra mis superiores y les comience a pedir un aumento de sueldo antes de comenzar una huelga de brazos caídos si no me lo otorgan.

Otro momento en el que podemos identificar nuestro valor es cuando salimos al mercado de trabajo.  Cuando estamos buscando trabajo de forma activa es cuando realmente podemos saber lo que las empresas me valoran, bien porque en las ofertas ponen el salario que ofrecen para realizar ciertas tareas o bien porque durante la entrevista me lo confirman o incluso preguntan directamente: «¿por cuánto te cambiarías de empresa?».

Aún teniendo el dato del salario sobre la mesa es posible que me siga costando saber cuánto valgo, ya que el valor como profesional es diferente al que tengo como persona, por mucho que a las empresas les parezca que el uno va integrado en el otro.  Tal vez sea esta la razón por la que ninguna persona que se siente frente a ti durante una entrevista te pregunte: ¿mientes? ¿robas? ¿eres deshonesto? Porque además de ser preguntas que pueden considerarse políticamente incorrectas, es probable que se asuma que los candidatos vienen «de fábrica» con el kit completo de valores personales, o que vienen libres de pecado y que es «el poder el que corrompe a la persona«.

No obstante, en esta sociedad cuyo gobierno tiende hacia la kakistocracia y donde la corrupción de los altos directivos y cargos políticos está a la orden del día, no desmerecería mucho ni sería inadecuado comenzar a preguntar por los valores de la persona, e incluso que esta pregunta fuese recíproca, es decir, que el candidato la hiciera sobre la empresa, ya que podría darse el caso en el que los valores de la empresa fueran contradictorios con los suyos y le resultara imposible trabajar en dicho entorno.

En cualquier caso sería interesante ver la cara del candidato cuando la entrevistadora le pregunta ¿cuáles son tus valores personales? Su semblante, además de perder todo su color de golpe, sería todo un poema.  Y de haber una respuesta ante tal interrogante es posible que incluyera alguna que otra mentira piadosa ante la que la entrevistadora tendría que poner casi la misma cara de desconcierto.  Además, seguro que es más sencillo sacar leyes como la Sarbanes Oxley de 2002, que evita fraudes en las empresas que cotizan en la bolsa americana, que preguntar al candidato por sus valores.

El tener valores personales como la honestidad, la sinceridad o la lealtad no es algo retrógrado sino progresista, ya que son los empleados de la empresa y sus valores los que permitirán el progreso de la misma.  Las personas debemos deshacernos de viejas ideas como el «todo vale para conseguir nuestro objetivo» y comenzar a valorar no sólo las habilidades técnicas de los candidatos para realizar las tareas encomendadas, o sus habilidades interpersonales para gestionar y liderar a los equipos, sino además las cualidades que los hacen ser personas de provecho, ya que son estas cualidades y valores los que reflejarán ante nuestros clientes, subordinados e incluso otras sociedades.

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Algo que perder

jueves, 28 octubre, 2010

No es raro encontrarse con hombres que son capaces de mirar a una mujer y, a los pocos segundos, estar hablando con ella como si fueran amigos de toda la vida.  Es más, si los dejas conversar unos minutos, es posible que intercambien desde el teléfono hasta la dirección de correo electrónico, si no algo más.  Estas personas tienen tal desparpajo y soltura con las palabras, y son tan extrovertidas, que el resto de los mortales parecemos unos tímidos sin remedio.

Cuando te encuentras con estos maestros en el arte de seducir te preguntas si alguna vez se quedan sin palabras.  Sin embargo, por muchas vueltas que puedas darle, nunca les ocurre eso.  Estas personas parecen hechas de otra pasta, una pasta que las hace diferentes, que las hace dignas de ser idolatradas, porque por muy apurada que sea la situación, ellas siempre encuentran la palabra adecuada o la pregunta apropiada para mantener a la otra persona con un brillo en su mirada y una sonrisa radiante que dice «no te vayas todavía«.

Está claro que este tipo de personas suelen tener una autoestima elevada sobre sí mismas, y eso se refleja en cómo se presentan ante las otras personas, cómo se mueven entre ellas y cómo se comunican con su entorno.  Estas personas son capaces de saber si la otra persona está disponible e incluso qué quiere ella con tan sólo observarla unos segundos, gracias a la maestría que tienen descifrando las señales que las personas emiten a su alrededor.

Obviamente no hay que menospreciar estas cualidades, pero también hay que tener en cuenta que es cuando no nos jugamos nada que somos más osados.  Y es en estos momentos, cuando realmente tenemos algo que perder frente a la otra persona, que el ritmo cardíaco se acelera, la respiración se entrecorta y las palabras parecen no fluir con tanta facilidad de nuestra boca.

Por eso es importante fijarse en las señales que emite la otra persona y, posiblemente, tener en cuenta que si no existe ninguna señal de nerviosismo en su voz, en su mirada o incluso en su respiración, es posible que no tenga un interés real en nosotras.  Tal vez el interés exista, pero sea algo pasajero.  Un «aquí te pillo, aquí te mato«.  Y si es eso lo que buscamos ¡adelante!.  Pero si es una relación estable lo que nos interesa, entonces es posible que debamos replantearnos el encuentro.

En esta vida son pocas las ocasiones en las que se nos ofrece una segunda oportunidad para hacer algo, así que cuando nos encontremos con esa persona que nos llame la atención no perdamos la oportunidad de acercarnos a ella y entablar una conversación.  Lo peor que te puede pasar en ese momento es que no quiera hablar contigo o te haga algún feo, pero esto es más llevadero que tener en tu mente durante el resto de tu vida la pregunta «¿Qué hubiera pasado si…?«.

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Perfeccionistas

lunes, 18 octubre, 2010

Las personas tendemos a buscar la perfección en nuestras relaciones, tanto personales como profesionales.  En las primeras buscamos al hombre perfecto o a la mujer perfecta, y una vez tenemos hijos es posible que los criemos de tal manera que puedan llegar a ser los hijos perfectos, aunque en el intento se vaya nuestra salud.   En la segunda intentamos encontrar al jefe, al cliente o al compañero perfecto, teniendo que desistir en la mayoría de los casos ya que ninguno de ellos se acerca siquiera a las expectativas que nos hemos creado de ellos.  Y en los trabajos que tenemos que realizar ponemos gran empeño en investigar hasta el más mínimo de los detalles, lo cual supone reducir nuestra productividad a causa del tiempo invertido en la tarea.

La perfección para muchas personas no es una virtud, sino una desdicha.  Estas personas tienden a frustrarse si no son capaces de alcanzar su sueño o si observan que las personas que las rodean no son perfectas.  Esta perfección lleva implícita una omnipotencia de la persona, lo cual no deja de ser una fantasía de la mente más que una realidad.  De hecho, las personas que se sienten idolatradas pueden llegar a ser desdichadas con su pareja, ya que esta tiende a menospreciarse, a no darse el valor que realmente tiene y, por tanto, a no darse su lugar dentro de la relación.

Hay ocasiones en las que las personas se aferran a la perfección para disimular ciertas cualidades que ellas sienten como carencias.  De esta forma una persona puede investigar hasta el más mínimo detalle sobre un tema para maquillar de alguna forma una carencia técnica.  Y puede dar resultado, pero aunque el conocimiento no ocupe lugar, lo que sí ocupa es: tiempo.  Y el tiempo, en nuestra sociedad, es un bien muy preciado.

Tal vez sea esto, la carencia de tiempo en el entorno laboral, lo que hace que algunas personas perfeccionistas se sientan más inseguras a la hora de realizar ciertas labores, en especial en entornos de trabajo muy dinámicos.  En estos entornos las tareas deben estar terminadas para ayer.  Estos entornos pueden ser tan dinámicos que mientras una persona está hablando la otra ya le está enviando enlaces y documentación que puede utilizar para su trabajo.  En estos entornos no parece existir tiempo material para hacer todas las tareas asignadas en un día, por lo que las jornadas de trabajo deben alargarse.

Es importante tener en cuenta que la perfección no existe.  El hombre o la mujer perfecta son una fantasía que nosotros nos creamos.  De hecho, si existiera esa persona perfecta, es muy posible que no necesitara estar con nosotros, ya que al ser perfecta no necesita nada.  De igual manera, en el entorno de trabajo debemos ser capaces de crear un equilibrio entre el tiempo que nos asignan para realizar una tarea y la calidad con la que la podemos entregar en dicho tiempo sin que esto llegue a frustrarnos.  Esto no quita para que debamos mejorar nuestras habilidades y técnicas de trabajo, las cuales nos permitirán hacer las tareas en menos tiempo y con mayor calidad.

Al final del día lo que debemos evitar es la frustración que nos genera nuestro perfeccionismo, ya que la propia perfección es una utopía inalcanzable que sólo merma nuestro espíritu y nos hace ser desdichados.  El coach puede ayudar a minimizar la frustración a través de trabajar y desarrollar aquellas cualidades de la personas más debilitadas con el paso del tiempo y las circunstancias personales de cada individuo.

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Suicidio profesional

martes, 12 octubre, 2010

No cabe duda de que en algunos entornos laborales podemos toparnos con algún mando que nos puede agredir verbalmente y que nos puede humillar delante de nuestros compañeros haciendo que nuestra vida sea un verdadero infierno.  Este tipo de personajes hacen que nuestro corazón se acelere cada vez que están a menos de cinco metros de nosotros, que nuestra presión arterial suba hasta límites que pueden provocar un infarto de miocardio o un derrame cerebral, e incluso son capaces de desarrollar nuestra imaginación hasta el punto de que somos capaces de fantasear con situaciones que hasta entonces nos parecían propias de una película de terror.

Por mucho que este tipo de personas nos humillen y nos lleven hasta límites insospechados, la mayoría de las veces no hacemos ni decimos nada por miedo a perder nuestro puesto de trabajo. Por lo tanto, nuestro sentimiento de rabia y odio hacia dicha persona sigue aumentando de manera exponencial.  Con el transcurso del tiempo es posible que estallemos, arruinando la carrera profesional que veníamos labrando hasta el momento.

Es posible diferenciar dos tipos de personas que pueden tener este tipo de explosiones emocionales.  Por un lado están los que llamaremos los suicidas, masoquistas que no dudan en lanzar al aire todo tipo de comentarios con el único fin de ser despedidos.  Lo único que desean estas personas es ser castigadas por su superior, porque en el fondo gozan siendo maltratadas por la otra persona.  A estas personas no les importa las consecuencias que sus acciones puedan tener sobre su carrera profesional.

En el lado opuesto están las personas a quienes les importa su carrera profesional pero quienes han ido acumulando una carga emocional de tal magnitud que tiende a explotar en el momento más inoportuno, arruinando de esta forma todo lo creado hasta el momento.  Estas personas no gozan con la humillación, sino que desean el respeto de sus compañeros y superiores, pero es la ausencia de autoestima en ellas lo que las lleva a este punto de no retorno.

Si bien las primeras son kamikazes que arriesgan de forma temeraria su carrera profesional, y poco puede hacerse por ellas, las segundas pueden salvarse de la quema si desarrollan su habilidad para gestionar sus emociones, si desarrollan su autoestima y comienzan a quererse un poco más a sí mismas.  Un coach puede ser una ayuda muy positiva en estos casos, ya que puede ayudar a desarrollar la gestión de sus emociones al tiempo que refuerza y eleva la autoestima de la persona a través de la utilización de herramientas que aceleran el proceso.

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Personas tímidas

lunes, 25 enero, 2010

El alago o el piropo de esa persona que nos llama la atención suele ser el detonante clásico por el que nuestras mejillas acumulan una cantidad ingente de sangre durante un corto periodo de tiempo.  Periodo éste suficiente para que los presentes se den cuenta de que nos sentimos avergonzados.  Pero el hecho de sonrojarnos puede darse en muchas otras ocasiones, desde cuando cometemos una torpeza delante de un grupo de personas hasta cuando tenemos que presentarnos ante una persona del sexo contrario que nos puede resultar atractiva.  En todos los casos existe un factor común: nos estamos jugando algo.

Hasta hoy en día siempre hemos dividido a las personas en dos grupos: los tímidos y los atrevidos.  Dentro del primer grupo englobábamos a las personas más temerosas, medrosas o cortas de ánimo.  Mientras que en el segundo incluimos a aquellas personas determinadas a hacer algo arriesgado.  Pero si tenemos en cuenta lo dicho en el párrafo anterior, a partir de ahora deberíamos dividir a las personas también en dos grupos, pero esta vez los diferenciaríamos como: los que se juegan algo y los que no lo hacen.

Visto de esta forma, cualquier persona que conozcamos puede ser una persona tímida en algún momento de su vida.  Efectivamente, por muy segura que parezca una persona, siempre existen áreas que pueden ser desarrolladas.  Nadie es perfecto.  Nadie es seguro al ciento por ciento.  Es en ese momento, cuando la persona topa con esa característica menos desarrollada, con ese valor más preciado que puede perder, que florece un miedo casi irracional en su interior.  Un miedo que lo puede llegar a paralizar e impedir que dé un paso más, que siga hacia delante con su vida.

De esta forma podemos afirmar que en función del entorno en el que nos encontremos y de nuestras habilidades interpersonales y recursos propios adquiridos durante nuestra vida, así podremos sentir que nos jugamos más o menos al enfrentarnos a un nuevo reto.  De hecho, una persona tímida en el trabajo, puede que no lo sea cuando se junta con sus amigos.

Como ya he mencionado antes, es importante tener en cuenta lo que cada persona se juega en ese momento determinado.  Una persona se puede sentir temerosa al acercarse por primera vez a hablar con la persona por la que siente cierta atracción, mientras que otra puede sentir la misma sensación cuando se acerca a hablar con su jefe para solicitar un aumento de sueldo o un horario más flexible.  ¿En qué situación tengo más que perder?  En función de cuál sea la respuesta cada persona actuará de forma más introvertida en una situación que en otra.

Teniendo en cuenta que la mayoría de las personas no sufren de una timidez patológica, es decir, que les impide conseguir todo aquello que desean: una pareja, un ascenso en el trabajo, unos amigos, etc. la mejor manera de proceder ante una situación de timidez es preguntarse ¿qué es lo que quiero? Esta simple pregunta puede ayudarnos a enfocar nuestro objetivo y a quitar relevancia a lo que podemos perder.  El hecho de ser conscientes de que el premio es mayor a lo que tenemos que perder, puede hacer que nos compense el riesgo.

Otra manera de proceder ante un ataque de timidez es pensar en la muerte, es decir, preguntarnos ¿cómo me sentiría si muero mañana y no he hecho esto? ¿o si no he hablado con esta persona?  ¿o si no la he mostrado mis sentimientos? ¿o si no he pedido el aumento de sueldo?

Una vez nos hemos envalentonado para hacer y decir las cosas, la consecución de nuestro objetivo se ve más cerca, al tiempo que nuestros miedos y bloqueos se alejan de nuestro entorno y comenzamos a tener más cosas en común con las personas con una personalidad arrolladora.

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¿Dónde me equivoqué?

domingo, 27 diciembre, 2009

Después de una ruptura de pareja alguna de las partes se puede preguntar ¿dónde me equivoqué?  Esta pregunta puede ser muy importante si nos permite mejorar nuestra próxima búsqueda de pareja, sin embargo, es importante que no se convierta en una pregunta obsesiva que me recrea en la pérdida de esa persona fomentando mi victimismo e impidiendo seguir adelante con mi vida.

El entrar en este comportamiento compulsivo donde recreo una y otra vez la pregunta fustigándome con ella, además de no ser muy positivo para nuestro equilibrio mental, sólo aumenta nuestro victimismo.  Un victimismo que, por otra parte, mitiga en parte la perdida que acabamos de sufrir, pero que impide nuestro desarrollo personal y aumenta el tiempo para que podamos estar disponibles para otra relación.

Otra alternativa que suele darse a menudo se puede simplificar con la frase un clavo quita otro clavo.  Es cierto que comenzar una nueva relación a las pocas horas de concluir la anterior puede mitigar en cierta manera el dolor de dicha pérdida.  Sin embargo, estas relaciones puente no son más que eso, una relación pasajera donde posiblemente vuelva a cometer los mismos errores que en la anterior, o exactamente los opuestos debido al efecto rebote que tiene lugar en la persona al intentar evitar los fallos cometidos en su relación anterior.

Es importante tener en cuenta que toda pérdida requiere de un tiempo de duelo.  Un tiempo durante el cual mi YO no está disponible para nada ni para nadie.  Hace unas décadas, las viudas de nuestro país vestían de negro durante un año antes de comenzar una nueva relación, mostrando así que estaban de luto por la pérdida de su marido.  Si bien la ruptura de una pareja es menos drástica que la muerte, no por ello es menos dramática para algunas personas.  ¿Cuántas veces hemos escuchado a alguna persona decir que todavía se acordaba de su pareja después de dos o tres años desde la ruptura?

Cada persona tendrá una manera de proceder ante la ruptura de su pareja, sin embargo es importante tener en cuenta que un tiempo de duelo puede ser positivo para llegar a comprendernos un poco mejor y desarrollar aquellas habilidades interpersonales en las que más hayamos flaqueado, así como para reflexionar y recabar información sobre la persona que busco para pasar el tiempo conmigo.  Asimismo es importante evitar en la medida de lo posible el victimismo y la autoflagelación, así como todas aquellas preguntas que me enganchan en un búcle y que sólo debilitan la autoestima.

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Señales

viernes, 25 septiembre, 2009

Suena el despertador.  Abres los ojos y ves que junto a ti no hay nadie.  Te levantas.  Te vistes pensando cuándo te podrás quitar esa ropa de nuevo.  Desayunas sin nadie que te acompañe en esos primeros minutos del día.  Te subes al metro y, a pesar de la gente que te rodea, te falta algo.  Comienzas a subir las escaleras mecánicas y ves que por el otro lado baja una persona que momentáneamente hace que tu corazón se acelere.  Esbozas una sonrisa.  Inconscientemente buscas una señal que te diga que has encontrado el amor y que te haga darte la vuelta para coger su mano.

¿Dónde encontramos el amor?  Nadie sabe dónde encontrarlo, si lo supiéramos, todos sabríamos dónde mirar y no tendríamos que estar buscándolo desde el momento en que salimos de casa, ni tendríamos que hacer nuevas actividades extracurriculares para conocer a gente nueva, ni siquiera tendríamos que estar dados de alta en portales de Internet donde elaboran un perfíl para encontrar a la pareja más afín a tu personalidad.  Bastaría con ir al sitio concreto, a la hora en cuestión, el día indicado.

Patrick Hughes nos muestra esta búsqueda del amor en su película «Signs» (señales), la cual presentó a concurso en el Festival Schweppes de cortometrajes de este año.  Este cortometraje de apenas doce minutos nos muestra cómo una persona busca ese amor que no termina de encontrar.  Cómo busca cualquier señal para acercarse a la otra persona y entablar una conversación que pueda llevarlos a una relación.  Cómo cambia nuestra vida cuando encontramos a esa persona que nos llena por completo.  Y cómo cambia drásticamente nuestra vida, y lo que antes era apatía y aburrimiento ahora es energía y derroche de simpatía y humor.

Sin embargo, en algunas ocasiones, nuestros miedos y creencias nos hacen desperdiciar oportunidades de oro que no volverán a repetirse jamás.  Así, cuando la otra persona desaparece fortuitamente de nuestra vida sin haber podido dar ese paso que nos hubiera llevado a una relación, nuestra vida se viene abajo.  Nos sentimos abatidos, perdemos esa energía y ese vigor que nos impulsaba hasta hace pocos días y nos fustigamos por haber perdido la ocasión de nuestra vida, porque no sabemos cuándo volveremos a tener otra ocasión igual.

¿Y cuál es la manera de proceder para conseguir el amor?  El tener confianza en uno mismo es un buen comienzo.  Muchas personas tiran su imagen por los suelos ante un reto semejante, evitando pasar a la acción: soy de estatura baja, tengo algunos kilos de más, tengo poco pelo…  Lo curioso es que nadie les ha dicho que la otra persona no esté buscando alguien con esas características o cualidades luego ¿qué hace que se lo digan a si mismos? Tal vez la falta de autoestima.

Para comenzar a elevar nuestra autoestima podemos comenzar por preguntarnos: ¿cuáles son mis cualidades?  De esas cualidades ¿cuáles son las que más gustan entre el sexo opuesto?  Cuando he pedido a alguien para salir ¿siempre me ha dado una respuesta negativa?  En aquellos casos en los que la respuesta fue positiva y comencé una relación ¿qué hice para que su respuesta fuera afirmativa?

Para pasar a la acción, y no dejar pasar esta oportunidad, nos pueden ayudar  preguntas del tipo:  ¿Cómo me sentiré si no salgo con esa persona?  ¿Y cómo me sentiré si consigo salir con ella? ¿Cómo mejorará mi vida actual con esta persona?

En cualquier caso la última escena del cortometraje nos puede ayudar a visualizar nuestro objetivo de forma más fácil, nos puede ayudar a ver lo que queremos conseguir, ese lugar al que quiero llegar: el corazón de la otra persona.

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